Un retrato de época
Un profesor de lentes, saco y corbata habla frente a un grupo de estudiantes universitarios. Detrás de él, un pizarrón con un par de palabras escritas. Una estudiante comenta que una de las palabras escritas la hace sentir incómoda y pide que la borren. El profesor y la estudiante discuten. Ella toma su mochila, cruza la puerta del aula y se va. En el pizarrón se puede leer: «The Artificial Nigger», Flannery O’Connor.
La palabra incómoda es nigger. La estudiante anónima es quien decide aislarla, traducir su sentido al presente e indignarse. Por fuera de esa elección, cuatro palabras flotan como fantasmas, incómodas. Este primer conflicto es una de las pistas narrativas de American Fiction, la última película dirigida por Cord Jefferson.
El profesor, interpretado por Jeffrey Wright, es Thelonious Ellison, a quien los más cercanos apodan Monk. Un escritor americano que tras esa escena, es invitado, por parte de la comisión directiva de la institución, a un retiro voluntario. Él acepta ese pedido bajo la excusa de invertir ese tiempo para escribir y visitar a su familia.
Cuando se tipea Flannery O’Connor en Google, una de las primeras notas que aparece en el buscador es un artículo del New Yorker. El autor es Paul Elie y su título tiene todo lo que se necesita en estos tiempos para que aparezcan las ganas de dar clic: «How racist was Flannery O’connor?». La nota es una especie de biografía en la que se mezcla la relación entre su obra de ficción y sus cartas íntimas con comentarios intolerantes e hirientes para la sensibilidad de estos tiempos.
«En el nuevo combate político por reformar los planes de estudios y adaptar los programas, hubo en Francia varias peticiones para que los alumnos puedan salir de clase y no tengan que leer algún programa que podría ofenderlos. Los profesores que discrepan con el Nuevo Orden, que consiste en igualar la moral, la ideología, la ciencia y la reflexión intelectual, son amenazados». escribe Ariana Harwicz en su último libro, El ruido de una época, publicado por Editorial Marciana para su colección no ficción.
La discusión entre Thelonious Ellison, la estudiante y la posterior sanción por parte de la institución es un retrato del paisaje de este tiempo, ese que se sostiene sobre la corrección política en distintos ámbitos de la vida, como la esfera educativa, el periodismo, y hasta el arte en sí mismo, donde se pone como eje central el respeto a los sentimientos por sobre el sentido de la historia y el valor de la ficción.
Un cuento de otra época
Un abuelo y un nieto huérfano, blancos del sur de Estados Unidos, deciden ir desde su pueblo a la ciudad de Atlanta en tren. Nelson, el nieto, y Head, el abuelo, tienen una relación compleja. Nelson quiere volver y conocer su ciudad natal, él sabe, por su abuelo, que ha nacido ahí y que a los cinco años, por distintas circunstancias, tuvo que mudarse a la casa de su abuelo. Head, por su parte, quiere destruir las esperanzas del joven de conocer esa ciudad, uno no sabe bien si por resentimiento o por temor a lo desconocido. En uno de los tantos diálogos del comienzo, el abuelo advierte a su nieto que la ciudad está llena de negros. Head sabe que Nelson nunca vio uno, o que al menos no recuerda lo que es un negro.
En un momento, ya en el tren, pasa un hombre por el pasillo. La atmósfera es minuciosa, la forma de construir los personajes sin describirlos genera una identificación profunda, el narrador es una tercera persona omnisciente, los diálogos son hilarantes, cargados de modismos geográficos pero precisos. El abuelo le pregunta a su nieto qué es lo que acaba de ver. Este responde un hombre, después dice un hombre gordo, por último dice que un hombre gordo y viejo. El abuelo se burla y le responde que eso que vio pasar es el primer negro que vio en su vida. El niño, desde su inexperiencia, enojo e incredulidad, responde: «You said they were black, you never said they were tan». Tan puede ser leído como marrón, canela o tostado, también puede ser comprendido como una expresión para nombrar una piel bronceada por su exposición al sol.
