Hay un montón de ciudades distintas y cuarteadas dentro de Jerusalén. Existe el Jerusalén judío menos religioso (el laico es ya casi historia). Hay otro Jerusalén árabe-palestino, otro ultraortodoxo judío y otro apiñado en la Ciudad Vieja, que a su vez se divide en cuatro cuartos (el barrio cristiano, el barrio judío, el barrio armenio y el barrio musulmán). Buena parte del Jerusalén moderno obedece al perfil de una ciudad feúcha y como otra cualquiera. El encanto, su ingénito enigma y la palpable tensión étnica se arraciman en la Ciudad Vieja. En caso de simplificar (y permítase la broma tratándose de esta ecléctica ciudad), hay dos grandes zonas diferenciadas por causa de los muros de separación y las líneas fronterizas (la otrora Línea Verde) que trajeron consigo las guerras de 1948 y 1967.
La Jerusalén Oeste (o Jerusalén Occidental) pertenece al Estado de Israel y es aireada por extensión como capital irrenunciable, única e indivisible del pueblo judío (Israel la estableció como capital en 1950 y será reunificada unilateralmente en 1980 tras la anexión ilegal de la parte este). Del lado opuesto se halla la citada Jerusalén Este, antaño en poder de Jordania desde 1948 y ocupada en 1967 por Israel a partir de la Guerra de los Seis Días. Es aquí donde se concentra la eterna trifulca por el estatus jurídico de la ciudad y donde se halla el epicentro del culto para el judaísmo, el islamismo y el cristianismo.
Si Israel reivindica toda Jerusalén como su capital histórica (hoy solo la reconocen como tal Estados Unidos y Guatemala), la Autoridad Nacional Palestina —y Hamás desde su destrozado fortín de Gaza— reivindica también Jerusalén como capital del Estado palestino (así se aprobó en 1988, ratificándose en 2002, si bien el gobierno palestino solo exige hoy por hoy la capitalidad para Jerusalén Este, excluyendo el resto, conforme las fronteras establecidas antes de 1967).
La serie de Filmin East Side ha puesto sus ojos en un ángulo del conflicto que también marca el día a día en Jerusalén: la presión israelí en la compra de inmuebles a palestinos y a los patriarcados cristianos ortodoxos de la Ciudad Vieja. Hace tiempo que la chequera judía llegó a la almendra de la ciudad. Nada nuevo. Dice Mikel Ayestaran (autor de Jerusalén, santa y cautiva) que en su tiempo el cristianismo intentó cristianizarla, los musulmanes quisieron islamizarla y, ahora, el Estado de Israel pretende asentar su gran sueño de siglos: judaizarla. Para ello invocan su derecho de propiedad como el pueblo más antiguo establecido en este milenario lugar.
East Side (dirigida por Eugeny Ruman) mezcla ficción y hechos reales. De fondo, un color de marca y casi permanente tiñe las calles por donde transcurre la acción: el color beige de la histórica piedra de Jerusalén y el blancor de las nuevas viviendas. Callejuelas y avenidas amplias, modernas y anodinas. El actor Yehuda Levi (Momi en la serie) interpreta a un exagente del Servicio Secreto israelí, pero que ahora ejerce de mediador para judíos que quieren hacerse con viviendas e históricos inmuebles en la Ciudad Vieja y en barrios palestinos aledaños.
En las ficciones basadas en el espinoso conflicto palestino-israelí, casi nunca se hacen distingos claros y nítidos entre el blanco y el negro, quién es el bueno ejemplar y quién el pérfido sin remisión. Momi se maneja entre la lealtad, el trapicheo y la violencia solapada que aflora a impulsos incontrolados. A medias entre el relator, el corredor y el extorsionador, su trabajo lo realiza en gran parte para poder sustentar a su hija Maya, quien padece una variante del autismo, lo que lo obliga a desvelarse en su educación con vistas a que pueda ser admitida en el Ejército israelí. El estrés por la exigencia de su trabajo, el amor filial a su hija y las relaciones sentimentales dan forma a los diez episodios de la serie. No falta su conseguido fluido musical de fondo, que le da su impronta de thriller inmobiliario.
