Dentro de la cultura irlandesa existe todo un universo de naturaleza ficticia e ignota. Un mundo feérico habitado por extravagantes seres imaginarios, criaturas que han sido tejidas cuidadosamente como leyendas desde las tablas de los vodeviles locales del siglo XVIII. Una tierra de fábulas conocida como Oireland.
Porque Oireland es el nombre con el que los irlandeses han bautizado sarcásticamente al país imaginario que construyen las ficciones cuando intentan retratar sus tierras. Esa Irlanda estereotipada, pincelada en series y películas, que habita el subconsciente colectivo de quienes creen que Dublín está plantado en Escocia. Oireland es la tierra que apila todos los tópicos irlandeses baratos: una nación formada por villas de granjeros pelirrojos, bautizados «Mac-Algo» u «O’ Lo-que-sea», y engalanados exclusivamente en diferentes variantes del color aceituna. Gente campestre que dice mucho «Aye», se da los buenos días con puñetazos en la cara y son, en la práctica, contenedores con patas de Guinness. Curiosamente, esa versión ficticia de Irlanda alberga, como si se tratase de una matrioska de fantasía, otra fábula en su interior. La idea de que la mitología del país orbita en torno a la figura del leprechaun. Un duende bajito de barba roja, ropajes verdosos y cuyo plan de ahorros se basa en guardar todo su dinero en el interior de un puchero, cuya ubicación exacta está convenientemente señalizada por un GPS de naturaleza atmosférica visible a kilómetros. Pero esta percepción de la tradición feérica irlandesa está bastante errada. En realidad, el leprechaun no forma parte de la mitología clásica del país, sino que es hijo del folclore posterior, más moderno y de menos abolengo. En los campos fantásticos irlandeses no todo el monte es leprechaun. Y menos mal, porque hay pocas cosas más sospechosas que un señor barbudo escondido entre los arbustos prometiendo dinero a quien se le arrime.
De dioses y monstruos
Existen dos corrientes principales en la mitología celta clásica, la goidélica y la británica. Ambas comparten ciertos elementos pero tienen el detalle de no solaparse entre sí, ofreciendo aventuras exclusivas en cada rama. Irlanda se adscribe a la vertiente goidélica, con un nutrido ramo de leyendas que fueron convenientemente organizadas y clasificadas por una tropa de monjes muy ociosos en cuatro packs de cuentos y poemas denominados «ciclos»: el Ciclo Mitológico, el Ciclo del Úlster, el Ciclo Feniano y el Ciclo de los Reyes. Pero el origen de estas fábulas se remonta mucho más atrás de esa tarde en la que un puñado de frailes cristianos le dieron al copypaste medieval. Porque dichas historias tuvieron su episodio piloto en algún momento incierto de la Irlanda prehistórica, varios siglos antes de Cristo, donde eran narradas oralmente alrededor de las hogueras y similares puntos de interés.
En aquel antiquísimo y pagano periodo celta fue donde se coció el origen de los relatos sobre los Tuatha Dé Danann, la estirpe de entidades divinas e inmortales que precedió al ser humano en los bosques irlandeses. Un linaje cuyo reparto de seres extraordinarios conformó la primera alineación mitológica del lugar. Criaturas como Dagda, un encapuchado gigante barbudo portador de complementos loquísimos: una maza capaz de arrebatar la vida con uno de sus extremos y otorgarla con el opuesto, un caldero que nunca llegaba a vaciarse, y un arpa que controlaba las emociones y las estaciones. La diosa de la guerra Mórrígan, una mujer con el don de metamorfosearse en cuervo, o de presentarse en formato tres por uno, adoptando la apariencia de un trío de hermanas, como reflejo de las tres etapas vitales: la doncella, la madre y la anciana. Nuada, un rey guerrero que podría considerarse el primer cíborg de la historia al poseer un brazo de plata funcional, diseñado a pachas por un dios herrero (Goibniu) y un dios curandero (Dian Cécht) para apañar el destrozo sufrido por el luchador tras una batalla. Aengus Óg, una deidad de la poesía, guaperas y eternamente joven, con el superpoder de transformar sus propios besos en pajarillos que enamoraban parejas con su canto, o perseguían a sus enemigos burlándose de ellos, ofreciendo tortura psicológica en formato roast de fantasía. Lugh Lámfada, un espléndido guerrero rubiales, ducho en numerosas artes, que fundaría sus propias olimpiadas al instaurar los Juegos de Tailteann. La pluriempleada Brigid, una poetisa, sanadora, forjadora, protectora y diosa de los animales domésticos. O Mannannán, guardián del Otro Mundo y deidad de los océanos que, además de un nombre con pinta de estribillo pegajoso, poseía una barca con piloto automático y un caballo, llamado Aonbharr, capaz de trotar sobre las aguas.
