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Little Richard: I Am Everything

Little Richard: I Am Everything
Little Richard: I Am Everything. Imagen: Avalon.

«Se pasaba por el forro todas las normas de la música» .

(John Waters sobre Little Richard en ‘Little Richard: I Am Everything’)

Little Richard: I Am Everything, el documental firmado por Lisa Cortes que llega a los cines españoles este 26 de enero de mano de Avalon, podría haberse contentado con ser la crónica de una de las estrellas más brillantes del universo del espectáculo. Pero en realidad I Am Everything es algo más que eso: es un ajuste de cuentas con la historia de la música.

Little Richard aterrizó en 1932 en nuestro mundo, lo sacudió por completo durante los años cincuenta y lo abandonó definitivamente en 2020. Tratar de condensar todo lo que ocurrió en las nueve décadas que compartió junto a los humanos no es una tarea sencilla, en especial teniendo en cuenta las dimensiones de su legado y su personalidad. Porque tras ese nombre artístico habitaba el músico de talento inabarcable, pero también la figura pública deslumbrante, el creador pionero, el creyente fanático temeroso de Dios o el icono extravagante. Y por último, enterrada bajo todo lo anterior, se encontraba una persona que vivió toda su vida sintiendo que nadie reconocía sus méritos, y que todos le robaban sus logros. Little Richard es el hombre que inventó el rock and roll y acabó contemplando cómo otros le sisaron el título. Aquel que contaba que Elvis se le acercó para decirle «Tú siempre serás el rey».

I Am Everything entiende todo lo anterior y opta por orbitar alrededor de cada una de esas aristas, analizando lo ocurrido y reclamando la corona usurpada. Lo fácil hubiera sido recitar los logros del homenajeado como quien lee en voz alta la Wikipedia, pero este no es un documental estrictamente musical, sino un relato vital. Es una historia sobre el virtuosismo, la sexualidad, la fe, la música, las injusticias y las contradicciones de una superestrella incontestable pero repleta de grietas. 

Al embarcarse en el proyecto, Cortes recordaba que su contacto inicial con la obra del músico resonó como un accidente cósmico: «En cierto momento, el meteorito que era Little Richard iluminó mi mundo. Brillando con una voz tremenda, y luciendo un pompadour del que se pavoneaba orgulloso, me inspiró a pensar fuera del margen. A dar voz a todos los que eran silenciados por ser demasiado atrevidos, demasiado negros o demasiado queer». Y exactamente eso es lo que la realizadora ha logrado plasmar en I Am Everything, la celebración de alguien capaz de inspirar a todos aquellos que tenía a su alrededor. 

Shiny, shiny little rock-star

En 1955, el productor Robert Blackwell, conocido como Bumps entre sus amigos, se atrincheró en una sala de grabación de Louisiana junto a un joven, y desconocido, músico llamado Little Richard. Se trataba de una reunión prometedora porque, tras escuchar las maquetas del chaval, en la cabeza de Blackwell revoloteaba la idea de convertir a aquel chico en la respuesta de su sello discográfico, Speciality Records, al fenómeno Ray Charles. El problema era que el pequeño Richard estaba interesado en perseguir sonidos más rabiosos, al estilo de las piezas de Fats Domino. Y por eso mismo el cantante y el productor se encontraban en un estudio de Nueva Orleans, para atenuar asperezas grabando junto a músicos extraordinarios que colaboraban habitualmente con Lloyd Price, Professor Longhair o el idolatrado Fats Domino. El material resultante de las primeras tomas fue bueno, pero estaba empapado de blues y Little Richard se mostraba hastiado por esos ritmos: «Me obligaban a cantar como B. B. King o Ray Charles. Y ese no era yo. Los jóvenes estábamos cansados de la música lenta». Aquel día, el chico no acababa de brillar y el productor no encontraba lo que quería. 

Durante una pausa entre grabaciones, Blackwell llevó a Little Richard a tomar algo al Dew Drop Inn, un tugurio habitado por crápulas, vividores, fulanas, delincuentes… y un piano. Al contemplar el instrumento, Richard se sentó ante las teclas, berreó un indescifrable «¡Auan babuluba balan bambú!» y se desató interpretando un tema salvaje, cuya letra cantaba a las macedonias de fruta y a las ventajas de utilizar lubricante durante el sexo anal. Blackwell alucinó, y fue completamente consciente de que aquel desmadrado artista no iba a ser una réplica a nadie. Iba a ser algo totalmente nuevo. También razonó que habría que reescribir la letra de aquella canción.

