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Pedro Juan Gutiérrez: «El latino insaciable no es un mito, es todo realidad»

Pedro Juan Gutiérrez para Jot Down

Desde su azotea se contempla de un lado el Malecón, con el castillo del Morro absorbiendo la luz de la tarde, y del otro las terrazas de Centro Habana, esa belleza decadente que, en algunas esquinas, recuerda a la Gaza bombardeada. Pedro Juan Gutiérrez —rapado y delgadísimo, camisa, pantalones cortos y chancletas, barba cana de dos días— ha hecho de este barrio de la capital cubana su territorio narrativo, el microcosmos de sexo, precariedad y sueños rotos por el que se mueven los personajes de sus títulos más celebrados: Trilogía sucia de La Habana, El insaciable hombre araña, Animal tropical o El rey de La Habana, llevada al cine por Agustí Villaronga. Muy vinculado con España después de residir algún tiempo en Canarias y en Málaga, nunca se ha planteado vivir en otro lugar que no sea ese en el que está. El mismo en el que recientemente, después de muchos años siendo un bicho raro del ecosistema literario, ha recibido incluso un homenaje.

Estamos en Centro Habana, el escenario de su principal ciclo de novelas. ¿Qué tiene de particular esta zona que no tengan otras de la capital cubana? 

Mira, uno de los grandes problemas míos cuando estaba tratando de escribir, después de que con veinte o veintiún años leí Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote y me dije: yo lo que quiero en la vida es ser escritor y hacerlo como este hombre, porque no parece literatura, ¿no? Pues bien, el problema era cuál era mi tema, mi universo, mi mundo. Porque todo el mundo tenía el suyo. Hasta que llegué a este barrio, donde llevo como treinta y siete años. Antes había escrito un poco como dando escopetazos al aire, cosas dispersas, pero aquí veo un microcosmos, con un lenguaje propio, una religión propia, una forma de sexualidad propia, una economía y una forma de ganarse la vida. Y los policías eran los enemigos… Yo era un periodista de clase media, tenía carro, viajaba a Europa, todo el mundo se iba como loco de aquí para Miami, y yo viajaba a la RDA, a Polonia, a la Unión Soviética. Yo no me había dado cuenta de que era un privilegiado, mis hijos estudiaban bien, el refrigerador estaba lleno de comida… Y cuando llego aquí, choco con la realidad. Era un barrio donde había sobre todo negros o mestizos, mulatos y mulatas. Y sin darme cuenta me fui integrando, era el año 94, el Periodo Especial, los balseros, se fueron acumulando cosas, mi vida personal también cambió un poco con un divorcio muy fuerte, y caí como en un hueco negro. Pero me doy cuenta que no era yo solo quien cayó en el hueco negro, sino toda mi generación que nos habíamos dedicado a un proyecto revolucionario, con fuerza, con pasión, con amor, con entrega, y el proyecto se estaba deshaciendo. ¿Cómo te repones de eso? El país entra en una crisis económica, política y social tremenda, se dan cambios brutales y yo no tenía musculatura para enfrentar todo eso que se nos venía encima. Y en medio de esto, el escape mío fue empezar a escribir de lo que estaba viviendo aquí. Sin darme cuenta, encontré mi tema, mi universo. 

Volveremos sobre eso, pero antes quería preguntarle a usted, siendo matancero y teniendo nueve años cuando triunfa la Revolución, ¿qué recuerdos tiene de aquel momento? ¿Formaba la literatura parte de su entorno? 

