Elma no sabe cómo ha llegado hasta aquí, fantaseando con la fantasía de desaparecer. Quería desvanecerse desde el canalón más alto y que la condujera hacia el abismo más profundo. Parecía que todo estaba mejorando, pero no. Ya hacía mucho tiempo desde la última vez que se sentía sin fuerzas, apática, triste, sin experimentar placer por nada. Su mente preclara, ordenada, pulcra e inmaculada ahora parecía un remolino imparable de caos, anarquía y confusión. Últimamente se sentía fuerte, sana, indestructible, con más energía que nunca. ¡Pero si apenas necesitaba ya casi dormir! ¿Qué importaba que la hubiesen despedido? ¿qué importaba que hubiera discutido con su mejor amiga? Nada en absoluto. Ninguno de ellos estaba preparado para escuchar la verdad. Sin embargo, en estos momentos, sola en la habitación, cuando la noche se torna más larga y fría que nunca, ella solo piensa en desaparecer, en liberarse del ciclón que la está arrasando, y acabar con todo.
Mucho antes de que llegase a este mundo, el lenguaje ya había intentado delinear su silueta dentro de la jerga psiquiátrica. Ya, en la segunda mitad del siglo VIII a.C., Homero escribió acerca del velo de misterio y encantamiento que rodeaba la vida mental. Elma se parecía a Ulises, cuando este es hechizado por el dulce y aterciopelado canto de las sirenas. Sus pensamientos y sus actos no podían atribuirse a causas orgánicas o psicológicas, sino que eran fruto del flujo maligno; de ese que envían los furibundos dioses para castigar o simplemente para mofarse. O tal vez no era eso lo que le sucedía, pues habría que esperar varios cientos de años para que las ciencias cognitivas modernas sistematizaran el orden y el caos, las luces y las sombras de la mente.
En 1952, se hizo un primer esfuerzo por categorizar y estandarizar las enfermedades mentales de la mano del Diagnostic and Statistical Manual of mental disorders (DSM). La fragua psiquiátrica forjó un nombre como respuesta a lo que Elma había estado esperando. La denominación de trastorno maniacodepresivo brindaba un nuevo orden a las cosas, y describía una suerte de cambios de humor extremos (manía), o de una tristeza profunda (depresión) o un caleidoscopio de ambas (tipo mixto), como si de un todo o nada se tratara.
Sin embargo, tuvieron que pasar más de 60 años para que la quinta versión del DSM la llevara al mítico viaje hacia el futuro, trasportándola a la presente era. Una era que nos ha permitido saber que, detrás de este carrusel emocional, se esconde el trastorno bipolar, denominado de este modo por su característica sintomatología en la que aparecen periodos de abrumadora euforia, seguidos de periodos de desesperanza y apatía, como si de los polos superiores e inferiores de un iceberg que viaja a la deriva en la inmensidad del océano se tratara. Este trastorno es mucho más que simplemente «altibajos», es un trayecto complejo a través de los extremos de la experiencia humana.
Algo más frecuente y complejo de lo que pensamos
En realidad, el trastorno bipolar es algo que podríamos encontrar en quién menos lo esperamos, puesto que es más común de lo que a priori se podría presuponer. Esto implica que existen millones de personas que se enfrentan a desafíos únicos en su viaje emocional. Este trastorno no discrimina en función de la edad, el sexo o el origen étnico, lo que hace que su alcance sea amplio y su impacto significativo. Quienes posean una imaginación vívida, serán capaces de convocar sin esfuerzo la magnitud de las batallas internas que libran innumerables almas, día tras día, al convivir con el trastorno bipolar.
Pero ¿qué secretos guarda la vivencia de habitar este trastorno? La sintomatología del trastorno bipolar es un intrincado laberinto de estados de ánimo que a menudo desafía el conocimiento de los más sabios. Este trastorno se caracteriza por la alternancia entre episodios de manía o hipomanía, y de depresión. Durante la fase maníaca, las personas con dicho trastorno pueden experimentar una energía excesiva, disminución de la necesidad de sueño, una autoestima inflada y habla acelerada. Pueden tener comportamientos impulsivos, como realizar gastos excesivos, que les lleve a estar endeudados, e involucrarse en situaciones arriesgadas. No obstante, si toda la sintomatología anteriormente descrita no comporta repercusiones serias en la esfera social o laboral, se estaría hablando de una hipomanía.
