Las músicas populares han servido a través de los siglos para divertirse, bailar y seducir, para llorar las penas de amor y, por supuesto, para comunicar mensajes y noticias. El erotismo y la pobreza han sido, de modo más o menos explícito, los leitmotiv universales y eternos para la inspiración musical de la gente de la calle, del campo y también de los teatros y locales de entretenimiento.
«Juan de la calle», como «Coat of Many Colors», «Patches», «The Son of Hickory Holler’s Tramp» o «No Woman No Cry»1, es una canción sobre la pobreza y la miseria al igual que tantas otras de Merle Haggard, Carlos Mejía Godoy, Tite Curet Alonso o Rubén Blades. Los temas centrales de la canción son la desesperanza, la lucha por sobrevivir y las ilusiones de alguien que cuya única herencia es la pobreza. El protagonista es originario de una de las villas de la Argentina y se llama Juan. La vena poética de su autor, Yuyo Montes —seudónimo de Alfredo Oscar Salomón, compositor y también intérprete de folklore y música popular— se ocupa de embellecer el drama de Juan insistiendo en la emotividad con metáforas y símbolos sobre la belleza natural que diluyen algo el mensaje y otorgan a la canción una segunda lectura de conformismo y resignación. Las dos partes de la canción están formadas por tres cuartetas de rima irregular que terminan repitiendo los dos primeros versos, seguidas de un estribillo.
«Juan de la calle», Los Nocheros.
Montes murió el 8 de enero de 2015 a consecuencia de un cáncer de páncreas que arrastraba durante varios años. Los Nocheros fueron sus principales intérpretes, el grupo que introdujo guitarras eléctricas y baterías en el folklore argentino. También fueron los primeros que prescindieron del disfraz de gaucho y salieron a actuar con ropa normal para que su música tuviera que ver más con sus propias vidas. Las canciones de Montes fueron clave en el éxito del folklore joven argentino de los años 90 y concretamente de Los Nocheros, el grupo que grabó las versiones originales de «Juan de la calle», en 1989, cuando eran solo un grupo local de la provincia de Salta, y después en 1994 cuando ya se habían convertido en fenómeno nacional.
«Juan de la calle» es una chacarera doble, una variante de la chacarera, una de las músicas autóctonas resultado del encuentro de diversas culturas y tradiciones a lo largo de los siglos aunque, de hecho, se empezaron a popularizar a mediados del siglo XX. Con una síncopa especial en la melodía y un compás de 6/8, la chacarera forma parte de lo que en España hemos llamado, por simplificar, folklore del Altiplano.
La canción comienza cuando su protagonista se presenta al oyente o, mejor dicho, cuando intenta presentarse: «Soy nacido en cualquier villa, me llaman ‘Juan de la calle’», un primer verso que bascula entre el orgullo y la humildad: Juan sabe quién es, cómo se llama y de dónde viene pero evita precisar el lugar. La única información que Juan nos da es una palabra: «villa», pero quizás sea suficiente. Tres millones y medio de argentinos viven en villas con acceso desigual a servicios de electricidad, alcantarillado o agua corriente. Son poblaciones sin seguridad, con tráfico de drogas, basuras, incendios y agua contaminada. Juan nos ha dado su nombre pero su apellido es «de la calle»: el que canta podría ser cualquier otro de los que viven y se buscan la vida en la calle. No hace falta precisar, es uno de los muchos juanes. Dentro de esa misma disyuntiva, Juan elige el verbo «me llaman», en tercera y no en primera persona porque son los demás lo que le dan el nombre, él no tiene tiempo ni derecho a preocuparse por su identidad, solo existe para sobrevivir.
En seguida nos describe su dura cotidianeidad: «Diarero por la mañana y lustrabotas de tarde». Juan se dedica a oficios humildes y mal pagados que cualquiera puede llevar a cabo. Reparte periódicos —que al día siguiente no valdrán nada—, y se arrodilla delante del cliente para limpiar sus zapatos. Trabaja mañana y tarde sin descanso. En las villas, la supervivencia es el único modo de vida. La repetición de los dos primeros versos para concluir la estrofa insiste en esa identidad incompleta pero que él cree necesario reiterar porque lo único que posee es a sí mismo: «Me llaman ‘Juan de la calle’».
Los pobres no tienen buenos maestros y a Juan le «enseñó el baldío», es decir, la miseria, la tierra que no está labrada, y la consecuencia directa es que está condenado a la marginalidad y el engaño —a gambetear como en el tango «Mano a mano»— porque necesita salir adelante como pueda. Yuyo Montes continúa personificando la misma vida como a una enemiga que pone trampas a quien es pobre e ignorante. Siguiendo la estructura de la canción, se repiten los dos primeros versos que ahora al oyente le suenan como una excusa. En una de las mejores versiones del tema, la de Chaqueño Palavecino del 2004, se oye jalear al cantante con falsas esperanzas («Ya va a cambiar Juancito») en contraste con el tono resignado del resto de la canción.