Bueno, de entrada, mis cuatro abuelos eran analfabetos, no sabían leer ni escribir. Eran hijos de inmigrantes. Mi abuelo Juan era de Tenerife —por él me llamo Pedro Juan— y los otros de Pravia, de Asturias. No había tradición de literatura ninguna. Yo nací en Pinar del Río y a los trees años y pico o cuatro nos fuimos para Matanzas. Mi padre era negociante mayorista de helados Guarina, tenía como una franquicia para la provincia de Matanzas. Y mi madre tenía un vicio tremendo de leer novelitas de Corín Tellado… 

Una autora, por cierto, muy valorada por Guillermo Cabrera Infante, que si no recuerdo mal le dedicó hasta un homenaje en unos cursos de verano de El Escorial…

Pues así pensaba mi madre. Y mi padre leía de vez en cuando la revista Bohemia, y ahí yo empecé a leer los cuentos de cowboys que publicaban. Y también leía mucho cómic, pero porque tenía una tía de Pinar del Río que tenía una distribuidora de prensa, y estaban los comics de Superman, la pequeña Lulú…

Llenaba la maleta de libros de comics, me podía leer veinte o treinta en un día. Y tenía miles… 

¿Qué cambió la llegada de Fidel a La Habana?

En los años 57 y 58 hubo mucha violencia. Date cuenta que en la Navidad del 58 creo que fue, la profesora mía de inglés del colegio, una norteamericana, había puesto un arbolito de Navidad en la sala de su casa con la ventana abierta, le tiraron un cóctel molotov porque habían dicho que no se podía celebrar la Navidad. Batista estaba matando a mucha gente, ella no se enteraba de nada y le incendiaron la casa. Sí, había mucha violencia en esos primeros días de enero del 59, la gente salía a la calle de manera masiva y espontánea, porque ya estaba hasta el cogollo de tantos problemas y tanta corrupción. Por eso la alegría de aquellos primeros días fue tremenda, Fidel venía de la Sierra Maestra y hablaba en cada capital de provincia, en Santa Clara, en Matanzas, me acuerdo perfectamente la esperanza que se abrió para el País en ese momento, porque tenía una labia muy especial.

Más tarde, como periodista, investigó usted sobre las cárceles, también sobre la frontera de México… ¿escogía usted los temas? ¿Cómo era su método de trabajo?

Yo trataba de escribir siempre de lo que no se hablaba. El primero que escribió en Cuba sobre suicidios fui yo, y me llevó como dos años, porque la directora de la revista en la que estaba no quería. Descubrí, por ejemplo, que el suicidio está en el lugar seis o siete de las diez primeras causas de muerte en Cuba. Entonces hay un Programa Nacional de prevención de suicidios y me fui por ahí, investigando… El primero que escribió en Bohemia sobre racismo y parejas de blanca y negro y viceversa, fui yo también. Me gustaban estos temas complicados. El primero que hizo un reportaje sobre el sida, porque a la gente que tenía el sida los guardaban en una especie de asilo en el que le daban alimentación especial, también fui yo, me fui al de Pinar del Río tres días… Y el primero que escribió sobre jineteras, igual, ahí está. Yo escogía los temas. Y en el caso de México, fui a una Bienal de poesía visual y experimental a la que me invitaron, y al cabo de la semana, como tenía una visa larga de cuarenta y cinco días y me quedaban doscientos y pico dólares en el bolsillo, dije: me voy para la frontera, entonces me fui quedando con amigos y quedándome en sus casas. Tenía cuarenta años cuando aquello, y era muy loco y bebía mucho, era muy divertido, así que para allá me fui y al regreso escribí unas cuantas crónicas.

Pedro Juan Gutiérrez para Jot Down

La frontera de México era entonces un sitio muy controvertido, estaba ya el problema de la violencia extrema, las desapariciones de Ciudad Juárez… ¿qué le llamó la atención de allí?

Yo no me imaginaba que el tema de la frontera fuera así, fíjate que incluso la propia Policía Judicial de México le entraba a golpes a la gente para quitarles un reloj, un carro, quitarle el dinero. Es un lugar muy violento, Tijuana. Estuve quince días entre Tijuana y Mexicali, y fue muy interesante. 

Viniendo de uno de los países más seguros del mundo, ¿no le daba miedo meterse en esos fregados?

Siempre estaba con amigos, escritores, me daban cobertura. «No digas que eres cubano, di que eres venezolano», consejos así me daban.

También hizo muchísimas entrevistas a escritores, que ha reunido en un libro en el que dice que el cromo que siempre le faltó en el álbum fue García Márquez. Pero, ¿a quién hizo que sí le dejara huella?

