Cine y TV

‘Dune’: Herbert contra Villeneuve. ¿Cuántas palabras vale una imagen?

Dune Parte 2. Imagen Warner Bros.
Dune Parte 2. Imagen: Warner Bros.

La belleza de la ciencia ficción es hablar de la realidad con la distancia de la ficción. (Villeneuve, 2024)

Este texto incluye numerosos SPOILERS de la novela Dune y de su reciente adaptación al cine

La primera vez que supe del término «yihad» fue en Dune (Frank Herbert,1965). Esta palabra no se pronuncia nunca en Dune: Parte 2 (Denis Villeneuve, 2024). Aquel volumen trataba muchos temas que influyeron mi forma de ver el mundo: la preocupación por la ecología, el uso instrumental de la religión o la denuncia del colonialismo voraz. Su complejidad la hacía «inadaptable» a la pantalla, como bien saben Jodorowsky o Lynch. Esto no ha arredrado a Villeneuve, quien tras el éxito de la primera parte, ha completado su instanciación de la obra con una película poderosa, cinética, hermosa y apabullante… que deja fuera buena parte de la novela.

«Odio el diálogo —declaró el director quebeçois en una provocativa entrevista a The Times—. El diálogo es para la televisión y el teatro». Aunque posteriormente matizó sus palabras, el realizador ha mantenido con claridad que el coloquio entre personajes no es su herramienta favorita a la hora de contar historias en la gran pantalla. Tiendo a estar de acuerdo con él. Aunque hay grandes escenas construidas sobre una conversación, todos tenemos en la mente escenas sobrexpositivas, con actores contando lo que el director no puede mostrar en imágenes. —No estoy tan seguro de que esta sea una característica intrínseca a la televisión, cuya menor financiación suele ser la causa del exceso de charla ante la cámara—.

No hablamos de forma sobre sustancia: Villeneuve confía en que sus imágenes transmiten un mensaje por sí mismas, sin más apoyo que la sobrecogedora música de Zimmer. Y se las arregla para convertir el visionado de la película en una experiencia sensorial, cargada de información. Entendemos que Paul entra en la madurez entre lacerantes nubes de arena, a lomos de una bestia legendaria. Empequeñecemos ante el brutalismo apabullante que da sustancia arquitectónica a sus naves. Captamos la sensualidad de una relación en los reflejos de sol que atraviesan una pieza de tela batiendo al viento. 

Pero también es verdad que para conseguirlo, el realizador se obliga a simplificar el mensaje. Este ejercicio, que funciona a la perfección en La llegada (2016) basado en un cuento de Ted Chiang, implica sacrificar muchos elementos del contenido original de la novela de Herbert —setecientas ochenta páginas en letra generosa en su más reciente edición, incluyendo los muy interesantes apéndices. 

Lo que se pierde

Dune, la obra literaria, va mucho más allá del volumen con ese título. Herbert intentó prolongar su éxito en una trilogía inicial, que posteriormente retomaría en los años 80, alcanzando un total de cinco secuelas, en general muy alejadas de la calidad de la original —Dios Emperador de Dune es rescatable—. Posteriormente, su hijo y biógrafo Brian Herbert, en comandita con el amanuense Kevin J. Anderson, perpetraron varias trilogías de precuelas y continuaciones adicionales. 

A efectos de este artículo, nos quedaremos en la seguridad del texto de 1965, considerado por muchos como una de las —a veces, la— cumbres de la ciencia ficción. Fruto de más de cinco años de preparación, se publicó serializado en la revista Analog como novelas separadas, que luego se rehicieron y unieron. Cualquier lector avisado, en todo caso, aprecia el cambio en el tono y ritmo entre el libro 1 —Dune, propiamente dicho— y los dos siguientes —Muad’Dib y El Profeta—. La bilogía de Villeneuve, pues, se ajusta como un guante a los orígenes de la historia, ya que el corte se realiza más o menos en el mismo momento del relato.

