Moda

1924-2024: el siglo en que ganaron las deportivas

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Ha sido una batalla larga. Y no ha terminado. Que un hombre o una mujer bien vestidos puedan acompañar un traje o vestido con unas deportivas es una victoria cultural y sociológica. La inició el jugador de baloncesto Chuck Taylor al indicar que le gustaba jugar con las Converse. Aunque el salto a calzado de calle no comenzaría a fraguarse hasta mediados de los setenta, al sur del Bronx, Nueva York, y a ritmo de hip hop. Subcultura urbana y la zapatilla como expresión del gueto. Michael Jordan, en los ochenta, y desde el baloncesto, las hizo saltar de esa identidad underground a fenómeno de masas. Cuando a finales de los noventa y principios del dos mil las firmas de lujo presentaron por primera vez diseños propios en las pasarelas de alta costura, el cambio de uso, del deporte a la calle, casi se había completado. La pandemia puso el toque final, convirtiendo las deportivas en el calzado para cualquier ocasión. Nuevas generaciones convirtieron clásicos como las Air Jordan en sus iconos. Volvieron algunas viejas marcas por el efecto nostalgia. Las vistieron en bodas. Y aprovechando esta demanda masiva una empresa de distribución en nuestro país, decimas, creó su propia marca. Son síntomas de una transformación mental que ha durado cien años, una etapa a la que podríamos llamar «el siglo de las deportivas». Y una derrota para los puristas del buen vestir.

La moda en los pies es, al fin y al cabo, ese concepto un tanto neurótico que empieza con aquel hito de poner tacones a los hombres, en la corte del Rey Sol, acompañados de pelucas empolvadas y lunares postizos. Hasta que el observador del siglo XXI acaba preguntándose, mirando los cuadros, por qué Luis XIV parece una reinona, o si es que al monarca le iba lo de ser drag queen. Podemos reírnos de una comparación de mentalidades que están tan separadas, pero sin mediar tanto tiempo, ni tantos cambios, acaba de producirse uno de estos conflictos entre lo que es aceptable, y lo que no, según la ocasión, como calzado en las ocasiones especiales. La federación internacional de ajedrez, FIDE, obligó a cambiarse las zapatillas a Anna-Maja Kazarian en un torneo.

Esta holandesa de veintitrés años es campeona internacional de ajedrez, influencer de ese deporte vía Twitch y estudiante del grado de inteligencia artificial en Ámsterdam. Conoce bien el reglamento de la FIDE, ha participado en numerosos campeonatos, y la organización lo deja bien claro: no se pueden llevar zapatillas deportivas. La propia jugadora comentaba, asombrada tras el incidente, que ni en sueños se le hubiera ocurrido hacer deporte con sus Burberry´s de lona. Un calzado especial que se había puesto para una ocasión especial. De hecho la última vez que se usaron unas lonas para competir fue en los sesenta, cuando las Converse All Star aún eran las zapatillas elegidas por el noventa por ciento de jugadores de la NBA. Nadie, salvo un jurado de FIDE, duda que sean un calzado urbano, y eso dice mucho del enfrentamiento entre el antiguo mundo y los miembros de la Generación Z. Para quienes sus lonas pueden ser el zapato de tacón, o, en ellos, el que acompañaba el traje en ellos. Para muchas otras generaciones también, pero ellos son «nativos de zapatillas», por apropiarnos de ese término de nativos digitales.

Este caso reciente nos devuelve al origen de todo el asunto, al Bronx de los setenta. Llevamos zapatillas porque los cantantes de hip hop, los raperos, en una ciudad destruida por la crisis del petróleo, inventaron una identidad para sí mismos. Incluía toda una serie de símbolos, rapear, el graffiti, los vaqueros, las camisetas oversize, y las zapatillas de deporte. Lo inventó un colectivo negro que, a raíz de la Crisis del Petróleo de 1973, pasó a vivir en un infierno de pobreza y criminalidad. Y lo hizo para buscar una solución a los problemas que enfrentaban, y aún enfrentan. Así lo afirma al menos quien está considerado padre del hip hop, DJ Kool Herc, que insiste en la condición de esta música como una cultura de gueto. Era contracultural, y usar deportivas en cualquier lugar que no fuera un campo de juego, como los rapers, también lo era. De hecho cuando años después, ya en los ochenta, el grupo de rock Los Ramones incorporó las lonas blancas como un rasgo de su indumentaria, se entendió que calzaban esas zapatillas de obrero porque, como buenos punkies, iban contra la sociedad establecida.

Michael Jordan transformó el concepto. La historia de sus zapatillas se ha contado mil veces, pero aquella conexión con toda una juventud, que alcanzaría el mundo entero, tiene un detalle que a menudo se pasa por alto. Como el jurado de la FIDE, a los reguladores de la NBA no todo les parecía aceptable. No desde luego unas zapatillas que no fueran blancas en su mayor parte, con algún mínimo toque de color en todo caso. Las Air Jordan 1985, AJ1 para los expertos, llevaban demasiado negro y demasiado rojo. Y para mayor escándalo mezclaban dos colores. Inaceptable. Todos los espectadores lo sabían, pero cada vez que Jordan salía con ellas, aceptando las sanciones y multas de la NBA, el público enloquecía. Aquel jugador era un rebelde inconformista, que lanzaba un mensaje con el talento de su juego mágico: él ponía las reglas. Y así las AJ1 fueron las primeras deportivas que todo el mundo, al menos que toda la juventud de los ochenta, entendió como un símbolo de autoafirmación y rebeldía.