Mira, de ese libro, me quedaron aquí un par de ejemplares y te voy a regalar uno, porque de otra manera no lo vas a conseguir, aunque vayas a los libreros de viejo y les ofrezcas doscientos dólares. Cuando lo leas te darás cuenta de que me marcó Gunther Grass, un tipo muy inteligente, muy diferente a nosotros. Y ya verás como lo entrevisté. Tuve que caerle atrás por toda La Habana, hacerle una pregunta en cada lugar. Benedetti era un tipo muy cálido, encantador. Fui a entrevistarlo al hotel Capri con un fotógrafo experimentado de Bohemia y él estaba muy cansado, muy cansado. El fotógrafo hizo diez minutos su trabajo y se fue. Y cuando Benedetti vio eso, se echó para atrás en la cama, se quitó los zapatos, se dio un masaje en los pies y ahí ya se relajó. Hablamos como una hora, fue muy bonita esa entrevista. Disfruto mucho con esas entrevistas de personalidad porque son gente interesante. Recuerdo también a Ernesto Cardenal, muy político… 

Y Gabo, ¿por qué se resistió?

Porque no le dio la gana, ya Gabo era Gabo, él vivía en una casa de protocolo ahí en Siboney, yo conseguí su teléfono y ya no quería más entrevistas el hombre, para qué, ya era Gabo… Yo con mi ego quería, era el entrevistador de personalidades, desde Antonio Gades a todo el mundo. La directora me llamaba y me decía, «Pedro Juan, dentro de dos horas va un carro a recogerte, que tienes una entrevista» con Alicia Alonso, o con Antonio Gades o con…  Y no había internet, yo tenía unos archivadores ordenados por temas, para saber al menos en qué año nació, qué hizo… Tenía que concentrarme, a ver qué le voy a preguntar. Pero me encantaba.

Hablemos de su obra narrativa. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que trabajara un alter ego que se llama como usted, que es una manera de tomar distancia pero no demasiada, o de no caer en el autobiografismo pero tampoco dejar que el lector no piense en usted. ¿Hay algo de eso? 

Primero déjame decirte que este mes de octubre la Trilogía cumplió veinticinco años y se sigue publicando, se sigue vendiendo. Dice mi agente que es un clásico moderno como El siglo de las luces, como Tres tristes tigres o Antes que anochezca. Eso dice ella… No, la Trilogía sucia de La Habana… yo no puedo explicar racionalmente cómo surgió Pedro Juan. Yo quería escribir en primera persona con un tipo que era un poco cínico. Yo no soy tan así, pero la primera persona es muy convincente, mucho más que la tercera. Así que Pedro Juan es un tipo que fue periodista en algún momento, pero él nunca hace referencias culturales, nunca habla de una lectura que acaba de hacer ni nada de eso. Siempre está a ras de tierra, como El rey de La Habana, que es Pedro Juan llevado más allá todas las fronteras: el pobre, lo único que tiene es un pene grandísimo, atractivo. Es bruto, es imbécil, medio cretino, y le pongo un final de tragedia griega. Pedro Juan, yo creo, es de algún modo como un ensayo para después escribir El Rey de La Habana

Me llama la atención que fuera Herralde quien lo descubriera en España. Aunque ha publicado a cubanos como Wendy Guerra o Ponte, creo que nunca ha tirado demasiado hacia la isla, siempre se ha decantado más por las letras argentinas o mexicanas…

A Herralde le molestaban mucho los cubanos que hablan constantemente de política, desde Cabrera Infante, Reinaldo Arenas Yo nunca hablo de política.

