Estamos abismados, comenzó a decir, vivimos en los abismos del flujo y los artefactos, empezó a predicar, hemos vendido nuestra alma a los dispositivos y a los drones y a una nube de corporaciones y a una constelación de servidores, para recuperarla tenemos que desabismarnos, recomponernos, recuperarnos. Volver a ser independientes. elecciones
(Jorge Carrión, Membrana)
Introducción: permítanme contarles un secreto
Estas últimas Navidades, en vísperas de la llegada de papá Noël, Javier Cercas publicó en su columna de El País un artículo en el que se lamentaba del cinismo y la mezquindad de nuestros políticos, siempre ávidos por alcanzar el poder, o por perpetuarse en él, así sea a costa de incurrir en embustes, actos antidemocráticos o contradicciones flagrantes, ya saben, donde dije digo, digo Diego, y donde dije que nunca otorgaría una amnistía y proclamo su inconstitucionalidad (qué hace el ejecutivo arrogándose potestades judiciales es otra historia), ahora sostengo justo lo contrario. El escritor catalano-extremeño remató su columna con un puñado de frases tan lúcidas como jocosas:
A partir de este momento me declaro antisistema, paso a la clandestinidad y llamo a la rebelión general. Esto se traduce en dos cosas. Una: de ahora en adelante votaré en blanco. Y dos: abogaré por la lotocracia, un tipo de democracia que propugna la elección por sorteo de nuestros representantes políticos.
Aquello sucedió, les decía, en plena vigilia navideña. Para cuando los Reyes Magos asomaron por estos lares, con sus barbas pulcras y recién recortadas, a Cercas ya le habían llovido cachetadas variopintas (y polimorfas) de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, unos tildándolo de «privilegiado», «sobrado», «ignorante» y «ridículo» (cf. e.g., aquí) y otros reprendiéndole desde el altar por quedarse en las medias tintas del voto en blanco, cuando lo que debería hacer a fin de salvar la democracia es, cómo no, votar a VOX, o por lo menos al Partido Popular (cf. e.g., aquí). Si quieren que les sea completamente sincero, hay dos cosas que me desconciertan en toda esta historia. La primera es que Cercas no se haya enterado todavía de que los políticos, aquí, allá y entremedias, son una panda de embusteros. Como bien escribe Juan Gabriel Vásquez en el prólogo de Los desacuerdos de paz: «la mentira y la política son viejas compañeras, porque son viejos compañeros la mentira y el poder». En ese sentido, lo de que Pedro Sánchez optase por hacer aquello que sostuvo que nunca haría, se me antoja, si no coherente con su propio discurso, al menos coherente con la omnímoda incoherencia de toda la clase política, y Cercas, que ha cumplido ya los sesenta añitos, y además es un tipo inteligentísimo, no debería haberse dejado arrastrar por los meandros de la utopía. (No le juzgo; ser buena persona nunca está carente de riesgos). Lo segundo que me sorprende, lo que más me sorprende, es que nadie parece haber leído realmente la columna de Cercas, o nadie parece haberla entendido. Sí, sí, me consta que al afirmar algo así me expongo a que me tilden a mí también de «sobrado», pero estoy dispuesto a correr el riesgo y, de paso, contarles discretamente, solo a ustedes, en secreto, aquello que nadie parece haber entendido.
Desde luego, el despropósito primigenio es que todos los comentaristas hayan ignorado el benéfico sentido del humor de Cercas. Hasta donde sé, el autor de la columna aún no ha levantado ninguna barricada, ni arrojado adoquines al aire, ni pasado a la clandestinidad (ni siquiera al «exilio», como otras ínclitas figuras del hermoso país al que pertenece), ni dejado de creer en las bondades de la socialdemocracia, por más que despotrique de lo que ahora, en perspectiva, no pasan de ser meras patrañas preelectorales. Pero claro, nuestro Zeitgeist se empeña en mal-leerlo todo al pie de la letra, y así nos va, cada vez más cerca de «esa forma de totalitarismo tácito» que surge, según el filósofo Slavoj Žižek, tras el destierro del humor o la proliferación de la corrección política. Ahora bien, lo que de verdad parece haberse perdido entre las rendijas de los insultos gratuitos y el troleo pendenciero, lo que nadie parece haber analizado con seriedad, es lo más serio, oportuno y sensato de todo cuanto dijo Cercas en aquellos ya lejanos tiempos prenavideños, a saber: que para salvar la democracia debemos defender la lotocracia, un sistema en el que nuestros representantes políticos sean elegidos mediante sorteo.
