Este artículo está publicado originalmente en la revista impresa Calle del Aire. Revista de literatura 6.
El libro sobre Chaves Nogales1 publicado recientemente por Francisco Cánovas Sánchez puede (e incluso debe) ponerse en relación con la biografía2 de Chaves editada por María Isabel Cintas Guillén en 2021. A fin de cuentas, se trata de los dos primeros libros dedicados monográficamente a la figura de Manuel Chaves Nogales. Pero les unen, también, más cosas: los dos han sido publicados por editoriales serias, prestigiosas: Alianza Editorial y Editorial Confluencias, los dos tienen una extensión notable (más de 400 páginas en un caso y casi 900 en el otro) y abordan, demoradamente, la vida y el trabajo profesional del gran periodista sevillano, los dos han recibido unánimes y muy elogiosas reseñas en la prensa nacional. Con todo, lo que más les une es que los dos aspiran al casi imposible empeño de fijar una biografía de Chaves Nogales bajo los mismos cómodos supuestos y presupuestos. En realidad, tanto Francisco Cánovas como María Isabel Cintas se limitan, en buena parte de sus obras respectivas, a resumir, glosar o reescribir los propios trabajos periodísticos de Chaves Nogales, con el ligero añadido de considerables dosis de contexto histórico (en el mejor de los casos), para que no todo sea contar lo mismo que cuenta Chaves, incluso a veces con sus mismas palabras. Pero, al menos, María Isabel Cintas fue la primera en eso de contar lo que ya nos cuenta Chaves, como también es la única de los dos que realmente ha investigado, de primera mano, a nuestro escritor y periodista. Por eso, no deja de ser sintomático que Cintas haya dejado escrito en su blog chavista que ha «colaborado» en la obra de Cánovas Sánchez (más allá de haber proporcionado unas doblemente curiosas fotografías), aunque tal afirmación no se vea corroborada (injustamente, desde luego) en ningún momento, por el propio Cánovas, quien se limita a citar a Cintas como uno (entre los catorce que enumera) de los «investigadores, profesores y escritores» que han hecho posible la recuperación de Chaves. De todos modos, resulta inocultable la vinculación y la dependencia del libro de Francisco Cánovas con los trabajos de María Isabel Cintas, no solo porque es su principal fuente de información, sino por su absoluta identificación (para bien y para mal) con todo lo propuesto o imaginado por Cintas a lo largo de sus largos años de investigadora en el asunto. De ahí, que no enmiende ni critique Cánovas ni uno solo de los errores y deficiencias (dejando aparte, por supuesto, los aciertos, que también los hay) que a cada momento aquejan la voluminosa biografía de Cintas. Cuando Francisco Cánovas, por lo tanto, sigue a Cintas, como sucede la mayor parte del tiempo, se convierte en una especie de cómplice que hace suyas las limitaciones de esta como investigadora, lo que no parece bueno; pero cuando Cánovas intenta aportar su propio granito de arena como investigador el resultado es, como luego veremos, aún peor.
Francisco Cánovas: Investigación y Wikipedia
El problema de fondo estriba tal vez en que Francisco Cánovas parece no conocer demasiado bien ni la historia menuda de la literatura ni la pequeña historia del periodismo de la primera mitad del siglo XX español, pero se puso, con cierta atropellada y atropelladora imprudencia, a la tarea de escribir una biografía-ensayo sobre la figura de Manuel Chaves Nogales manejando en especial dos fuentes, una reconocida: María Isabel Cintas y otra oculta (ya que no figura en las diez bien nutridas páginas de bibliografía que incluye el volumen) y con mucho peligro: internet, es decir, Google y Wikipedia. Como prueba de esto último y como meros botones de muestra (hay bastantes como para casi llenar una caja) señalaré dos casos.
En las páginas 20 y 22, Cánovas relaciona una larga serie de números estadísticos para sintetizarle al lector cuál era la realidad social, política y económica de la Sevilla de 1900. Los datos que presenta están tomados de «Cuadernos Fundación BBVA serie Población». Para encontrarlos, basta buscar en Google «Población de Sevilla en 1900». Cánovas nos cuenta: «A comienzos del siglo XX Sevilla era una ciudad tradicional y preindustrial que permanecía anclada en el pasado… El único municipio que superaba los 100.000 habitantes era la capital, que en 1900 tenía 147.247 almas. La densidad de población de la provincia era de 1.042 (sic) habitantes por kilómetro cuadrado». Lo de «estar anclada» Sevilla, por supuesto, en el pasado y lo de las «almas» pudiera ser una aportación especial de Cánovas. Lamentablemente, lo de los 1.042 habitantes por kilómetro cuadrado en la provincia, también. Según eso, en la provincia de Sevilla había más de 14.000.000 de habitantes, lo que representaría más de la mitad de la población de España en ese momento. Si en este caso Cánovas Sánchez yerra al copiar un dato cierto proporcionado por Google, en la siguiente información, la relacionada con el escritor César Falcón se equivoca al hacerle caso a Wikipedia (fuente en la que, también, no solo bebe, sino que se baña, al hablar de Antonio Otero Seco) y trasladarle al lector, además de ciertas cosas en las que Wikipedia acierta, también otras en las que Wikipedia se equivoca. Aparentemente, se trae a cuento a César Falcón y su libro Madrid (1938) para «complementar» la perspectiva de Chaves sobre la guerra civil, eso se nos dice. Pero la verdad es que, dada la personalidad de César Falcón y la índole de su obra no hay apenas nada que le vincule con Chaves Nogales, aunque si hay algo que curiosamente le relaciona con el propio biógrafo, Francisco Cánovas Sánchez: César Falcón estuvo casado con Irene Lewy Rodríguez, Irene Falcón, quien fue secretaria del Nobel Santiago Ramón y Cajal sobre el que Cánovas Sánchez escribió una entera biografía antes de dedicarse a Chaves Nogales. No pasa nada porque un personaje curioso, como César Falcón, ingrese (un poco traído por los pelos) en una biografía, pero hay que esforzarse un poco más, sobre todo porque la biografía (y la obra) de Falcón es riquísima y hay mil cosas posibles que contar. Lo que no resulta de recibo es copiar estrictamente, aunque de forma un poco resumida, sin añadir nada, lo que la Wikipedia cuenta. Y que Cánovas no se inspira en la Wikipedia sino que la copia literalmente puede comprobarse fácilmente viendo que los dos hablan de la revista Frente Rojo de Valencia, cuando en realidad se trata de un periódico diario y no de una revista; o que tanto Cánovas, como Wikipedia fechan el muy interesante semanario Voz de Madrid (del que hay ejemplares en la Hemeroteca Municipal de Madrid y que está digitalizado por entero en Gallica, la biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Francia) en 1936-1938, cuando hay mil facilidades para comprobar que se publicó entre 1938 y 1939, aparte de que muy probablemente en la puesta en marcha de esa revista fue cosa de Ramón J. Sender más que, como asegura Francisco Cánovas, cosa de César Falcón.
Andar y contar. Chaves Nogales un periodista a pie
Más tarde abordaré otros errores (¿horrores?) de Francisco Cánovas, pero quisiera ahora hablar de María Isabel Cintas y de la segunda edición de su biografía sobre Chaves que casi triplica el número de páginas respecto a su primera salida, pero que en puridad no ha crecido sino apenas engordado, puesto que sigue aquejada de las mismas faltas de información y criterio que afectaban ya a la versión de 2011. Hay muchas cosas que aún no se han contado sobre Chaves, porque aún no se ha recuperado la información o no se le ha dado forma, como también hay una inmensa parte de su obra periodística que aún no ha sido reeditada pero que lo será, no hay duda de ello, en un futuro más o menos cercano. Hay también multitud de cosas que ya conocemos pero que deberían ser reformuladas, pensadas de nuevo para extraer de ellas nuevas significaciones. Como la crítica, igual que todo en literatura, es siempre una cuestión concreta y de índole práctica iniciaré el relato de mis reparos al trabajo biográfico de Cintas empezando por los títulos y lo que de ellos puede sacarse como clave o emblema de una vida determinada. María Isabel Cintas tituló El oficio de contar la biografía inicial, y la versión última en dos tomos, Andar y contar. Tenemos pues la idea de que el periodismo es un oficio, aunque sea un noble oficio y que la tarea del periodista es la de contar, la de andar y contar, la de andar por la calle y contar lo que pasa, la de ser un testigo de su tiempo que anda y cuenta lo que ve. A eso habría que añadirle la idea de que –Pio Baroja (que se pasó la vida escribiendo en los periódicos, pero que era más de mesa camilla) dixit– los periodistas son de mesa de redacción o de patas, de patear la calle. Y que Chaves, así le gusta verle a Cintas, era de los segundos. Incluso se podría aducir que la expresión «Andar y contar» era del propio Chaves Nogales y que por lo tanto tal frase le define. En realidad, Chaves era un periodista de andar y contar, pero a la vez era y pudo ser muchísimo más. Chaves fue sin duda un periodista de raza, un periodista de calle, pero también un gran organizador, un innovador, al que solo le faltó tiempo personal, ya que murió joven, tiempo histórico apropiado, puesto que le tocó un duro exilio en Francia e Inglaterra en una época difícil y posiblemente también capital, capacidad económica para llevar a cabo el periodismo que imaginaba, ya que no en España, sí en América, a donde, fuera de toda duda, le hubiera gustado marcharse con su familia, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial con la victoria de los Aliados.
