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‘Perfect Days’, de Wim Wenders

Perfect Days. Imagen: Master Mind Limited.
Perfect Days. Imagen: Master Mind Limited.

La última película de Wim Wenders se ha estrenado con una gran expectación entre el público (al menos en determinados cines). Salas llenas durante todo el fin de semana para ver esta película del director alemán que transcurre íntegramente en Japón. 

El protagonista, Hirayama, es un operario encargado de la limpieza de los baños públicos de Tokio. La película lo sigue en su rutina diaria. Y sí, este es el resumen. Y a pesar de esta premisa, el film tiene poco de aburrido. En primer lugar porque los baños públicos de Tokio ya son interesantes por sí mismos. Wenders, sabiendo del atractivo de los urinarios de ese país, nos presenta la película y a la vez el oficio, y la minuciosidad del protagonista, viendo hacer su trabajo en distintos baños públicos. 

La primeras secuencias del largometraje nos enseñan un día cualquiera en la vida de Hirayama: se levanta temprano, riega sus bonsáis (son su hobby), va a trabajar, ejecuta su labor con una minuciosidad impecable, vuelve a casa, se asea en unos baños públicos, come, y se tumba en su futón a leer hasta que no puede sostener el libro. Wenders nos enseña todos y cada uno de los momentos de la vida rutinaria del protagonista, porque es de esto exactamente de lo que nos quiere hablar: de la rutina. 

Al ser esta parte del tema central de su película, las secuencias que siguen al primer día nos vuelven a mostrar parte de esos quehaceres diarios, pero bien es cierto que con otro ritmo. La de Wenders sí que es una película sobre la rutina, pero muy diferente a la de Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (se puede ver en Filmin). En la película de Akerman, la rutina de la protagonista se representa cinematográficamente en unos largos planos secuencia, estáticos, que adoptan el mismo orden que el que la propia protagonista impone en su vida. Lo hace así porque para Dielman este orden es necesario para controlar su desorden interior. Una vez se rompe uno, se rompe el otro. Sin embargo, Wenders está contando una historia muy diferente a la de Chantal Akerman. Hirayama sigue una rutina estricta y ordenada porque él también lo es. Pero no necesita el orden, sino que fluye en él de manera natural. La rutina homogeneiza los días y representa que a la vez son iguales y diferentes, y que así son perfectos. Este es el tema de Perfect Days y así es como Wenders lo traduce cinematográficamente.

Para hacerlo, Wenders toma la decisión de que durante las rutinas de Hirayama no va a captar la misma acción desde el mismo plano. Cuando lo vemos hacer algo que hizo el día anterior, es desde un punto de vista distinto. Esta decisión meditada se contrasta con otras como la de Bresson en Diario de un cura rural, que opta por el mismo plano para la misma acción. Hirayama vive sus días, que son bastante uniformes, de manera natural y apacible, mirando el lado bueno de las cosas.

Si no fuera por ese espíritu optimista del protagonista, Perfect Days podría haberse hecho pasar por una película neo-neo-realista al estilo de las de Kelly Reichardt  (Wendy & Lucy, Certain Women, First Cow). Sí que existe cierta reflexión sobre la figura del limpiador de los baños públicos, que ofrece un servicio social y que a la vez es invisible para la gran mayoría de los ciudadanos. Pero también hay quien lo recompensa. Además, al igual que en las películas de Kaurismäki, hay una relación entre el trabajo de Hirayama y su propia identidad: minucioso, discreto y perfeccionista. Y esto puede que haya hecho que la distribuidora de Perfect days, The Match Factory, sea también la que distribuye la última película de Kaurismäki, Fallen Leaves

Sin embargo, Wenders se aleja del neorrealismo en la escena en la que conocemos parte del pasado de Hirayama. Durante el reencuentro con su hermana, sabemos que su clase social es muy distinta a aquella en la que está viviendo ahora. Así, el protagonista es un anacoreta por decisión y no es de origen humilde. Probablemente esta decisión de Wenders tenga la intención de reforzar la convicción de Hirayama en este discreto día a día, porque pudiendo vivir de otra manera, decide limpiar baños en la capital pues así es feliz. Sin embargo, esto aleja del todo el neorrealismo que podría representar esta película, ya que no está retratando esa clase social de la que se ocupa el movimiento. Siendo una decisión legítima y a la vez interesante del director, también es cierto que supone una reinterpretación de las secuencias en las que concienzudamente Hirayama limpia. El director retrata el proceso otorgándole una gran dignidad a la profesión que hubiera sido muy interesante en un contexto neo-neorrealista1, pero no es el caso. 

También es neorrealista el montaje de Wenders en el que las acciones de los personajes siguen el mismo orden tal y como lo hacen en la vida. Si hay elipsis son siempre naturales, todas menos las de las secuencias del sueño.

