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‘Vinagre’, de Jorge Matías: el resultado nos da igual

«Hemos bebido como si tuviésemos problemas», escribí una vez. Denota pésimo gusto citarse a uno mismo, pero recuerdo aquel texto por ser de los más íntimos que he compartido nunca. Recuerdo cuándo lo escribí, el 29 de noviembre de 2011, porque al publicarlo en mi blog, años más tarde, lo titulé con esa fecha. Se me ha venido a la mente al leer Vinagre (Yonki Books, 2023), de Jorge Matías, y también he recordado aquellos tiempos en los que me pasaba bebiendo. Las veces, no tan pocas, en que se me fue de las manos. Noches que a menudo rememoraba como divertidas —casi siempre con ayuda de testigos— aunque muchas acabaran en llanto.

Vinagre, de Jorge Matías. Imagen: Yonki Books.
Vinagre, de Jorge Matías. Imagen: Yonki Books.

La primera vez que bebí en serio, la primera que salí con amigos del instituto y que hice botellona (de martini, blue tropic y ginebra, al menos), llegué al coma etílico y vino una ATS a pincharme a casa de mis padres. Cuando me fui de Erasmus a Dinamarca, aguanté apenas un par de horas la fiesta de bienvenida al curso, en el propio campus, hasta que me llevaron a un puesto de socorro. En las fiestas de Bilbao, ya mayorcito, fui a los baños y no volví, me quedé tirado en algún lugar. Cuando desperté a la mañana siguiente, comprobé que me habían robado, solo me quedaban unas monedas con las que logré, a duras penas, coger el tren de vuelta a la casa de veraneo y encontrar a mi madre con la cara descompuesta mientras mi padre y mi padrino recorrían la ciudad en mi búsqueda. Al parecer, antes de quedarme KO llegué a hablar con mi hermana por teléfono, pero ella no era capaz de entenderme. El alcohol no me dejaba vocalizar.

No me gusta la crítica cultural en primera persona, boyerista, pero si he empezado hablando de mí es porque Vinagre va de eso, entre otras cosas: de la vergüenza y la culpa que suelen formar parte de las resacas, aunque no se cuente; de las heridas que deja el alcohol en el cuerpo y en la cabeza; de la soledad que experimentan quienes se aturden con la bebida hasta ese punto de desconexión. Como reconocía aquel escrito, yo no me excedía bebiendo porque tuviera algún problema de verdad. Lo hacía, como tanta gente, para desinhibirme y porque, como tanta gente, me sentía solo. También por diversión y por inercia. Tenía amigos y familia que me querían y lo demostraban, tenía un contexto social estructurado y vivía como cualquier hijo de lo que entonces se podía llamar clase media, que al menos en nuestro caso suponía un estilo de vida humilde, pero más que suficiente. Era buen estudiante, o al menos se me daba bien. Quizá por eso necesitaba romper cosas, romperme un poco. Mi experiencia, es evidente, nada tiene que ver con la de Jorge Matías, pero cuando terminé este libro, pensé que un poco sí, y creo que uno de sus mayores logros es inocular esa idea en el lector. No todos hemos sido alcohólicos, pero todos podríamos haberlo sido, lo que no resultaría tan fácil con otras drogas. Y ahí he soltado un spoiler: el autor considera la bebida una droga con todas sus letras y sus peajes.

Vinagre es un libro de memorias y reflexiones publicado por Yonki Books, editorial fundada y dirigida por Oihan Iturbide cuyos títulos podrían encajar en el estante de la autoayuda. Parece inevitable temer un tufillo moralista en quienes exponen los peligros de la adicción y comparten su historia de superación —otra categoría aborrecible para muchos, entre los que me incluyo—. Pero los moralistas, como recuerda Jorge Matías en su libro, somos quienes los (pre)juzgamos. La intención de estas obras no es dar lecciones ni enseñar a vivir, sino ofrecer compañía y estimular el pensamiento; como cualquier obra literaria. Lo hacen, eso sí, con un tono provocador e irónico, el mismo que se desprende del nombre de la editorial. Ayudan a hacerse preguntas y son auto-, como ya nos viene quedando claro que lo son tantísimos libros, de no ficción y de sí ficción.

