Viene de «Mentiras gozosas: la domesticación de la infancia (1)»
Mentiras espantosas
Las mentiras gozosas tienen su reverso oscuro —y su complemento necesario— en las mentiras espantosas, pues la domesticación de la infancia, como todas las domesticaciones, se basa en el binomio premio-castigo. Si te portas bien, los Reyes Magos te traerán juguetes, festivos heraldos del sublime ludus paradisíaco; si te portas mal, te traerán carbón, negra metonimia del fuego infernal.
El mero hecho de que la letra de una de las nanas más populares dijera (con voz suave y melodiosa, para más inri) «Duérmete, niño, duérmete ya, que viene el coco y te llevará», habría sido motivo suficiente para quitarles la custodia a varias generaciones de progenitores. Y los menos jóvenes hemos tenido ocasión de escucharla en vivo y en directo, pues hasta hace poco era frecuente aterrorizar y pegar a los más pequeños, a una edad en la que los golpes y los sustos dejan marcas indelebles. No es casual que algunas películas de terror especialmente desasosegantes se basen en la difundida práctica de castigar a los niños encerrándolos en el infame «cuarto oscuro».
La brutal amenaza del coco que se lleva —o se come, según las versiones— a los niños que duermen poco es un claro ejemplo del tipo de mentiras que pretenden convertir las funciones básicas —comer, dormir, lavarse…— en deberes sacrosantos cuyo incumplimiento merece un castigo severísimo. Otras mentiras espantosas buscan preservar la hipócrita moral sexual burguesa («Si te tocas la colita se te caerá») y pueden prolongarse, convenientemente actualizadas, hasta la adolescencia («Si te masturbas te quedarás ciego o raquítico»).
Mentiras disonantes
Junto a —o en medio de— las mentiras gozosas y las espantosas, cabe situar a modo de tertium genus las que podríamos denominar mentiras disonantes (en referencia a la disonancia cognitiva), capaces de provocar alternativamente —o incluso simultáneamente— gozo y espanto, en la medida en que son intrínsecamente contradictorias o remiten a contradicciones flagrantes.
La conducta de los animales, incluidos los humanos, responde a tres pulsiones básicas: el hambre, la libido y el miedo, y una sociedad se define, en gran medida, por la forma en que regula estos impulsos primordiales y por los relatos con los que expone y justifica dicha regulación (uno de estos relatos —a menudo el más importante— es, obviamente, la religión; pero este artículo se centra en las mentiras, y mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar, por lo que quienes trasmiten de buena fe sus convicciones religiosas engañan pero no mienten; habrá que dejar el espinoso asunto de la religión para otro momento). Y dado que nuestra sociedad está lejos de gestionar de forma satisfactoria —o tan siquiera coherente— las pulsiones y necesidades básicas, los relatos justificatorios suelen estar plagados de falacias y contradicciones, especialmente los destinados a la infancia.
Que el consumo de carne y productos lácteos es una aberración dietética y sanitaria, así como una de las principales causa de la deforestación y el cambio climático, hace tiempo que es un hecho comprobado y repetidamente denunciado por científicos, médicos y ecologistas. Pero la criminal industria ganadera, como en su día la tabacalera, utiliza sus poderosísimos recursos, influencias e intereses creados para sobornar, silenciar, amenazar y difundir por los grandes medios unas mentiras que, repetidas mil veces, se convierten en supuestas verdades admitidas sin rechistar por legiones de necios, como los publicistas aprendieron de Goebbels. Y a los niños se les sigue diciendo que tienen que tomar mucha leche para crecer fuertes y sanos, lo que no es menos grave que incitarlos a fumar o a beber vino1. Y por si fuera poco, les contamos cuentos como el de los tres cerditos o el de los siete cabritillos, y luego los homologamos con el lobo feroz —injustamente criminalizado— dándoles un bocata de jamón o unas costillas a la brasa.
Las niñas y niños más inteligentes y sensibles, al descubrir falacias y contradicciones flagrantes en las narrativas de sus mayores, pueden reaccionan de distintas maneras, que van desde la rebeldía abierta hasta la depresión; pero la mayoría, con el cerebro sistemáticamente —sistémicamente— embotado desde la cuna, asumen de forma pasiva y acrítica el irracionalismo reinante. El mayor perjuicio de las mentiras disonantes —así como su fundamental contribución al mantenimiento del orden establecido— es que abocan a millones de niñas y niños a la disonancia cognitiva.