En octubre de 1957, convertido en una estrella que encadenaba singles de éxito, Little Richard miró al cielo tras un concierto en Sídney y se estremeció al descubrir una gigantesca bola de fuego cruzando el firmamento. El cantante interpretó aquello como una señal divina, una advertencia directa del mismísimo Dios para cambiar sus hábitos perversos y redimirse. Poco después, Little Richard abandonó la maligna música que le había hecho famoso y se pasó al gospel, abrazó la religión y la oración, se enroló en una universidad cristiana para estudiar teología, se casó con una mujer pese a llevar toda la vida siendo abiertamente gay (y especialmente promiscuo), y comenzó a viajar por Estados Unidos predicando las bondades de Cristo. La esfera llameante que el cantante observó en el cielo, por cierto, era el satélite Sputnik 1 que la Unión Soviética acababa de lanzar al espacio.  

En verano de 1972, en el plató del Late Night Line-Up de la BBC 2. Ray Connolly, un periodista especializado en lidiar con estrellas del rock, se estrenaba ante las cámaras de televisión entrevistando de manera distendida a una de las figuras más importantes de la historia de la música moderna: Little Richard, un hombre que había vuelto a la senda del rock and roll que le aupó a la fama. «Hace dieciséis años de tus primeros éxitos. ¿Eres consciente de que en tus conciertos ahora hay gente que ni siquiera estaba viva cuando comenzaste a cantar?», preguntó Connolly. «Sí, pero yo los he despertado», replicó Richard, «a todos aquellos que no estaban cuando comencé, yo les traje el espíritu y lo introduje en ellos. Ahora han resucitado, y vendrán a verme este sábado noche en el Wimbledon Stadium, donde voy a dejar que todo fluya ¡Desmelenaos con el hermoso Little Richard de los suburbios de Macon, Georgia! ¡Yo soy el rey del rock and roll!». «¿Y desde cuándo eres tan tímido?» preguntó con guasa el entrevistador.

Richard
Imagen: BBC.

Little Richard: I Am Everything arranca utilizando un extracto de aquella entrevista de la BBC 2 como carta de presentación. Como introducción para los profanos a la personalidad de una estrella extraordinaria, desinhibida, de alegría contagiosa y carácter resplandeciente. Durante la posterior hora y cuarenta minutos, la cinta repasa una de las vidas más complejas e influyentes de la música reciente, rescatando decenas de anécdotas como la del sucio «Tutti Frutti» desatado en el antro de Nueva Orleans, o la visión divina de la bola de fuego en el concierto de Australia. 

El film navega a través de la biografía del artista utilizando material de archivo, segmentos musicales elaborados exclusivamente para la película, estilizadas brumas digitales de polvo estelar que dan bastante empaque, y declaraciones de amigos, vecinos, familiares, productores, historiadores o gente de renombre como los músicos Billy Porter, Nile Rodgers, Mick Jagger, Paul McCartney y Tom Jones, la etnomusicóloga Fredara Hadley, la legendaria activista trans Sir Lady Java, o el director John Waters, quien confiesa haber adoptado el fino bigotillo imposible de Richard como homenaje consciente al cantante.

Little Richard: I Am Everything

Little Richard nació como Richard Wayne Penniman en el seno de una familia muy pobre y muy numerosa de Macon, Georgia. Y sufrió una infancia bastante complicada. Porque ser negro en la Norteamérica de los 50 ya era bastante jodido de por sí, pero ser negro y abiertamente homosexual suponía un auténtico infierno incluso para las cabezas más ordenadas. Enamorado de la música desde niño —«No me dejaban cantar mucho porque luego no había manera de pararme»—, rechazado por su propio padre y por la sociedad, el pequeño Richard tuvo que aprender a ganarse la vida por su cuenta de manera temprana. Cuando sumaba catorce primaveras, llamó tanto la atención de la gran Rosetta Tharpe como para que la mujer le invitara a cantar en uno de sus actos, pagándole por la actuación y sembrando en el adolescente la idea de que era posible hacer negocio en el mundo del espectáculo.

Richard
Imagen: Avalon.

