Hoy día, hablar de videojuegos japoneses con monstruos y superhéroes enfrentados como fuerzas del bien y del mal, y remotamente basados en los antiguos titanes de la mitología clásica, parece una ingenuidad. Pero cuando en 1972 el dibujante y guionista Go Nagai, admirador de la estética futurista de los años cincuenta, crea su robot gigante controlado desde el interior por el joven e impulsivo Koji Kabuto, está sentando las bases para todo lo que habría de venir después. Si las series japonesas como Heidi o Marco bebían de ficciones tomadas del siglo XX, Mazinger Z transportó a los niños de la España a caballo entre la tele en blanco y negro y la de color a la visión que entonces todos teníamos del siglo XXI; un siglo en el que, por descontado, nos desplazaríamos en naves espaciales por las galaxias.
Pero hay mucho más: en Mazinger Z, los ecos de la antigua civilización micénica aparecen en el contexto de los problemas energéticos globales, el descubrimiento de materiales inteligentes para la fabricación de potentes máquinas, y una velocidad visual predigital que, a pesar de la tosquedad de los dibujos, nos sacó del largo sueño de otro tempo que no era el del homo tecnologicus. Por si esto fuera poco, la serie enseñaba que no siempre los buenos ganan; es decir: todo en ella nos hablaba de la incertidumbre de un mundo en el que la inteligencia artificial, esto es, el poder trasladado del ser humano a la máquina, puede resultar beneficioso o letal según los intereses y objetivos de los humanos que lo controlen. Nada nuevo bajo el sol (¿indios y vaqueros?; ¿guerra fría?), pero sí: nunca antes los titanes estaban hechos de extrañas aleaciones, y nunca su aspecto había producido tanto pavor y sobrecogimiento. El de Mazinger Z, coreado con el estilo enfático de su banda sonora, es un mundo sobredimensionado, más allá de la escala humana, que nos permitió soñar con lo imposible.
Por si esto fuera poco, los encargados de reordenar el mundo que los monstruos de metal han puesto patas arriba tienen más o menos la edad de sus espectadores: los adultos han estropeado el mundo, sí, y han de ser los jóvenes, contra todo pronóstico, los que traten de arreglarlo. ¿Qué telespectador preadolescente se resistiría a soñar con ser Koji Kabuto o Sayaka Yumi? ¿Quién no envidiaba el entorno científico en el que estos jóvenes se movían? ¿Quién, en sus juegos, no pronunciaba de vez en cuando la fórmula mágica (¡planeadooor abajo!)? Todo en la serie estaba encaminado a la sugestión, el triunfo de la imaginación, aun cuando partiera de supuestos medianamente realistas. Como digo, mucho ha llovido desde entonces. Pero ¡ah!, ¿a quién otorgamos los laureles por haber sido el primero?
Por si todo esto fuera poco, la popularidad de Mazinger Z fue tal que hasta dio lugar a consignas falsas. Nunca, en la serie, se pronuncia la famosa frase «Pechos fuera», supuestamente dirigida a Afrodita A. Más curiosidades: los malos, con el Doctor Infierno a la cabeza, son de origen alemán (¿tiene esto alguna lectura histórica retorcida?) o poseen títulos nobiliarios. Se pueden rastrear los materiales, funciones y aplicaciones de todos los trajes e ingenios mecánicos, incluidas las armas características de cada cual. De hecho, todos los ingenios mostrados tienen una explicación pseudocientífico-técnica. La fascinación, pues, estaba servida, y el apocalipsis final (que no se puede contar, por si acaso) no ha sido superado por toda la filmografía posterior del género. Así que, niños de hoy, no penséis que con vosotros se ha inventado algo. Mientras no os diga nada el famoso grito de guerra de Mazinger, aún os queda mucho que aprender.
La precursora, pero Neon Genesis Evangelion o Darling in the Franxx estan en otra liga.
El apocalipsis final revelado: esa sociedad futurista fue dolorosamente barrida de nuestras vidas mediante una involución que nos llevó a la prehistoria tecnológica: Orzowei.
Hace poco aquí comenté que Pipi Calzaslargas era una serie para niños pijos. La mayoría de los chavales de mediados de los años 70 jamás la vimos. Yo no conocí a nadie que le gustara esa bazofia. La clase alta la convirtió en cultura repitiéndola hasta la saciedad. Sin embargo, no nos perdíamos un capítulo de Mazinger Z. A los representantes de distintos estamentos representativos de la época les espantó la serie por motivos distintos. A la izquierda le irritó la apariencia de Karl Marx que tenía el Dr. Infierno. A la derecha, la sexualidad equívoca del barón Ashler y que fuera Japón y no EEUU quien liderara el mundo. A partir de ese momento se publicaron sendos análisis de sesudos especialistas indicando la secuelas graves psicológicas, sociológicas y pedagógicas que dejaría en la juventud de aquella época si no se cortaba su emisión. Ganaron los de siempre e hicieron lo de siempre y pusieron a otro blanquito triunfando en medio del África negra. Pero, oye, lo de alienación cultural es un cuento.
Pipi Calzaslargas bazofia para niños pijos? ¿A la «mayoria» de niños de los 70 no nos gustaba? ¿En qué país viviamos? Porque por lo que yo recuerdo con dos cadenas de televisión, sin internet y con pocas opciones de entretenimiento para los que crecimos en un barrio del extrarradio de Barcelona, todo o casi todo lo que vomitaban esos televisores culones era puritita miel. La nostalgia es chunga, también ver con los ojos del presente (algo muy en boga hoy día) aquello que fue.
Orzowei era infumable para mi, pero en carnaval veías a niños disfrazados de ese Tarzán de tres al cuarto.
Lo de siempre, la opinión es como los culos, todos tenemos uno.
Así que…Puños fuera!! (Lo de planeador abajo!, en Sant Adrià del Besòs no lo usábamos. Era de barrio pijo).
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