Por lo que respecta a la libido, si algo dejó claro Freud en sus escritos metapsicológicos (seguramente lo más interesante de su producción), es que la civilización conlleva la represión severa de los impulsos sexuales, especialmente en la infancia (no es casual que el aspecto de sus teorías que en su momento suscitó más rechazo fuera su descripción de una sexualidad infantil «perversa y polimorfa»). En este caso, la mentira disonante rebota en su objeto —la infancia— y (en)vuelve al emisor —el mundo supuestamente adulto— provocando el consabido efecto del traje nuevo del emperador: se consensúa como políticamente correcta una visión idílica y asexuada de la infancia en la que, en el fondo, nadie cree.
En cuanto a la tercera pulsión básica, el miedo, es sin duda una ventaja evolutiva que en los primeros años de vida sea tan frecuente e intenso. Al igual que nuestros remotos antepasados, las niñas y niños de hoy suelen tener miedo de la oscuridad, del fuego, del agua profunda, de las alturas, de algunos animales, de los desconocidos… Y, en principio, es bueno que así sea, e incluso hay que fomentar estos temores en los casos en los que, por alguna razón, no surgen espontáneamente. Pero una cosa es fomentarlos en su justa medida (para evitar, por ejemplo, que se queme un niño fascinado por la llama de una vela) y otra muy distinta exacerbarlos sin freno. En lo relativo al miedo, las mentiras disonantes se unen con frecuencia a las espantosas y a las sobreprotectoras, para dar lugar a relatos disuasorios que entenebrecen la realidad y convierten a sus destinatarios en pusilánimes precoces. Pero ese es otro artículo.
(Continúa aquí)
Notas
(1) Si alguien cree que exagero, puede encontrar abundantes informes y testimonios aún más contundentes en la red, e incluso en plataformas tan poco sospechosas de radicalismo como Netflix o Prime; por ejemplo, el documental What the Earth (2017) o la serie Eres lo que comes, en Netflix, y los documentales One Earth: Everything is Connected (2022), La dieta que nos conduce a la extinción (2022) o El fin de la carne (2019), en Prime.
Esto es interesante sobre la ganadería
https://ganado-o-desierto.com/
Gracias, lo veré con interés. Pero espero que haya quedado claro que -aunque estoy en contra de cualquier forma de ganadería- al hablar de industria ganadera me refiero a la explotación intensiva.
Yo reivindico la figura del Coco.
La literatura orientada a la infancia y adolescencia actual propende a prolongar la infancia hasta los 60 años. Tu presunción de lo que desea leer el lector infantil es precisamente eso: una presunción tuya respecto de una situación que no es precisamente la tuya. La supones y pontificas sobre ella.
La literatura infantil actual está llena de colorines saturados y brillantes. En ningún otro espectro de la lectura hay más normas y propensión a homogeneizar la población. En un reciente estudio a propósito del género durante las dos últimas décadas sólo la cuarta parte de los cuentos infantiles actuales presentaban la figura de un antagonista. Una literatura que no muestre el lado negativo del mundo, aparte divulgar una reificación pastelona, impide simbólicamente que los niños consigan sobrellevar y sobreponerse a sus propios miedos.
No son los niños quienes rechazan los lobos, las brujas y los ogros. Es cosa de los adultos. La política de medallas para todos, aprobado general y paso de curso automático hasta llegar a la universidad ha potenciado la aparición del analfabetismo funcional y ese fenómeno “nini” de los que consideran un honor jamás haber leído un libro. Pero hubo alguien que consiguió apalancarse en la Moncloa durante una década gracias a ese ardid mientras desmantelaba industrialmente el país.
La función del cuento antiguo consistía en hacer conscientes a los niños de que hay peligros y que deben ser cuidadosos. No por accidente la recuperación de las narraciones medievales de los hermanos Grimm fue contemporánea del hegelianismo. Lo negativo es lo dado. El orden lo ponemos nosotros frente a una naturaleza en la que todo vale.