En la tradición irlandesa, toda esta colorida tropa de los Tuatha Dé Danann era el divino equivalente a los buenos de la película. En el bando contrario, se encontraba la malévola raza de los fomorianos. Una casta de villanos a quienes se les veían las intenciones desde lejos porque, como dicta el tropo de la fealdad como evidencia de malicia, estaba compuesta por seres amorfos, monstruosos, con un número erróneo de extremidades básicas, contrahechos, jorobados o directamente mutantes al lucir cabezas de cerdo, toro, cabra y similares animales de granja.
Los fomorianos, como buena asociación del mal, no eran un simple grupo de masillas cojoneros, sino que también alojaban en sus filas a varias superestrellas. Figuras perniciosas entre las que se encontraba gentuza como Balor, un gigante camorrista residente de la isla Tory y poseedor de un único ojo en el centro de su frente, cuya mirada podía causar desgracias, marchitar geranios, incendiar los campos y destruir lo que se le pusiese por delante. Cethlenn, esposa de Balor, una mujer capaz de ver el futuro y culpable de lanzar una jabalina que alcanzaría a Dagda, el coloso guerrero de los Tuatha Dé Danann, causándole una herida mortal con algo de lag: el pobre Dagda fenecería como consecuencia del pinchazo, pero ciento veinte años después de recibirlo. El fomoriano Elatha se presentó en los ciclos literarios como un príncipe de las tinieblas, y probablemente sufrió bastante bullying por culpa de tener un cuerpo no normativo dentro de su estirpe: el tío era tremendamente guapo. Bres fue otro célebre fomoriano de naturaleza inusual por culpa de un linaje mixto, consecuencia de ser el vástago de una madre Tuatha Dé Danann (Ériu) y un padre fomoriano (Elatha). Gracias a ese remix genético, Bres ocupó temporalmente el trono de los Tuatha Dé Danann, sustituyendo a Nuada, el cíborg de la manita de plata, porque las leyes del lugar obligaban a los monarcas a tener todas las extremidades en su sitio. Tras un reinado cruel y desastroso, Bres acabaría siendo rescindido como rey, y relevado por un Nuada que reapareció en escena con un nuevo brazo de carne y hueso, implantado a base de remiendos mágicos.
Las desavenencias belicosas entre los fomorianos y los Túatha Dé Danann fueron constantes, despiadadas y culminaron en la segunda batalla de Mag Tuired. Una gresca de dimensiones épicas, donde líderes de los Tuatha Dé Danann como Lugh y Nuada derrotaron a jefazos fomorianos como Balor y Elatha.
Tras tanto rifirrafe divino, descrito en las páginas del Ciclo Mitológico, las narraciones irlandesas descendieron hacia planos más mortales en los tres ciclos posteriores. Componiendo una colección de hazañas y acontecimientos protagonizados por reyes y héroes de guerra, donde las pinceladas sobrenaturales hacían acto de presencia de tanto en tanto. Por eso mismo, dichas aventuras resultan menos interesantes para quienes persiguen bestiarios fantásticos. Ojo, por ejemplo, al texto más destacado de esta etapa tan terrenal, el Táin bó Cúailnge, apodado ocasionalmente como «La Ilíada irlandesa». Su historia comienza con alma de Matrimoniadas, con una pareja de monarcas (el rey Ailill mac Máta y la reina Medb) discutiendo en el lecho sobre quién posee más bienes. Y continúa con la competición entre ambos por hacerse con un mítico toro mágico (Donn Cuailnge) que otrora fue hombre y ahora es tremendo semental. Una disputa por adquirir al astado que degeneraría en batallas innecesarias con decenas de secundarios muertos en el proceso.
Todo este cacao de árboles genealógicos divinos, monárquicos y heroicos, junto con los tejemanejes contra las fuerzas oscuras, nació en forma de cuentos populares. Aventuras que, siglos más tarde y al ser ordenadas por los monjes medievales, sufrieron numerosas alteraciones, algo habitual cuando la Iglesia opta por el apropiacionismo de lo pagano. Ocurrió que los religiosos no se limitaron a calcar los relatos, sino que aprovecharon para reinterpretarlos, ampliarlos y modificarlos, con jugarretas como disimular la naturaleza divina de los Tuatha Dé Danann, para que aquella no entrase en conflicto con otro mito famoso centrado en un hippie de Nazaret al que clavetearon en dos palos. Curiosamente, y de manera paralela a esos textos oficiales, cierta tradición oral repleta de criaturas fabulosas continuó dando guerra por su propia cuenta.
De hadas y monstruos
Al margen de las adaptaciones literarias cristianas, y en ocasiones enredándose con ellas, numerosas leyendas fantásticas también sobrevivieron en la memoria de la sociedad irlandesa. Algo que lograron transmitiéndose de generación en generación mediante canciones y cuentos que se entonaban y recitaban alrededor del fuego o durante celebraciones especiales, como bodas, festejos, el Día de San Patricio, la época navideña o aquel Samhain que fue la semilla celta del Halloween moderno.