El primer gran momento de Chaves Nogales
Desde mi punto de vista, María Isabel Cintas sabe, salvo algún pequeño detalle, todo lo que hay que saber para tener un cabal conocimiento general del primer momento realmente importante en la vida periodística de Chaves, de su primer gran éxito, del que en buena parte dependerán todos sus siguientes logros. Pero Cintas desaprovecha la oportunidad de fijar la imagen de ese gran primer momento de Chaves, el de La vuelta a Europa en avión y narra el suceso de forma tan absolutamente equivocada que lo convierte en algo circunstancial, trivial, casi picaresco, además de inverosímil. María Isabel Cintas empieza diciendo a propósito de ese viaje: «Manuel Fontdevila encarga a Chaves que se dé una vuelta aérea por Europa, URSS incluida» y, al añadir luego que el Heraldo de Madrid estuvo anunciando desde un mes antes el viaje, declara su fuente de información reproduciendo (quizás de la Historia del periodismo español de Juan Francisco Fuentes, el primero en citarlo) un parrafito de las memorias de César González Ruano en el que se cuenta, mejor, se inventa lo siguiente: «Recuerdo que se anunció a bombo y platillo la vuelta a Europa en avión de Chaves Nogales. Fontdevila, Para esa vuelta a Europa, le dio a su redactor jefe, delante de mí, quinientas pesetas. Chaves, rascándose la cabeza… protestó tímidamente: –con esto llego a París, y quizás hasta Londres, pero… –¿Y para qué lleva usted un carnet de El Heraldo? No me va usted a decir que no sabe pedir dinero en las embajadas y en los consulados ¿verdad? Y Chaves se fue con las quinientas pesetas. Este era el temple golfo y eficaz de El Heraldo».
Creer a González Ruano y creerse, por tanto, que el viaje por Europa, la URSS incluida, es una ocurrencia de Manuel Fontdevila (y no un proyecto, bien meditado y extraordinariamente ejecutado del propio Chaves Nogales y de nadie más) es prueba de una credulidad desmesurada, casi increíble. Además, creerse que Chaves coge el dinero, las 500 pesetas, y corre y vuela por toda Europa durante un par de meses, mendigando en todo consulado español que vaya encontrando, es disminuirle y tergiversarle, convirtiéndole en cómplice o protagonista de ese «temple golfo y eficaz» que le atribuye González Ruano al Heraldo… y, sería difícil negarlo, al propio Chaves Nogales.
Hay muchas razones para no creerse las palabras de González Ruano, pero las resumiré en tres: la primera, que la anécdota no es nueva; estuvo originalmente atribuida al jovencísimo Julio Camba de sus primeros viajes por Europa. La segunda que el director de un periódico en 1928 bien podía encargarle, a su redactor jefe, que al día siguiente se diese una vuelta en barca por el estanque de El Retiro y lo contase en una crónica. Lo que no es verosímil es que un día cualquiera, como quien no quiere la cosa, a bote pronto le pida que alquile un avión y pase dos meses en el aire hasta llegar al Cáucaso, y todo con 500 pesetas. La tercera, que en 1928 España no mantenía relaciones diplomáticas con la URSS (tal cosa no sucedería hasta 1933, ya en tiempos de la Segunda República) y por lo tanto no había consulados ni en Tiflis ni en Bakú en los que pedir dinero aprovechando «el carnet» de El Heraldo.
Lo significativo, lo cierto es que apenas un mes y pico después de recibir Chaves Nogales el Premio Mariano de Cavia (mayo 1928) ya se estaba anunciando «a bombo y platillo», o lo que es lo mismo, a toda página (tal como recordaba Ruano) su viaje por Europa, lo que nos dice o debiera decirnos que para entonces ya estaba cerrado por completo el plan de ese viaje y alquilado el avión y todos los demás consiguientes pormenores. Dado que el premio recibido tenía también que ver con la aviación y los viajes (el reportaje sobre la aviadora Ruth Elder en 1927) e incluso con alquilar un avión, no es difícil conjeturar que la idea del viaje por Europa tuvo que ocurrírsele a Chaves nada más recibir el premio, que fue además unánimemente celebrado por la prensa de toda España y significó también un indudable y merecido éxito para El Heraldo.
Por si no fuera bastante, contamos también con otro pequeño detalle que acredita la absoluta implicación de Chaves, como es el que aparezcan las crónicas del viaje (además de en El Heraldo de Madrid) tanto en el Suplemento de Artes y Letras de La Nación de Buenos Aires como en, al menos, siete u ocho periódicos de la prensa española de provincias (puede que incluso más), con el consiguiente «sacrificio económico», tal como les cuentan todos esos periódicos (y con las mismas palabras) a sus lectores. Pero mientras que el texto del viaje en los diarios españoles es siempre el mismo, el publicado por La Nación no solo es más breve, sino que tiene significativas diferencias de redacción y de documentación gráfica.
Supongo que, si María Isabel Cintas hace en su libro referencias a la publicación del reportaje en La Nación, pero sin entrar en más detalles es porque, en realidad, no ha visto y comparado las dos versiones y no ha podido, por lo tanto, darse cuenta de la importancia y trascendencia del asunto. Escribir y mandar versiones distintas de los mismos hechos a distintos medios tuvo que ser bastante trabajoso, dadas las circunstancias del viaje. Pero parece implicar que Chaves, a través quizás del periodista Fernando Ortiz Echague, representante en Europa de La Nación, firmase, personalmente, con este periódico (que, por cierto, pagaba espléndidamente las colaboraciones) un contrato de exclusividad que justificara el trabajo extra que iba a tomarse. Me parece posible, incluso probable, que Chaves se reservara lo cobrado de La Nación, para cubrir sus gastos personales, rebajando así los gastos a realizar por El Heraldo. Pero lo pagado por El Adelanto de Salamanca, Diario La Rioja, El Adelantado de Segovia, Heraldo de Castellón, Diario de Alicante, El Liberal de Murcia y Diario de Almería y quizás algunos otros periódicos, tuvo que ir, íntegramente, a parar a las arcas de El Heraldo de Madrid. Se pudo así compensar en parte, en muy buena parte el respetable desembolso económico que tuvo que realizar El Heraldo para cubrir los gastos del piloto y del alquiler del avión. Todo esto fue negociado con Manuel Fontdevila (quien muy probablemente tuviera a su vez que consultar la operación con los hermanos Busquets) para que la dirección del periódico pudiera, desde el primer momento, asegurarse de la viabilidad económica del proyecto.
Tan probable es que sucedieran así las cosas que no pasaron una sola vez sino varias. El siguiente gran reportaje de Chaves Nogales, que dará asimismo para un libro, Lo que ha quedado del imperio de los zares, tuvo un tratamiento parecido. Empezó a publicarse en Ahora en enero de 1931, pero casi al mismo tiempo fue apareciendo en los primeros números de Orbe, una importante revista gráfica cubana editada por El Diario de la Marina (pueden fácilmente consultarse ejemplares en la Hemeroteca Municipal de Madrid), un poco al estilo de la española Estampa. Por cierto, en este periódico saldrían en 1939 y 1940 un buen puñado de las doscientas crónicas parisinas y guerreras que escribió Chaves para la agencia Havas (3), aunque las versiones habaneras no coinciden exactamente –son a veces un poco más breves– con las que aparecerían en otros periódicos americanos, por ejemplo, en El Sol, el extraordinario y fugaz diario porteño (apenas duró diez meses) de Natalio Botana, en el que podemos encontrar a otros muchos exiliados españoles, entre ellos, Corpus Barga, Elena Fortún o Rodrigo Soriano.
El maestro Juan Martínez que estaba allí y Juan Belmonte, matador de toros también tuvieron una contundente publicidad gráfica, preparada por el propio Chaves Nogales, antes de que empezara su publicación en el semanario Estampa y antes también de que pasaran a libro, por no hablar del asombroso despliegue de publicidad internacional que implica la edición de los relatos de A sangre y fuego en prensa (diarios y revistas) de, al menos, una decena de países y tres continentes. Puede incluso añadirse otro título más: Los secretos de la defensa de Madrid, que además de publicarse en varios periódicos británicos alcanzó a recogerse, con unas espléndidas ilustraciones, en el muy popular semanario mexicano Sucesos para todos. Esta cuidadosísima y compleja planificación publicitaria, periodística y económica de los trabajos de más empeño e interés, nos confirma que la personalidad de Chaves Nogales iba mucho más allá de ser solo un periodista de andar y contar, como el que nos presenta (con la mejor y más mejorable de las voluntades) la estudiosa María Isabel Cintas.