Así, la narrativa realista de la película se ve interrumpida por las secuencias mediante las que nos introducimos en aquello con lo que sueña Hirayama. Se suceden imágenes en blanco y negro que corresponden a recuerdos recientes del protagonista (que incluso hemos visto en alguna de las secuencias anteriores) como recuerdos antiguos que el espectador no puede comprender. Todas las imágenes en blanco y negro se superponen en largos fundidos que alcanzan a representar esa naturaleza intangible de los sueños. 

Todas las secuencias correspondientes a los sueños, que a su vez se componen también por las fotos analógicas (en una película rodada en digital) que el protagonista hace durante el día de las cosas que llaman su atención adquieren una importancia especial cuando tras los créditos se muestra la definición de Komorebi:

El idioma japonés tiene un nombre especial para estas apariciones fugitivas que a veces surgen de la nada: komorebi, la danza de hojas cayendo como un juego de sombras, creado por una fuente de luz allá afuera en el universo, el sol.

De la nada de la rutina, Hirayama obtiene la sabiduría de la vida. Su rutina no es intrascendente, sino todo lo contrario. Es mediante la vivencia de la misma por la cual obtiene esa sabiduría trascendental. Siguiendo seguramente la estela de la teoría de lo trascendente en el cine según Schrader2, Wenders también nos hace transitar durante la película por la rutina para así alcanzar ese conocimiento. Lo cotidiano es los que nos revelará aquello de lo que está compuesto la vida, que, por otra parte, es imposible definir: hay que experimentarlo.

Que lo consiga o no durante la película es ya cuestión de apreciación, es indudable la referencia del conocido como «director más japonés», Yasujirô Ozu. No es casual que el protagonista se llame igual que el de El sabor del sake, de Ozu. Wenders se acerca a los entornos propios de Ozu para contar esta historia y también acoge algunas de sus formas. Ese seguimiento de las acciones del día a día son uno de los elementos más identificables del director japonés. Sin embargo, son grandes las distancias entre esta película de Wenders y el cine de Yasujirô Ozu. En primer lugar, Perfect Days es una película sin conflicto. La rutina de Hirayama se interrumpe o se modifica por distintas cosas que le ocurren, pero él no tiene un objetivo. Ese «no tener un objetivo» es la esencia de la película del director alemán, que sí consigue expresar el mensaje de que la vida se compone de esos elementos de lo verdadero durante la rutina. Sin embargo, el cine de Ozu se caracteriza por abordar mediante lo cotidiano grandes conflictos de los personajes. El director japonés retrata cómo los personajes siguen haciendo lo que tienen que hacer y lo que siempre han hecho mientras se ven afectados por el conflicto, lo resuelvan o no. Lo trascendente, el conocimiento que adquieren, se representa mediante la resignificación de las imágenes. Wenders también lo hace en Perfect Days, pero en una trama poco ozuniana.

Podría sospecharse que Perfect Days adolece de cierto idealismo hacia lo japonés que lleva de moda en occidente desde hace ya varias décadas. Lo apasionante de la cultura japonesa, a la vez milenaria y ultramoderna, genera una contradicción que parece convivir en armonía, al menos a nuestros ojos. La admiración de Wenders por la cultura japonesa es visible durante toda la película: los personajes son muy japoneses y todo lo que hacen es muy japonés. A excepción de la música. Ese contraste nos hace pensar inevitablemente en el escritor Haruki Murakami, que continuamente representa entornos muy japoneses rodeados de una banda sonora occidental, mayormente de los años 60 y 70. 

En todo caso, Wenders toma muchas decisiones propias que hacen que el film, aunque tenga referentes evidentes, tenga su propia personalidad. La decisión de la cámara en mano simboliza el fluir de Hirayama por la vida. La cámara lo sigue en su día a día de manera natural y poco violenta, va con él y lo acompaña dinámicamente. Las secuencias en las que el protagonista va en bicicleta son verdaderamente elocuentes en este sentido. Así, Wenders quizá se acerca más a otros cineastas europeos como los Dardenne, que siempre optan por la cámara en mano.

Wim Wenders también consigue representar mediante las decisiones cromáticas y de luz esa armonía de cálido y frío, de bueno y de malo, de lo que está compuesto el día a día de Hirayama y también de todos nosotros. Una dirección de fotografía (Franz Lusting) elocuente y a la vez natural apoyan fuertemente el mensaje. También el montaje (Toni Froschhammer) es coherente con el resto de la narración.