Pero en aquella década también persistía la idea de que eran un calzado de bandas juveniles y narcotraficantes. Un relato de terror de Stephen King, Sneakers, (zapatillas) ponía de protagonista a un chaval que calzaba unas, en una trama de venta de drogas. La banda de hip hop Run-DMC cambió esta idea al hacer su tema My Adidas. Su letra es un canto a ese sentimiento especial que casi todos hemos tenido alguna vez por unas zapatillas muy especiales. El de la ajedrecista hace unos meses. Tuvo tanto éxito que movió a Adidas a patrocinar a cantantes, además de a deportistas, y a abrazar la idea de que patrocinar activistas era una buena opción. La Adidas Superstar con puntera de goma sigue vendiéndose a millones desde entonces, es un verdadero clásico.

No fue la única marca que comenzó a descriminalizar las zapatillas. Puma, en lugar de quitar su patrocinio a Tommie Smith y John Carlos en las Olimpiadas de Los Ángeles 1984 buscó más atletas que también fueran activistas. Ellos dos, subidos al podio, y mientras sonaba el himno nacional de su país, EE.UU., bajaron la cabeza alzando el puño enfundado en un guante de cuero negro. El signo del Black Power, el movimiento contra la discriminación de los negros en EE.UU. También se descalzaron sus Pumas King, alzándolas asimismo, y dejándolas a su lado. Era una forma de aludir a la pobreza del colectivo negro en su país. Fue un escándalo, les echaron del estadio, pero ahora es la imagen de aquellas olimpiadas, y un referente para luchas modernas, como las de Blacks Live Matter.

La batalla por legalizar las zapatillas estaba en todas partes. Uno de los problemas, derivado en parte del hip hop, una cultura muy machista, es que no era un calzado para chicas. Ellas solo zapatos. Hasta que Nike convenció a los productores de Los Ángeles de Charlie, la serie de TV protagonizada por tres actrices, de que una de ellas, Farrah Fawcett, apareciera con unas Nike Senorita Cortezes. Un apunte, el peinado cardado ochentero de las chicas lo inventó ella. El estilo de los anuncios de champú. Y mil estéticas más de uno de los iconos estéticos más influyentes. Podemos atribuirle haber sido la primera mujer que feminizó las deportivas, con el añadido positivo que lo hizo desde una serie donde, salvando las distancias de mentalidad, ellas tenían el mismo papel laboral que sus compañeros policías, hombres.

Luego llegaron los noventa y la tecnología, los ordenadores, internet. Y ahí hubo otro punto. Las Reebok Pump, con un mecanismo que inflaba la suela para hacerla más blanda, cuando apretabas la pelota de la lengüeta. Son el gran hito tecnológico que no ha parado desde entonces, con drops, tipos de suelas, entresuelas, y la enciclopedia de términos que los runners más fanáticos, los maratonianos, dominan. Pero todo este relato tan comercial tiene un fallo evidente. Se limita al deporte, y no habla de cómo se hicieron las deportivas aceptables para llevarlas al trabajo. Fue gracias a lo tecnológico. ¿Cómo? Con los tipos que inventaron los ordenadores personales, e internet.

Adivina qué llevaban en los pies Steve Jobs y Bill Gates cuando trabajaban. Les vemos con traje y zapatos en las fotos oficiales, pero informales y con deportivas cuando aparecen en sus oficinas, junto a los ordenadores. Marcaron una tendencia que siguieron todos los creadores tecnológicos de Silicon Valley. La imagen actual de Marc Zuckenberg con camiseta y deportivas es ahora el canon allí. Si quieres ser como ellos, y triunfar con una app o con la IA, vístete como ellos. ¿Alguien se ha fijado en los pies de Sam Altman, uno de los creadores más famosos de la inteligencia artificial?

Ahora son pocos los ámbitos que van quedando donde una deportiva todavía no es admisible. Los juzgados si eres abogado, juez o fiscal. El sector financiero. ¿Los campeonatos de ajedrez? Lo cierto es que hoy una deportiva no puede estar más lejos de aquella identidad rebelde o underground del Nueva York de los setenta. Menos aún cuando Chanel, Balenciaga o Louis Vuitton las presentan con normalidad en sus desfiles. Y las revistas de moda explican cómo combinarlas con vestidos y trajes formales. La cultura ha transformado nuestra idea de un calzado bonito para los pies. Y no parece que luzcamos tan ridículos como Luis XIV en sus cuadros. Pero quién sabe cómo nos juzgará el futuro. Mientras tanto, disfrutemos en zapatillas.

 

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2 Comments

  1. Lettucea

    Pues lo siento pero cuando veo a un tío con traje impecable y zapatillas, estoy viendo a un desgraciado que no sabe lo que hace, digan lo que digan cuatro fantasmones «reyes de la moda».

  2. Gregorio Andreu

    Smith y Carlos hicieron el saludo de los Black Panthers en México 68. Lo vi en directo, como a Beamon y Fossbury. Su récord mundial duró más que el de Beamon, por cierto.

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