Sevilla 1900. Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Manolito Chaves con chupete
Volviendo ahora al principio o, al menos, a los inicios de los libros de Cintas y Cánovas, veremos cómo cuando no se tiene nada que decir, se empieza por inventar. En este caso, María Isabel Cintas, a propósito de los primeros años de la vida de Chaves, de los que nada o casi nada se sabe y habiendo tomado conciencia de que el gran Antonio Machado (no, por supuesto, Manuel, aunque para algunos sea como poeta igual de grande) nació en Sevilla y que el nobel Juan Ramón Jiménez, cuando era novel y desconocido (1898), quiso ser pintor en la misma ciudad, que Chaves Nogales, y que Chaves nació en la calle Dueñas, la misma calle en la que nació Antonio Machado y que Dueñas está muy cerca de la llamada «Casa de los artistas» que bien pudiera ser que visitara el Juan Ramón aprendiz de pintor, se aventura, se lanza a decirnos (pág. 50) lo siguiente: «Hacia 1900 Juan Ramón Jiménez se movía con asiduidad por esa zona… se alojaba cerca… (y)… pudo coincidir en la zona con Antonio Machado, algunos años mayor que él, por lo que se puede FANTASEAR con la idea de una confluencia espacial de ambos escritores con el niño Manuel Chaves Nogales, en este limbo de los pintores, como Juan Ramón Jiménez llamó a la zona».
El «fantasear» mayúsculo es mío, pero quizás ayude a dimensionar la verdadera índole de ese fantasear en el limbo de María Isabel Cintas ya que hacia 1900 Antonio Machado vivía, como es bien sabido, en París, en compañía de su hermano Manuel, Juan Ramón Jiménez había marchado a Madrid, donde iba a publicar sus dos primeros libros ese mismo año y nuestro Manuel Chaves Nogales, aún Manolito Chaves, tenía dos o tres inocentes años y puede que un chupete. Uno puede fantasear lo que uno quiera fantasear, pero Antonio Machado dejó Sevilla en 1883 y por eso mismo su «infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero», pero su «juventud, veinte años en tierras de Castilla». Disparatar más sobre asuntos literarios resulta difícil.
Pero no imposible. Nos lo demuestra Francisco Cánovas en la página 23 de su libro al sintetizar o pildorizar en solo cinco líneas la dura realidad de la Sevilla intelectual de 1900, partiendo intelectualmente (no hay duda posible), de las ya citadas «fantasías» de María Isabel Cintas: «El panorama de la vida cultural y artística sevillana ofrecía claroscuros. Si bien brillaban personalidades como Antonio Machado, Joaquín Turina, Gustavo Bacarisas, Amante Laffón y Juan Ramón Jiménez, no es menos cierto que la cultura letrada se desenvolvía en los círculos de gente acomodada y no se extendía a la mayoría ciudadana».
De los cinco personajes que según Francisco Cánovas caracterizan la «cultura letrada» de la Sevilla de principios del siglo XX, tres no pertenecen estrictamente a las «Letras», ya que Turina fue músico, aunque publicara algún libro, Bacarisas pintor y el casi desconocido –por no decir, sencillamente, desconocido– Amante Laffón (llegado a esta lista muy probablemente gracias a la benefactora Wikipedia), un abogado que fundó una Caja de Seguros Sociales de Andalucía Occidental en 1908. Los otros dos, que sí que –¡menos mal!– habrían de pertenecer a nuestras letras, no vivían ya, desgraciada o afortunadamente, en Sevilla. ¡Vaya con la cultura letrada sevillana!
Por lo demás, resulta incluso un poquito hasta deprimente, que el estudioso Francisco Cánovas no acierte a caer en la cuenta de que cuando Juan Ramón Jiménez pasa una temporada de su vida en Sevilla no es una «personalidad» sino un desconocido joven de 17, 18 años. En cuanto a Antonio Machado, es cierto que en Sevilla brillaba, pero brillaba por su ausencia, justamente desde 1883 en que él y toda su familia se trasladaron a Madrid.
Lo que para Cintas era apenas una un tanto disparatada y anacrónica o ucrónica «fantasía»: Antonio Machado brillando en Sevilla y encontrándose con un Manuel Chaves Nogales de dos años (quizás paseando en los brazos de su madre) en compañía del siempre algo susceptible J.R.J., por una mala lectura, se convierte, para Francisco Cánovas, en toda una realidad.
Un aprendiz de periodista
María Isabel Cintas sabe más que Cánovas acerca de los primeros años y de la juventud de Chaves Nogales, pero a menudo (al igual que Cánovas) incurre en pequeños fallos, demostrativos de que no conoce lo suficiente la literatura y el periodismo de la época que pretende retratar. Así, cuando empieza a hablarnos de la edición sevillana de El Liberal, justo en el momento en que entra a trabajar en ese periódico Chaves Nogales, nos dice que entre sus redactores figuraban Antonio Zozaya, Alfonso Hernández Catá y José Muñoz San Román. Pero Zozaya y Hernández Catá, a diferencia de Muñoz San Román, nunca vivieron en Sevilla, nunca fueron en realidad redactores de la edición sevillana de El Liberal, sino de la matriz madrileña del periódico. Si Cintas se hubiera tomado la molestia de consultar la revista La Exposición –luego hablaré de ella– hubiera encontrado que en 1912 se publicó en la misma una foto con los retratos de «La redacción de El Liberal»: D. José Laguillo, director. Redactores: D. Manuel Chaves, D. José Muñoz San Román, D. Emilio Giert, D. Antonio Soto, D. Antonio Pedraza, D. Antonio Reyes. Administrador: D. Rafael Martínez Mollá.
La cuestión es que María Isabel Cintas no cita, curiosamente, a quien había más razones para citar: a Juan González Olmedilla, cuya vida y trabajos se cruzarán multitud de veces con la vida y los trabajos de Chaves Nogales. Solo cuatro años mayor que Chaves, estudiará también en la Universidad de Sevilla sin terminar la carrera, al igual que Chaves, tratará a Chaves en la revista Le Exposición, y será compañero suyo en El Liberal de Sevilla. Muy pronto se irá a Madrid, como Chaves y al igual que Chaves trabajará en la redacción de El Heraldo de Madrid. Como Chaves, apoyar a la República tras el levantamiento militar y al igual que Chaves, en 1937 se encontrará ya en el exilio, en el caso de J.G.O. en la República Argentina. Nunca regresó a España y quizás su postrera coincidencia con Chaves sea el que publicara, poco después de llegar a Buenos Aires una temprana biografía del General Miaja, quien es asimismo el principal protagonista del gran reportaje de Chaves titulado Los secretos de la defensa de Madrid.
Pero aún pudiera añadirse otra muy curiosa coincidencia más. En Buenos Aires, Gonzalez Olmedilla fue amigo y compañero de redacción, en la revista Leoplán, de Manuel Fontdevila, exdirector de El Heraldo de Madrid y por lo tanto antiguo jefe suyo, como lo fue de Chaves Nogales. Fontdevila fue destituido a principios de noviembre de 1936 y sustituido por otro periodista de El Heraldo, compañero de Chaves y González Olmedilla: Alfredo Cabanillas, también exiliado en Buenos Aires. En 1939 le encargaron a Cabanillas, que había girado a la derecha, la dirección del diario de la comunidad española: El Diario Español. Periódico que, en las primeras semanas de la guerra civil, pasó a convertirse, de más o menos apolítico, en un firme defensor del bando rebelde. Sorprendentemente o no tan sorprendentemente, en 1943 el patronato de El Diario Español destituyó a Alfredo Cabanillas (estaba ya claro que Hitler iba a perder la guerra y como la venta había ido bajando de modo considerable en ese tiempo, quería empezar a borrar o a enmendar su total adhesión al régimen franquista) y nombró director a Manuel Fontdevila. Pero El Diario Español estaba ya herido de muerte y desapareció un año después.
González Olmedilla, además de ser un escritor de cierto mérito (incluso en el difícil y un tanto inexplorado campo de la novela abiertamente erótica) y con una curiosa personalidad literaria, tuvo importancia en la renovación y modernización de la literatura sevillana a partir de 1911 y fue además amigo de Chaves Nogales. Quien lo dice es Rafael Cansinos-Asséns en sus memorias a cuenta de una anécdota en la que el joven Chaves (puede que con cierta injusticia, aunque esa es otra historia) no sale del todo bien parado.
María Isabel Cintas lo documenta, pero sin sacarle ningún partido a lo verdaderamente importante que documenta Cansinos y es la amistad entre el Chaves juvenil e Isaac del Vando Villar y Juan González Olmedilla. Cuenta Cansinos: «Chaves Nogales apareció en Madrid hacia el 1918, una noche en nuestra tertulia del Colonial como amigo de Olmedilla y el famoso don Isaac…».