Este libro fue muy raro porque yo lo escribí aquí, lo tenía un papel pero no tenía manera de pasarlo a mi computadora. Se lo di a un agente de la Editorial Oriente de Santiago de Cuba, y se asustaron mucho. Luego se lo di a una francesa de ediciones de Seuil, que estaba aquí de jurado del Premio Casa de América. Se lo llevó, lo leyó, le pareció muy brutal, muy salvaje, se lo mandó a una agente literaria francesa radicada en Madrid, amiga suya, les encantó y lo mandaron para Anagrama. Algo tan experimental, con tanto sexo, no iba a encajar ni en Lumen, ni en Seix Barral… Y fue cuestión de una semana. Primero me llamó ella y me preguntó si quería que fuera mi agente. «Mira, yo no tengo para pagarte nada», le expliqué. «No, no, yo cobro tal porciento de lo que tú ganes». Y fue así. Yo no tenía ni idea de cómo era ese mundo, y pagué cara la factura, no vayas a creer [risas]. Ay, ay, no quiero hablar de eso, no merece la pena… Y me dice ella: «¿Estás sentado? Porque va a salir en Anagrama. Herralde te va a llamar en los próximos días». Casi que me eché a llorar. Me llamó en efecto Herralde y me dijo que quería publicarme, pero los tres libros en un solo volumen. Multiplicaba mis expectativas. «¿Cómo tú lo titularías?». «Bueno, es una especie de trilogía sucia de La Habana, ¿no?.» «Ah, perfecto», y me colgó para que yo no fuera a decirle más nada. 

Se le atribuye a él la etiqueta que le colgaron a usted de «Bukowski cubano». ¿Llegó a molestarle alguna vez? ¿Estaba Bukowski en su devocionario? 

Chico, ¿sabes? Es que yo no había leído a Bukowski. Aquí nadie conocía a Bukoswki.  

De Henry Miller sí tenía uno o dos libros aquí, y no me gustaba. Tenía una edición de bolsillo con la letrita muy pequeñita, y los dejé por ahí. Después sí me molestaba un poco la comparación con Bukowski, pero bueno, me da igual. 

Alguna vez ha dicho que cuando salió la Trilogía, la atacaron mucho. ¿Quiénes? 

Imagínate los estatus estos oficiales, que ni siquiera se habían leído el libro, pero que vieron lo que salió en los periódicos, porque tuvo muchísima prensa… Se publicó en Italia y se empezó a traducir en otros sitios y cuando vine aquí, me echaron de Bohemia, me mandaron a la calle sin más explicación. Me vine para acá, estuve deprimido tres o cuatro días, y un buen amigo mío de la Uneac me dio el mejor consejo que me han dado jamás en la vida: «Por qué tú estás deprimido?», me preguntó. Bueno, le dije, llevaba veintisiete años de periodista, y de pronto… «Pero olvídese del periodismo. ¿No tienes dinero para vivir unos cuantos años? ¡Pues sigue escribiendo!». Yo ya había escrito El rey de La Habana y estaba contratado también. Mi vida cambió. El 6 de diciembre del 98 firmé el contrato por la mañana y por la tarde, en la calle de la Montera, me hice el tatuaje este [se levanta la manga de la camiseta], que nunca me lo había podido hacer por falta de dinero. Está muy desteñido… 

¿Qué simboliza?

Bueno, es como una espada y una serpiente. No sé explicarlo con más detalle…
Pedro Juan Gutiérrez para Jot Down

En España leímos la Trilogía como un producto del Periodo Especial. Nos preguntábamos qué literatura iba a salir de aquella convulsión, y la respuesta la dio usted, quien afirmó que solo escribía cuando estaba desesperado. ¿Fue un momento de máxima desesperación?

Yo recuerdo a veces estar aquí, me alcoholicé mucho. Alguna gente se metió a religiosa, otros se fueron para Miami, y yo me di al alcoholismo. Yo siempre había bebido bastante, pero todas las tardes aquí, aquí mismo, me bebía una botella de ron —a veces si estaba acompañada la compartía— y me fumaba uno o dos tabacos, puros. Casi que no comía, me acostaba y tenía unas pescadillas horribles, y a veces así, de nota, se me ocurrían los cuentos, cogía unos papeles, unas libretas, y escribía algo, nada más. Claro, al día siguiente eso era un desastre. Empezaba a pensar, ya con esta porquería que escribí anoche puedo hacer algo, y empezaba a trabajarlos, trabajé mucho durante tres años. Los balseros fueron en agosto del 94, hubo una manifestación en el Malecón el 5 de agosto del 94. Esta noche habló Fidel y al día siguiente, 6 de agosto del 94, empezaron los balseros, todo el mes de agosto hasta el 31, cuando lograron hablar con Estados Unidos y pararon el éxodo de los balseros. 