La principal víctima de las películas ha sido la intriga política. El delicado entramado que compone Herbert se ha desvanecido por completo. La CHOAM, el complejo mercantil que sostiene al Imperium, ni se menciona y la Cofradía Espacial y el Landsraad de las Grandes Casas solo han aparecido de pasada. También se echa de menos la presencia del intrigante conde Fenring —aunque hayamos visto a su dama Margot (Léa Seydoux)— o la del desaparecido mentat Thufir Hawat (McKinley Henderson en la primera parte). Esto hace que las motivaciones de las fuerzas en juego queden algo desdibujadas y cueste entender exactamente qué ha llevado al Emperador a tomar sus decisiones.

Otro de los temas sobre los que se ha pasado muy por encima ha sido la ecología. Esta, que fue una de las motivaciones iniciales del autor y que la hizo particularmente famosa por lo pionero de sus denuncias, apenas se ha apuntado. Tampoco se ha establecido correctamente la profunda simbología del agua en la cultura fremen. En cambio, sí que parece bien dibujada la opresión que supone una fuerza colonial hambrienta de recursos y resulta estremecedor el paralelismo que puede hacerse sin mucho esfuerzo entre el bombardeo que sufren los campamentos fremen y el actual genocidio del pueblo palestino.

Entre los protagonistas, quizá el cambio más notable haya sido el de Alia, interpretada fugazmente por Anya Taylor-Joy. La hermana de Paul Muad’Dib tiene un papel relevante en el libro, que se ha intentado sustituir aquí por el diálogo entre Jessica (Rebecca Ferguson) y el feto que porta. Esto se entiende, en parte, debido a que toda la historia se ha comprimido en el tiempo que dura un embarazo, cuando en libro transcurren casi tres años. En parte, por eso la conversión de Paul en el Lisan Al Gaib se nota algo precipitada, cuando hemos dedicado casi más tiempo a enseñarnos las costumbres canibalísticas de las consortes de Feyd-Rautha Harkonnen (un irreconocible Austin Butler).

Me hubiese gustado —y esto es pura expectativa por mi parte— ver más de las Bene Gesserit. Ferguson las imbuye de vida, cierto, y sus vestimentas las hacen apabullantes —la imagen es la que nos habla, recordemos—, pero quedan tantas preguntas sin responder que se produce una cierta frustración. La hermandad Bene Gesserit constituye la principal inspiración para muchas de las manifestaciones místicas en la fantasía o la ciencia ficción posteriores, desde los jedi hasta la logia de hechiceras de The Witcher, así que hubiera esperado algo más de exposición, aunque fuera a través del fútil mecanismo del diálogo.

Chani (Zendaya) también es completamente distinta en el libro, muy condicionado por el momento de su escritura. Porque, en este caso, la versión de Villeneuve es más potente, más rica. En Herbert, Chani es mucho menos desafiante y una vez establecida la pareja, queda bastante más en la sombra. Es importante recordar, además, que en la novela queda embarazada y tiene un niño, el pequeño Leto II, que será asesinado por los Harkonnen. Esta parte del drama desaparece en la película. En parte, debido a la compresión temporal; en parte porque cambiaría completamente la ya de por sí compleja dinámica de los personajes.

Y así llegamos a Paul Atreides (Timothée Chalamet), un personaje que resulta muy complicado de tratar desde una perspectiva contemporánea, ya que externamente es la misma encarnación del «white savior», cercano al Lawrence de Arabia que originalmente inspiró a Herbert y patrón de sucesores tan evidentes como Luke Skywalker. Mientras que en la primera parte de Dune este problema quedó sin solventar, en esta ocasión la película no lo evita e intenta una catarsis. Así, Paul resalta la artificialidad de su figura mesiánica —«mira cómo da fruto la propaganda Bene Gesserit»— y se revela en contra la idea de que un no fremen lidere al pueblo de Arrakis. 