Primera parte: la crisis de las democracias
Supongo que a estas alturas de la película no necesito convencerles de que las democracias liberales andan en crisis y que, por ende, precisan de salvamento. Como escribe la profesora Hélène Landemore, de la Universidad de Yale, en Open Democracy: Reiventing Popular Rule for the Twenty-First Century, la crisis de las democracias —igual que la acometida contra Javier Cercas— es variopinta y polimorfa, y abarca cuestiones como la caída generalizada de la participación electoral (con excepciones puntuales) y el dramático declive de la afiliación a los partidos políticos, lo mismo en Alemania que en Tombuctú. Podríamos traer a colación el populismo de Trump o de Milei o de Bolsonaro, o recordar las presuntas triquiñuelas autoritarias de Viktor Orbán, o desmenuzar otra vez las posverdades del Brexit, pero para qué, a fin de cuentas, ninguna muestra de cinismo o autocomplaciencia es tan indicativa de la crisis de nuestros sistemas políticos como el galopante sentimiento de disonancia democrática que experimentan un número creciente de ciudadanos. A comienzos de esta década, el Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge publicó un estudio en el que se demostraba que los votantes andan cada día más descontentos (y contrariados) con sus representantes electos. Desde entonces, la malquerencia contra los sistemas democráticos no ha hecho sino aumentar, sobre todo entre las nuevas generaciones, a la par, por cierto, que el crecimiento seminal de la extrema derecha. En fin, si la insatisfacción generalizada del pueblo para con su sistema de gobierno no es una crisis, que baje Dios y lo vea. Y si sí es una crisis, ¿qué está pasando?
En más de una oportunidad, el propio Cercas ha atribuido este hundimiento, o una parte de este hundimiento, a los bretes de la recesión económica del 2008. No cabe duda de que ver pasar de largo a la globalización, después de haberla esperado con tanta paciencia como al esquivo Godot, ha debido contribuir a la tensión in crescendo en que andamos inmersos. Aunque no soy sociólogo ni politólogo, y por suerte tampoco economista, he de admitir que simpatizo mucho con la explicación que esbozó hace unos meses Adam Gopnik en el New Yorker. Según Gopnik, la polarización de las redes sociales ha desempeñado un papel preponderante en las contrariedades dentro de nuestros sistemas democráticos, dando al traste con los anhelos de coexistencia y las ansias de compromiso de sus siempre irascibles (y polarizados) ciudadanos, cada vez más incapaces de aceptar cualquier divergencia de opinión, por minúscula que resulte.
Desde luego, eso de culpar a Twitter o Facebook de nuestros aprietos parece un tris exagerado, ¿cierto? Al menos parece exagerado hasta que uno se toma la molestia de echarle un vistazo a libros como Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, el manifiesto panfletario en el que Jaron Lainer, un programador informático con décadas de experiencia en Silicon Valley, desgrana de manera escalofriante la triste verdad algorítmica de nuestros tiempos. Aunque me confieso incapaz de resumir las ideas de Lainer en un párrafo, creo que todos ustedes saben, porque lo han leído en otra parte, o porque, consciente o inconscientemente, lo viven cada día en carne propia, que existe una correlación ya innegable entre el consumo de redes sociales y la animadversión hacia quienes no piensan como nosotros, y a veces también hacia quienes piensan como nosotros. Lainer nos recuerda que Silicon Valley ha cooptado a buena parte de las mentes más preclaras de nuestros tiempos a fin de garantizar que ustedes (nosotros, todos) pasan (pasamos, etcétera) el mayor tiempo posible delante de su teléfono móvil, idealmente interactuando «gratis» con sus amigos dentro de tal o cual red social, mientras un algoritmo malévolo, cuya finalidad primordial es captar y monetizar su nivel de atención, le va arrinconando hacia posiciones cada vez más extremas, dogmáticas e irreconciliables. Porque, como bien nos recuerda Lainer, la ciencia ha demostrado que no hay nada más propicio para alimentar al algoritmo que las anomalías estadísticas a que ha lugar cuando un usuario cualquiera da de bruces con un tuit que le enfada o le enerva, un tuit ante el que pasa cinco o seis segundos más que de costumbre, confirmándole a nuestros parceros de Silicon Valley que lo de instigar nuestros instintos atávicos y azuzar nuestras peores pasiones, esas que andan agazapadas en el acervo génico de todo homo sapiens, es la mejor forma de mantenernos atentos un ratito más, y otro, y otro, hasta que uno se cree que la única forma de salvar al mundo es votando a Trump, o a Biden, o hasta que sufre un trastorno de ansiedad (basta observar cómo han subido los niveles de depresión y neurosis en la época post-Facebook), o hasta que recurre al suicidio, o cae víctima de la desafección democrática, siempre de la mano amiga de su influencer predilecto.