La pregunta que hay que hacerse es de dónde procedía esa amistad invocada, al parecer, por el propio Chaves y recordada por Cansinos. Sin duda alguna de La Exposición. Revista ilustrada de Sevilla y luego Revista Hispano-americana, 1911-1922. Pero esta es una revista muy mal conocida y apenas se ha escrito nada sobre ella, por lo que no extraña que no la haya tenido en cuenta o sabido de ella María Isabel Cintas.
La Sevilla de José María Izquierdo y el joven Chaves, ¿un desierto cultural?
Puede venir ahora a cuento recordar que a lo largo de todo el siglo XX (a diferencia – desgraciadamente para nosotros– de lo que está pasando en el siglo XXI), prácticamente todas las innovaciones en literatura fueron acompañadas o provocadas por las revistas literarias y culturales del momento. La Sevilla de 1900 (y la de 1910) no contaba con revistas literarias modernas y, menos aún, modernistas. A Sevilla, como a casi todas las provincias españolas, la modernidad literaria le tardó en llegar, pero ese fue un fenómeno general. Lo habitual por entonces era el querer marcharse a Madrid a «luchar», a «hacerse un nombre» todo aquel que quisiera hacer carrera literaria, periodística, teatral o todo a la vez. Eso hicieron, de algún modo, el gallego Valle-Inclán, el vasco Unamuno o los sevillanos Álvarez Quintero o López Pinillos. Pero eso no quiere decir que por entonces Sevilla fuera un desierto cultural aún más desertizado por culpa de los que se iban yendo a Madrid. Hacia el final del siglo XIX en Sevilla había un grupo extraordinario de escritores-eruditos, especialmente felices en la creación de ensayos históricos de toda índole, en especial la artística y la local. Ese numeroso grupo creó la Sociedad de Bibliófilos Andaluces y fueron todos grandes amigos de Marcelino Menéndez y Pelayo. A menudo se reunían en la tertulia mantenida por el marqués de Jerez de los Caballeros y el duque de T’Serclaes (que eran, aparte de hermanos, enormes bibliófilos) durante sus estancias en esta ciudad. Estos escritores se llamaban, sin pretender ser exhaustivo, además de Manuel Chaves Rey, Joaquín y Alejandro Guichot, José Gestoso, Luis Montoto, Francisco Rodríguez Marín, Joaquín Hazañas y la Rúa, Manuel Serrano Ortega y Manuel Gómez Imaz. Había también algunos novelistas, como Francisco Muñoz y Pabón, de gran éxito a partir de 1902, año en el que publica La Millona y Héctor Abreu, «Abrego», el autor de El espada. Pero la modernidad, aunque sea una modernidad un tanto a destiempo, cuando ya empezaba a entrar en crisis la literatura modernista, solo empieza a llegar con Juan González Olmedilla y los once números de su revista Andalucía (Sevilla, 1911), la primera revista andaluza de cierta importancia, junto con la granadina Idearium, en el siglo XX. En ella publican poemas, junto con autores ya reconocidos como Juan Ramón Jiménez, Emilio Carrere o Francisco Villaespesa, los poetas y escritores de Sevilla que poco después van a figurar en la revista La Exposición y años más tarde en Grecia. A Juan González Olmedilla le encontramos poco después entre los animadores de La Exposición, una más bien humilde revista gráfica (aunque se publicitase como la revista de más circulación en Andalucía), nacida al calor del proyecto de la Exposición Iberoamericana de 1929 y que tendría por lo tanto un carácter especialmente local y cierta inspiración «regionalista» (lo que la relaciona también, en alguna medida, con el nacionalista andaluz Blas Infante, por entonces nada más que regionalista, como otros muchos, aunque tal cosa esté todavía por estudiar), pero que también participaba de lo estrictamente literario, gracias al nutrido grupo de escritores que se fue formando alrededor José María Izquierdo: Miguel Romero Martínez, José María Romero, Juan González Olmedilla, Rafael Lasso de la Vega, Adriano del Valle, Luis Mosquera, Adolfo Carretero, Luis Claudio Maríani, Pedro Raida e Isaac del Vando Villar (además de un muy curioso escritor argentino, Manuel Forcada Cabanellas, que fue el responsable de Norah y Jorge Luis Borges conocieran a Isaac del Vando Villar y a Adriano del Valle y de que el joven Jorge Luis Borges publicara sus primeros poemas en Grecia). También, hasta su muerte, habría de colaborar allí, con la mayor asiduidad el padre de Chaves, Manuel Chaves Rey, con poemas varios y artículos histórico-literarios firmados siempre, estos últimos, como «Manuel Chaves Cronista de Sevilla». En la revista se publicaron, asimismo, en 1913, los primeros poemas conocidos del poeta Pedro Salinas, recién estrenado como catedrático de literatura española de la Universidad Hispalense. En La Exposición se dará también noticia del Futurismo y Miguel Romero Martínez traducirá poemas cercanos a las vanguardias europeas. Hay incluso, en su etapa final (1920-1922), algunos textos que permiten o autorizan a relacionar esta revista no solo con el Ultraísmo (aunque solo sea porque, al compartir ciudad de nacimiento con Grecia, comparten, del mismo modo, una buena cantidad de colaboradores), sino también con los poetas más adelantados del grupo de la revista Mediodía: Rafael Porlán, Juan Collantes de Terán y Rafael Laffón.
La figura central de La Exposición es sin duda José María Izquierdo, por quien Chaves sintió una gran admiración juvenil. Muy probablemente, sin la publicación de Divagando por la ciudad de la gracia en 1914 no hubiera visto la luz en 1921 La ciudad (el único entre los libros de Chaves Nogales que no fue publicado enteramente en revistas o periódicos antes de pasar a ser libro). Ambas obras comparten una misma perspectiva estética y vital de la ciudad de Sevilla y forman parte de un mismo ciclo de renacimiento estético y regionalista. Lo que nos lleva también a la posibilidad cierta de que el joven Chaves tuviera cierto conocimiento de la incipiente figura de Blas Infante (aún por entonces más cercano a Francesc Cambó que al republicanismo federal), relacionado con el Ateneo de Sevilla, al igual que José María Izquierdo y presente por entonces en algunas de las revistas regionalistas, sobre todo cordobesas, en las que Chaves colaboró entre 1917 y 1921.
Si a la admiración por Izquierdo, añadimos la amistad de Chaves con algunos de los colaboradores de La Exposición, como González Olmedilla, y la decidida implicación en ella de su padre, se puede deducir no solo que Chaves la conoció y estuvo muy al tanto de ella, sino también que fue muy importante para su formación como periodista y escritor. Podría incluso pensarse que Chaves pudo colaborar en ella tras la muerte de su padre en 1914. Lamentablemente, no se conocen ejemplares digitalizados de la revista entre 1915 y 1920, justamente las fechas en las que más fácilmente podría haber colaborado Chaves, ya que antes de 1915 era demasiado joven y a partir de 1920 ya no volvió a vivir en Sevilla.
¿El primer artículo de Chaves Nogales?
Reproduzco a continuación, parcialmente (siete de los diez párrafos que forman el artículo), pero recogiendo todo lo esencial, la que quizás pudiera ser una de las primeras colaboraciones de Chaves Nogales en la prensa sevillana. Se publicó en la primavera de 1914, en la revista anual Las fiestas de Sevilla, patrocinada por la Asociación de la prensa de Sevilla, en la que tanta mano tenía su padre, Manuel Chaves Rey. Dado que está escuetamente firmado por Manuel Chaves podría pensarse, muy a primera vista, que el artículo correspondía a su padre y no a Manuel Chaves Nogales. Pero, aparte de otras muchísimas consideraciones que se pudieran hacer al respecto, no solo el estilo (que es ya muy de Chaves Nogales), también el asunto y la forma de tratarlo, nos avisan que estamos ante un autor joven. Un joven que aún escribe estremecimiento con «x» y que gasta aún ciertas ingenuidades de estilo y adjetivación que nunca utilizaría el Chaves maduro, como: «prestar homenaje a su hermosura» o «gentil apostura», pero que es ya, sin duda alguna, un escritor. Este es un artículo propio del mocetón de 17 años que en ese momento era Chaves Nogales. El artículo de un joven estallando de testosterona, que en diez torrenciales párrafos vierte un río de ensoñaciones y deseos sobre la mujer desconocida y hermosa que pasa por su lado un instante y se borra para siempre de su vida. A los ojos de nuestros días más recientes, este artículo puede resultar tan desconcertante como los desbordamientos místicos de Santa Teresa de Jesús para un ateo, o el recurso a la épica del toreo en la vida de Belmonte contada por Chaves para un animalista convencido. Hoy sería un artículo manifiestamente escandaloso, por escandilizador, aunque con el atenuante de haberlo escrito un menor de edad. Pero no se puede negar que, si está firmado, como lo está, por Manuel Chaves, está escrito por un joven sevillano de 17 años en la Sevilla de 1914 y no por su dignísimo padre, Manuel Chaves Rey, cronista oficial de la ciudad de Sevilla (muy noble, muy leal y muy heroica, además de invicta y mariana, según reza su escudo), redactor de El Liberal de Sevilla y respetado padre de familia.