Koji Yakusho recibió en Cannes el premio a mejor interpretación por este filme. Siendo un personaje callado (durante la primera parte podría decirse que forzadamente callado) aporta una gran humanidad y ternura a la película. Una interpretación serena pero expresiva que desde luego rellena todo aquello que no dice mediante palabras. Alguna interpretación en un tono muy diferente a la de Yakusho desentona, pero debido a que desaparece antes de llegar a la mitad de la película, el espectador se olvidan de ella y disfruta de lo que queda del metraje.

Por último, la película también aborda la ancianidad. El protagonista acumula más pasado que futuro. Su día a día, en solitario, supone también una complicación porque es posible que más pronto que tarde llegue un día en el que necesite a alguien. También así se lo dice otro de los personajes, Takashi (Tokio Emoto). Pero la película no da una respuesta. Probablemente porque el protagonista no la tenga y quizás Wenders (también en una edad provecta) tampoco. En todo caso, siguiendo la moral de la película, Hirayama vivirá y seguirá viviendo de manera fluida, hasta que no pueda hacerlo así y entonces, lo hará de otra forma. Puede que algunas decisiones cinematográficas del director incluso vengan a refrendar esto. Si no, ¿cómo debería interpretarse el cambio de formato cuando su sobrina lo graba con el móvil?

Perfect Days sumerge al espectador en esos días cotidianos del protagonista y consigue que los experimentemos como lo hace él. Disfrutamos de esa belleza y de ese conocimiento que se esconde en los reflejos de los edificios por los que entramos y salimos todos los días, en el banco en el que sentamos o en la sombra del árbol en el que nos resguardamos.


Notas

(1) James Lattimer, Beyond Neo-Neo Realism. Reconfigurations of Neorealist Narration in Kelly Reichardt’s Meek’s Cutoff (Contemporary Realism).

(2) Paul Schrader, El estilo trascendental en el cine. Ozu, Bresson, Dreyer (Ediciones JC. Colección Clásicos).

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14 Comentarios

  1. Me ha encantado la historia de Hirayama, me gustan las películas que reflejan la realidad de la vida.Ya estamos saturados de superhéroes, mafias, policías etc.
    No conozco al director pero ahora voy a seguir su trabajo.
    Me ha parecido muy interesante

    • Wenders es una de las piezas claves del nuevo cine alemán de los años 70 del pasado siglo. Te recomiendo que empieces por «Paris, Texas». Luego puedes acercarte a «Alicia en las ciudades», «En el curso del tiempo», «El amigo americano» o «Cielo sobre Berlín». También documentales como «Buena Vista Social Club», «Pina» o «La sal de la tierra».

  2. ¿Win Wenders o Wim Wenders? decidan por favor!

  3. He comentado con amigos esta película en varias ocasiones. Empecé quedándome con lo inquietante que hay en el hecho de que disfrutemos de la felicidad de la soledad porque me vino el runrún de la decadencia de Occidente desde la autocomplacencia. Ahora he llegado al reconocimiento: me gusta esta forma de darle una bofetada a esa parte de la sociedad que, en manos del «coaching», habla en positivo de «salir de la zona de confort». Que si viajar hasta al agotamiento, que si la ambición, que si la productividad, que si la competitividad… Bendita rutina, bendito bienestar… Eso es lo que veo en esta película. Arrulla. Conforta. Te hace mirar. Te hace estar. Te hace ver disfrutar de la «zona de confort».
    Casi me entran ganas de volverla a ver.

  4. Los amigos con los que fui a verla y yo comentamos otro aspecto que creamos que plantea la película al final y termina por reconducir su mensaje y su escena final, el hecho de la aparición de los dos últimos «dramas» que trastocan su cotidianeidad: La aparición de su sobrina con su hermana y el ex marido de la dueña del bar. El protagonista decide vivir en solitario en su feliz cotidianeidad, pero cuando se la trastocan, le viene como una bofetada ese pasado que no cerró y que pretendía ignorar, así como la congoja de compartir tribulaciones con los demás. Él consigue su felicidad en su mundo solitario, con pequeños y gratificantes encuentros micro-sociales, pero la vida normalmente te va a exigir que enfrentes con los de tu alrededor. Lo quieras o no, y volverán a significar algo para ti, tanto que volverás a sonreír cuando salgas por la mañana en tu perfecta cotidianeidad, otra vez en tu burbuja, pero algo falla esta vez, tu sonrisa está quebrada por algunas lágrimas.

    • María Jesús Lasheras Rasal

      Estoy estoy totalmente de acuerdo con Carlos, tiene heridas abiertas que nunca podrá cerrar porque no puede (no se sabe el motivo por el que no quiere volver a ver a su padre) o no quiere (renuncia al amor porque considera que no tiene nada que ofrecer interesante). Hay renuncias muy duras.