Este sello ya había publicado otros reveladores títulos en torno al alcohol, como los de David Nutt y Laura McKowen, gente de éxito en sus respectivos ámbitos profesionales que han sobrevivido para contarlo. Es un tema que nos ronda, sin duda. En los últimos años se han publicado libros como Lagunas, de Sarah Hepola; La última copa, de Daniel Schreiber; Yo, adicto, de Javier Giner; Beber, de Pere Aznar; La vergüenza, de Cristian Fulaș, e incluso Excelentísimos borrachos, de Carlos Janín, todo un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables. Hace muy poco Luna Miguel publicaba un artículo sobre la relación entre el alcohol y la literatura, y su propia experiencia con ambos. Pero el caso de Jorge Matías es distinto. Obrero del metal por necesidad  y escritor por cabezonería (colaborador desde hace años en medios como La Voz de Asturias, eldiario.es, La Marea y esta casa), creció en el peor barrio de Alcalá de Henares, en una familia de cinco hermanos con un solo sueldo en casa. «No hay historias escritas por alcohólicos de clase obrera españoles», señala, pese a que se trata de una droga transversal, universal. Y añade: «Las cicatrices se les notan más a los pobres y, además, está feo que las vayas enseñando por ahí». 

Después de la primera confesión que contiene el libro, la de su alcoholismo, la siguiente es la de que siempre quiso ser escritor, siempre ha escrito. Así que se puso a hacerlo. Y le salió su primer libro, este Vinagre.

Solo beber (beber solo)

Cuenta el autor que sufrió acoso escolar. De ahí le sobrevendrían el miedo, primero, y la frustración, más tarde, de una vida errada. Admite que es difícil distinguir los fallos de los aciertos y que incluso cuando se toma un camino por decisión propia, el destino puede ser frustrante, distinto a lo imaginado o a lo que nos vendieron. «Pero yo no elegí nada», subraya. «Solo quería desaparecer». Desaparecer solo.  

Vinagre es un relato sobre la soledad, porque «en el camino del exceso no existe ningún tipo de compañía, aunque estés rodeado de gente». Ese es uno de los motivos que empujan al alcoholismo, el hábitat en el que esta adicción prospera y al que Jorge Matías apunta. No en vano, menciona en un par de ocasiones su admiración por el escritor oscense Javier Tomeo, en cuya obra la soledad es un concepto clave. El crítico literario José María Pozuelo Yvancos ha llegado a identificar cuatro de sus novelas como una auténtica «Tetralogía de la soledad» (que no incluye, por cierto, a los dos protagonistas de La soledad de los pirómanos) en la que retrata a seres incomunicados, encerrados en sí mismos. 

En el libro que nos ocupa, Jorge Matías desmonta el mito de que darse a la bebida tenga que ver con el (des)amor, pero no tener pareja o, mejor dicho, sentirse solos ayuda a que muchos se lancen a sus brazos, siempre abiertos: «El alcohol te arrulla, es un amante cojonudo, es todo cariño y comprensión». Al mismo tiempo, su experiencia muestra que el aislamiento autoimpuesto impide que las personas cercanas (al menos hasta ese momento) sean conscientes del problema o le concedan la debida importancia. En ese sentido, Vinagre es también una historia de pérdidas, empezando por sus novias y sus amistades. También gente a la que el autor perdió de vista a su alrededor, víctimas de las drogas, que no fueron pocas. Su relato está plagado de ausencias, de los fantasmas de quienes se pasaron de frenada, aunque la mayoría de consumidores llevan una vida normal hasta que. 