El escritor argentino Ricardo Piglia decía que un cuento siempre cuenta dos historias, que cada historia se cuenta de un modo distinto y que los puntos de cruce son el fundamento de su construcción. El cuento de O’Connor narra en primer plano la historia de un abuelo con su nieto y en segundo plano la historia de los colores de piel entre el campo y la ciudad de Estados Unidos en los fines de la modernidad.
«The Artificial Nigger» es un cuento de Flannery O’Connor, una escritora georgiana que vivió entre los años 1925 y 1964. Está publicado en The Best American Short Stories of 1956 y es el sexto cuento de los diez incluidos en A Good Man Is Hard to Find and Other Stories. Existe su versión original en inglés y varias traducciones al castellano. El cuento se puede buscar en Google, pero es necesario tipear el texto completo para que aparezca en el buscador. Los motores de búsqueda también son la gramática del presente.
Después de la lectura del cuento, la primera escena de American Fiction cobra otro sentido y pone sobre la mesa a una estudiante posmoderna que, por su afán sensible, decide no leer un relato de ficción que propone un tratamiento mucho más profundo sobre lo racial que su escandaloso enojo por una palabra. Hoy en día, gran parte de la sociedad, parece preferir una emoción pura que una historia impura, más si la emoción viene de la categoría juventud. Pero es válido recordar que las purezas de las emociones nunca fueron el fin de la literatura.
Las buenas intenciones
American Fiction está inspirada en la novela Erasure de Percival Everett, otro escritor estadounidense, como O’Connor, nacido en Georgia. En una entrevista, el autor del libro dice que su novela trata de un escritor que no está contento con el tratamiento de su trabajo y que por eso hace lo que hace. Entonces, la pregunta es: ¿por qué no está contento con el tratamiento de su trabajo? ¿Qué es lo que hace?
Monk, el personaje principal, está enojado con el mundo que lo rodea porque su literatura es demasiado compleja para el mercado editorial que lo rechaza, pero también está cansado del mundo académico y su crítica endogámica. Su vida es demasiado triste pero, al fin y al cabo, es él quien se ha encargado de edificar su propia ruina y es también quien se ha tendido sus propias trampas. Aunque él es quien ve el mundo como si éste estuviera en su contra, muchas veces, el mundo parece estarlo.
Por eso decide vengarse. Después de un suceso traumático, una noche, abre su laptop, y comienza a escribir un libro repleto de clichés, lugares comunes, frases hechas y conceptos cerrados. Hace esa literatura de la que él, supuestamente, está en contra. Así, bajo ese enojo, escribe el libro que el mundo editorial le pide: un libro sobre negros, escrito por un negro.
Da vueltas sobre el título, llama a su agente literario y le comenta, con cierto entusiasmo irónico, que tiene un libro para ofrecer bajo la firma de un seudónimo. El agente acepta leerlo y, tras las insistencias de Monk, lo envía a algunos contactos. A los días, una conocida editorial llama y ofrece una gran suma de dinero de adelanto por los derechos.
El autor apócrifo que decide inventar es un hombre negro, un criminal que escapa de la justicia por sucesivos delitos y que, supuestamente, ha escrito ese libro porque es lo que vivió, su experiencia. Eso es lo más importante. Los editores se exaltan y emocionan bajo esta premisa. La editorial premia lo real, cree que unir ficción y realidad son una clave para la venta, y así promueven la homogeneización entre autor y obra como punto a resaltar.
El film pone en el centro de su existencia cómo es construir literatura en un mundo ahogado de literalidad, donde las preguntas que importan son las del orden de lo identitario: ¿quién hizo esta obra? ¿Por qué hizo esta novela? ¿Cómo la hizo? ¿A qué se dedica quien publicó este relato? Poco importa en sí el valor de lo que se encuentra dentro del libro.
