En los próximos 365 días, mi cuerpo va a recibir un total de dos mil quinientas cincuenta y cinco pastillas. Algunas durante el desayuno, otras en la comida y las últimas para cenar. Para alguien que, como yo, siempre ha intentado minimizar la medicación, huyendo estratégicamente de las consultas médicas y dejándolo todo al paso del tiempo y al poder sanador de mi propio cuerpo, el cambio es bastante drástico.
Tengo 57 años, mido 1m 86cms y peso 96 kgs. Soy nadador desde hace mucho tiempo, no de campo y playa, sino competidor en las competiciones autonómicas de la comunidad valenciana y en aguas abiertas. He nadado docenas de carreras en el Mediterráneo, incluida la mítica Tabarca-Santa Pola. Cada semana nado entre 10.000 y 15.000 metros, mezclando series aeróbicas con intervalos de gran intensidad. Puedo sostener mil metros en piscina corta a un ritmo de 1’30», lo que no me califica para ningún récord pero certifica que hay muchos metros detrás y mucha carga técnica en mis brazos y piernas. Cada año, celebro mi cumpleaños nadando series de nCx100m con salida a dos minutos, en donde nC=número de años cumplidos (significa que este año tocaba 5.700 metros), una ocasión que comparto con mis compañeros de natación y que termina normalmente con una calçotada y un asado argentino. Mi corazón es de deportista, tengo bradicardia y en reposo puedo bajar perfectamente de 40 pulsaciones (un aspecto que ya he comentado en relación a mis desmayos durante el juego en torneos de ajedrez, y que me ha apartado de ellos definitivamente).
En el último entrenamiento, algo iba mal. Era un entrenamiento totalmente técnico que consiste en la reducción del número de brazadas por largo (puedo nadar a crol, a ritmo, sosteniendo 16 brazadas sin mayor problema), un entrenamiento que se hace para mejorar la eficiencia del nado. Durante el calentamiento el dolor en el brazo derecho (como si estuviese atravesado por una lanza de hielo), en la mandíbula derecha (como si alguien me estuviese pinchando el hueso) y la opresión en el pecho (una sensación mezcla de hernia o acidez y falta de aire) me hicieron parar a los 300 metros. Lo primero que pensé es que era un ataque al corazón, lo cual se lo dije a mi compañero de ese día.
A partir de ahí mi cerebro empezó a jugar en mi contra: risitas, ji ji ji, ja, ja, ja, seguro que no es nada. Salí de la piscina, para asombro de mi compañero, que nunca me había visto hacer tal cosa. No fui al ambulatorio, me refugié en casa a descansar (mi mujer estaba fuera del país en ese momento, por lo que me encontraba solo). El dolor persistía, pero mi mente me seguía diciendo que no pasaba nada, que ya pasaría (aunque de vez en cuando seguía aflorando la certeza de que había tenido un infarto). Al día siguiente me puse a podar setos a mano, algo que me dejó exhausto a los veinte minutos. Y dos días después fui a Madrid, en un viaje-odisea en la que me vi colapsando en más de una ocasión. Sinceramente no sé cómo hice para sobrevivir ese viaje, los veinte minutos de caminata con una mochila de unos 10 kgs desde mi casa hasta el metro fueron un suplicio. Cada paso era un mundo, mirada al suelo, respiración entrecortada, sudor. Tuve que parar dos veces, pero mi amigo el cerebro me seguía diciendo que continuase, que ya pasaría. Al llegar a la estación mi cuerpo no quería más, pero aguanté, para algo me seguía creyendo inmune a cualquier problema (¡estás fuerte, esto se pasará en un par de días, aguanta!, me seguía diciendo ese mequetrefe de cerebro). En el tren a Madrid pude relajar y al llegar a casa de mis padres me fui directamente a la cama. El dolor durante la noche era insoportable, pero al día siguiente me encontraba un poco mejor. Pasó otra noche más y por fin, le pedí a mi padre que me acercara al ambulatorio. El dolor, la fatiga, la poca fuerza y el mequetrefe de mi cerebro que claudicó ante la insistencia de mi amigo JJ, que no paraba de mandarme mensajes para que fuese al hospital, obraron el milagro. Habían pasado cinco días desde que abandoné el último entrenamiento.
En el ambulatorio me hicieron un electrocardiograma y a los dos minutos de terminarlo activaron el protocolo de infarto. Me había dado, efectivamente, y como pensé en un principio, un ataque al corazón. A partir de ahí la sanidad pública española, posiblemente la mejor del mundo, actuó de forma implacable y celera. El ambulatorio se llenó de personal, los teléfonos no paraban de sonar para preparar la ambulancia que me llevaría al hospital Gregorio Marañón, cuya unidad coronaria ya me estaba esperando. Era como en las películas, pero yo lo estaba viendo desde dentro. Con varios chutes de nitroglicerina en mi lengua, dos vías preparadas en mis brazos, llegué al hospital.
Entretanto, los pensamientos seguían entretejiendo historias diversas, intentaba recordar qué hice, qué no hice, qué sentí, qué no sentía, cuándo, cómo. La gente cercana lo estaba pasando mal, mis padres, mis amigos, mi mujer y mis hijos que estaban en los Estados Unidos mientras yo seguía en estado de suspensión, «me ha dado un ataque al corazón», la certeza era ahora como una trampa que mi cerebro, aquel mequetrefe, no sabía cómo asumir de manera digna. Había un grado de incertidumbre acerca del estado de mis arterias coronarias: había sido un trombo, pero ¿dónde exactamente? ¿cuál era el verdadero estado de mis arterias, había sólo un trombo o había más puntos comprometidos? No se sabría hasta hacer la angiografía.
