De mi primer visionado de El planeta de los simios (me refiero a la original, la interpretada por Charlton Heston) recuerdo que me llamaron la atención un par de cosas de la impactante escena en la que irrumpen los simios en la película: por un lado, me dieron un calor horroroso con unas melenas tipo cantaor de flamenco y esa indumentaria que parecía fabricada con la materia con la que están hechos los sofás baratos. Y por otro, me sorprendió que hablaran en el mismo idioma que los humanos protagonistas (en inglés, en el original). Un fallo gordo, pensé, es una simplificación que hace que pierda fuerza la posibilidad de creerte que una sociedad así es posible.
Obviamente, como hablaban en inglés, también escribían con el mismo alfabeto que el nuestro. Eso ya me escamó y seguí dándole vueltas el resto de la película, que por otra parte me estaba resultando bastante entretenida. De hecho, cuando llegan a las excavaciones arqueológicas junto a la costa, poco antes del final, pensaba «pues oye, a pesar de haberla cagado así, la historia es trepidante». Y entonces, aparece la muñeca humanoide que habla y te dejan con el culo torcido. Cinco minutos después, cuando apenas te has recuperado del esguince en el glúteo y estás extrañado porque el The End no aparece con los humanos perdiéndose en el horizonte, cabalgando hacia la puesta de sol, te azotan con una de las imágenes icónicas del cine y tal vez el mayor spoiler de todos los tiempos (que incluso aparece ¡en la portada de su edición en DVD!): la desolación de un hombre que descubre que su planeta ha sido destruido tal y como lo conocía.
Pero esos puñetazos de impotencia en la orilla también los di yo en el sofá: sientes que te han engañado todo el rato. Aunque si recapacitas unos segundos, las piezas empiezan a encajar. ¿Unos simios de un planeta extrasolar hablaban y escribían en inglés? Es que no solo estaban en la Tierra, sino que, en concreto, en Estados Unidos. Supones que los simios debieron aprender de lo que tenían alrededor, por eso la lengua e incluso las armas son como las que utilizaban los humanos, a quienes progresivamente habían purgado según deja entrever el doctor Zaius (Maurice Evans).
Cuando lo maduras todo y crees tener sospechas de que vas a localizar fallos, en sucesivos visionados te das cuenta de que lo tenían bastante bien atado. Por ejemplo, en diálogos sobre los que pasamos de puntillas pero que encierran muchas respuestas, como esas «noches completamente cubiertas» que impidieron que Taylor y los suyos sospecharan nada. Todos coincidimos en que por mucho viaje galáctico que hagas, en un sol te puedes despistar, pero si el único satélite del planeta es blanco, con cráteres y del tamaño de la Luna, a cualquiera le daría mala espina. Aún más, siendo astronautas asumes que tendrán suficientes conocimientos de astronomía como para reconocer el firmamento aunque las posiciones de las estrellas hayan variado en los dos mil años que han pasado desde que las vieron por última vez. Además, que había caballos, ¿es que también evolucionaron de la nada en un planeta extraterrestre? Ya sería casualidad. Y el aire era respirable: ¡cómo no me di cuenta!
Todo esto que se va encajando mentalmente desde el momento en que Taylor golpea con sus puños en la arena, lo han querido ofrecer masticado en la trilogía-reboot moderna (El origen del planeta de los simios, Rupert Wyatt, 2011; El amanecer del planeta de los simios, Matt Reeves, 2014; y La guerra del planeta de los simios, Matt Reeves, 2017), donde lo más destacable es el estado del arte en la renderización del pelaje de los simios: ¿quién no se acuerda de los monos despelujados de Jumanji (Joe Johnston, 1995)? Pues nada, una trilogía para narrar lo que no hace falta ser narrado. Y eso que la película de 1968 ya tuvo su sarta de secuelas (nada menos que ¡cuatro!), cada una de ellas un despropósito mayor que la anterior.
No obstante, no quedaron satisfechos con ello y a finales de los ochenta hubo rumores sobre relanzar la franquicia con Arnold Schwarzenegger como protagonista y con nombres involucrados tras las cámaras como Oliver Stone, James Cameron o Peter Jackson, pero al final quedó en nada en gran parte por el delirante guion que mezclaba pasajes bíblicos con viajes en el tiempo y numerosos nombres procedentes de El Señor de los Anillos. Tal como suena. Posteriormente, en 2001, se rodó un remake dirigido por Tim Burton. La idea en principio no era mala: dotar a la sociedad simia de la estética tétrica pero disneyana de Burton. Y el resultado fue así, mucha apariencia y poca chicha, que se podría resumir en cualquier fotograma del filme con decorado gótico y una dirección artística impecable como fondo de un primer plano de la cara inexpresiva de Mark Wahlberg.
La peli de Heston fue despiezada por el gran Mariano Rodríguez:
https://www.youtube.com/watch?v=q0dCAOFfv_Y
Cualquier cosa que se diga después tiene poco encanto.
JA JA JA
Si, a veces es mejor que ver las películas originales…jejejeje….
Discrepo respetuosamente. «Regreso al planeta de los simios» es una buena película, bastante terrorífica y con una música excelente. Y a nadie le importa el tema del inglés. ¿Tendrían que haber inventado un idioma entero?
Las tres películas modernas, donde se explica la evolución de los simios están bastante bien. La primera es de notable alto, la segunda bien y la que flojea es la tercera.