Los Munster siempre nos hemos sentido como en casa dentro de una caja.
Los Munster fueron más que una sitcom. Fue un fenómeno que trascendió la televisión, convirtiéndose en objeto de culto, puro arte pop… Es una serie reverenciada desde hace más de cinco décadas, genial e imperecedera parodia de la familia, realizada con grandes medios, reparto de campanillas y una lista de particularidades que la siguen haciendo única, y mira que se ha tratado de resucitar en nuevas versiones o relecturas.
En los años sesenta, la productora CBS dio el visto bueno a una idea brillante. Tiempo atrás, el gran Bob Clampett, genio de Looney Tunes, creó unos dibujos animados donde reunía a los monstruos más célebres del terror, tal y como los conocimos a través de las películas de Universal: Frankenstein, Drácula y el Hombre Lobo. La idea no llegó a materializarse, pero los veteranos productores y guionistas Bob Mosher y Joe Connelly decidieron llevarla a la televisión con todos los elementos de la sitcom clásica: una familia con sus relaciones en el matrimonio, los conflictos en el trabajo, las travesuras de los niños… con la sola particularidad de que los componentes de la familia eran criaturas verdes, vivían en un caserón victoriano donde siempre había un microclima de tormenta, y, por ejemplo, su simpática mascota era un monstruoso animal prehistórico que echaba fuego por la boca, y del reloj de pared salía un cuervo que graznaba la hora recitando, en la voz de Mel Blanc, las palabras de E. A. Poe: «Nevermore, Nevermore!!». Todo lo cual provocaba el espanto entre los vecinos y el de cualquiera que se acercase al 1313 de la calle del Pájaro Burlón, para incomprensión de los Munsters.
Este punto de partida daba lugar a todo tipo de enredos humorísticos. Los guiones eran blancos, casi infantiles, pero bajo los chistes de doble sentido, y realmente sin pretenderlo los creadores, había un finísimo y acerado retrato de la sociedad norteamericana, la que rechazaba cualquier modelo que no se plegase al estándar blanco, hetero y protestante. Los Munster eran buenas personas, pero freaks, mucho antes de que la televisión incluyese en su ideario a familias conflictivas o desestructuradas. Al contrario que la familia Addams, su rival en la programación, los Munster no eran sofisticados ni tenían conciencia de su singularidad. Ellos se creían una familia normal, la que va al partido de beisbol del niño, pero cuando aparece, con sus trajes de vampiro y capas negras, se organiza una estampida humana. Y ahí radicaba su enorme encanto. Los Addams eran ricos y sus vecinos siempre querían robarles. Los Munster sufrían los típicos problemas económicos.
El cabeza de familia, Herman, tenía que trabajar como asalariado (de noche, en una funeraria). Lily, la madre, se las veía y deseaba para mantener su hogar, por mucha hija de Drácula que fuese, con su padre jubilado (el abuelo, que pasaba el rato en su taller del sótano haciendo experimentos, en un decorado original de la Universal) y un hijo en edad escolar, Eddie, que era niño-lobo y muy travieso, siempre con su muñeco Woolf-Woolf, el peluche vudú de un lobito. Además, en un giro brillante, la familia había acogido a una pariente, su sobrina Marilyn. Les daba un poco de pena la chica, porque ella no era verde, sino rubia y no había heredado la apostura de los Munster.
Tras un episodio piloto en color, donde se podía apreciar el duro trabajo de maquillaje que sufrían los actores (especialmente Fred Gwynne como Herman, con sus tornillos postizos y las alzas de sus zapatones que lo elevaban a más de dos metros), se decidieron emitir en blanco y negro las dos únicas temporadas. Fue suprimida, no por falta de popularidad, sino por la exigencia de unos réditos que compensaran su gran presupuesto. Quedan los recuerdos de la maravillosa sintonía de Jack Marshall, la labor de los actores (el relanzamiento de la carrera de la estrella Ivonne de Carlo, la transformación de Al Lewis en un personaje clásico de la serie B, y la posición un poco más polémica de Gwynne, que siempre lamentó haberse encasillado en ese papel, porque él pretendía haber tenido una carrera más seria. Nunca olvidaremos el extraordinario doblaje al español de Valeriano Andrés), y una colección de episodios que está entre lo mejor que dio la televisión en su edad de oro.
La aceptación del American Way of Life llegaba incluso a los monstruos clásicos.
Aunque ha tenido críticas dispares, a mi me gustó la reciente adaptación que hizo Rob Zombie.
Mucho hablar de la mierda que supuso la irrupción de Orzowei, pero la cancelación de ‘La Familia Monster’… ¡Eso sí que fue traumático!