    • María Jesús

      Estoy estoy totalmente de acuerdo con Carlos, tiene heridas abiertas que nunca podrá cerrar porque no puede (no se sabe el motivo por el que no quiere volver a ver a su padre) o no quiere (renuncia al amor porque considera que no tiene nada que ofrecer interesante). Hay renuncias muy duras.

  5. María Antonia

    Algo tan sencillo como reivindicar la importancia de lo cotidiano, el valor de las cosas sencillas de la vida.

  6. Guillermo

    Me parece muy interesante la descripción de la película, de la vida sencilla de su protagonista y de la administración del director hacia todo lo japonés. Refleja la dureza de la dura realidad de la mayoría de la gente y a la vez se aleja del neorrealismo porque es una elección de vida del protagonista. Este artículo me invita y me anima a ver esta película y lo haré lo antes posible.

  7. María Sánchez

    La vida del limpiador de urinarios fluye ordenada como muchas otras vidas, anónima, callada, rutinaria, anteponiendo el deber al placer…Creo que Wim Wenders da la importancia merecida a cualquier trabajo de servicio a los demás, a la profesionalidad y al paso del tiempo con dignidad. Y lo refleja con fluidez. Los sueños en blanco y negro, la cámara en mano, el rodaje en Japón… son un plus

  8. Primero me aburrió mucho. Luego le descubrí la genialidad de la que habla el autor del artículo y los comentarios. Una vida sencilla, elegida, una especie de mistico seglar que va por libre, que se regodea con los pequeños detalles de belleza, que en vez de escribir haikus hace fotos. Me gustó. Pero…. a medida que pasan los días, no puedo evitar que una sombra oscura empañe esa visión del protagonista. Lucho contra ella, pero se sobrepone.

    Qué clase de vida disminuida es esa? Por muy lícita y respetable que sea. Parece la vida de un niño en su burbuja, una especie de hikkikomori pero que en vez de que sus padres le pasen el bocadillo por debajo de la puerta, se lo gana con su trabajo. Si el es feliz así, bien, pero… es un modelo de nada? Incapaz de acercarse sexualmente al género femenino. Incapaz de soportar la más mínima frustración que pinche su burbuja (2 semanas doblando turno bastan para enfurecerlo y que patalee como un chiquillo?). Una vida completamente solitaria. A medias. Perfecta en su medida, pero… es deseable? Hirayama parece una muy buena persona. La gente quiere pasar tiempo con el, como su sobrina. Transmite paz. Es una paz estéril? Puede un ermitaño ser buena persona? Es perfecta en su medida, si. Es completa? Es satisfactoria?

    Ahí lo dejo. No sé qué más pensar.

  9. Pingback: Neoliberal-estoicismo o de la ignorancia sumisa - Jot Down Cultural Magazine

  10. Primero que todo, gracias, Ione, por organizar y entregarnos en tu comentario una interesante serie de referencias cinematográficas y estéticas en torno a esta última entrega de Wenders. Una vez, alguien me contó que, durante una visita que hizo a Japón, tuvo la oportunidad de ver cómo vivían algunos hombres que caían en desgracia por haber perdido su trabajo: lo hacían en lugares que parecían modernos guetos, en los que pasaban sus días viviendo en pequeños cubículos de plástico, ubicados en zonas fuera del radio residencial, lejos de la mirada de sus familias y amigos…Allí compartían sólo los baños, creo, y no se percibía entre ellos ganas de socializar entre sí. No recuerdo más detalles de la historia pero, sea o no cien por ciento cierta, me hace mucho sentido después de haber visto Perfect Days. Pues, más que la innegable capacidad de reconfortarnos a través de la narración y la impecable cinematografía fotográfica de Wenders (que en eso es él un auténtico maestro), hay algo que inquieta tras la perfección expuesta en este filme en forma de devoción religiosa por el trabajo. No sé cómo llamar este algo que inquieta en la historia que se plantea a través de la vida cotidiana del protagonista: ¿una mera manía?, ¿un cerco existencial a prueba de invasiones afectivas?, ¿un tipo de budismo urbano, pero carente de ese humor sublime que caracteriza al budista?..me quedo corto, no lo sé. Eso sí, las secuencias oníricas no las he podido digerir del todo. Son tan elocuentes en su irrealidad que, más que aportar sustancia a la lógica neorrealista del filme -lógica que planteas muy bien en tu comentario-, la interrumpen insertando momentos que resultan narrativamente perturbadores y estéticamente fútiles -en mi modesta opinión-. Pero si la vuelvo a ver, me habrás dado un par de pistas a seguir para orientar ese próximo visionado. Gracias de nuevo, Ione.

  11. Pingback: PERFECT DAYS ES (CASI) UNA PELÍCULA DE TERROR. – UNA MIRADA EN LA OSCURIDAD

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