¿Los veía desde aquí?

Claro, a veces había diez o doce balsas saliendo, con gente que no tenía ni idea de nada de navegar. Y los tiburones están ahí, a la altura del Morro. De ahí para allá están. A mí me daba tanta lástima… Y así fui escribiendo el primer cuento de la Trilogía, como había hecho yo siempre, en secreto. No tenía interés en publicar, porque no me gustaba lo que escribía, lo rompía o lo escondía en una gaveta. Pero los cuentos de Trilogía me siguieron gustando, y gustando, y cuando vine a ver llevaba tres años escribiéndolos. 

¿Y el sexo? La desinhibición, las palabrotas, juegan con el mito del latino insaciable, pero, ¿qué parte realmente de mito hay en eso, y qué parte de realidad cotidiana? 

Yo creo que el latino insaciable no es un mito, es todo realidad. Somos un pueblo muy fuerte desde el punto de vista biológico, fisiológico. Es una cuestión de testosterona. Por un lado, africanos y por otro lado, los íberos, los españoles. Es lo que pasa en Brasil, es así. Es esa mezcla. Súmale la temperatura, no tener mucho que hacer, un trago de ron, y vamos a singar…

¿Cree que la nueva ola feminista tendría algo que reprocharle a sus novelas?

De hecho, hay unas cuantas feministas que han escrito, ¡uf!, que si el machismo, que si el racismo… Mi respuesta es muy simple y muy sencilla, yo personalmente no soy racista, entre otras cosas tengo una hija que es mulata. Pero vivo en una sociedad que es racista y machista, y las mujeres son hembristas. He visto negras que dicen que no se casan con un blanco, porque se van a sentir que están por debajo. Yo me quedo con los ojos como platos: un blanco para un rato sí, escondido por ahí, para un día o una noche, pero permanentemente no, porque voy a ser muy infeliz.    

¿Cree que uno de los fracasos de la Revolución ha sido no poder erradicar el machismo ni el racismo?

Al contrario, creo que se ha hecho mucho, a nivel de leyes, contra el racismo y el machismo. Hay una base legal, como con los gais, pero es un problema cultural, está en el sustrato de la sociedad. Hace falta que pasen varias generaciones para que eso cambie, la revolución ha hecho todo lo que ha podido.

¿Cómo fue la experiencia de El Rey de La Habana en el cine, con Agustí Villaronga? ¿Quiso intervenir de algún modo?

No, la productora se leyó el libro, le encantó, me contactó a través de mi agente por el proceso habitual, hicimos un contrato para que ceder los derechos para cine y ella fue la que buscó a Agustí, que murió hace poco. Era una persona muy buena y quedamos como buenos amigos. Venía todos los años y se pasaba aquí dos o tres meses, le gustaba mucho venir a Cuba. Vino a hacer el guion y hablábamos, me dijo que tenía que quitar varios personajes y yo lo entendí. Y cuando me trajo el guion, me encantó. La película al final se resintió un poco, porque hubo que rodar una parte en Dominicana, no hubo manera de que se pudiera hacer la producción en Cuba. Es una pena porque aquí se había hecho ya no solo el casting, sino las locaciones y todo para trabajar directamente sobre el terreno, aquí en el Malecón…

Le leí decir de Graham Greene que le interesaba más el personaje y sus contradicciones que su literatura, pero, ¿cómo se le ocurrió convertirlo en el personaje de GG y llevárselo a su terreno?