Una que pasa
Alta, esbelta, arrogante y hermosa, con una hermosura sana y espléndida: en las negras pupilas brilla una chispa del alma apasionada: en los labios vaga una sonrisa leve que recuerda alegrías y que pide besos. Su andar es firme y seguro: su talle se balancea con suave compás: la mano izquierda, pequeña y blanca, parece formada para hacer caricias.
Aquella mujer deja a su paso un perfume que embriaga, que se aspira con delicia, y el ruido que produce el crujir de su ceñida falda causa extraña sensación.
¿Cómo no detenerse para mirar aquel cuerpo macizo y exuberante de juventud y vida? ¿Cómo no sentir placer contemplando aquella hembra que hace despertar pensamientos tumultuosos y excita deseos que inútilmente se intentarán reprimir?
[…]
¿Quién es aquella mujer?… Lo ignoro: la he visto pasar por la acera, cerca de mí, envolviéndome en la atmósfera tibia de voluptuosidad que en torno de ella flota, deslumbrándome con su belleza radiante, y produciendo en mi cuerpo ligero extremecimiento (sic). Nada he acertado a decirle: ni con una frase, ni con una palabra, he podido expresarle mi admiración ni prestar homenaje a su hermosura: pero al verla alejarse con indiferencia, alta la frente, toda gallardía y gentil apostura, he sentido impulsos de seguirla, de hablarle de no sé qué cosas, y acompañarla a donde quiera que marchase.
Sin embargo, he permanecido quieto: a larga distancia aún la reconozco entre los transeúntes: piérdese al fin a mis ojos, y ya inútilmente quiero obedecer a mi primer impulso. ¿Quién sabe si ya no volveré a encontrarla jamás a mi paso?
[…]
Estas mujeres hermosas con que nos tropezamos en la calle, que nos hacen detener y cuya sola vista nos conmueve y agita, ¡Quién calcula lo que pudieran cambiar la marcha de nuestra existencia, e influir en toda ella, trastornándola hondamente, a no pasar a nuestro lado con indiferencia, sin detener en nosotros las pupilas radiantes, ni dedicarnos una dulce sonrisa!
¡Cuántas veces de este modo habrán cruzado cerca de nosotros y sin que lo sospechemos ni remotamente, la felicidad más grande y la más grande desgracia!
Francisco Cánovas se despista
Antes continuar repasando la biografía de María Isabel Cintas quisiera pasar revista a una pequeña colección de errores de distinta calidad y formato que encontramos en la biografía de Francisco Cánovas. El primero, mínimo pero relevante, aparece en las páginas 28 y 58. En la página 28, a propósito del diario cordobés La Voz, se nos dice: «Tenía un formato grande y desplegaba sus informaciones a través de cuatro páginas». En la página 58, a propósito del diario Ahora se nos cuenta «Desde el punto de vista formal, Ahora tenía treinta y seis páginas de formato pequeño». El caso es que, aunque Ahora no tuviese un formato sábana, no era en realidad pequeño, o al menos, era un poco más grande que La Voz. Con lo que acerca de La Voz, Francisco Cánovas habla, contra lo que pudiera parecer en un principio, de oídas. Un historiador, un estudioso no debiera dar detalles, pretendidamente exactos, de libros, documentos o periódicos que él no haya tenido entre las manos.
En esto de hablar sin haber visto, lo que es casi hablar por hablar, María Isabel Cintas cojea de la misma pierna (por no decir que también ella «mete la pata»). Sin ir más lejos, cuando en la introducción (pág. 32) acude a María Zambrano para señalarnos, un tanto innecesariamente, que Chaves Nogales «se mostró dentro también del profundo apetito de entendimiento que advirtió María Zambrano en los intelectuales republicanos en su libro Los Intelectuales en el drama de España (México, 1935).» Esté o no esté Chaves «dentro», resulta contraproducente ofrecer datos o detalles pretendidamente precisos: «México», «1935» cuando son no solo erróneos sino disparatados. Porque un título que hable del «drama de España» no puede dejar de hablar de la Guerra Civil, lo que imposibilita, a su vez, la fecha de 1935 e incluso el improbable México. Ya que es bien conocido que M.Z. se exilio en Chile y solo fue a México tiempo más tarde. Para cuestiones de mera bibliografía, existiendo Google se ha hecho complicadísimo el equivocarse. Pero la estudiosa Cintas ha logrado no tener conocimiento (y hacérnoslo saber) de que Los intelectuales en el drama de España es un librito que se publicó en Santiago de Chile en 1937.
Regresando a Cánovas, en la rápida historia de la masonería española que Cánovas incluye en las páginas 49-51 para contextualizar la entrada en la misma de Chaves Nogales, se nos cuenta que: «En esos años hubo muchos intelectuales, políticos y periodistas a quienes la política autoritaria de la dictadura empujó a incorporarse a la masonería y a luchar por el cambio democrático, cada vez más identificado con la República: José Giral, Álvaro de Albornoz, Marcelino Domingo, Rodolfo Llopis, Maríano Benlliure, Luis Jiménez de Asúa, Luis Bello, entre otros.» El problema que aquí nos encontramos es que, si Cánovas habla de Maríano Benlliure, tenemos que pensar, obligadamente, en el escultor Maríano Benlliure, que nunca fue masón, cuando en realidad de quien se trata es de Maríano Benlliure y Tuero, hijo del escultor y periodista (de la agencia de prensa de Luis de Sirval), además de autor de un puñado de novelas cortas y de libros de ensayo. Maríano Benlliure y Tuero (no su padre, como parece dar a entender Francisco Cánovas) fue masón como Chaves Nogales, por lo que resulta un tanto extraña o inexplicable la agria polémica que mantuvo con él en 1929. Del mismo modo, unos años antes, había mantenido Benlliure y Tuero un duro encontronazo con el también periodista Manuel Bueno, quien, curiosamente, había prologado su primer libro, El ansia de inmortalidad, en 1919, pero que después, a partir de 1923 había apoyado –al contrario que Benlliure y Tuero– la dictadura de Primo de Rivera. Lo que nos dice que, muy probablemente, no solo era hombre de carácter un tanto arrebatado, sino también muy puntilloso en cuestiones ideológicas. De hecho, apoyó a la República durante la Guerra Civil y estuvo colaborando en El Mercantil Valenciano hasta casi el final de la contienda. La polémica entre Chaves y Benlliure y Tuero fue importante (y por lo tanto historiable, por emplear una expresión muy de Américo Castro tomada quizás de Spengler) porque trataba de un asunto tan de actualidad como la función del periodismo y los deberes del periodista. A juicio de Benlliure y Tuero, no estaba del todo clara la postura política de Chaves Nogales en 1929, su compromiso con la República y el consiguiente rechazo de la dictadura de Primo de Rivera, que constituía ya la cuestión palpitante del momento, aunque la expresión del problema tuviera que atemperarse por mor de la censura entonces vigente. En los años siguientes, especialmente a partir de 1932, el compromiso de Chaves con la República y más aún, con la Democracia (por emplear dos hermosas mayúsculas) es fácilmente comprobable, sobre todo, si se anima uno a leerse todos los editoriales del diario Ahora de aquellos años republicanos. Pero hay que reconocer que en el 2023 (o, más vagamente, en el presente) algunos no lo tienen todavía del todo claro y siguen pensando, respecto a la figura pública de Chaves Nogales, de forma parecida a como Maríano Benlliure y Tuero en 1929.
Quizás ocurra que Francisco Cánovas no tenga demasiada idea de los detalles pequeños de la pequeña historia de este pequeño país, o que tenga, sencillamente, una muy particular manera de citar los nombres de manera muy distinta a como suelen citarse habitualmente. Por ejemplo, él llama en su libro, cuando toca (es decir, al hablar de los primeros días de la guerra) «Segundo Serrano» (pag. 236) a quien todo el mundo siempre ha llamado Serrano Poncela o Segundo Serrano Poncela. Pero esa familiaridad o falta de familiaridad con los nombres pudiera denotar también escaso conocimiento de la obra o la figura de esos autores. Caso más grave, por tanto, es cuando a propósito del libro Tres periodistas en la revolución de Asturias, nos dice que Jordi Amat, su compilador y prologuista, «ha reunido las visiones de José Díaz Fernández, Josep Pla y Manuel Chaves Nogales. El escritor y político comunista asturiano José Díaz escribió con el seudónimo José Canel». Bajo el nombre de José Díaz y la apostilla de «político comunista», todo el mundo hubiera reconocido en 1934 (puede que incluso hoy) al José Díaz secretario general del PCE, nadie al periodista y novelista de vanguardia José Díaz Fernández que, en lo político, nunca fue comunista sino radical socialista primero y luego, en 1936, de Izquierda Republicana. Confundir al político comunista sevillano José Díaz con el escritor radical-socialista asturiano José Díaz Fernández porque los dos se llaman Díaz es un poco como confundir a Largo Caballero con Giménez Caballero porque los dos se llaman Caballero.