Comenzó su carrera en los años 40 y encontró el éxito a mediados de los 50 en el sello Speciality Records, encadenado singles rotundos y vibrantes como «Tutti Frutti», «Long Tall Sally», «Rip It Up», «The Girl Can’t Help It», «Lucille», «Keep A-Knockin’» o «Good Golly, Miss Molly» entre muchos otros. Y hasta aquí llega la parte de su historia que habitualmente conoce todo el mundo. Lo que se atreve a investigar Little Richard: I Am Everything son las bambalinas del fenómeno. Porque Little Richard no solo supuso una revolución musical, sino también una liberación sexual e incluso una ruptura de las barreras de la segregación racial estadounidense: en sus conciertos ocurría algo inaudito, los jóvenes blancos se mezclaban con los negros para desmadrarse bailando y festejando las canciones. Era una rockstar para la que la sociedad aún no estaba preparada. Las chicas regaban con bragas sus actuaciones mientras los norteamericanos de moral limpia se aterraban ante la idea de una superestrella negra. «No querían que sus hijos tuviesen ídolos negros, no querían que admirasen a enormes negros sudorosos cantando, berreando y gritando» explica entre risas el propio Richard en una escena de archivo rescatada por el documental.

Pero la situación en realidad no tenía ninguna gracia. En el film de Cortes el artista relata también cómo durante un bolo en Augusta, Georgia, fue agarrado por la policía y apaleado mientras le acusaban de «cantar música negrata a los niños blancos». Estados Unidos quería impedir que aquel color de piel, y aquella alma libre, triunfase entre su sociedad. Y para ello, se dedicó a fagocitarlo, a absorberlo y a reciclar sus logros a través de otras estrellas más pudientes y, por supuesto, más blancas. Con ese fin, sus temas fueron versionados por músicos contemporáneos como Pat Boone, Elvis Presley, Bill Haley, Jerry Lee Lewis, Buddy Holly, The Everly Brothers, Gene Vincent o Eddie Cochran. «¿Sabías que Elvis Presley y Pat Boone vendieron más «Tutti Frutti» que yo?», solía preguntar Little Richard a los entrevistadores que escarbaban en su historia. En Little Richard: I Am Everything, resulta especialmente gracioso ver cómo varios de los entrevistados se burlan de las versiones, notablemente inferiores, de Boone. El pobre cantante en ocasiones ni siquiera era capaz de mantener el endiablado ritmo de las originales.

Richard
Imagen: Avalon.

De ahí en adelante, la carrera de Richard está marcada por el caos interno que tuvo lugar en un ser humano bastante confundido. Alguien educado firmemente en una creencia religiosa que le llevó a renegar en numerosas ocasiones de su propia música, su sexualidad y su modo de vida por temor al castigo divino. Un músico que también cayó en las drogas, tema que I Am Everything hace muy bien en tratar de manera tangencial, sin remover el morbo. Pero, sobre todo, alguien que tuvo que vivir sintiéndose robado, sin recibir ningún tipo de reconocimiento por haber descubierto ese algo totalmente nuevo que la sociedad necesitaba.

Habitualmente, se suele calificar a Little Richard como una figura «controvertida» o «polémica», porque sus devenires religiosos se convirtieron en ataques a lo que él mismo representaba. Y porque durante años ha acostumbrado al público a sus chascarrillos fuera de lugar, realizados mientras presentaba premios o homenajeaba a un colega fallecido. Supuestas bromas en las que reclamaba la atención sobre sí mismo y acusaba a los artistas de haberse apropiado del sonido que él había inventado. Little Richard: I Am Everything demuestra que detrás de todo eso no existía una criatura ni tan ególatra ni tan rencorosa, sino algo mucho más amargo: un hombre roto por sentirse ignorado. La secuencia en la que el artista recibe por fin un reconocimiento oficial en forma de premio, allá por 1993, es una bonita patada al corazón. En ningún otro momento vais a contemplar a esa persona sobre un escenario sin ser capaz de articular palabra.

Little Richard: I Am Everything es una película que celebra los logros de la música desbocada de un visionario al tiempo que analiza el racismo, la homofobia y la sociedad que le impidió recibir el reconocimiento que se merecía. En sus mejores momentos, el montaje del film, obra de los editores Nyneve Minnear y Jake Hostetter, combina las canciones del artista con secuencias vertiginosas de imágenes cósmicas, organismos celulares, naturaleza floreciendo y explosiones de purpurina, simulando un big bang impetuoso e imparable. Porque eso es exactamente lo que fue Little Richard. El meteorito que sacudió a Cortes, la gran bola de fuego que todos los músicos vieron cruzar el firmamento. El artista negro y sudoroso de belleza infinita, aquel reverenciado por los Beatles, el que inspiró a David Bowie y con el que Mick Jagger aprendió a bailar por el escenario. El hombre que declaró «Yo soy el innovador. Yo soy el originador. Yo soy el emancipador. Soy el arquitecto del rock and roll». El rey del trono usurpado. El monarca invicto. Little Richard: I Am Everything es un gran homenaje, pero sobre todo es un gran ajuste de cuentas.

Richard
Imagen: Avalon.

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