Al poeta escocés Andrew Lang, un ávido coleccionista de fábulas, se le suele atribuir la definición del folclore irlandés como terreno exclusivo de las hadas. Y no andaba desencaminado el rimador, pues el grueso de las criaturas mágicas de Irlanda está compuesto por dicha familia de seres. Otro poeta, en este caso irlandés, llamado William Butler Yeats se tomó la molestia de clasificar a las hadas de sus tierras en dos grandes grupos: hadas de comuna y hadas solitarias. Las primeras son aquellas acostumbradas a convivir en sociedades numerosas y pueden ser tanto dañinas como amigables con los seres humanos. Las segundas son especímenes huraños y aislados, entes que generalmente suelen ser bastante cabrones con las personas. La folclorista británica Katharine Mary Briggs también apuntó la existencia de un tercer grupo de «hadas domesticadas», aquellas que vivían compartiendo piso con familias humanas.
La raza irlandesa de las hadas, denominada popularmente aos sí, es descendiente de las deidades Tuatha Dé Danann y goza de línea directa con los entresijos del Otro Mundo. En nuestro plano terrenal, sus miembros pueden habitar árboles de espino, montículos, viviendas de granjeros, colinas o cuevas. Y resulta fácil saber qué terrenos habitan las hadas más jaraneras observando las calvas de césped en los campos, evidencias inequívocas de que los seres feéricos han estado bailando por el lugar. Es importante señalar que la familia de hadas irlandesas no se adscribe a la imagen clásica de chavalilla desvergonzada, desnuda y alada que va por ahí repartiendo polvos mágicos y prometiendo vuelo libre. En realidad, la raza de hadas en Irlanda agrupa a toda una colorida comitiva de seres sobrenaturales de índole diversa, tanto animales mágicos, como duendecillos molestos, monstruosidades repelentes, apariciones sobrenaturales o hados varones como el afamado leprechaun.
Entre la pandilla de hadas irlandesas ilustres militan personajazos como el clurichaun, un vivaracho hado solitario con envergadura de gnomo que acecha en los rincones oscuros de las cervecerías, los pubs o las bodegas. Y que basa toda su existencia en encadenar cogorzas apoteósicas. El gancanagh es otro hombrecillo feérico con querencia por los vicios al carecer de sombra pero no de libido, dedicando cada jornada al noble propósito de seducir y ayuntar con señoritas. La leannán sídhe se presenta como una mujer hermosa que también gusta de guerrear entre las sábanas, convirtiéndose en amante y musa de varones humanos desprevenidos a quienes acaba enloqueciendo y arrastrando a la muerte. Los far darrig, conocidos como «niños rata» mucho antes de que internet abrazase el término, son la versión puñetera del duende casero: se cuelan en las viviendas para gastar bromas a sus inquilinos, romper enseres, avivar las pesadillas o sustituir a sus bebés por los hijos de otras criaturas.
Las hadas cait sídhe poseen el aspecto de gatos negros con una mancha blanca en el pecho, pero tienen el tamaño de un perro gordo. Suelen rondar las casas ajenas durante el Samhain en busca de platos de leche, bendiciendo los hogares que dejan la lactosa a mano, o secando las ubres de las vacas en aquellas viviendas en las que no hay bebida a la vista. Los cù-sìth lucen como perros, adoptan las dimensiones de un ternero bien cebado, y son capaces de pegar tres ladridos que resuenan a kilómetros de distancia y suponen una condena para aquel que los escuche: si uno no logra encontrar refugio a la altura del tercer ladrido está condenado a, literalmente, morirse de miedo.
En la vertiente más feísta y maliciosa, el reino de las hadas irlandesas también goza de un buen catálogo. La banshee es un espíritu aterrador con la apariencia de una mujer demacrada, de melena desgreñada, ojos rojos y cara pocha, que se persona declamando lamentos o pegando berridos para anunciar la inminencia de un deceso. El fetch adopta el aspecto de un doble, un doppelgänger, de una persona viva, y su comparecencia suele ser el presagio de que al humano original le quedan cuatro suspiros antes de palmarla. El alp-luachra es una versión inversa del alien de Ridley Scott, un bichejo asqueroso, con pinta de intestino con dientes y patas, que se desliza al interior del estómago de sus víctimas, cuando aquellas duermen en el bosque, para quedarse ahí a vivir, consumiendo toda la comida ingerida por el desdichado infectado.
Hadas y hados aparte, Irlanda remataba el bestiario local con una muy nutrida colección de otras monstruosidades de mundos de fantasía: jinetes sin cabeza que cabalgan portando la testa cercenada bajo el sobaco y azuzan al caballo utilizando una espina dorsal humana (dullahan), fantasmas de la hambruna (el fear gorta), bichejos con aspecto de ser hijos del idilio entre un perro y una nutria (dobhar-chú), espíritus de muertos que surcan el cielo como si fueran bandadas de pájaros y se meriendan las almas de los desprevenidos (sluagh), entidades cambiaformas (púca), goblins de río con aspecto equino (glashtyn), sirenas (murúch), gigantescos pajarracos de tres cabezas (ellén trechend), serpientes marinas que inspirarían el mito del monstruo del lago Ness (oilliphéist), o irlandeses abstemios. Que los dioses paganos bendigan a Oireland.
Irlanda es uno de los países con más historia
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