La atención fui impecable y el resultado final, feliz. Diagnóstico: infarto de miocardio agudo a raíz de una obstrucción en la porción medio-distal de la arteria coronaria derecha. La colocación de un stent (una maravilla de la tecnología moderna, fruto del trabajo colectivo y acumulativo de la ciencia, desde la biología hasta la física, pasando por la química y las matemáticas y, en particular del ingenio del hijo de un colectivero argentino en los años 80, el Dr. Julio Palmaz), me ha devuelto el flujo sanguíneo a la arteria y ha parado el proceso de muerte celular en el tejido del corazón. El daño ha sido asumible por un corazón que me sigue latiendo con fuerza y ritmo, como mis entrenamientos, a los que, me aseguran los cardiólogos, podré volver sin mayores problemas. Con el tiempo, las 2555 pastillas del próximo año se reducirán a un número menos impactante. Posiblemente bajaré la intensidad de algunos entrenamientos, iremos viendo. Estoy vivo, no tengo secuelas importantes y he aprendido una lección de vida o muerte; ante la más pequeña duda, hay que ser más listo que nuestro cerebro, un cuenta-historias que pretende enmascararlo todo, que da razones cuando no las hay, que minimiza riesgos y pinta el mundo como quiere. ¡No le hagas caso a tu cerebro y vete al hospital!
Me alegro que haya sido solo «un susto» ( aunque menudo susto).
¡Que vaya todo bien!
El cerebro es tu mejor amigo. Alguna vez no queda otra que correr el riesgo.
A lo largo de los años he conseguido traducir unos cuantos tópicos médicos:
“Una operación y quedará como nuevo” = Una más y me compro el auto nuevo.
“Su marido ha sido muy fuerte” = Tiene más suerte que el masajista de una estrella porno.
“Su abuelo tuvo complicaciones” = Se nos cayó de la camilla.
“Hay que hacer análisis” = N.p.i. de qué pueda tener, amigo. Espero que el dpto. no tenga que echar mano de la ouija.
“Lo siento mucho” = Me la sopla; el tercero de la tarde.
“No tuvo fuerzas para reaccionar” = Se me fue la mano con la anestesia.
“Tuvo problemas circulatorios” = Le hicimos una transfusión con sangre contaminada.
“Tres de estas al día durante dos años y estará como nuevo” = El representante farmacéutico me ha prometido un viaje a las Bahamas.
“Ningún paciente se ha quejado de mí” = Se murieron todos.
“Deje todo en mis manos” = Ve haciendo testamento.
Por alusiones (soy médico). Espero que no necesites nunca atención sanitaria (estarías en un dilema, dado el pobre concepto que tienes de este mundo), y que puedas dejar a tu cerebro al cargo de tus problemas. Un saludo.
No «eres» médico. «Trabajas» como médico. Mi alusión al cerebro tiene que ver con el artículo. Parece que sólo uno de nosotros dos lo ha leído.
Ya que los impuestos de mi madre pagaron su atención sanitaria y fue tratada como un despojo, en su memoria, vete a tomar por culo.
Hay que ver todo el dinero que se ahorra la gente en psicólogos gracias a Jot Down. En todas las profesiones hay gente buena y hay gentuza, hay gente que sabe y gente que no. Yo que le debo la vida a la medicina voy con más tiento a la hora de criticar en forma genérica.
No creo que le agradezcas nada a la frutera por venderte un par de kilos de manzanas. Sin embargo, ella evita que mueras de hambre. Tampoco le agradecerás nada al maquinista o conductor por un billete de tren o bus que pagas. Sin embargo, te lleva a tu trabajo y gracias a él puedes seguir sobreviviendo. ¿Por qué entonces has de dar las gracias por una asistencia sanitaria que has pagado y repagado? Pues ahí tienes a un ser élfico hablando de dilemas éticos de los que, evidentemente un personajillo con complejo de Dios adolece. Está acostumbrado a que la gente se muerda la lengua a su alrededor y le desagradó no encontrar a alguien hincando hinojos. Pues a tomar por culo nuevamente.
La referencia al sufrimiento de su familiar causa dolor al leerla, así que no me imagino lo que debió dolerle a usted. Lamento que tuviese usted que pasar por algo que se adivina espantoso, aunque no se conozcan los detalles. En cualquier caso, y dado que he podido equivocarme en hacerle llegar mis impresiones (no solicitadas), entenderé que me mande también a.t.p.c
Al único que he mandado a tomar por culo es al tal Marcos.
A mí no es que los médicos me caigan mal. Es que me ponen de mala hostia.
No he conocido un colectivo más clasista y retrógrado que ése. Ni más ogro. Ahora les van a quitar horas de guardia. Estarán frotándose las manos. Así podrán cazar más cheques en sus consultas privadas.
Es el único colectivo en el que la objeción de conciencia no conduce al paro.
Encima van de héroes.
Este artículo anima la mistificación, a desconfiar del cerebro e ir al hospital.
Para nada: el 99,99% de las veces lo sensato es no ir a ver a ningún colega de Harold Shipman.
¡Que todo sea maravilloso!