Y sí, es cierto que los cuentos tradicionales propenden a pintar el mundo en blanco y negro y a resolver los problemas eliminando los obstáculos (el lobo, la bruja y el ogro mueren, sí). Pero la chusma como Putin o Netanyahu están entre nosotros. Los lobos son lo que son, devoran abuelas y les encanta hacerlo. Punto Los partisanos no acabaron con los nazis preguntándoles por los traumas de adolescencia que les habían conducido a ser nazis. Los abatieron. Y muerto el perro, se acabó la rabia. No estamos precisamente en un momento histórico en el que hayan mejorado las potencialidades de la humanidad. Se mata más que nunca y con la mayor impunidad, ante la mirada atónita de la mayoría. Y la derecha marcha desmedida en todos los países conocidos. Jamás el Coco ha tenido mayor actualidad.
El coco no tiene nada que ver con los cuentos tradicionales, es un mero espantajo para asustar a los niños. Como dice Chesterton (al que cito en estas mismas páginas): «Los cuentos nos dicen dos cosas: que hay ogros y que podemos vencerlos». Y ahí está la clave: no hay que ocultarles a los niños los males y peligros del mundo (precisamente insisto en ello en en la siguiente entrega de esta serie), pero tampoco hay que aterrorizarlos o desmoralizarlos. Contarle -o cantarle- a un niño que si no se duerme se lo llevará el hombre del saco es maltrato infantil puro y duro.
Hasta donde llega mi conocimiento, el Coco tiene sentido pragmático. Mi madre me lo debió de cantar, aunque no recuerdo ni ésa ni ninguna otra nana. Su utilidad radicaba en que las madres trataban de acompañarse a sí mismas (en general criaban a los hijos solas), procurando que los bebés no se despertasen (especialmente porque cuando los bebés se despiertan antes de una toma se cagan y mean sin contemplaciones y aumentan el volumen de trabajo de sus madres). A los niños de corta edad, pero capaces de andar nos avisaban sobre el peligro de los extraños con otras canciones, no con nanas: “Antón no pierdas el son, / porque en la alameda / dicen que hay un hombrón / con un camisón / que a los niños lleva”. Era su modo de decir: hay pederastas afuera; quédate en donde te vea y no te pongas a correr por ahí a lo imbécil que hay peligro caminando a dos patas. En mi época, el hombre del saco y los gitanos también fueron empleados como motivos disuasorios para los niños desobedientes, en especial cuando se empecinaban en no ir al colegio. Había gente burra que empleaba otros métodos peores (darles de hostias). Hoy en día debe ser más difícil socializar a un niño. No hay Coco, ni hombre del saco, pero sí TDAH. La farmacología a la orden del día. Mira a ver si tu alternativa es dopar a los niños hasta el culo. Se está haciendo. Más vale que dieras voz a este tema, que es mucho más grave que lo que andas comentando.
Por otro lado, sobre el Coco tuve la oportunidad de coincidir con un latinist hace más de 15 años atrás que hacía su tesis en la UNED sobre los “larvae” romanos, los “lemures”. Charlamos en la cafetería de la facultad. Me explico que en su origen el Coco tenía sentido pleno. Las Lemurias latinas eran festividades en las que los adultos trataban de sobrellevar su culpabilidad ante parientes fallecidos. La culpa más inmediata que tenemos ante un familiar amado es haber dejado a esa persona sola en su último instante. Quien haya amado sabe verdaderamente el sentimiento de traición que te asola periódicamente, porque al final la persona amada marchó sola. Las Lemurias eran ritos colectivos de trasferencia de la culpa que se celebraban cada año. Con la nana en la que se citaba al Coco la madre romana tiene recordaba a los parientes muertos y le decía al bebé que se debía a sus raíces, y que a los difuntos no les gustaría un descendiente que se comportara mal. ¿Maltrato infantil? Más bien terapia para adultos. A mi entender, bastante mejor que engancharse al prozac.
Las alternativas no son aterrorizar a los niños o drogarlos. Hay otras posibilidades. En cuanto a la religión, en la entrega anterior digo expresamente que es un asunto complejo que rebasa el marco de estos artículos; yo no soy partidario, pero no la homologo con el coco (aunque algunos la utilicen como espantajo, y en ese caso sí, es maltrato infantil).