«Se buscan traductores afrodescendientes para traducir a autores afrodescendientes, no binarios para traducir no binarios. Esa reducción del ser humano a su condición genital, biológica, de identidad de género, sexual o a su color de piel, es propia del fascismo. Es una clasificación de la que huyeron horrorizados en el siglo XX y que hoy estamos, colaboradores mediante, retomando en el arte. Vaciar el lenguaje de violencia es imposible», dice Harwicz, más adelante, en ese mismo libro compuesto de 129 páginas contra el realismo cultural.
Eso es lo que parece detectar Thelonious Ellison. El mundo editorial premia y ovaciona a quienes escriben desde y por una identidad. Su discurso es que el fin de la escritura es hacer el mundo más justo y el medio para cumplir ese fin es conseguir autores que escriban sobre guetos con consignas raciales. Marginados desde los márgenes. Él sabe muy bien que el camino que acaba de elegir lo dirige hacia el infierno pero igualmente hacia ahí se dirige.
Las malas lenguas
El mayor inconveniente de la acción realizada por Thelonious Monk y su agente literario es que funciona. El libro, bajo el título Fuck, se transforma en un bestseller y su repercusión llega hasta el punto de aterrar al personaje por el monstruo que ha creado. Eso mismo que construye como parodia se convierte en su propio drama. Un autor no real, es decir, un invento, fagocita al verdadero autor debido a que la obra termina cobrando vida propia. Justicia poética: lo que el personaje principal no puede controlar es la división entre autor y obra.
En la última década ha resurgido un debate que parecía estar saldado, ese que instala la polémica entre obra y autor. Esta operación tiene múltiples aristas y diferentes actores pero un objetivo en común: acabar con la literatura en pos de la literalidad.
No poder separar una obra de un autor, y es más, saber más de la vida íntima o pública de una autora que, por ejemplo, en la literatura, de sus textos ficcionales, es uno de los principales mecanismos de lectura de una forma de ver el mundo. La no-lectura es la verdadera lectura de la época.
Para leer más allá de una identidad es necesario atravesar una obra con otra. Una definición de ensayo podría ser esa, atravesar una cosa con otra cosa y ver qué sucede. Leer una obra desde otra obra y no un autor desde otro autor, suena a consigna pero es una acción, una forma de estar en el mundo.
Tanto American Fiction como el libro de Ariana Harwicz ponen en cuestión la igualdad entre obra y autor. Dos géneros distintos se unen para que un susurro se desprenda de cada lectura: entre la obra y el autor hay un eslabón que siempre se pierde, ahí está su verdad.
Totalmente de acuerdo con el planteamiento del artista y de la película. Hoy en día no se atiende al contenido, a la historia, sino que se atiende a quién lo ha escrito y en qué circunstancias. Y este fenómeno se extiende incluso a las librerías. Me han llegado a recomendar un libro de ciencia ficción “porque el autor es chino”. No porque sea bueno o la historia te atrape o esté bien escrito. Es chino, y eso lo justifica todo. De los premios literarios, mejor ni hablar. Sólo se mira género, raza y orientación sexual de quien haya escrito el libro. Que esté bien o mal escrito es lo de menos. Son los tiempos que nos ha tocado vivir.
Si se refiere a Liu Cixin, la recomendación tendría que haber sido «a pesar de que el autor es chino». Porque como autor de ciencia ficción es espectacular, pero en el tratamiento de los personajes y de los valores, lo separa un abismo con la mentalidasd occidental.
Acabo de ver este simulacro de película: una monumental estafa, de una torpeza narrativa y superficialidad sonrojantes. La cuota woke de los Óscars de este año para que haya algún colectivo (en este caso los negros) representado. Insultante en su simpleza barnizada con un par de certeros pero obvios ataques a la industria editorial. Incomprensibles las nominaciones a los actores y a la película.
Pues a mi me ha gustado.
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