La obra de Herbert quiere advertirnos —con mayor o menor éxito— contra «las convulsiones mesiánicas que periódicamente se infligen a las sociedades humanas». Villeneuve ha afirmado que ha pretendido reafirmar este mensaje convirtiendo a Paul en una suerte de antihéroe. En esto, me temo, ha tenido el mismo éxito que Greta Gerwig intentando hacernos creíble que Margot Robbie es poco atractiva…

El final de la película, en cambio, es fiel a la novela hasta en los aspectos menos positivos. Herbert termina su historia de una forma inopinada, privándonos del placer de asistir a la derrota de las fuerzas enemigas —que, por otro lado, resulta demasiado sencilla para ser satisfactoria—. Muy similar a lo que vemos en la película. Es verdad que la pelea de cuchillos está maravillosamente coreografiada y es emocionante, pero deja demasiado bien a Feyd-Rautha. La muerte del barón —en el libro es Alia, una niña, quien lo mata— y la rendición del emperador resultan tan anticlimáticas como en la obra escrita.

Lo que queda

Llegados a este punto, tengo que dejar clara una cosa: Dune: parte 2 es una película impresionante, preciosa y tremendamente emocionante, que disfruté cada minuto que estuve en la sala —es un espectáculo que merece la pantalla más grande a la que se pueda acceder y el mejor sistema de sonido disponible—. Después de las desilusiones de Rebel Moon o The Creator, tenía cierta ansiedad por ver esta conclusión, cuya existencia estuvo condicionada, al parecer, a su éxito en taquillas. Todas mis expectativas quedaron claramente colmadas y, por lo que parece, hay mucha unanimidad en esta apreciación.

Todo en la película parece auténtico. A destacar la atmósfera de pesadilla de Giedi Prime en el que se nos describe con claridad el carácter del nuevo antagonista, Feyd-Rautha —aquí se utilizan cámaras infrarrojas para obtener esa sensación de borrado del color—. Pero también es fácil subrayar el realismo de todo Arrakis: los trajes, los sietch, las tradiciones fremen, el lenguaje especialmente inventado por David J. Peterson —creador del dothraki para Juego de tronos—, el terror que infunden los topteros, que remite a esa pesadilla tecnológica que fueron los Sikorsky Comanche…

Las actuaciones son tremendamente sólidas —aunque quizá faltó una mayor química entre Zendaya y Chalamet. Hasta el elenco es apabullante, con superestrellas que van desde el mismísimo Thanos (Josh Brolin), Drax el Destructor (Dave Bautista) o la hermana de la Viuda Negra (Florence Pugh). Sigue brillando especialmente Rebecca Ferguson como Lady Jessica, y creo que Christopher Walken es quizá el único que no se ajusta plenamente a su papel como el malvado emperador. Y nota muy especial para Javier Bardem, dando vida a la transformación de la que Paul se lamenta al final del libro: «He visto a un amigo convertirse en un adorador» 

Villeneuve ha entendido perfectamente la obra de Herbert, pero también conoce las herramientas de su arte y ha decidido que para contar una historia tan compleja como esta en dos películas, tenía que cribar el contenido sobre el que se basa. Sobre todo, cuando no quieres comenzar con textos que se arrastren por la pantalla o lo que te interesa es usar la pureza de la imagen para contar tu relato, con el apoyo mínimo de la palabra hablada. 

Lo importante de una adaptación es que no borra el material del que parte. El Dune de Villeneuve ha expuesto —con brillantez— tan solo una de las capas del Dune de Herbert. El resto sigue ahí para que los curiosos puedan explorarla y perderse en las arenas de Arrakis, quizá cabalgando al Hacedor.

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13 Comments

  1. Fouquier

    No podía faltar la tontería: «genocidio del pueblo palestino».
    Sí ha faltado alguna mención al cambio climático y otra al empoderamiento de las mujeres para acabar de redondear el texto como está mandado.

    • LePeisens

      Precisamente iba a comentar lo mismo sobre hablar del «genocidio» Palestino.
      En todo caso, una de las mejores experiencias que he vivido en una sala de cine, apabullante film.

    • Falastin

      Siempre tiene que haber en los comentarios alguien que le falto el oxigeno al nacer

    • Redio Dell'Oro

      Si alguien, sobre una alusión al pogromo del 7 de octubre, soltara una basura como la que tú sueltas sobre las masacres de palestinos, ¿qué respuesta merecería?
      Pues eso. Anda, ve y míratelo.