Lo mismo que personas, Francisco Cánovas puede llegar a confundir periódicos. Así puede escribir en la página 277, refiriéndose a Chaves Nogales: «El diario anarquista La Voz le dedica una columna en su sección Tiro al blanco». Cualquiera que sepa algo de la prensa republicana durante la guerra civil conoce que tanto La Voz, como El Sol quedaron en manos comunistas y que el autor de la citada columna, al que ni siquiera nombra (aunque sí figure en la bibliografía), José Luis Salado, fue un extraordinario periodista que escribía a menudo, él solo, medio periódico (llegó incluso a inventarse una agencia de noticias, la «Agencia Argos» para comentar noticias de forma aún más incisiva) y que terminó exiliándose en la Unión Soviética y siendo corresponsal de TASS para América Latina. Terminar su libro ninguneando a José Luis Salado (quizás el periodista republicano más brillante y contundente entre el 36 y el 39) cuando lo empezó ninguneando a un escritor excelente aunque poco leído y reeditado: Antonio Espina –acompañando quizás a María Isabel Cintas, que hace exactamente lo mismo: citarle solo por las iniciales–, ese aparentemente ignoto (A.E.) que figura como autor (en la revista España) de la favorable reseña a La Ciudad de Chaves Nogales, la primera y muy notable que recibe en su vida nuestro autor, puede que no esté bien del todo, pero señala o califica el peculiar talante investigador de Francisco Cánovas Sánchez.
Chaves en la Guerra Civil, según Cánovas
Para terminar o culminar esta pequeña serie, nada mejor, por su valor demostrativo o documental, que las cuatro primeras líneas que le dedica Francisco Cánovas al papel de Chaves en la guerra civil: «Tras el golpe militar, Chaves Nogales continuó al frente del periódico Ahora, defendiendo la causa de la República. El editorial publicado el 21 de julio de 1936, titulado Frente a la subversión, condenó el recurso a la violencia para dirimir las diferencias políticas». Si F.C. hubiera leído Bajo el control obrero. La prensa diaria en Madrid durante la guerra civil. 1936-1939 de Juan Carlos Mateos3, que él mismo ha incluido en su bibliografía, sabría que el 18 de julio del 36 Chaves Nogales estaba en Londres, recogiendo a sus hijas, que estudiaban allí. Que para estar ya en Londres en esa fecha debiera haber salido de España, muy posiblemente, antes del asesinato del teniente Castillo y el de José Calvo Sotelo (aunque tal cosa entraría en conflicto con lo contado por Jesús Izcaray en Cuando estallaron los volcanes) y que solo estuvo de regreso en Madrid hacia el 5 o 6 de agosto. No es razonable, por lo tanto, afirmar que Chaves «continuó» –como si hubiera habido realmente una continuidad espacial, aparte de temporal, y Chaves hubiera seguido estando en Madrid. Por otra parte, Chaves acostumbraba a escribir él mismo la inmensa mayoría de los editoriales de Ahora, excepto quizás los de temas económicos. Concretamente los de la guerra civil, los que empiezan a aparecer diariamente a partir del día 11 de agosto, pueden atribuírsele todos (así lo sostiene Juan Carlos Mateos), pero justamente el del 21 de julio, cuando Chaves estaba en Londres, no está escrito por Chaves (Mateos aventura en este caso el nombre de Leopoldo Bejarano, redactor-jefe de Ahora). Ya es mala suerte que el único editorial de la guerra que cita Cánovas sea el único que no escribió Chaves, pero el fondo de la cuestión que aquí se nos revela, confirma que, si como investigador Francisco Cánovas, es nulo, como mero divulgador resulta un auténtico desastre. Lo que abre la puerta a un nuevo interrogante: Las siete personas, siete, a las que en el «Preludio» (pág. 13) les agradece «las sugerencias realizadas» o la sintonía «en el proceso de elaboración y edición del libro», ¿realmente se leyeron el original y no acertaron a decirle nada, nada de nada, de nada de lo que yo he ido señalando en estas páginas? ¡Sorprendente!
El semanario Estampa y María Isabel Cintas
María Isabel Cintas dedica el capítulo X de la segunda parte a hablar de la revista Estampa. La idea es excelente pero la ejecución resulta un tanto decepcionante. Decepcionante por los muchos errores que se deslizan, como luego veremos, en apenas media docenas de páginas y porque Cintas lo que pretende es apenas ir siguiendo los escritos de Chaves a través de todas las revistas y diarios en los que colabora y en Estampa, entre 1928 y 1935, se fueron publicando muchos de sus trabajos más representativos.
De todos las empresas y proyectos de Luis Montiel relacionados con las artes gráficas Estampa fue sin duda el más exitoso, ya que llegó a tirar más de 200.000 ejemplares y produjo enormes beneficios. Estampa fue también ocasión para que coincidieran y se conocieran Luis Montiel y Chaves Nogales pues, desde la creación de la revista, el redactor jefe fue siempre Vicente Sánchez Ocaña, amigo íntimo y compañero de El Heraldo de Madrid que abrió a Chaves de par en par las puertas de la revista.
Lo primero que dice María Isabel Cintas es que «la idea originaria se debía a Luis González de Linares, corresponsal en París de Mundo Gráfico y primer director de la revista» y asume a continuación una opinión del historiador de la prensa Gómez Aparicio afirmando que, con Estampa, se introduce en España «el concepto de revista ultra pirenaica más para contemplada que para leída».
Cintas se equivoca tan pronto que empieza por equivocarse ya en el nombre del creador y director de la revista, que es en realidad Antonio G. de Linares (1875-1945) y no Luis G. de Linares (1904-1997). Claro está que siendo el segundo hijo del primero y siendo los dos colaboradores de Estampa la confusión no deja de ser explicable. Sobre todo, si no conocía con anterioridad a ninguno de los dos. Luis G. de Linares fue (aparte de una curiosa y muy desconocida serie de artículos sobre la vida en Madrid durante los primeros meses de la guerra civil) casi exclusivamente periodista y periodista notable que colaboró no solo en Estampa, Ahora y As de Luis Montiel sino también en distintas revistas de Prensa Gráfica y, ya en la posguerra, dirigió, de nuevo para Luis Montiel, las revistas Semana y As. Antonio G. de Linares es aún más interesante, ya que además de periodista y traductor de clásicos franceses fue autor de un puñado de excelentes novelas cortas y de una de las mejores novelas eróticas (género este cultivadísimo pero en el que lo que más solía destacar no solía ser la calidad de la escritura) españolas del siglo XX: Nuestra señora de la voluptuosidad (1921).
Periodista desde París durante muchos años para Prensa Gráfica y buen conocedor de la prensa europea de ese tiempo, a Antonio G. de Linares se le ocurrió ofrecer a su empresa, editora de La Esfera, Nuevo Mundo y Mundo Gráfico, la publicación de una nueva revista, un magazine, con especial hincapié en lo gráfico, pero a la vez con muchísima literatura e información de lo más variada. Se ha dicho que el modelo tomado por Antonio G. de Linares era VU. Tal cosa es imposible pues VU aparece en marzo de 1928 y Estampa dos meses antes, el 3 enero de 1928. Pero dado que el parecido en la cuestión gráfica es notable, como también en el caso de la revista Voilà de los hermanos Kessel, aparecida en 1931, habría que concluir que fue Estampa la que pudo influir en el diseño de VU y Voilà y no al revés. Otras revistas europeas de la época, como la alemana Berliner Illustrirte Zeitung, la suiza L’Illustrè o las francesas Match L’Intran o Le Miroir, sí pudieron servirle, en parte, de inspiración. El caso es que Prensa Gráfica rechazó la oferta y Antonio G. de Linares ofreció el proyecto a Luis Montiel, quien no tuvo inconveniente en aceptarlo, quizás, entre otras cosas, porque era compatible con la maquinaria ya instalada en los talleres de Rivadeneyra y con sus planes de expansión empresarial que le habían llevado a sacar en esos mismos meses otras dos revistas más: La revista de cine La pantalla y la revista infantil Macaco dirigida por el dibujante K-Hito que ya estaba dirigiendo para Montiel la revista Gutiérrez.
Estampa era una revista extremadamente novedosa y con mucha ambición. No solo aportaba un ingente número de fotografías y dibujos, sino que también ofrecía una gran cantidad de secciones más o menos fijas: cuentos, folletín semanal, entrevistas, viajes, página infantil y página para la mujer, música, teatro, información deportiva y actualidad política (a partir de la llegada de la República). No era, por tanto, «más para ser contemplada que para leída» como quieren Gómez Aparicio y María Isabel Cintas. Y menos aún «iba dirigida a un público básicamente femenino» (pag. 187) tal como afirma nuestra estudiosa, quien aún insistirá más adelante en que «en ambas se trataban básicamente temas femeninos» (pag. 188). Estampa era una revista generalista y en ella estaban presentes todos los temas que podía abordar en ese tiempo una revista. De hecho, el que tuviera una página dedicada a la mujer constituye la mejor prueba de que no era una revista para la mujer, del mismo que no puede considerarse una revista infantil precisamente porque tenía una página infantil.