Sea como fuere, y con independencia de si quiere usted culpar a la globalización, a las redes sociales o al péndulo circular de la historia, el caso es que cada día hay menos ciudadanos capaces de ilusionarse con nuestros actuales proyectos democráticos y, por supuesto, cada vez hay menos ciudadanos dispuestos a convivir con la diversidad inherente a cualquier sociedad libre. Visto lo visto, lo de abogar por los azares de una lotocracia ya no parece quizás tan descabellado, como explicaremos en la tercera parte de esta historia, después de una minúscula digresión terminológica.
Segunda parte: ¿qué es la democracia?
Claro, si les recuerdo que la democracia es, etimológicamente, el poder (kratos) del pueblo (demos), se van a burlar de mí en la sección de comentarios, por ñoño y simplista. Pero han de admitir que existe una cierta confusión en torno a lo que significa vivir en sociedades democráticas. Aunque ya les advertí que no soy sociólogo ni politólogo, sino jurista especializado en derecho internacional, hace unos años, al igual que buena parte de ustedes, empecé a interesarme por el tema, entre otras cosas después de escuchar cómo el dúo de rumberos catalanes de Estopa (a quienes por lo demás admiro profundamente) salían a la palestra para defender que «no hay nada más democrático que [votar]». «Hombre», pensé yo, «¿y qué pasa si el setenta por ciento de la población vota a favor de mantener a unos cuantos millones de ciudadanos en un sistema de apartheid, privándoles de libertad de movimiento, y de pasaportes, y de derecho a la representación política, y sometiéndolos ad eternum a un régimen de ocupación militar? ¿Eso también sería democrático?». Por supuesto, todos conocemos la respuesta a esta pregunta retórica, o no tan retórica, porque quizás haya aún en el mundo algún país «democrático» [sic] donde esto ocurra sin que nos importe. Pero, a fin de cuentas, no hay que ser un lumbreras para entender que el apartheid es, por definición, una situación intrínsecamente antidemocrática. Pero aun estando de acuerdo en que un sistema de apartheid no es democrático, ni siquiera cuando ha sido elegido libremente por el setenta por ciento de la hipótetica población con derecho a voto de mi hipotético ejemplo, ¿dónde está el límite? Rememoraría con gusto aquello de que Hitler llegó al poder en virtud de unas elecciones, pero el arquetipo trae aparejado una sarta de clichés triviales que les compelería, con razón, a tildarme de «ridículo» (además de «sobrado») mediante cualquiera de las herramientas de troleo de su escogencia.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, ambos profesores en la Universidad de Harvard, escribieron hace cosa de un lustro un ensayo titulado Cómo mueren las democracias, donde daban cuenta de la facilidad con la que un país democrático, pongamos por caso Hungría o Venezuela o Tailandia, puede revertir las instituciones existentes y embarcarse en derivas más o menos autoritarias. El pasado mes de septiembre, Levitsky y Ziblatt publicaron un nuevo libro sobre el tema —tal y como está el patio, auguro desde ya una sabrosa trilogía— titulado Tyranny of the Minority: How to Reverse an Authoritarian Turn and Forge a Democracy for All, en cuyas páginas argumentan que una democracia es un sistema en el que gobiernan los representantes de la mayoría. Quizás se sorprendan de escuchar (o quizás no), que estos profesores de Harvard tildan de antidemocráticos los sistemas electorales que permiten la sobrerrepresentación (y por ende el gobierno) de las minorías, tema sobre el que por supuesto no soy agnóstico, pero sobre el que me declaro agnóstico apócrifo en un loable afán simplificador (y antipolémico). Al margen de lo anterior, Levitsky y Ziblatt consideran que un régimen únicamente puede considerarse democrático si se respetan las libertades civiles / derechos individuales de todos los ciudadanos y si no se tergiversan las reglas del juego democrático a fin de perpetuarse en el poder (e.g., amañando las circunscripciones electorales para lograr que ciertas minorías tengan mayor representación parlamentaria), como ha hecho Viktor Orbán en Hungría o el Partido Republicano estadounidense en un puñado de estados bajo su control.