    • Sí, genocidio. Ésa es la palabra que te ofende y que se está produciendo mientras seguimos con nuestras vidas normales. Más de 30.500 muertos: 8.800 mujeres y 13.230 menores de edad, además de 340 trabajadores sanitarios y 132 periodistas. Genocidio. Con todas y cada una de las letras.

  2. Oliver

    Paul se puso el nombre del cráter con forma de ratón en la segunda luna de Arrakis, no como la sombra de un ratón en la segunda luna de Arrakis, algo que me intrigó siempre.

  3. Navegante

    No creo le fuera ajeno a Herbert la situación de esas tierras al escribir su Dune, otras influencias aparte. La primera recuerdo se me hizo de «pesada digestión» en un primer visionado, no así en el segundo; de tempo pausado, con algún detalle -toros, gaitas…- un tanto extravagante en la imaginería de los Atreides y sobre todo, con un atronador acompañamiento sonoro que mejora enteros en esta sagunda al potenciar la imagen sin disputa en el protagonismo por parte del Sr. Zimmer.
    A Villeneuve le interesa la imagen, lo contemplativo; Bien que lo demuestra haciendo de Arrakis un protagonista más, sino el principal, es su opción pero se priva de un valioso activo sobre todo en los momentos en los que se traslada a otros parajes. Si, echo de menos diálogos de altura como los de la casi inevitable comparación con el clásico de Lean. El resultado lo merece.

  4. Eusebio, primeramente agradecer tu artículo y expresar mi admiración por tu forma de escribir. Respecto a mi opinión, lo primero me declaro fan de Dune en general. Pero he de reseñar que el amorío de Paul y Chani resulta cansino, con exceso de merengue hasta el hartazgo. Además, creo que el Barón Harkonnen se pasa de tenebroso hasta resultar insulso y aburrido, forzado hasta el bostezo. Respecto a los Fremen, con un Bardem y su cuadrilla más payasetes que guerreros, desmerecen. Todo lo demás espectacular.

  5. Gracias por el artículo. Aún no he podido ver Dune. Parte II, pero me imagino que me pasará como con la mayoría de las películas de Villeneuve: una propuesta visual y sonoramente espectacular y apabullante, que me encantará, pero a las que le faltará algo para ser completamente redonda. Supongo que la clave la aporta el propio director cuando resta importancia al diálogo obviando que uno de los aspectos que hace que su Blade Runner 2049 se quede muy lejos de la obra original de Ridley Scott es, precisamente, la falta de alguna línea de guion capaz de transcender. Igual que ocurre con Sicario o La llegada, dos grandes películas, pero de las que no creo que nadie pueda recordar ningún diálogo destacado.

  6. gordiflaco

    Intenté leer la novela hace muchos años. Me resultó insufrible el rollo de duques, barones y yihad. ¡Feudalismo en el siglo veintitantos!, ¡qué deprimente! . Pasé. Cuando veo en la publicidad a un tipo gritando «soy el duque de arrakis» (lo que parece un plagio de Russell Crowe en Gladiator: «soy máximo décimo….») decido que también paso de la pelicula. Y la de David Linch es simplemente «horrorosa».

  7. Radomir

    Un pequeño error que he notado en el artículo. El sikorski comanche nunca voló. Solo fue un prototipo

    • Eusebio Arias

      Caramba, totalmente cierto. Estaba pensando en los Apache, en realidad, pero se me fue al Comanche. Gracias por la aclaración.

  8. Fernando Martinez

    Dune es uno de mis libros favoritos de Sci-fi y comprendo la complejidad de su adaptación al cine y me gustan las bellas imágenes de Villeneuve, pero me faltan diálogos en la película. El proceso de cambio y transformación de Paul Atreides es muy complejo en el libro y en la pantalla no queda bien explicado, así como la importancia de las Bene Gesserit. En fin, son muchas tramas las que se desarrollan en el libro. Ojalá sirvan estas estupendas películas para que la gente lea los libros.

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