María Isabel Cintas no solo puede sorprendernos, puede también dejarnos atónitos. Por ejemplo, cuando tras afirmar que tanto Estampa como su competidora Crónica trataban «básicamente temas femeninos», añade a continuación: «En la sociedad española de aquellos años pudieron causar asombro (y fueron muy celebradas) las fotografías de arte por Manassé aparecidas en Crónica». ¡Y tanto que causaron asombro además de ser muy celebradas esas fotos! Tremenda opinión la de María Isabel Cintas. Teniendo en cuenta que esas «fotografías de arte», de las que habla, eran en realidad desnudos completos de atractivas muchachas centroeuropeas, habrá que concluir que quizás para ella Penthouse, Playboy e Interviú hayan sido también revistas que han tratado «básicamente temas femeninos».
Chaves Nogales y la creación del diario Ahora
Siguiendo con María Isabel Cintas, así se nos empieza a contar, en el capítulo XII de la segunda parte, otro fundamental momento en la vida de Chaves Nogales, la fundación del diario Ahora: «Manuel estaba en París todavía cuando el propio Montiel fue a buscarlo y le ofreció la responsabilidad de ser redactor jefe de un periódico que pensaba crear, el diario Ahora«. Dejando aparte que Chaves Nogales fue subdirector de Ahora y no redactor jefe o que no hay constancia alguna de que las conversaciones entre Montiel y Chaves se mantuvieran en París o en Madrid o en algún otro sitio para nosotros desconocido, lo que está claro es que, para María Isabel Cintas el diario Ahora es un proyecto de Luis Montiel.
En mi opinión y contra lo que cuenta María Isabel Cintas, el diario Ahora no es una idea de Luis Montiel sino de Manuel Chaves Nogales. Chaves es quien tuvo que presentársela a Montiel, hacia mediados de 1930, ya perfectamente formada; del mismo modo que le había presentado a Manuel Fontdevila y a los propietarios de El Heraldo de Madrid el plan completo para hacer viable, desde el punto de vista económico, su ambicioso y oneroso viaje de más de dos meses por Europa en avión. El proceso tuvo que ser el siguiente: A principios de 1928 Luis Montiel abordó, a instancias de Antonio G. de Linares, la publicación de una gran revista gráfica de información general, Estampa, lo más importante que había hecho hasta ese momento desde el punto de vista inversor. Estampa fue un completo éxito.
Tanto que, a finales de 1929, un grupo competidor, Prensa Gráfica, empezó a editar una revista de similares características, Crónica, dirigida además por Antonio G. de Linares, el creador y primer director de Estampa; y más barata, solo veinte céntimos. Crónica tuvo un éxito parecido al de Estampa y se convirtió pronto en una temible competidora. Hay que tener también en cuenta que, por lo que se sabe o se puede deducir, los proyectos editoriales de Montiel eran proyectos que alguien de su confianza o amistad le había ofrecido y que él cobijaba en su empresa por el tiempo que fueran realmente rentables. Así, José Díaz Mercadal, propietario de la editorial Babel, que editaba en Rivadeneyra, le ofreció editar en 1926 una colección de novela corta, La Novela Mundial, que tuvo cierto éxito, pero cerró en 1928, tras publicar 130 números. Sin embargo, el siguiente proyecto que le ofrecieron, La Farsa, colección de textos teatrales, dirigida por Valentín de Pedro, consiguió llegar, tras 467 números, hasta agosto de 1936, sin duda porque nunca dejó de ser rentable. Pueden también recordarse Gutiérrez (1927-1934), Macaco (1928-1930) y Macaquete (1930-1931) tres revistas dirigidas por el humorista K-Hito que tuvieron que ser, forzosamente, ideas de K-Hito y resulta impensable atribuírselas a Montiel. Tras el reto de Crónica a 20 céntimos, lo que tuvo que proponerle Chaves Nogales a Montiel fue que lanzara a Prensa Gráfica y a la prensa española de la época el definitivo órdago de un periódico gráfico de 36 páginas lleno de fotos, información y literatura, un periódico que habría de ser, a la vez, diario y revista y al precio de solo 10 céntimos, la mitad de lo que costaba la revista Crónica. Por lo tanto, si todas las publicaciones periódicas editadas por Luis Montiel hasta 1930 (también las posteriores, hasta 1936) habían sido proyectos asumidos por él, pero no ideados por él, lo más razonable es pensar que la idea del periódico Ahora tampoco fue exactamente suya, sino que tuvo que serlo de Chaves Nogales. Sucede además que la idea misma de un periódico sin adscripción a partidos o políticos y totalmente independiente (aunque pegado y apegado siempre a la defensa de los valores democráticos) es puro Chaves Nogales y coincide exactamente con lo que, sin desviación apenas, cumplirá el periódico entre 1930 y 1936. Y, finalmente, sucede también que, en la práctica, Chaves y solo Chaves fue quien proyectó el periódico y le fue dando forma en los meses anteriores a su aparición, de modo que una vez ya en la calle no modificó nunca, de forma substancial, su rumbo, secciones ni colaboradores hasta la llegada de la guerra civil.
Un articulo de Chaves Nogales en 1933, ¿profascista?
El capítulo XI de la tercera parte del libro de María Isabel Cintas, «Colaboraciones en la prensa brasileña» no es especialmente importante, pero sí especialmente curioso o revelador. En él documenta o pretende documentar que en la segunda mitad de 1933 aparecieron en el diario Folha da Manhá, de Sao Paulo, cinco crónicas de Chaves Nogales sin firma, que correspondían a su viaje por la Alemania nazi y que habían sido ya publicadas por Ahora. Las tres primeras aparecieron entre el 9 y el 23 de julio. La cuarta el 27 de agosto y la quinta el 22 de octubre, dos meses más tarde. Acerca de la cuarta y la quinta apostilla Cintas: «Y sobre todo son de destacar las entregas tituladas A mulher nas lutas políticas do momento, del 27 de agosto, y A mulher fascista, publicada el 22 de octubre, que debía corresponder, esta última, al tratamiento del tema en Italia, producto del viaje, que en España no llegó a ser publicada».
Es cierto que los cuatro primeros textos aparecieron con lo que Cintas llama «alteraciones respecto al texto en castellano», pero no es exactamente cierto que aparecieran sin firma, de modo anónimo ya que en todos ellos se cita el nombre de Manuel Chaves Nogales como autor. Lo que sucede es que Folha da Manhá, con la excusa de que son extremadamente interesantes esos textos sobre la Alemania nazi, se decide a publicarlos sin el permiso de Chaves (y por supuesto gratuitamente) pero sin negar su autoría, y añadiéndoles algunos comentarios iniciales que constituyen esas «alteraciones» de las que habla Cintas. El pequeño gran problema es que el supuesto quinto texto de Chaves (que es, este sí, absolutamente anónimo) ni forma parte de la serie ni puede atribuírsele de ningún modo a Manuel Chaves Nogales. Pero no solo porque no esté firmado, sino porque no tiene nada que ver con Chaves ni en el fondo ni en la forma. Es un texto periodístico sin más, falto de personales rasgos de estilo (desde luego, sin los rasgos estilísticos típicos de Chaves) y además de carácter profascista o, al menos, con cierta simpatía por el fascismo italiano del momento. El primer problema que se plantea aquí es el extraño modo de razonar de la investigadora María Isabel Cintas, ya que, si está clarísimo, por el contexto, que Folha da Manhá publica los cuatro primeros artículos sin autorización de Chaves, ¿cómo pudiera ser posible que sea de Chaves el quinto artículo que nunca se publicó en ningún otro sitio conocido? Si fuese, por tanto, inédito, Folha da Manhá nunca podría haberlo conseguido sin entrar en contacto con Chaves y de haber entrado el periódico en relación con Chaves, jamás este hubiera recompensado a un medio, que publicaba algo suyo sin pagarle ni pedirle permiso, regalándole justamente un artículo que no había querido publicar hasta ese momento. Es decir, si los cuatro primeros artículos se publican, como es seguro, sin permiso de Chaves Nogales, es imposible, y por lo tanto, seguro también que el quinto artículo, en ningún caso, puede ser de Chaves. El segundo problema, mayor aún, es la dificultad o imposibilidad de María Isabel Cintas a la hora de situar, ponderar y valorar un texto, especialmente tratándose de alguien como Chaves Nogales sobre el que lleva trabajando media vida. El tercer y último problema, desde luego menor que los anteriores, tiene que ver con el hecho de que la propia María Isabel Cintas afirme que es de Chaves Nogales un texto, en realidad, innegable, manifiestamente anónimo y sobre todo, por muy malo en lo literario y por muy profascista, en lo ideológico, del todo inatribuible a Chaves.