Sobre la alimentación, tengo la sana costumbre de no hacer caso a los estudios que se saltan las normas del sentido común. Decir que «Que el consumo de carne y productos lácteos es una aberración dietética y sanitaria […], hace tiempo que es un hecho comprobado y repetidamente denunciado por científicos, médicos y ecologistas» es una mamarrachada. Dar a entender que estás perjudicándote a ti o a tus hijos, por tomar yoghurt, es cuanto menos absurdo. Otra cosa es que lo quieras llevar al tema de la sociedad de consumo, y la calidad de lo que se come, como en todo hay cosas matizables y argumentables, pero los estudios muchas veces también siguen modas y responden a intereses, dependiendo de lo que las grandes industrias nos quieran vender en el momento. Y qué duda cabe que muchas veces lo Eco la excusa formidable para vendernos duros a pesetas. Pero que el guiso de la abuela, mata, por ahí sí que no paso. Más seguro de esto, que de que hay Dios en el cielo.
No vas a perjudicar a tus hijos por darles un yogur (has mencionado el único producto lácteo medianamente aceptable, sobre todo si es desnatado, porque la lactosa se ha convertido en ácido láctico y sus bacterias fortalecen la flora intestinal); pero sí si les das lácteos tres veces al día, como recomiendan algunos anuncios. Infórmate, hay abundante información poco sospechosa en la red y en las plataformas. Y el guiso de la abuela, si, como es habitual, va acompañado de una abundante dosis de grasa animal, sí, mata. No de golpe, claro, pero tampoco el tabaco. Todo depende de la prisa que tengas por reunirte con ese Dios que hay en el cielo, tan seguro como que la fabada ayuda a regular el colesterol.
Vaya por Dios, ahora resultará que el yoghur sí es la hostia, contra todo lo dicho. (Y seguro que si lo pensmos también hay otros lácteos en la lista, todavía estás a tiempo de editar el artículo). Y no solo los anuncios, también la Organización Mundial de la Salud (que digo yo que se leerán algunos de los estudios que comentas) recomienda tomar tres raciones de lácteos y derivados al día. Especialmente en la infancia. ¿Será que odian a los niños? Y si empezamos a hablar del colágeno de la carne, en una sopa de pollo con verduras, pues igual también nos lo pensamos. Precisamente el tipo de comida que damos a los enfermos, resulta que es lo más dañino del mundo. Sentido común, en serio. Creo que sabes un poco de lo que hablas (más que yo al menos) pero mucho menos de lo que tú te piensas. Y creo que ese es el peligro. Como consejo nutricionista me parece mucho más recomendable decir, poner un poquito de sentido común a lo que uno se lleva a la boca, sin hacer cosas demasiado raras, y la visita regular al médico para saber como está uno por dentro, que esa moda de los estudios nutricionales y los gurús de la alimentación que un día una cosa y luego la contraria. Como pasó con la leche materna en los 70, porque de repente se quería vender leche en polvo. O los huevos. Que también eran la peste durante una época, y ahora hay que tomárselos a dos carrillos. Sentido común. En serio. Al menos en artículos para la gente que no se va a leer los estudios que dices, no se vayan a creer lo que les cuentan.
No, el yogur no es la hostia, y ya que preconizas el sentido común, empieza por aplicarlo a la lectura comprensiva, que implica no alterar el sentido de lo leído: lo que digo es que el yogur es «medianamente aceptable», muy lejos de la hostia. Y no, no hay que tomar huevos a dos carrillos, aunque sería tendencioso decir que son la peste. Y el sentido común, sin información fidedigna, sirve de poco. En cuanto a la OMS y su connivencia con la Fepale y otras organizaciones de la industria agropecuaria, ese es otro artículo (y voy a escribirlo, gracias por la sugerencia). Lo de la leche es como lo del «vasito de vino saludable»: es cierto que aporta calcio y aminoácidos esenciales, y es mejor tomarla que estar desnutrido o descalcificado; pero puedes conseguir los mismo nutrientes sin necesidad de ingerir lactosa, caseína ni grasas saturadas.