¿Ya está? ¿Si gobierna la mayoría, respetando las libertades civiles de todos y sin manipular el sistema electoral, podemos considerar a un ente como democrático? ¿Qué ocurre si, pese a que se respeten los derechos individuales, la ley ofrece ventajas a ciertos ciudadanos por motivos distintos a la búsqueda de la equidad? El filosófo Fernando Savater defendió en una ocasión, que «la virtud política que caracteriza al ciudadano demócrata [es] la isonomía: la aceptación de la ley igual para todos, junto al ser capaces de persuadir y ser persuadidos, o sea, el debate que la establece y puede cambiarla». Como jurista confeso, se imaginarán ustedes lo convencidísimo que estoy de las bondades de la isonomía. Solo hay democracia cuando la ley no discrimina injustificadamente entre los ciudadanos bajo su imperio, dictamen al que añado de inmediato, a la guisa de Levitsky y Ziblatt, una pequeña advertencia: una ley igual para todos únicamente es legítima cuando respeta las libertades individuales. Sin embargo, dado que lo anterior es ambiguo, y los juristas padecemos de horror vacui, creo que es oportuno añadir que esas libertades individuales han de abarcar, por definición, la integralidad del corpus normativo que se conoce como derecho internacional de los derechos humanos (DIDH), formado apenas por nueve tratados cuasi universales, o cuanto menos de un amplísimo respaldo estatal, entre los que se incluye el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos o la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. El DIDH es, junto al derecho internacional humanitario (o leyes de la guerra) y el derecho internacional de los refugiados, el legado más valioso de la ya extinta multilateralidad que brotó de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Siento ser pájaro de mal agüero, pero, viviendo como vivo en la ciudad-Aleph de Ginebra, el lugar más cosmopolita per cápita del mundo, dudo mucho que la comunidad internacional vaya a volver a lograr (al menos no hasta después de una Tercera Guerra Mundial u otra calamidad equivalente) un conjunto de reglas más amplio y generoso que el que articulan esos nueve tratados, epítome de los derechos inherentes al ser humano, broquel contra las arbitrariedades nacionales y garantes de la diversidad y las semejanzas, pues en el fondo, como se enuncia en unos versos de Juan Bonilla, somos iguales en el hecho de ser únicos / hermosa paradoja intrascendente. El DIDH es un mínimo común denominador que ninguna ley estatal debería violar y que, en consecuencia, ha de guiar cualquier esfuerzo legislativo en una sociedad democrática, ora promoviendo ciertas políticas públicas, como exige por ejemplo la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, ora trazando líneas rojas o prohibiendo ciertas conductas, pensemos en la Convención contra la Tortura.
Pues bien, parecería entonces que, grosso modo, eso es una democracia en el sentido moderno: un régimen donde gobiernan los representantes de la mayoría, acatando las reglas democráticas y propugnando la igualdad ante leyes (isonomía) que respetan el derecho internacional de los derechos humanos —y, por consiguiente, las libertades individuales. Al menos esto es, chispa más o menos, la cantinela que venimos repitiéndonos desde hace un tiempo, si bien, en puridad, tal y como nos advirtió Hegel en su Introducción a la historia de la filosofía, únicamente somos capaces de comprender un sistema cuando estamos a punto de perderlo. Quizás andemos en esas, claro.
No me llamen catastrofista. Por fortuna, en este entierro democrático todos tenemos voz y voto. El problema, claro está, consiste en decidir por quién votar. ¿Quién nos está proponiendo una salida decente al auge de la disonancia democrática en la mayoría de las sociedades occidentales? ¿La izquierda? ¿La derecha? ¿El centro? ¿Los extremos? ¿El Partido Animalista con el Medio Ambiente? Posiblemente ninguno de ellos. En La hipocresía es la base de la civilización, Žižek tuvo la amabilidad de recordarnos que hoy «todo el mundo puede imaginar el fin del mundo, pero nadie puede imaginar un orden social distinto».
