Cine y TV

‘Viaje a la Luna’: el horizonte de la mirada

Viaje a la Luna. (DP)
Viaje a la Luna. (DP)

Todo efecto mágico consta de tres partes o actos. La primera parte es la presentación. El mago muestra algo ordinario: una baraja de cartas, un pájaro o una persona. El mago lo exhibe. Os puede invitar a que lo examinéis para que veáis que no hay nada raro, que todo es normal. Pero, claro, probable mente no sea así. (The Prestige, Christopher Nolan)

¡Acérquense! ¡Pasen y vean! ¡Sí, señora, también puede entrar con el niño! ¡Tan solo un franco por cabeza! ¡Vengan a contemplar el cinematógrafo Lumière! ¡Observen escenas de la vida cotidiana cobrar vida en la pantalla! Caballero, no tenga miedo… sí, usted, el señor de la barba. ¿Cuál es su nombre? 

Efectivamente, solemos pensar que el cine nació con los hermanos Lumière. Hoy en día es un hecho tan comúnmente aceptado como impreciso. Con ellos, es verdad, se da carta de naturaleza a un artefacto, el cinematógrafo, que tuvo no pocos precedentes y algunos hermanos bastardos. Pero como algunos historiadores han señalado, el cine no es un simple artilugio, y el uso que los hermanos le dieron a su invento, filmando a familiares o a los obreros de su propia factoría, estaba aún lejos de sentar las bases del espectáculo cinematográfico, y se asemejaba más al uso doméstico que años después se le daría en los hogares al super-8, a las videocámaras o a los objet vos de los modernos teléfonos móviles. Cuando los Lumière realizaron su primera proyección pública, en diciembre de 1898, el cinematógrafo era aún, en definitiva, un objeto ordinario. Quiso el azar que el caballero de la barba se dejara convencer, y pagara un franco por contemplar aquella primera presentación. El hombre en cuestión era un ilusionista, dueño del célebre teatro Robert Houdin. En seguida, el mago Georges Méliès acertará a ver que aquel aparato es conde muchas más posibilidades de las que aparenta. 

El segundo acto es la actuación. El mago, con eso que era ordinario, consigue hacer algo extraordina rio. Entonces intentaréis descubrir el truco, pero no lo conseguiréis porque, en el fondo, no queréis saber cuál es. Lo que queréis es que os engañen. (The Prestige, Christopher Nolan) 

Porque aquel instrumento corriente, plasmando imágenes corrientes, encerraba en sí un poderoso embrujo, un canto de sirena que el prestidigitador (como el protagonista de la película nada fantacientífica pero absolutamente mágica Vida en sombras) no pudo, o no quiso, desoír. El cinematógrafo podía hacer que desde una pared partieran unas vías de tren hasta más allá de donde alcanzaba la vista, pero es justamente en el horizonte de la mirada donde arranca el territorio del mago. ¿Hasta dónde podría llegar —se preguntó quizá Méliès— la ventana de luz que abría aquel invento nuevo? Y, efectivamente, a lomos de una cámara de cine, Georges Méliès transportará a sus espectadores hasta la Luna. 

En el Viaje a la Luna se dan cita Julio Verne, H. G. Wells y la ciencia ficción naíf de la época, esa misma época que verá nacer sobre el papel a héroes como John Carter de Marte. Los exploradores llegan a su destino en un proyectil gigantesco para encontrar que nuestro satélite está habitado por criaturas extrañas, y se enfren tan a ellas antes de volver a la Tierra. El límite no está en las posibilidades técnicas, sino tan solo en la imaginación desbordada del cineasta. Pero ese cóctel de ingredientes solo funcionará gracias al pase mágico de su autor, que aplica los principios del ilusionismo al naciente cine. Méliès comienza haciendo los mismos números en pantalla que en escena, con señoritas que desaparecen ante los ojos del público y demás efectos clásicos. Y mientras su exploración le lleva a la narración, y sus películas se convierten en historias, su oficio lo mantendrá siempre en perpetua búsqueda y plasmación de lo imposible. Algunos años más tarde del paseo del profesor Barbenfouillis por la superficie lunar y su encuentro con los selenitas, el progreso alcanzaría a la imaginación, aquellos viajes ya no tan extraordinarios quedarían poco a poco relegados al rincón frente a un nuevo cine que nacía. Pero, lo sepamos o no, aún hoy cada vez que hablamos de «la magia del cine», estamos hablando de Georges Méliès. 

Amamos la ciencia ficción porque es más que literatura o más que cine. Amamos la ciencia ficción porque puede llevarnos a la Luna y vuelta. La amamos porque es el arte de lo imposible. Porque es, por encima de todo, magia. Bienvenidos. 

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