Es simpático, he escrito dos libros por encargo: uno fue ese, una novelita policiaca,  y el otro es Corazón mestizo, que lo publicó Planeta para un libro de viajes por Cuba, qué sé yo. El libro de Nuestro GG en La Habana me lo ofreció mi editor brasileño. Pagaba mucho de anticipo, y al mismo tiempo lo publicaba en inglés Faber & Faber, la editorial de Londres. Bueno, perfecto: la regla del juego era una novela policíaca que no podía tener más de cien páginas, y tenía que tener un escritor famoso por el medio. Yo pensé en Lezama Lima, un personaje tremendo. Entonces me fui de promoción de unas novelas a Sao Paulo, a Fortaleza, Recife, Porto Alegre… Me dio tiempo a pensarlo, cuando regresé a Sao Paulo nos volvimos a ver y le dije mira, Lezama no, vamos a coger mejor a Graham Greene. Al editor le pareció fantástico, ¡además inglés! Y estuve un año y pico pensando en la novelita, porque era difícil para mí. Me leí de nuevo los libros de él. Y estando en Boadilla del Monte, en Madrid, de pronto agarro de un librero El americano impasible. «Claro», pienso, «Graham Greene acaba de escribir esta novela, no se atreve a entregársela al editor, y pasa esto». Cogí un papel largo y fui escribiendo como secuencias de una película, diecisiete secuencias que acabaron siendo una novela. 

Pedro Juan Gutiérrez para Jot Down

Seguro que ha respondido más de una vez a esta pregunta pero no me resisto a hacérsela: pudiendo vivir decentemente en cualquier otro sitio, e incluso habiéndolo hecho en España alguna vez, ¿por qué sigue en La Habana, afrontando todas las dificultades cotidianas?  

Sí, es una pregunta que me han hecho antes, y creo que es que yo he viajado mucho. Yo he viajado por más de cuarenta países, y conozco la vida en todas partes.

Y ahora no me interesa dejar mis raíces aquí.  A lo mejor, si me hubiera planteado irme a vivir a otro lugar con veinte años, con veinticinco años, lo hubiera hecho tranquilamente, Pero ya cuando tuve 40 y pico de años, estando aquí mi familia, mi casa, mis libros, mi biblioteca, mi gente, mis amigos de toda la vida… Es muy difícil. Yo desde que publiqué la Trilogía sucia de La Habana, mi situación económica cambió y a partir de ahí yo cada año me iba cinco o seis meses para España, para Madrid, en Tenerife, ahora en Málaga… Y he estado como veinticinco años de esa manera, y de ahí me movía para Inglaterra, para Francia…

… Y no se ve quedándose allá.

No, y mira que por ejemplo en Tenerife escribí algunos libros, Diálogo con mi sombra, Estoico y frugal, mucha poesía…

Sí, la poesía es una faceta  que muchos lectores suyos no conocen, pero a la que le ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo, ¿verdad? 

Sí, la poesía fue lo primero que yo escribí. Cuando tenía trece años escribí un poemita para una novia, y a partir de ahí seguí escribiendo, y fui cambiando…

Antes de su muerte, visité en Las Palmas al gran poeta cubano Manuel Díaz Martínez, que después de vivir en Cuba y en Cádiz recaló allí porque decía que «siempre hay que tener una isla de repuesto». ¿Usted en Canarias se sintió también como en casa?

Por supuesto, hay una conexión muy fuerte, porque date cuenta que los canarios no son españoles-españoles. El vocabulario que utilizan, la pronunciación, todo es diferente. 

En un texto en el que teóricamente iba a dar consejo a jóvenes escritores, lo primero que decía era «que se dediquen a otra cosa». Pero usted no ha dado ese ejemplo, es más, podría ser un ejemplo de éxito… ¿Cómo se explica esa contradicción?