¿Nadie? ¡No! Dos irreductibles ciudadanos galos (uno de ellos perteneciente a la Galia Bélgica, la otra a la Galia Céltica o Melenuda) parecen haber encontrado una solución con la que sacarnos del atolladero, resistiendo, todavía y siempre, a los desmanes de nuestros viciados sistemas electorales.
(Continúa aquí)
¡Continúa pronto por favor! Eso no se hace, eh!, me enganchas cual serie de televisión y me dejas esperando el estreno del próximo capítulo! Esto es frustrante, ni siquiera te puedo poner a parir con lo que has dicho hasta ahora, 😄
Muy interesante. Siendo jurista me llama la atencion que no hable de la aplicacion de las leyes, como de justa es la justicia, sobre todo la internacional y como afecta al hundiento de las democracias. Esperando la segunda parte.
«cómo»
Muy interesante, por ahora. Añadiría como una causa importante de la pérdida de imagen de la democracia la pandemia y su desastrosa gestión por prácticamente todos los gobiernos occidentales, sin excepción. En comparación los regímenes autoritarios no lo hicieron peor e incluso algunos tal vez mejor.
En otro orden de cosas, ¡qué cansino leer una y otra vez el falso mantra de que Hitler llegó al poder por las urnas! Quien quiera informarse puede leer, por ejemplo, «A treinta días del poder» de Henry Ashby Turner, Jr. , en donde se explica con detalle el golpe palaciego que llevó al bigotudo a la Cancillería.
No conozco la referencia, pero le echaré un ojo, gracias. Por otra parte, es cierto que el partido Nazi fue el más votado de las elecciones de 1932 y 1933, pese a que no consiguiese una mayoría para gobernar. Y, bajo la presión y el riesgo de más violencia, el Presidente Hindenburg aceptó nombrar a Hitler como canciller. La pregunta de si lo que hizo entretanto fue sobre todo dar un golpe de Estado (incluido con la ley de 1933 que facultaba a los nazis a gobernar por decreto: https://en.wikipedia.org/wiki/Enabling_Act_of_1933) o tergiversar las instituciones democráticas para convertir a la Alemania nazi en una régimen autoritario, es muy légitima e interesante. Igual que la pregunta de si Orban en Hungría gobierna en una democracia o no.
El partido Nazi no obtuvo la mayoría en las elecciones de marzo de 1933, pero el gobierno encabezado por Hitler, sí. Los nazis tuvieron el 43,9 % de los votos, pero con el partido Nacional Alemán de Hugenberg, socio minoritario en el gobierno designado el 30 de enero anterior, la coalición encabezada por HItler alcanzó el 51 %. La gente sí votó a Hitler como Canciller del Reich. Otra cosa es que este rápidamente se desembarazara de sus socios y estableciera desde la ley de plenos poderes (de junio de 1933, creo; cito de memoria) una dictadura totalitaria.
Me ratifico. Hitler fue nombrado canciller en enero de 33, NO en marzo, mediante un decreto presidencial, NO por el parlamento. Los conspiradores, entre ellos el hijo de Hindenburg, engañaron al presidente que se cree ya estaba senil y no sabía lo que firmaba. Los sucesos de marzo distan mucho de poder considerarse democráticos. La izquierda estaba prohibida o encarcelada y los diputados de centro y derecha votaron bajo amenazas.
Joaquinillo, aprende a leer. Hitler fue designado el 30 de enero para encabezar un gobierno de coalición, prohibió a los comunistas tras el incendio del Reichstag (que les endilgó), y en marzo, con parte de los candidatos de oposición proscritos, la coalición que encabezaba obtuvo el 51 % de los votos. Son hechos, es historia.
Jopé, pero que manía de faltar a las primeras de cambio. Recuerde: el primero que insulta pierde la discusión. Dado que no ha escrito ud. ni una sola palabra que desmienta las mías, repito por tercera y última vez: Hitler NO llegó al poder por las urnas (es decir nombrado por un parlamento democrático salido de elecciones libres), sino por un decreto presidencial (en enero del 33) arrancado con engaños a un anciano senil que nunca lo hubiera firmado de estar en uso de sus facultades. Si ud. considera democráticas las elecciones de marzo del 33 debe ser la única persona del mundo que lo hace. Saludos cordiales. Pd: En el futuro le rogaría que no me dirija más la palabra.