Efectivamente, el sentido común dicta que un «medianamente aceptable», viniendo de alguien que proclama que consumir lácteos es una aberración, significa que es la hostia para el resto de los mortales. No lo digo yo -que me ayudado mucho en la vida el empezar a consumirlo diariamente-, que también lo dice la «siensia». Y el hecho de que haya acompañado al ser humano durante miles de años, antes incluso que la agricultura, invita a pensar a que veneno no es. Solo hay que googlear un poco, en serio, ni siquiera hace falta rebuscar en supuestos estudios sesudos. Y lo que dices de los nutrientes es aplicable a cualquier alimento, todos o casi todos se pueden conseguir de una u otra manera, lo que no significa que sea para mejor, ni más efectivo hacerlo así, ni lo mejor para las personas. Para ti, quizás, porque partes de la premisa de que el veganismo es lo mejor para «el mundo», cosa que me vas a permitir poner en duda -no comulgamos de la misma ostia-, pero tú tienes tu «agenda» y cualquier alternativa a los lácteos y los cárnicos te va a parecer la mejor, aunque sea a costa de los hechos y sí, lo que dicta el sentido común. No me parece mal que lo hagas, pero sé honesto contigo mismo y ten la decencia de no engañar a la gente, amparándote en la ciencia. Que la gente tome carne y leche NO la va a matar. Hacerlo de forma irresponsable, como con todo -hasta beber agua-, sí.
Que la gente tome carne y leche con moderación no la va a matar (y nunca he dicho nada semejante), y fumar y/o beber con moderación probablemente tampoco; pero empeorará su salud y la del planeta.
Para tu información, la intolerancia a la lactosa es muy común. Lo raro es que seamos tolerantes a ella. El ser humano es la única especie de mamíferos que la tolera pasada la adolescencia.
La mutación que nos lo permite se produjo hace unos 10.000 años, cuando empezamos a domesticar animales, y la leche era lo que podía impedir que muriéramos de hambre. A la fuerza ahorcan…
Pero que no nos mate no implica que sea buena. También toleramos la nicotina.
La religión promete el castigo si no acatas sus normas. Si te tocas irás al infierno. Y a ti te pasa lo mismo con la dieta. Si comes carne o bebes leche también visitarás el averno. Aunque Galicia o Asturias, por poner un ejemplo pero te vale cualquier rincón de España, estén llenas de ancianos que se atiborran de queso y cerdo en todas sus manifestaciones.
Con los cuentos tradicionales siempre se ha pretendido socializar al personal. Y algunos no dejaban de reflejar una realidad en su época. Abandonar niños que no se podían alimentar en el bosque (ni con carne, ni con leche, ni con nada) fue un hecho en Europa central en una momento dado, no una ensoñación de los Grimm. Y desde entonces algo hemos avanzado aunque alguno se empeñe en decir que estamos peor que nunca.
También hay octogenarios que fuman sin parar, y conductores borrachos que no se estrellan. Hay que cuantificar los riesgos y aprender de las estadísticas. Y, sí, si la humanidad sigue comiendo carne y productos lácteos irá al infierno, o lo que es lo mismo, el infierno vendrá aquí en forma de catástrofes sanitarias y medioambientales. Y no lo decimos los veganos, sino los científicos.
Lo mismo es, beber un tazón de leche que fumar una cajetilla de tabaco. Además de físico, matemático, politólogo, ahora toca nutricionista. Eso sí, haciendo caso a los «artículos» que te refuercen en la opinión que tienes formada previamente. Cherry picking de manual vamos. Una cosa es recomendar el excesivo consumo de carne en España y otra muy distinta estas proclamas que hace 15 años llamaríamos revolucionarias.
Repito lo dicho a Kilgore. ¿Dónde has visto la igualdad tazón de leche = cajetilla? ¿Y a qué «artículos» haces caso tú? Yo he citado unos cuantos de fácil acceso, ¿te has molestado en echarles un vistazo?
Si pones en el mismo plano los tres lácteos al día, un caldo de gallina o un cocido con compango y fumar dos paquetes al día o conducir borracho va a ser verdad que es un asunto de fe. Y contra eso no valen argumentos. La tolerancia religiosa va de serie.
Hace igual en todos los temas. Es un cura.
La culpa es de Twitter. Dejo aquí el verdadero himno de Twitter:
https://www.youtube.com/watch?v=N5FNZoT-DMc
La cuantificación la haces tú, yo no he equiparado tres lácteos a dos cajetillas. Contra los que atribuyen a los demás lo que no han dicho, por definición, no hay argumentos. Y contra los que no se quieren enterar, cuando la información está al alcance de la mano, tampoco.