Vivir en Jerusalén es caro, carísimo. Los portales del alquiler nos dan una idea del precio aproximado del metro cuadrado. Desde la pospandemia, el alquiler mensual medio de un apartamento con una habitación en el centro de Jerusalén ronda los 1200 dólares. Pero en los barrios más exclusivos (Rehavia o Talbiya) el alquiler puede alcanzar los 2100 dólares. El periodista Mikel Ayestaran vive en el barrio de Musrara, cara al monte de los Olivos, la Ciudad Vieja y el Domo de la Roca, con su cautivante y dorado destello. Dice que el alto precio de la vivienda en Jerusalén se debe a que es la capital del pueblo elegido. Israel es en sí mismo un país muy caro (el día a día cuesta tres veces más que en España). Las tasas impositivas son fuertes (el gasto en Defensa es obligado).
El precio de la vivienda se encarece además porque muchos judíos que viven en el extranjero adquieren inmuebles para el día de mañana y pagan precios desorbitados. Aparte, como advierte el freelance Ayestaran, ha crecido mucho en los últimos años lo que él llama «burbuja internacional». Es la que causan los elevados sueldos de diplomáticos, funcionarios de la ONU y personal de la UE, a los que se unen estudiantes de religión, cooperantes de diversa laya y, cada vez menos, los periodistas acreditados en Jerusalén (Almudena Ariza, de TVE, ha sido la última en llegar). La burbuja de los precios va acorde a la burbuja humana que se mezcla en la capital, pese a las tensiones étnicas y el magma del conflicto que rebulle cada dos por tres, sobre todo en los espacios de los cultos monoteístas. En la Ciudad Vieja, bien visibles o apreciables en ciertos recodos ocultos, se muestran las banderas de Israel. Son señales de la lucha por la legitimación de Jerusalén (las banderas palestinas están prohibidas).
La serie East Side discurre a ritmo del citado thriller y la ocupa en buena parte el turbio tejemaneje para la adquisición de un hotel ubicado junto a una de las históricas puertas que dan acceso a la Ciudad Vieja. Es propiedad del Patriarcado Ortodoxo Griego. Momi intenta que el nuevo patriarca llegado a Jerusalén acceda a vender el inmueble. Pero el mandatario cristiano, de duro semblante y luengas barbas, se niega. Ha de vencer las presiones de Momi (que hace de intermediario para una fundación judía) y, peor aún, ha de sortear también el fuego amigo por parte la alta curia griega que lo coarta desde Atenas. De inicio a fin discurre también la historia de una familia palestina que por necesidad vende su inmueble a un comprador judío en el barrio de Silwan. Las consecuencias de esta decisión elevan el tono dramático de la serie (agentes secretos palestinos saldan cuentas con quienes considera traidores).
El trasunto del hotel en la serie está basado en un hecho real. En 2005 el otrora patriarca ortodoxo griego, Ireneos I, revendió el contrato de alquiler del Hotel Imperial a varias compañías de capital extranjeras (estaba administrado por una familia palestina desde 1949 en régimen de arrendador protegido). Luego se supo que en la urdimbre de la operación se hallaba la organización sionista Ateret Cohanim (se pagó 1.25 millones de dólares por la venta del contrato de arrendamiento durante noventa y ocho años). La misma organización judía se hizo con el control del cercano Hotel Petra y de otra propiedad del barrio cristiano llamada Muzamiya House.
Al estallar el escándalo, el patriarca Irineo acusó a su director financiero de haber cerrado el acuerdo de forma oscurantista y sin su permiso tácito (en la serie se revierte el caso en la figura ficticia de un atormentado asistente del patriarca). Teófilo III, actual cabeza de la Iglesia griega, intentó denunciar el caso en los tribunales a través de largos y tediosos litigios. En 2022 el Tribunal Supremo de Israel dio la razón a Ataret Cohanim.
Mucho más reciente ha sido el caso casi idéntico que ha afectado esta vez al Patriarcado Armenio. Un inmenso aparcamiento ubicado en el corazón de la Ciudad Vieja fue arrendado por un periodo de cien años a un empresario australiano de origen judío, Danny Rothman, dueño de Xana Capital. Bajo la idea de levantar un hotel de superlujo subyace el temor latente de que tal arrendamiento haya servido para albergar en lo venidero más asentamientos para judíos, conforme la idea de la llamada «judeización» de todo Jerusalén. Esta operación afecta al 25 % del actual barrio armenio y representa en extensión el 14 % respecto a la propia Ciudad Vieja.