Si el autor de este artículo es «jurista», abogado, juez o cualquier cosa que remita al «derecho», desde aquí le digo en plena cara que es un chorizo que basa su existencia en velar por los intereses (lamer el culo) de los poderosos, en perjuicio de las clases desfavorecidas.
En plena cara no se lo dice, se lo dice bien escondido tras una pantalla, como aquí estamos todos.
Y menos mal, ¿no, Juanet? ¿Se imagina las hostias que habría y las sillas que volarían sobre las cabezas? ¡Esto de internet es un gran invento! Y estos de Jot Down, son de lo mejor a la hora de tener manga ancha con los comentarios. En otras webs o como se digan, si no les haces la pelota SIEMPRE y se te ocurre decir algo en contra del fantasma o la fantasma de turno que firma la sección, sencillamente ni apareces. Bloqueo, me dicen por aquí que le llaman
Totalmente de acuerdo. Estas catarsis son impagables. La labor social que cumple Jot Down no tiene precio. Fíjese que en otros países se van al colegio o a un centro comercial a liquidar congéneres, y aquí lo peor que le puede pasar es que le aticen con un comentario envenenado.
Bueno, a mí hace nada me han censurado un comentario en otro tema y no ha aparecido. Total, para que luego no escriba nadie.
No niego nada de lo que dices.
Solo digo que el compañero Rosique dice que dice a plena cara y yo le digo que no lo hace.
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1)Cada país tiene los gobernantes que merece.
2)La democracia es el menos malos de los sistemas de gobierno y su único súper poder es sacar de en medio a quien la cague en demasía.
3)El derecho y la justicia no es lo mismo.
4)La política es el arte de lo posible.
5)Si le dices al elector que tienes x ideas pero por la convivencia eres capaz de transigir y llegar a acuerdos nadie te vota.
6) Lo que nos lleva al primer punto.
LO QUE NO CONOCEMOS, LO QUE NO SABEMOS
Este comentario por su extensión necesita ser dividido en dos partes aprovechando que el articulo principal también lo está en parte 1 y 2.
Juan Ignacio García Jaime, es abogado y colegiado ejerciente, denunciante y perjudicado, ante la Excma. Sala Segunda del TS, al amparo del art. 53.2 de la CE, en defensa y reconocimiento del derecho fundamental del art. 23.1 de la C E, denunciando el engaño y la estafa universal del sistema del voto, con denuncias presentadas la primera en la significativa fecha del 2 de mayo de 2022; y segunda 31 de marzo de 2023, causa especial 3/20335/2023, sobre el D. Fundamental del art. 23. 1 C E, y la que posiblemente deba ser nuevamente presentada en 2024, y todas las que sean necesarias hasta poner fin al engaño y la estafa más universal y sublime del ingenio sublime del sistema del voto o derecho de voto.
LO QUE NO CONOCEMOS, LO QUE NO SABEMOS
Parte 1.
“Democracia” . . sin ciudadanos.
La democracia de políticos es democracia sin ciudadanos. La democracia sin ciudadanos es dictadura, necesariamente dictadura, sin ciudadanos solo es dictadura, y solo puede ser dictadura. Solo los ciudadanos son democracia. Si eliminamos los ciudadanos, eliminamos la democracia. Todos los países del mundo dicen ser democráticos, hasta ahora ninguno lo es.
La esclavitud también fue universal en todos los países y parece que Dinamarca fue el primero en abolirla y seguidamente los demás hasta el último, sin perjuicio que la esclavitud física haya sido sustituida por la esclavitud económica igualmente capaz de causar la muerte y mucho sufrimiento humano y mucho más general y universal que la propia esclavitud.
Los políticos son la alternativa excluyente de los ciudadanos y del derecho fundamental de los ciudadanos, derecho ABSOLUTAMENTE DESCONOCIDO, como puede comprobarse en esta página en la que no es mencionado ni conocido ni en el artículo principal, ni en ninguno de los comentarios al artículo principal, aunque el artículo principal concluye prácticamente en la Participación directa de los ciudadanos mediante sorteo igualitario, legítimo y democrático, y no otra cosa es el contenido esencial del derecho fundamental del art. 23.1 de la CE en su primera forma la que está justo antes de la vocal, antes de letra – o – de dicho art. 23.1 C E.