Por el contrario, los episodios depresivos se erigen como abismos de tristeza, cambios en el apetito y el sueño, falta de concentración y desinterés por las actividades que antes se realizaban de forma placentera. No obstante, estas descripciones son solo una instantánea de la experiencia del trastorno bipolar, pues la frecuencia de aparición, intensidad y duración de estos episodios varían según sea el caso. Así, esta dualidad de estados emocionales puede ser engañosa y, en ocasiones, puede pasar desapercibida o ser considerada como cambios de humor normales.
Esto incide en la necesidad de realizar un estudio meticuloso para desvelar el diagnóstico exacto. Sin la cartografía precisa de esta condición interior, los relojes pueden tejer años de espera en la sombra, donde el tratamiento y el apoyo necesarios son postergados indefinidamente. Esto no solo merma la calidad de vida de las personas que conviven con este trastorno, sino que empeora la progresión del cuadro clínico.
Ordenando e iluminando las cosas
Debía reconocerlo. Elma se sentía aliviada desde el momento en el que le puso un nombre a su condición, pero más aun cuando supo que en el horizonte resplandecía una ayuda que lo cambiaría todo. Aunque el trastorno bipolar constituye una enfermedad crónica, el tratamiento de este trastorno puede ir de la mano del uso de fármacos que ayuden a estabilizar las fluctuaciones emocionales. Además, la terapia psicológica y la psicoeducación orquestan una sinfonía secundaria, otorgando herramientas con las que ordenar los pensamientos, reconocer y gestionar los propios síntomas; lo cual incrementa sustancialmente la calidad de vida y la estabilidad emocional a largo plazo.
Aun así, su sed de conocimiento era insaciable. Anhelaba con fervor desentrañar los recovecos de su ser, hallar una explicación a su particular forma de ver y entender el mundo. Es aquí donde el enfoque explicativo biológico nos invita a adentrarnos en las sutilezas de la química cerebral y la genética. Los hilos hereditarios y los neurotransmisores adquieren protagonismo, tejiendo los destinos del trastorno, en base a la experiencia del ser humano.
La ciencia ha identificado la presencia de genes específicos que pueden aumentar la predisposición a la enfermedad; pero debe reconocerse que las diferencias en la estructura y la función cerebral también han sido señaladas como contribuyentes del desarrollo de la bipolaridad. Los desequilibrios en los neurotransmisores, es decir, en las moléculas que actúan como señalizadoras de la información química en el cerebro, pueden influir en la regulación del estado del ánimo y dar lugar a los extremos emocionales característicos de la enfermedad.
Aunque el modelo biológico proporciona una comprensión profunda sobre las bases del trastorno, también es necesario reconocer que la biología no opera en solitario, sino que interactúa con factores ambientales. Algunos de estos pueden ser el maltrato durante la infancia y un apoyo social pobre, entre otros. Asimismo, algunos factores estresores, como experimentar acontecimientos vitales traumáticos, podrían precipitar la aparición de la enfermedad.
El caos y las sombras del trastorno
Pero el trastorno bipolar no siempre viaja solo en el vasto paisaje de la salud mental. La comorbilidad, es decir, la coexistencia de múltiples condiciones médicas es una realidad que, a menudo, acompaña a aquellos que luchan contra esta enfermedad. Las investigaciones han revelado una serie de condiciones médicas y psiquiátricas que pueden presentarse junto con el trastorno bipolar, creando una red de desafíos y consideraciones clínicas. Entre las condiciones comórbidas más frecuentes se encuentran los trastornos de ansiedad, los trastornos del comportamiento y el trastorno por depresión mayor, que pueden agravar la intensidad y la duración de los episodios maníacos y depresivos.
Además, el abuso de sustancias, como el cannabis, la cocaína y las anfetaminas, también puede entrelazarse con el trastorno bipolar, complicando aún más el contexto de la salud mental. Así que, ojo con meterle fumar petas a la mezcla.
Y aunque las abismales turbulencias que sentía antaño parecían un recuerdo lejano, ahora era capaz de reconocer y combatir esa sombra silenciosa que una vez se cernió sobre ella. Elma era plenamente consciente de que una de las facetas más desgarradoras del trastorno bipolar es su vínculo con el suicidio. Las fluctuaciones extremas en el estado del ánimo pueden ejercer una tensión, tan pesada como el plomo, en la mente de quienes presentan esta afección. Los episodios de depresión pueden sumir a la persona en un caos de desesperación, llevando a pensamientos y actos suicidas.