Al final la cosa es tener algo que echarse a la boca.
https://cadenaser.com/nacional/2024/02/28/cuba-llega-a-una-situacion-limite-a-nivel-de-abastecimiento-y-pide-ayuda-al-programa-mundial-de-alimentos-cadena-ser/
Sugiero cambio de título del artículo: «Éstas son sus mentiras… Yo tengo otras».
Sin duda. Pero entre tantas mentiras de unos y otros, al contrastarlas, a lo mejor surgen algunas verdades. Esa es la fuerza del diálogo.
Helados de chocolate; chuletones; vino; tabaco y literatura.
Tan rodeados de Mal como estamos, se agradecen artículos que difundan la Verdad. Ojalá que cunda.
O estoy equivicado, o cada uno de sus artículos intenta argumentar, con mucha retórica, que lo mejor que que puede hacer el ser humano es… no ser humano, y dejar de hacer lo que llevamos haciendo cientos de miles de años. No hacerlo de una manera mejor, no, no. Lo mejor es directamente no hacerlo.
No comer carne, no tener hijos para no educarlos mal, no ser críticos con aquellos entornos que atentan contra la libertad… no sé, estoy muy perdido con usted. Se lo digo de corazón.
El problema es que no vivimos como hace miles de años, ni siquiera como hace 100. El mundo no es una fábrica y la producción industrial mundial y entender los ecosistemas como factorías es un problema gordísimo porque no hay economía sin ecología, y con eso no me refiero ya solo al cambio climático, a la perdida de biodiversidad y a la explotación humana y animal. También es una urgencia sanitaria del que el COVID ha mostrado su patita a cosas peores.
De corazón te digo que solo pretendo que reflexionemos sobre lo que hacemos -y dejamos de hacer- precisamente para no dejar de ser humanos. Y, sí, hay cosas que llevamos haciendo cientos de miles de años que deberíamos dejar de hacer. ¿O es que hay que seguir guerreando porque siempre ha habido guerras? De las cosas que enumeras al final, la única que es cierta es que afirmo -y muy rotundamente- que no hay que comer carne. Lo de los hijos, en un mundo superpoblado, creo que es bueno moderarlo, y que solo los tengan (como digo en otro comentario) quienes realmente se alegran de tenerlos y no lo hacen por inercia, y que los que no lo tenemos claro nos abstengamos. En cuanto a los entornos que atentan contra la libertad, me temo que nuestras listas no coinciden. La mía la encabezan Estados Unidos e Israel (sus gobiernos genocidas, no sus pueblos).
No entiendo tanto comentario crítico, en serio os lo digo. La verdad os hará libre, decía el evangelio y a riesgo de que se me tache de cura como a Carlo, que ya le vale al lumbreras de Joseph, los curas pontificaban sobre metafísica, pero Carlo habla de ciencia. Se le acusa entonces de hacer cherry picking, pero los estudios sobre los efectos del consumo de carne de industria y su derivación con el cáncer, la problemática con los antibióticos, recuerda al problema de las tabacaleras cada vez más. La publicidad no te hace libre, la información sí.
A lo mejor tendría que haber hecho una oda a la dieta mediterránea y al aceite, las legumbres y las verduras. Pero creo que os ofendéis sin motivo.
Suscribo íntegramente tu comentario (para no variar).
Las simplificaciones me irritan. Los comentarios de una o dos frases que incluyan argumentos «ad hominem» los atiendo tanto como el croar de las ranas. El que tenga razones, que las exponga, y al final podremos estar en acuerdo o desacuerdo, pero asomar el morro para insultar, no constituye precisamente un acto de inteligencia ni de elegancia.
Si va a hacer una oda a la dieta mediterránea va tener que hacerla al vino y al aceite y al cerdo, y al cordero, y al cabrito y al conejo…
Que no solo de lechuga, os pongáis como os pongáis, vive el hombre. De hecho no se puede.
Y lo que llega a cansar no son las convicciones de la gente. Es el proselitismo.
Creo que el liberalismo ha hecho mucho daño al entender el espacio público como «neutral» o «apolítico», cuando nunca lo es y a los anuncios publicitarios me refiero, y que a la sensatez y a la información se le llame proselitismo.