Me refiero a que el escritor trabaja con su memoria y con su intuición. Entonces el pasado no es bueno estar removiéndolo, y eso es lo que hace el escritor. Trabaja con su memoria, trabaja con su recuerdo. Lo bueno es dejar eso ahí y olvidarlo y vivir el presente y proyectarse en el mañana, en el futuro, por eso escribir es siempre un poco doloroso. Ahora tengo un libro nuevo que va a salir en Anagrama en mayo o junio del año próximo, y que por ahora se llama Mecánica popular, como una vieja revista norteamericana. Ese libro me dejó muy cansado emocionalmente. Estuve como un año y medio trabajando en él, compré aquí en la calle Galiano unas revistas viejas de los años 50, de las que yo leía junto a los cómics cuando era niño, empecé a escribir cuentos pensando en aquella época y cuando vine a ver había estado removiendo todos esos recuerdos. Hay un personaje ahí que aparece en todos los cuentos, es como una exploración de toda mi infancia, la adolescencia, mi juventud, y resulta un poco agotador.

En los primeros 90, en España se prestaba una atención a la literatura cubana que se ha ido perdiendo paralelamente a la pérdida de fuerza de Cuba en el ámbito mundial. ¿Podría hacer una valoración de eso, y contarme qué se están perdiendo los editores españoles ahora de las letras cubanas?

Mira, yo no estoy bien actualizado porque en primer lugar, en Cuba hace ya como dos años y pico o más que no se publican libros en el papel, porque no hay papel.

Entonces esto ya te limita bastante, pero además ya a mi edad es muy difícil leer autores nuevos. Yo releo lo que me interesa que leí antaño, las Memorias del subdesarrollo de Desnoes, Cabrera Infante lo estoy releyendo ahora, de Antón Arrufat hay dos o tres libros que me interesan, Calvert Casey

Hay una poesía muy interesante ahora, gente como Marilyn Bobes, que están trabajando fuerte. Pero no estoy en eso a fondo. 

¿Y sobre el sitio de Cuba en el mundo, cuando la gente mira a Ucrania, Israel o Argentina, y la isla ya no irradia la atracción de antaño? 

No he pensado mucho en eso, tú sabes que la política es tan circunstancial, pero evidentemente Cuba tuvo una epopeya, una etapa enorme a partir del año 59, en que ocupaba un lugar preponderante en la geopolítica mundial. Y supongo que esta epopeya ya no es lo mismo. Esa etapa heroica pasó, Cuba está en otra etapa, es un país más normal por decirlo de alguna manera. Con una relación muy difícil con Estados Unidos, porque mientras que estuvo toda aquella etapa de Obama fue mucho mejor en el aspecto económico, y ahora en cambio la situación es muy, muy, muy difícil.

Pedro Juan Gutiérrez para Jot Down 

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7 Comments

  1. LePeisens

    Interesante entrevista a estómago agradecido cubano, comunista que siempre vivió bien y seguirá haciéndolo de la mano de un régimen al que nunca pondrá objeción .

    • Redio Dell'Oro

      A ver cuándo se enteran estos de Jot Down de que no está bien entrevistar a comunistas.

  2. Jairo RP

    Vaya, caballero, yo pensé lo mismo…la eterna paradoja de no hablar de política, tipo Borges…¿acaso no hablar de política es de por si una posición política?

  3. pepino

    Lo que no está bien es entrevistar a alguien que no tiene nada que decir, que no es el caso.

  4. Abruptus

    Qué corta la entrevista. Me encantan los libros de Pedro Juan. Me la suda si es comunista. Hay quien usa esta palabra como un insulto sin saber cuánto le deben al comunismo y a los comunistas.

  5. A los comunista, que mandaron y tuvieron poder, les debemos: asesinatos, desigualdad, miseria, hambre… y un largo etcétera. Lo que no quiere decir que desde el otro lado de la política, meen colonia y todo sea de color rosa. Sobre Herralde, el clásico progre español y grandísimo editor, creo, no me extraña que no quisiera hablar de política, sobre todo si la persona era cubano, hay el mito cubano, seguro que si el escritor hubiera sido chileno de cuando la dictadura de Pinochet, le hubiera gustado que hablase de política. Y por ultimo me gusto mucho Animal tropical, lo he leído dos veces, pero de Trilogía sucia de la Habana, lo he intentado tres veces y lo he abandona tres veces. Gracias

  6. casi todos los libros de PJG son interesantes. Algunos muy buenos.
    Que coño importa si es ,ha sido o sera comunista.!!!

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