Es comúnmente conocido que las personas con trastorno bipolar tienen un riesgo sustancialmente mayor de ideación e intentos de suicidio que la población general. La conciencia de esta conexión es crucial, ya que clama la urgencia de una respuesta a tiempo a modo de diagnóstico, terapia, concienciación y la construcción de una adecuada red de apoyo.
¿Qué puedo hacer yo al respecto?
Llegados a este punto, algunos se preguntarán cómo pueden ayudar y comprender a las personas que tienen un trastorno bipolar. Para un funambulista, la red de seguridad supone un apoyo considerable para seguir adelante y llegar a su meta. Así, aquellos que aman o conviven con una persona con un trastorno bipolar, deben representar el invaluable papel de la red de seguridad. La educación y la empatía son cimientos fundamentales de la ecuación. Informarse acerca de la naturaleza de la bipolaridad y sus síntomas puede ayudar a los seres queridos a comprender mejor las experiencias cambiantes de la persona afectada. Escuchar con atención y sin juzgar durante los momentos de dificultad puede brindar un espacio seguro para que las personas compartan sus sentimientos y sus preocupaciones.
Asimismo, fomentar la adherencia al tratamiento farmacológico y terapéutico es esencial, ya que el apoyo continuo puede marcar una diferencia significativa en la gestión de la enfermedad. La comunicación es poder, el poder es querer, y comunicar significa transmitir de forma abierta y honesta lo que sentimos. Esto ordena nuestra mente y limpia nuestro corazón.
Al adoptar estas estrategias, los familiares y amigos pueden proporcionar no solo una red de seguridad, sino también romper el estigma y contribuir a la construcción de una sociedad más comprensiva y empática hacia el trastorno bipolar y la salud mental en general.
Ante todo, respeto
Y como lo que no se nombra, no se ve, no debemos subestimar la importancia de visibilizar el trastorno bipolar y el resto de las enfermedades mentales. Para aquellos que, como yo, crecieron en una sociedad estigmatizadora, es crucial recordar que los trastornos mentales no son una elección, sino que son una condición médica que afecta a la bioquímica cerebral de manera profunda. Al normalizar esta conversación, estamos allanando el terreno para que las personas se sientan seguras y apoyadas sin temor al juicio.
La travesía de exploración que supone comprender y analizar los trastornos mentales debe conducirnos más allá de las suposiciones superficiales y los clichés. Elma, por su parte, se lamentaba cuando escuchaba la expresión «eres bipolar» de manera frívola y despectiva, como si la riqueza de las emociones pudiera reducirse a un estigma simplista. Esta expresión se repite frecuentemente como un dogma de mofa y menosprecio, que no hace más que trivializar una afección que está presente en millones de personas en todo el mundo, y es un recordatorio de como nuestra ignorancia puede generar un clima de incomprensión.
La mente humana es un vasto y enigmático territorio, dónde la gama de emociones y experiencias pueden ser tan expansivas como el cosmos. En una época en la que la sociedad ha avanzado hacia una mayor comprensión y respeto por la diversidad, desmitificar el trastorno bipolar se presenta como un imperativo moral y social. En esa dialéctica de desmitificación, el trastorno bipolar no está solo. Camina de la mano con otros trastornos mentales, como el trastorno por depresión, los trastornos de la personalidad y los trastornos de ansiedad, en un sendero que busca la humanidad compartida en la experiencia diversa.
Es aquí donde los medios de comunicación ejercen un rol de maestros y narradores, guiando nuestras percepciones y forjando las estructuras del entendimiento de las enfermedades mentales, alejándonos del caos y estrechando los lazos del orden social. Contribuir a la divulgación, naturalización e invaginación de estos trastornos en la sociedad, fomenta el respeto hacia aquellos que conviven con la bipolaridad. Respetar a las personas con trastorno bipolar significa proporcionarles el mismo nivel de apoyo, empatía y consideración que podríamos brindar a cualquier otra persona con otro problema de salud. Como tal deben ser reconocidos y respetados, para que nadie tenga nunca más miedo a decir en voz alta que tiene un trastorno bipolar.