Sorprendentemente, alguna vez ha defendido Cintas que lo que no esté firmado por Manuel Chaves Nogales, por muy Chaves Nogales que parezca, no solo no es de él, sino que ni siquiera se le puede atribuir. Lo que, además de hablarnos de la sensitiva o sensible incoherencia de nuestra investigadora, capaz de atribuirle a Chaves el menos chavista de los artículos anónimos nos anima a replantearnos la cuestión pendiente de la inmensa labor periodística que podría atribuírsele a Chaves Nogales, pero que se presenta como anónima (por muy distintos motivos) y la claramente heterónima que va a llevar a cabo, bajo distintos pseudónimos, en los años de París y Londres.
Chaves Nogales y Luis de Sirval
Un tema que hubiera dado para mucho pero que María Isabel Cintas no aborda en su libro consiste en las coincidencias de Chaves Nogales con Luis de Sirval, quien es, además, por sí mismo, una atractiva personalidad con una historia impactante. Lo primero es que Sirval, que era de edad muy parecida a la de Chaves (había nacido en 1898), aparte de ser periodista, había creado una exitosa agencia periodística, la Agencia Sirval, que surtía de prestigiosos colaboradores literarios a periódicos regionales de toda la península, como haría Chaves Nogales, años más tarde, durante su etapa londinense. Lo segundo que les une es que los dos fueron, además de fundadores, los puntales más firmes de la Liga de periodistas republicanos, creada en octubre de 1932, en apoyo de la República. La tercera coincidencia es que los dos habrán de viajar a Oviedo en octubre de 1934 para escribir sobre la Revolución de Asturias (Chaves para Ahora, Sirval para El Mercantil valenciano). Sirval solo tendrá tiempo de publicar dos crónicas, pues antes de publicar la tercera es detenido y luego asesinado a tiros, siete, en una comisaría de Oviedo, a manos de un legionario búlgaro, que será condenado por ello a apenas seis meses de prisión nunca cumplidos. El escándalo entre la inteligentsia republicana será mayúsculo y durará hasta los finales de la guerra civil. En cuarto y último lugar, Chaves Nogales, no solo formaba parte de la «Liga de periodistas republicanos», también estaba afiliado, desde 1925, a la influyente Asociación de la Prensa de Madrid. En mayo de 1936, una candidatura de Chaves Nogales fue presentada a las elecciones de la Asociación, frente a la de Alfonso Rodríguez Santamaría, de ABC, logrando apenas 66 votos frente a los 255 de Santamaría4. Tres meses más tarde, en agosto, Santamaría será asesinado por unos sujetos de la Patrulla de las Milicias de la Prensa. No mucho después, ya en 1937 un suelto anónimo (pero en mi opinión atribuible a Francisco Casares) del semanario Domingo de Juan Puyol, publicado en San Sebastián, relacionaba injustamente, sin prueba alguna, a Chaves Nogales con el asesinato de Santamaría.
Notas
1María Isabel Cintas Guillén: Manuel Chaves Andar y contar. 2 vols. Confluencias. Almería, 2021.
2Francisco Cánovas Sánchez: Manuel Chaves Nogales: Barbarie y civilización en el siglo XX. Alianza Editorial. Madrid, 2023.
3Juan Carlos Mateos: Bajo el control La prensa diaria en Madrid durante la guerra civil, 1936-1939. Tesis doctoral, 1996. Próxima publicación en la Editorial Renacimiento. Juan Carlos Mateos también publicará en Renacimiento, próximamente, una edición crítica de los editoriales del diario Ahora bajo la dirección de Manuel Chaves Nogales, entre julio y noviembre de 1936.
4El día 28 de mayo de 1936, estando aún Chaves Nogales en Gibraltar, a donde había ido para entre- vistas al Negus de Etiopía, decía el diario Ahora lo siguiente: «Interesa a los redactores de AHORA hacer constar que no han tomado parte directa ni indirecta en la confección de ninguna de las candi- daturas que se han puesto en circulación, y que ignoran, por tanto, la significación de todas y de cada una de ellas, lo mismo de la llamada de conciliación, que de la desautorizada por algunos periódicos como candidatura de Los redactores de AHORA ni entienden ni quieren entender de semejantes nomenclaturas, y aspiran tan solo a que las Juntas directivas no actúen en sentido partidista en lo que se refiere a la interpretación más amplia del artículo 1 de los Estatutos, ya que en la parte puramente administrativa de la entidad siempre, y por cualquiera de las Juntas que resulten de la votación, estarán defendidos los intereses materiales de la colectividad. Repetimos que nos importa tanto más hacer estas manifestaciones por cuanto en una de las candidaturas se propone como presidente de la Asociación a nues- tro querido subdirector don Manuel Chaves Nogales, ausente de Madrid desde hace varios días y desconocedor, por tanto, y ajeno en absoluto a la idea de su inclusión en ninguna de las candidaturas».
Lo que está sucediendo con las ediciones en torno a Chaves Nogales pasa de castaño oscuro.
En la última entrada en mi blog, https://convozqueda.blogspot.com/2024/03/1901-chaves-nogales-nuevos-articulos.html, desvelo algunos artículos que no aparecen censados ni en el ‘repertorio Garmedia’ ni en el ‘rpertorio Morató’, los que recogen respectivamente las ediciones de las Obras Completas de Chaves Nogales en Libros del Asteroide, 2020, y Chaves Nogales: los años perdidos, 2023.
Y no digamos nada del ominoso silencio (o ninguneo, o disimulo…) que practica el ‘conglomerado nebuloso ChNg’ acerca de este tipo de averiguaciones, apocadas bajo 7 capas de silencios… (¿alguien puede dar cuenta de algún comentario o noticia al respecto…? ¿Ignorancia deliberada?)
Porque una cosa es la investigación histórica, y otra, que nada tiene que ver con aquella, la pirotecnia mediática aplicada al negocio editorial, en este caso tomando a ChNg por bandera…
¡Qué asquito!
Acabo. En https://convozqueda.blogspot.com/2024/03/1901-chaves-nogales-nuevos-articulos.html y
https://convozqueda.blogspot.com/2024/03/1902-chaves-nogales-nuevos-hallazgos.html,
las 2 últimas entradas de mi blog, presento una muestra de artículos publicados a MChNg, durante su última época parisina, en Francia, USA, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Hong Kong, y no censados en los ‘repertorios Garmendia-Morató’ que he tomado por referencia.
A partir de aquí, quien del ‘conglomerado nebuloso ChNg’ quiera ignorar, que ignore. Quien quiera fingir, o hacer como si nada de lo alumbrado existiese, que lo haga. Allá el, ella, ellos, y ellas.
Y quién venga atrás, que arree.
Gracias a la Redacción de Hot Down por su hospitalidad.
… debería ser: Allá él, ella, ellos, y ellas.
Y quién venga atrás, que arree.
Gracias a la Redacción de Jotdown por su hospitalidad.
Es obvio que uno no anda exento de errores.
Hoy, 27.03.2024, he asestado una llamada de atención a las más conocidas estrellas del ‘conglomerado nebuloso ChNg’. Alguien lo tiene que decir (no sé si) alto y claro, que a las 12:00AM es mediodía, y que el sol luce arriba por muy nublado que esté. Como el niño del cuento del manto blanco de armiño que dijo lo que era palmario: que el rey iba en …
No servirá de mucho, porque F Caro no existe…, pero no por eso cejaré en mi empeño de apelar al decoro, el rigor, y la honestidad intelectual.
La perla: https://convozqueda.blogspot.com/2024/03/191-otra-visita-chaves-nogales-con.html.
Un cordial saludo,
F Caro
Estimado lector, en los comentarios a la entrevista a Y. Morató que JotDown publica, digo que
«… Mi DNI me atribuye 70 y 5/6 ( y no 3/4, como les dije a los destinatarios de mis correos -una veintena/treintena), quiere ello decir que -a estas alturas, uno dice lo que dice de modo libre, consciente y voluntario, en tanto que los hay empeñados en conjugar el verbo ‘avestruzar’ (neopalabra que acabo de acuñar por su plástica, tanto oral como escrita). Allá ellos.
Lo hago, ya lo he dicho, en pos del rigor científico y de la honestidad intelectual, en tanto que otros son empujado por otros móviles. Allá ellos.
Como todo tiene un final, este episodio con el que me he topado en la literatura ‘amiga’ de Chaves Nogales, va tocando a su fin:…»
No es que halla agotado mis reservas, me queda por desvelar todavía alguna perla de Chaves publicada en algún rincón del orbe… y una muy exigua esperanza por apocar algún empecinamiento del que hablo en la entrada a ‘Con voz queda’ a la que remitía en mi anterior comentario. Yo, no cejo, ¡faltaría más!
Ahora, en https://convozqueda.blogspot.com/2024/04/1952-el-embrollo-chaves-nogales-ultimos.html ofrezco una última entrega de mis averiguaciones, en la que agradezco a JotDown -que me tiene a us disposición- la hospitalidad que me ha concedido aquí, y en la dicha entrevista a Y. Morató.
Por supuesto que agradezco a todo lector de mis comentarios el que se haya asomado a estas líneas y a las que les han precedido: ¡sin lectores, no hay escritura que valga!, no es preciso recordarlo.
F Caro. Zgza. 21/04/2024