Artículo 23.1 de la Constitución Española, dentro de los derechos fundamentales de la Constitución y con las garantías de los derechos fundamentales de la Constitución como el derecho a la vida y demás derechos fundamentales todos ellos muy conocidos salvo el Derecho Fundamental de los ciudadanos a Participar en los asuntos públicos, directamente (sorteo entre todos los ciudadanos, todos iguales conforme al art. 14 de la C E, sin posibilidad alguna de clases de ciudadanos, unos pocos sujetos o individuos de clase A, (políticos, sujetos o individuos no ciudadanos que no aceptan y no se conforman con su propio derecho fundamental igual al de los demás, no se conforman con ser ciudadanos iguales a los demás, sino solo individuos superiores a los ciudadanos), y ciudadanos de clase B, todos los ciudadanos a los que ha sido previamente confiscado y requisado por la ley (electoral) su Derecho Fundamental a Participar en los asuntos públicos del art. 23.1 de la C E, antes de la vocal de la letra – o – vocal – o – de dicho artículo, ciudadanos o políticos; sustituido y cambiado en su perjuicio y estafa de este derecho fundamental por el mal llamado derecho de voto o derecho de sufragio, que no fue ingeniado para beneficio y servicio de los que votan sino para lucro de los muy pocos previamente determinados que van a ser destinatarios del voto y a ejercitar mediante ese sublime engaño universal, el más universal y sublime de los engaños y de las estafas, la estafa más universal nunca conocida de todos los derechos fundamentales ajenos de todos los ciudadanos y el Poder que corresponde al enorme número de ciudadanos para ejercerlo unos pocos en perjuicio y daño de los ciudadanos a los que ha sido engañado y confiscado y requisado inmediatamente por ley este derecho fundamental absolutamente desconocido y que muy aparentemente lo entregan “de forma voluntaria” en las urnas no ya como derecho fundamental a Participar en los asuntos públicos, sino como “derecho de voto” y aunque no voten, abstención, también eliminada, segunda eliminación acumulada, mediante la no exigencia de cuórum mínimo alguno en la propia ley electoral para la validez del proceso electoral y del resultado electoral, sea cual sea la abstención. Se elimina a los ciudadanos mediante eliminación de su derecho fundamental a Participar en los asuntos públicos y se le elimina también en el voto mediante eliminación de la abstención a votar. Voluntad popular sin la voluntad popular. Voluntad del pueblo español sin el pueblo español. Segundo engaño adicional acumulado al primero y principal de la muy conocida “Presentación de Candidatos”, muy aparentemente lógica, muy aparentemente inocua, muy aparentemente legítima, muy aparentemente constitucional y muy aparentemente democrática . . . . cuando no conocemos el Derecho fundamental de todos los ciudadanos todos iguales del artículo 23.1 de la CE en su primera forma única verdadera: Participar en los asuntos públicos directamente (sorteo), en relación con los artículos 1.2 14, 53.1 y 67.2 de la C E, todos ellos infringidos, vulnerados, conculcados y contrariados por el sistema alternativo falso de la llamada participación indirecta representativa, falsa, quíntuplemente falsa, muy aparentemente legítima y muy aparentemente constitucional y democrática; sistema del voto, sistema alternativo y falso, quíntuplemente falso sistema de la no Participación de los ciudadanos y eliminación de los ciudadanos en los asuntos públicos en las instituciones de escaños, sus asuntos públicos y sus instituciones de escaños, que solo serán democráticas cuando correspondan por sorteo a los ciudadanos, todos los ciudadanos, todos iguales, arts. 1.2, 14, 23.1 en su primera forma, art. 53.1 y 67.2 todos ellos de la C E; y arts. 26 de la Ley perversa electoral y arts. 8, 13, 18 y 23 de la Ley Orgánica del Tribunal del Jurado, sorteo, sorteo, sorteo; y también sorteo legítimo, igualitario y democrático en la D. Transitoria Novena de la propia Constitución, en la que también se hace aplicación del sorteo igualitario para garantizar la igualdad entre iguales.