Recuerdo que mis padres y abuelos comían pollo en navidad, y desde luego no con antibióticos. Mi abuelo los mataba el mismo.
La sensatez y la información son cosas maravillosas. Y de que Frabetti es una persona sensata e informada no me cabe ninguna duda. Y simpática y agradable, que encima se toma el tiempo de estar aquí debatiendo con nosotros. Pero eso no quita para que mientras los que estamos convencidos de que la especie humana es omnívora y ha llegado hasta aquí comiendo de todo, no estamos todo el día tratando de convencer de ello a nadie, lo veganos se pasan la vida dando la matraca a los demás para que ven a la luz.
Lo del abuelo era lo normal en una sociedad rural. A mi me pasa todavía con hermanas de mi madre. La cosa es que, desgraciadamente, no todo el mundo puede tener sus propias gallinas.
Qué curioso. A mi me pasa al contrario, escucho insultos y veo caras de contrariedad por elegir vegetariano. Me pasa también con lo de no querer beber alcohol o lo de no tomar azucar en una fiesta. Es una presión social a que lo comas y no pongas reparo.
Es como decir: «Si elogias la cultura española, tienes que elogiar las corridas de toros». Pues no: se puede admirar a los grandes escritores y artistas españoles y repudiar las corridas. Y la dieta mediterránea, por cierto, sin ser vegetariana, es poco carnívora. En cualquier caso, es mejorable. Y, dicho sea de paso, lo de «un poco de vino es saludable» ya no se lo cree nadie. Y pasará lo mismo con la carne, no lo dudes. De hecho, ya está pasando, aunque algunos se resistan a verlo.
Es que la dieta es un todo. Y esa dieta, incluye esas proteínas animales desde hace milenios. Y yo no he dicho que el vino sea saludable. Yo lo tomo porque me gusta, no porque sea sano. Lo que es innegable es que es algo cultural en toda esta región del mundo desde que hay memoria. Resulta evidente para cualquier vecino del mediterráneo.
Eso nadie lo discute (yo no, al menos). Pero no todo lo cultural -que es prácticamente todo- es bueno, e incluso lo bueno es mejorable. Y si no fuera por los desastres ecológicos y sanitarios ligados a la industria agropecuaria, me parecería perfecto que dijeras del queso lo mismo que dices del vino: anteponer el placer a la salud o a la seguridad es una opción personal y un derecho básico. Lo que no es admisible es que el gran capital y sus voceros a sueldo nos vendan como saludables cosas que no lo son en absoluto, ni para el individuo ni para el planeta.
Si hay estudios que dicen que la carne es saludable es que las malísimas industrias cárnicas compran a indecentes científicos. Si por el contrario los estudios dicen que es mala, hay que creerlos sin ningún tipo de cortapisa.
El ser humano ha comido carne siempre porque es una fuente de proteínas incomparable. Eso hizo que los cerebros de los hominidos creciesen al tamaño actual.
En verdad la cosa es sencilla, hay que tener un equilibrio en los alimentos que tomamos y que sean lo más naturales y menos procesados posible.
Lo demás son tonterías y asustaviejas
Hablando de tonterías:
«El ser humano ha comido carne siempre porque es una fuente de proteínas incomparable. Eso hizo que los cerebros de los hominidos creciesen al tamaño actual.»
Pues no. La marcha bípeda fue la causante según la inmensa mayoría de los antropólogos empíricos. Bernhard Rensch, por poner un ejemplo.
El ser humano sobrevivió en situaciones extremas gracias al canibalismo, y hoy no nos parece una opción razonable. A los escépticos les recomiendo que piensen en lo que pasó con el tabaco: cuando ya era evidente -y cuantificable- la relación del tabaquismo con el cáncer, la poderosísima -y criminal- industria tabacalera siguió negándolo y comprando a médicos corruptos para que dijeran que dicha relación no estaba demostrada, e incluso que fumar con moderación era bueno. Y la industria cárnica es diez veces más poderosa. Lo demás son tonterías y consuelanecios.