De hecho, los que consumimos alcohol, la aplastante mayoría social bebedora, apenas somos considerados en ese grupo, como nos recuerda el autor: «La droga son los otros», nos decimos con toda la hipocresía que somos capaces de reunir. Pero la verdad incómoda que nos pone frente a los ojos este libro, que no sermonea sino que se ciñe a plantarnos un espejo delante, es que el alcohol resulta más estragador, social y económicamente, que muchas sustancias prohibidas. Cuando se trata de beber, nuestra tolerancia moral crece hasta límites insospechados. Todo el mundo le quita hierro. Más aún cuando el exceso es ese traje que uno se pone y se quita cada fin de semana, en cada celebración (hasta en las iglesias se bebe vino). Jorge Matías condena esa obligación, la presión de beber cuando se sale y cómo muchos se toman su abstención casi como un agravio. 

Su libro me ha hecho pensar en nuestras fiestas populares como eventos consagrados al bebercio. Incluido el fútbol, origen de todo un himno nacional: «Alcohol… Alcohol… / Alcohol, alcohol, alcohol… / Hemos venido a emborracharnos / y el resultado nos da igual». Personalmente y como sevillano, se me hace impensable ir a macrojuergas como la Feria de Abril sin beber mucho; pero es que en general se me hace impensable ir a un evento como la Feria. No lo digo como excusa, pero creo que también bebemos por eso, porque nos sentimos desubicados en ambientes donde se supone que uno ha de pasarlo bien. Que la soledad también viene de ahí, de no querer encajar en el molde de la normalidad y de lo supuestamente divertido, se dice en estas páginas. 

A la tolerancia social hacia la borrachera contribuye su omnipresencia mediática y su condición de gran negocio, asegura Jorge Matías, junto con una visión romántica del alcoholismo «apuntalada en el mito del borracho creativo, en una idealización de Bukowski, o Poe, o Henry Miller, o Hemingway, o quien sea». La ya citada mística de la literatura ebria —ser escritor por la gracia del etanol— le da pereza a nuestro protagonista, que también menciona el proverbial vínculo entre el rock y las drogas para a continuación arrebatarle toda su aura mágica. Su inspiración procede, en cambio, de la Confesión de alcoholismo (entre otras lindezas) de Rob Halford, vocalista del grupo de heavy Judas Priest, pero también de Viktor Frankl, neurólogo superviviente de Auschwitz, y su hombre en busca de sentido

Aparte de las referencias obvias, a mí me han venido a la cabeza un par de películas más o menos recientes sobre el tema. Recuerdo que me sorprendió cómo el alcohol irrumpe en el centro de The Spectacular Now (precioso título, por cierto), de James Ponsoldt. Y una bastante más popular y que suele generar debate es Druk, de Thomas Vinterberg, en la que unos ven moralina y otros todo lo contrario, sobre todo por esa ambigua escena final con Mads Mikkelsen dando brincos como un poseso. Por otro lado, me pareció muy danesa: antes mencioné mi estancia —fueron cinco meses— en aquel país, donde la gente puede ser profundamente respetuosa y reservada… hasta que se cuecen a lo bestia. He visto curdas que no creeríais más allá del fiordo de Flensburgo.

Según la OMS, entre los diez países que más beben del mundo, nueve forman parte de la UE; en todo el continente se consume más alcohol que en cualquier otra parte del mundo. En 2019, España aparecía en el sexto puesto (empatada con Irlanda) de ese ranking. Pero el mayor porcentaje de adultos que participan en «episodios de consumo excesivo» de alcohol al menos una vez al mes se hallan en Dinamarca, un 38 % frente al 6 % que registra nuestro país, que sin embargo figura a la cabeza de los bebedores diarios, solo por detrás de Portugal. Esa normalización del hábito es, a lo que parece, un rasgo que nos define como nación.

La España (medio) vacía y llena de bares

Jorge Matías incide en ese alcoholismo extendido, pero hasta cierto punto silencioso porque no llama la atención; contradiciendo el refrán: en el país de los ciegos (de alcohol), el tuerto, que en este caso equivale al que no bebe, es el paria, el rarito. El autor también denuncia la soledad del bebedor de fondo respecto al sistema de salud pública, que ofrece escasísimas opciones y tan lentas. Las alternativas de tratamiento pasan por la rehabilitación de tintes religiosos, pero las convicciones y las creencias de este rojo ateo son innegociables: «Nunca he querido que salven mi alma. Salvadme a mí, a este cuerpo que se van a comer los gusanos algún día, salvad lo único que merece la pena salvar: la vida. No intentes salvarme para que me sienta obligado a servirte».