La respuesta oficial del Patriarcado Armenio ha sido resbalosa. Se aduce que el responsable de los bienes inmobiliarios de la Iglesia armenia —ya expulsado— actuó también, como en el caso griego, a espaldas del patriarca para firmar el contrato a cambio de un sustancioso soborno (más el derecho de un 2 % de los beneficios que genere el supuesto hotel de superlujo). Con los ecos de fondo de la guerra de Gaza, los armenios del barrio han protestado estos meses colocando montoneras de escombros para denunciar lo que no es si no otro solapado intento de expulsarlos de la Ciudad Vieja (presumen de ser sus más antiguos moradores de entre los credos cristianos). Pero no hay vuelta atrás. Guardaespaldas y matones de típicas pintas al uso aseguran la remoción de los terrenos por parte de las excavadoras.
Por todo ello, East Side permite acercarnos a la realidad de Jerusalén y a la lucha por la legitimidad a través de este otro conflicto: el negocio inmobiliario y la presión judía. Un informe de la UE recientemente publicado da detalle riguroso de este proceso constante de «judaización» de todo Jerusalén y que afecta a cristianos y palestinos musulmanes. Más allá de la Ciudad Vieja, la tensión también se palpa entre las dos comunidades enemistadas, la judía y la árabe palestina (no solo la musulmana, también la cristiana). A menudo la tensión da lugar a otra forma de cruda convivencia: los atentados.
El barrio de Silwan, aledaño a la parte vieja, alberga parte de los 340 000 palestinos que hoy viven en Jerusalén (el 38,5 % de la población). Sin embargo, el presupuesto destinado al mantenimiento y mejora de sus barrios apenas alcanza el 15 % del presupuesto municipal. Tienen derecho a voto en las elecciones locales, pero la mayoría no lo ejerce por temor a ser señalados como colaboradores del ocupante. Como se observa en los episodios de East Side, la adquisición de viviendas por parte de judíos es una constante que a menudo se realiza por la puerta de atrás. Son habituales los derribos de las llamadas «viviendas abusivas», levantadas por los palestinos (como ocurre en la propia Silwan). Fueron construidas sin permiso municipal como salida a la superpoblación palestina que se acogota entre las murallas de la parte vieja (los palestinos no tienen derecho a edificar en Jerusalén).
Otros barrios alternos, como el de Musrara (en la parte oeste, pero aledaño a la Ciudad Vieja), muestra lo que hoy es, si bien cuesta desentrañar su tormentoso e histórico pasado. Como dice Mikel Ayestaran —residente en el barrio— se mezclan aquí el lumpen, los bloques de viviendas baratas para ultraortodoxos judíos y residencias de lujo para nuevos ricos judíos venidos de Francia o Estados Unidos. Durante la primera guerra árabe-israelí de 1948, Musrara se convirtió en la zona más peligrosa de Jerusalén. Se levantó un muro que dividió al barrio y a la propia Jerusalén. Familias árabes, musulmanas y cristianas, se marcharon de Musrara. En su lugar llegaron judíos mizrajíes, huidos a su vez de los países árabes cercanos en donde habían vivido (los judíos de la Ciudad Vieja fueron también expulsados de sus casas y todos sus vestigios fueron destruidos con saña por el ejército jordano). El Musrara actual, ocupado por Israel desde la posguerra, difícilmente recuerda al barrio extramuros que fuera levantado en 1875 por la burguesía jerosolimitana.
De entre la Jerusalén diversa y enfrentada, hay también otra forma de fragmentación urbana que ha recrecido en los últimos años. Obedece a los asentamientos ilegales creados por parte judía. Naciones Unidas reafirmó hace años en su resolución 2334 que los asentamientos judíos en Jerusalén Este eran ilegales y constituían un vulneración flagrante del derecho internacional (unos 220 000 judíos viven en estos asentamientos). Hace justo un año se produjo el atentado más letal ocurrido en Jerusalén desde 2008. Ocurrió en el asentamiento judío de Neve Yaacov. Un atacante mató a quemarropa a siete personas cerca de una sinagoga. East Side no muestra directamente esta otra abrupta realidad. Pero el crimen y la venganza sí están presentes. Cuestión de colores. De la mítica Jerusalén celeste a la Jerusalén rojo sangre.