Yo no fui tan feliz como Pippi, pues mi vida de repente se detuvo.
Y crecí.
(Astrid Lindgren)
Karin, una niña sueca de siete años enferma de neumonía pide a su madre, la por entonces poco conocida escritora Astrid Lindgren, que le cuente un cuento. Decide que la protagonista se llamará Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Podemos imaginar el tedio que supone el largo reposo en cama para un niño y su huida hacia delante a la hora de rebuscar en su fantasía hasta llegar a crear la ilusión de Pippi Calzaslargas, la niña más irreverente y libre del mundo.
Así comienza la historia de la pequeña pelirroja que apareció en las pantallas de nuestros televisores por primera vez en 1974, y que se repondría sin interrupción durante décadas.
Solo en el escenario un tanto tétrico y extravagante de la espectral Suecia podrían desarrollar se las aventuras de Pippi Långstrump. Una luz fría y plana congela los colores de la ambientación hasta recrear escenas casi pictóricas bajo la dirección de Olle Hellbom. En la más tierna infancia de las niñas y niños españole de los ochenta, Pippi Långstrump era una niña extraña, casi marciana, que vivía en un lugar igual de inquietante que los broches de sus medias por encima de las rodillas.
Caballos voladores, una casa de fantasía color pastel, cómodas repletas de los más fascinantes tesoros constituyen el escenario en el que Pippi se mueve con absoluta independencia sin el más mínimo control adulto. Es una niña que vive sola en un paraíso hecho a la medida del sueño del buen salvaje. Dispone de todo el dinero necesario para invitar a sus amigos y la diversión está presente cada segundo del día.
Una existencia infantil concebida por Astrid Lindgren, una de las más famosa autoras de literatura infantil del siglo XX, cuya biografía dista mucho de la alegría y libertad que expresa la vida de Pippi Långs trump. Astrid creció en una casa de campo en el seno de una familia campesina, tras una infancia protegida y feliz se vio obligada a independizarse al convertirse en madre soltera a la edad de dieciocho años. En la Suecia de los años cuarenta escribe artículos para periódicos locales, ocupación que le ayuda a sobrevivir después de haber tenido que dejar a su hijo recién nacido con una familia de acogida. El éxito como escritora de cuentos infantiles le llegaría más tarde, una vez encontrada cierta estabilidad emocional al lado del jefe de la empresa donde trabajaba, posteriormente convertido en su marido y padre de sus hijos.
En cualquier caso, la vida de la discreta Astrid Lindgren siempre estuvo ligada a su Suecia natal, la misma Suecia de las películas de Ingmar Bergman, el país más civilizado de Europa y también uno de los que cuenta con la mayor tasa de suicidios. Tal vez no sea tan extraña la coincidencia del lugar elegido por Ingmar Bergman para pasar los últimos años de su vida con la localización del idílico hogar de Pippi Calzaslargas, la isla de Gotland. ¿Existirían las películas suecas sin la atmósfera triste y depresiva de la distante Suecia? Probablemente, no.
De alguna manera la historia de Pippi Calzaslargas expresa esta melancolía, es una niña inmensamente feliz pero huérfana y sola, el recuerdo de un padre querido y ausente está siempre presente, de su madre nada sabemos. Ningún familiar la visita y su alegría parece querer disimular en el fondo una honda tristeza. En la rebeldía sin fin de la niña se recrea la ensoñación de un mundo mágico en el que una gran fortaleza inexplicable la protege de todos los peligros. Pippi nunca tiene miedo.
La exitosa serie de televisión fue prota gonizada por la actriz sueca Inger Nilsson, cuya carrera quedó marcada por la fuerte impronta que el papel de la precoz niña pelirroja representó en todo el mundo.
Es popular la anécdota de la dramática bienvenida que dieron a la actriz en un plató de television, donde su público, formado en su mayor parte por niños, reaccionó con llantos al no reconocer a la niña de las coletas en su anatomía de mujer adulta.
Era un bodrio de serie, programada para el gusto de los niños pijos.
En mi barrio y mi escuela no conocí a nadie que le gustara la tal Pipi.
Cultura, según ellos, gilipolleces, según nosotros, para la singular imaginación de los retoños de los de ellos.
Nosotros comprendíamos mejor al correcaminos.
¿Bodrio de serie? ¿Para niños pijos? Le aseguro que a los niños de los 80 nos encantaba. Debió tener una infancia muy dura, lo lamento.
El resto de su comentario parece escrito por Willie, otro bedel atormentado. Pase un gran día!
Amigo, esta serie comenzaron a emitirla en España a mediados de los 70 y no encantaba a nadie que yo conociera. “Mazinger Z”, sí. El día en que lo reemplazaron de la programación por el bodrio tarzanesco de Orzowei, los niños y las niñas recordamos el trauma del nacimiento. Nos dejaron el alma como una habitación vacía. “Sandokan” también fue otro puntazo. ¿Quién no ha querido ser un tigre de Mompracem? Si hasta pintábamos su bandera con pinturas (imaginando los colores, porque la TV era en blanco y negro y no daba para más). Incluso algunos episodios de “La Frontera Azul” nos hicieron quedar pegados ante la pantalla. Pero ese no fue el caso de Pipi, monumento a la imbecilidad que adoraba la clase alta del país (como el grupo musical “La Pandilla”) y que los demás disfrutábamos apagando media hora el televisor hasta que echaran la peli los sábados por la tarde. Ya el nombre tenía su miga. Pipi. Reconozco que es genial para anunciar un diurético.
Abel, no sé en qué barrio ni en qué mundo vivías, lo que veo es que eres un «sentencias» absoluto. Soy hijo de obreros y un barrio obrero me crié. Y te aseguro que cuando emitieron Pipi a todos mis amigos y amigas nos encantaba. ¿Cómo puedes decir de esa manera tan tajante que era una serie de «pijos»? Das la impresión de sólo tú tienes la verdad absoluta. Me parece lamentable, la verdad.
Es más, a lo largo de mis muchos años, siempre que ha salido esa serie a colación, nunca he escuchado afirmaciones de ese tipo, al revés, la gente habla muy positivamente de la misma.
Ya te digo, a ver si es una fobia personal tuya.
Saludos
Debo ser un pijo con sensibilidad social.
La veo con mi hija y hay un momento que me parte el corazón. En nochebuena todos sus amigos están cenando con sus familias y Pippi se queda en casa haciendo galletas. Sale a la ventana y lanza un largo suspiro, dejando ver que su alegría es fachada y en realidad la soledad le pesa bastante. Se arregla cuando llegan todos niños del pueblo a visitarla y le regalan una trompeta.
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