La desesperanza y la falta de asideros se agrava en ciertos contextos socioeconómicos (algo de lo que se aprovechan esos salvadores de almas). Ya hemos mencionado el de Jorge Matías, y para él no hay duda de que el alcoholismo es también una cuestión de clase. En su libro hace un retrato implacable de la evolución de Alcalá de Henares y dibuja con trazo rotundo los paisajes de la periferia social donde las adicciones encuentran su caldo de cultivo. Incluso esboza una sociología de la cerveza: «En los bares del polígono te ponían tercios o jarras de medio litro que sabían a derrota laboral». Mientras pone el foco en las desiguales oportunidades, alumbra con acidez conceptos tan certeros como los de la España poor-friendly y el sesgo del superviviente: «Sergio del Molino dice que España es el mejor país del mundo para ser pobre. Se dicen unas colosales gilipolleces, sí. Gusta mucho la grandilocuencia y compararse con los demás. […] ¿Cómo va a ser posible que en España exista clasismo si yo, que no soy rico, he tenido éxito?».

Decíamos que Vinagre es un recuento de pérdidas, y eso incluye por supuesto el dinero. El autor asiste perplejo al enorme ahorro que le supone la abstención, aunque era algo que no sospechaba antes de dejarlo y no fue su motivación; la razón de mayor peso específico fue su salud mental. Haciendo balance de otras pérdidas, calcula la de autoestima. El hecho de perderse uno mismo, no saber quién se es y no importarle (ya saben, beber para olvidar: el gran autoengaño). Perder el tiempo, acaso lo que más valora cuando recobra su vida. En esta crónica de su adiós al alcohol el tiempo es el factor clave. Si cuando bebía solía perder esa noción, cuando estaba en proceso de abstinencia su amenaza era tan severa como la de una guillotina: «No mirar el reloj. El reloj era lo peor de todo», recuerda sobre su privación. Un contraste radical con su rutina anterior, cuando pasaba las horas de la tarde en los bares, mientras tanta gente seguía trabajando: «Pero yo no: yo estaba muerto, y los muertos descansan». 

Hay pasajes duros en Vinagre, muy duros, aunque con cero dramatismos añadidos. Estremece el de la aciaga noche en que, casi inconsciente por la cogorza, bebió agua del cenicero por error. Hay que ser valiente para contar una situación como esa, o la de cagarse o vomitarse encima. Por cierto, a mí también me ha pasado: en el ascensor, en un taxi. Y pienso que quizá muchos llevemos dentro un libro sobre nuestra compleja relación con el alcohol —aunque no todos tengamos verdaderos problemas—, pero muy pocos serían capaces de escribirlo con la lucidez y la verdad, la sencillez y la hondura con que lo ha escrito Jorge Matías. También con humor, que va recuperando en su proceso de desintoxicación y que emerge cuando rememora la primera película (M, el vampiro de Düsseldorf) que logró ver después de mucho tiempo incapaz de hacerlo por el alcohol: «Peter Lorre hizo de borracho muchas veces, pero en esa película no, en esa solo interpretaba a un asesino de niñas».

Sobre todas sus demás virtudes, Vinagre es un libro emocionante y del que lo mejor que se puede decir, siendo cierto, es que hará sentir mucho menos solos y solas a quienes lo lean, sean de cerveza, vino, agua o bitter kas, que de todo hay. 

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3 Comments

  1. Tiene buen pinta. Echarè un ojo

  2. Pingback: Jot Down News #7 2024 - Jot Down Cultural Magazine

  3. PatxuliYo

    A ver si con el proyecto de ley se ponen las cosas en su sitio. No puede ser que se publicite, en prime time tv, un producto alcohólico como elemento básico de las fiestas de tu pueblo, o utilizando a un artista cuyos fans mayoritarios tienen 12-16 años. De vergüenza.

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