Bueno. Qué los cerebros crecieron por el consumo de carne está en solfa. Cada vez más estudios apuntan a los carbohidratos y a cocinar, pero creo que el debate del origen no debería oscurecer porque comemos en el primer mundo lo que comemos actualmente. La industria cárnica no es sostenible y es ampliamente contaminante, los procesados provocan cáncer y el consumo abundante de carne roja está asociado al riesgo de desarrollarlo. Lo que te ponen en el supermercado está tratado con antibióticos que están perdiendo efectividad por ése uso masivo. Estos no son cuentos asustaviejas.
Carlo habla de ciencia ficción =)
A los niños hay que domarlos. Lo de los reyes magos y el hombre del saco son tontunas hasta para ellos. El 80% de la humanidad consume sobre todo vegetales, los más desgraciados. En 1800 éramos mil millones de personas, en 1900 éramos mil millones y medio, en 2000 6,1 mil millones y ahora somos ocho mil millones. Acabaremos comiendo soylent green. Poco a poco le metieron la soya lentamente hasta a los argentinos ya así que todo lo malo es posible.
Ojalá fuera ciencia ficción, Jose. Es una distopía en marcha. Pero aún hay una alternativa al soylent green, y pasa por acabar con la industria agropecuaria.
«El horror, el horror» El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad
– ¿Aceptas a Eva L. en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte os separe?
– Sí, no, sí, no.
Por cierto, noticia recogida hoy y pertinente por lo que estamos hablando:
https://www.eldiario.es/sociedad/industria-carne-lleva-anos-pagando-cientificos-universidades-bloquear-politicas-climaticas_1_10970390.html
Que sí, que sí.
Ad hominem.
Pues claro. Laicismo. Siempre contra la religión, incluso bajo la capa de ciencia.
Cura, y no sólo él. También curas. Pueden montar una iglesia.
La cosa no es no comer (o hacer) esto o aquello, es que los demás no lo coman (o hagan).
Espero que tu apellido no sea Fritzl :D
Es el problema de creernos individuales, que no estamos al tanto de que vivimos en un mundo de relaciones.
Frabetti: Yo también reivindico la figura del Coco.
Hay seres superiores, como el Coco.
Demostración de que están entre nosotros:
https://tinyurl.com/ys8azb9h
Pienso que habría que considerar los cambios, que sucedieron y sucederán, asunto de lo más difícil pues somos ornganismos de costumbres, tradiciones y rutinas, aquellas que nos dan una cierta tranquilidad de frente al aparente caos del universo; si lo de ayer anduvo bien, ¿qué dudas hay de que el mañana será distinto? Nuestros antepasados del Paleolítico, poco parecidos a nosotros, junto al cambio climatico extinguieron los mamuts por lo nutritivo de sus carnes, bien, lo acepto porque otro era el contexto que inevitablemente cambiaría; nuestros amados griegos, cuando se reunían para festejar dioses o enemigos vencidos dieron orígen al vocablo hecatombe, cien toros. Da la impresión de que en aquellos tiempos había más bovinos que gente. De manera más civilizada seguimos comiendo carne, pero es innegable que un cambio hubo, sin tener que traer de los pelos la poca diferencia genética entre nosotros y los chimpancés, que son mayormente hervíboros y siguen sanos, entonces, ¿por qué no probar a comer carne lo menos posible? No muere nadie. Es solo cambiar de costumbres. El planeta lo agradecería además de exteriorizar una más que necesaria compasión por los animales. Luego tendría que resaltar el comentario, siempre el mismo, revelador, de la única mujer en este foro. Todos los demás somos varones, supongo, cuestión que me lleva a reflexionar que a nuestros pareceres les falta algo, la posibilidad de confrontarnos con la otra mitad, generalmente inerme o muda, y que, por experiencia son las menos inclines a comer proteína animales, especialmente de carnes rojas. Como argentino, soy un gran asador y empanadero, y a cada cumpleaños distribuyo a mis vecinos mis obras de arte, empanadas, comprobando que ellas prefieren las de atún, queso o humita (de maiz con salsa blanca), poquísimas de carne. Cambia, todo cambia, cantaba un chileno.
Gracias, ER, por tu comentario reflexivo y ponderado, como de costumbre. Yo también soy adicto a las empanadas argentinas y tengo una excelente empanadería («Volver», se llama) cerca de casa, con un amplio surtido de empanadas veganas. Todo cambia, y algunas cosas para bien.
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