La esclavitud no fue creada ni establecida para el bien y el beneficio y de los esclavos que la sufrían, ni la bomba atómica fue ingeniada para beneficial a los que iban a ser sus destinatarios; del mismo modo el sistema del voto anterior incluso a la máquina de vapor, no fue ingeniado en favor y beneficio y para el servicio de los que votan, sino precisamente para eliminación de todos los que votan y también de los que no votan evitando con ese sublime ingenio, el más sublime de los ingenios, puedan ninguno de ellos Participar en los asuntos públicos y en las instituciones de escaños a las que corresponde la respectiva competencia de los asuntos públicos: parlamentos o instituciones de escaños. (solo los escaños, nunca el resto de cargos públicos en sentido estricto para los que sí es precisa y necesaria una determinada cualificación, art. 23.2 de la C E, cargos públicos que no deben ser confundidos con los escaños, únicos a los que sí es aplicable el derecho fundamental del art. 23.1 de la CE, de todos los ciudadanos.)
El artículo 23.1 de la C E de 1978, es idéntico al art. 21.1 de la D.U.D.H de 1948, e idéntico al art. 25.1 del Pacto Internacional de Derechos civiles y políticos de 1964, todos ellos redactados por políticos que reconocen por primera vez en 1948 a los ciudadanos del mundo el derecho fundamental a Participar en los asuntos públicos como uno de los derechos humanos esenciales o fundamentales necesario para tener la condición de seres humanos y la condición de ciudadanos, y siendo políticos quienes redactan tales instrumentos jurídicos internacionales y nacionales introducen inmediatamente en ese mismo reconocimiento la alternativa a su favor con el sistema muy ingenioso: “o por medio de representantes libremente elegidos” instrumento e ingenio, por medio del que ya no son y no están los ciudadanos a los que corresponde el derecho y debe corresponder su ejercicio, aunque en tales artículos no se impone aún sobre los ciudadanos, sino solo dejando la puerta abierta para su posterior imposición en las leyes electorales respectivas y en nuestro caso también en artículos posteriores de la propia Constitución 68, 69, 140 y 151, preceptos meramente orgánicos, no fundamentales, inferiores en rango constitucional al art. 23.1 C E, ocurriendo que al llegar a tales artículos meramente orgánicos, el derecho fundamental de los ciudadanos misteriosamente, sin razón constitucional alguna, se ha perdido por el camino, y en ellos solo ha llegado ya la alternativa de los políticos sin ciudadanos, mediante el voto o sufragio con olvido y eliminación del propio derecho fundamental de los ciudadanos a Participar en los asuntos públicos, y de los propios ciudadanos en favor exclusivo de la segunda opción o alternativa del art. 23.1 C E: políticos sin ciudadanos frente a la única legítima y primera de ciudadanos sin políticos.
Lo anterior constituye una absoluta antinomia, choque de leyes o contradicción interna absoluta de la propia Constitución, de modo que en ella existe una parte verdadera y democrática: los ciudadanos y su derecho fundamental; y una parte no verdadera y no democrática: los políticos y el engaño del voto “o por medio de “representantes” “libremente elegidos” que no los son ni representantes ni libremente elegidos y que elimina haciendo inefectiva la parte verdadera y democrática de la propia Constitución: los propios ciudadanos, la democracia, el estado de derecho, la soberanía del pueblo español y el pueblo español.
“Representantes de los ciudadanos”
Parte 2.
Supongo que viviendo en Ginebra las cosas se ven de manera distinta. Aquí en mi entorno la amnistía da mucha pereza. Es un paripé donde se deben de decir y representar unas cosas aunque se piensen y se crean otras muy distintas. Lo hizo Sánchez y lo ha hecho Feijoo, una sobreactuación y un rigor que a la gente en la calle inmersa en sus problemas reales, cercanos y cotidianos terminan por parecerles artificiales, por causarle desafección porque lo son frente a pagar la hipoteca o el alquiler, que te llegue la pensión, conseguir y no perder el trabajo, conseguir independizarte, estar en una lista de espera médica, tener que dedicarle buena parte de tu tiempo a desplazarte para ganarte la vida o llevar a tus hijos al cole con estrés y cansancio de la rutina diaria. Las cosas necesarias de la vida en esta España tan desigual. Siempre habrá algún friki o algún fanático interesado en remover las aguas para ver cuánto saca pero son minoritarios aunque hagan mucho ruido. Siempre estarán los medios para arrimar el ascua al partido político o grupo de presión económico que los financia con publicidad pero hasta estos pierden fuelle y seguidores. Las democracias liberales no se pierden por el uso de la tecnología, aunque puede ayudar a catalizar, o por problemas territoriales que son síntomas siempre de que algo ocurre con la estructura económico social del país.