La primera parte se cierra con la falacia del optimismo, pero elige una serie de términos que nos hablan de la falta de entidad, pequeñez y fragilidad de la existencia de Juan. Sus ilusiones son un barquito que flota, hueco y ligero, y se desliza sobre un medio inestable. Además usa el diminutivo porque es muy poca cosa. Reaparece el tema de la marginalidad cuando «rema contra la corriente». Es decir, necesita fuerza y es consciente de su lucha contra todo en busca del sol, recurso habitual de la poesía para hablar del calor, la luz y la vida, esa vida que Juan pierde trabajando e intentando subsistir. Pero también nos dice que, para llegar al sol, utiliza una cometa -un barrilete- que es de papel, que no pesa y sólo sirve para que se lo lleve el viento y es el «hilo del alma« lo único que la sujeta: cosas frágiles, fáciles de romper, sin entidad corpórea en una sucesión de imágenes que acaba en lo más profundo de su ser. Juan está hablando de la ilusión, los sueños, la nada, el autoengaño… En una palabra, de la desesperación y la necesidad de sugestionarse para huir de la triste realidad.
El estribillo que cierra las dos partes de la canción contiene los versos más duros. Juan nos pide directamente perdón: «Soy de una villa y disculpe». Aquí está de nuevo su identidad, su origen y la necesidad de excusarse por tomar la palabra, por existir. Se crea un contraste entre el orgullo y la humildad de saber que pertenece a la miseria y la marginalidad. La fiesta es otra manera de escapar de la realidad. «(Soy) El indio de la comparsa cuando llega el carnaval« que en el hemisferio sur se celebra en verano y constituye una gran fiesta. Juan es el bufón que busca la diversión gratuita y la ocasión para disfrazarse y olvidarse de sí mismo y de la realidad. Al igual que en Nueva Orleans, en el carnaval salteño existen las comparsas de indios con disfraces extravagantes de plumas de colores.
El estribillo nos va a dar una pista: «Soy de una villa de Salta», la primera vez que tenemos un dato concreto y esclarecedor. Otra vez las terribles estadísticas nos describen matemáticamente las penurias de muchos salteños. Juan no es más que uno más. Este estribillo se repetirá al final cerrando la canción como una llamada de atención al oyente y una firma con rúbrica de su protagonista.
La segunda parte de «Juan de la calle» insiste en los temas de la primera y del estribillo. En paralelo a la parte primera, las tres cuartetas de la segunda desarrollan los temas de la identidad, la herencia, el destino ineludible y las diferentes vías de escape que ofrecen los sueños y, ¿por qué no?, las trampas y trapacerías.
Juan recupera sus raíces, su herencia y su triste destino. «Mi padre en un carro viejo pasó comprando botellas»: el vocabulario de la pobreza y la intrascendencia. El vehículo, que es viejo y quizás estropeado, es la herramienta de trabajo de un hombre que no vivió, no experimentó, que simplemente «pasó». La vida del pobre no trasciende, sólo pasa rodeada de las cosas que otros desechan cuando les han dejado de servir: aquí son las botellas que, en una sociedad más humilde y menos despilfarradora, podían constituir una pequeña industria de reventa. Juan continúa con una frase condicional que es, por supuesto, una condena: «Si la cosa no cambia, voy a seguir con su estrella». Esa «cosa» es algo que ocurre o existe sin intervención de su sujeto que es absolutamente incapaz de intervenir en un destino que lleva grabado en su herencia genética. Nos encontramos luego con una frase que busca la belleza pero que significa simplemente fatalismo, condena. La estrella como sinónimo del destino es una imagen típica de muchas canciones: «Sous quelle étoile suis–je né?», «El día que nací yo», «Born Under a Bad Sign»2 y otras muchas canciones culpan a los astros de nuestra buena o mala fortuna.
Antes de terminar, Juan nos lleva otra vez al registro de los sueños, de las cosas intangibles y, de nuevo, a la ilusión, esa triste riqueza del pobre: «Como soñar nada cuesta». Cuando continúa: «Yo largo al río mi anzuelo, tal vez una noche de estas pueda enganchar el lucero». Seguimos frente al hombre pobre sin recursos trampeando para ganarse el pan. Nos habla del agua del río, eternamente en movimiento, que, igual que el barquito contra la corriente, es una imagen del curso de la vida. El anzuelo es otra de las trampas de Juan, pero esta vez se la pone al astro de la noche y el amanecer, el planeta Venus, el lucero. Aparece el factor suerte en medio de la noche perpetua de quien vive en la miseria sin esperanza: «Tal vez una noche de estas pueda enganchar el Lucero», nos dice mezclando el deseo con la posibilidad. Quiere la estrella más bonita pero de nuevo se está engañando a sí mismo: imposible atrapar uno de los cuerpos celestes. Una vez más, repite las dos frases para rematar y, también una vez más, esa repetición adquiere un matiz de pesimismo y resignación.
Llegamos al final de la canción y de la jornada: «No tengo mejor fortuna que meterme en el bolsillo la moneda de la Luna». Los días pasan para Juan sin ofrecer mejora alguna. Su única ganancia será algo intangible, un espejismo, uno de los regalos de la naturaleza: la Luna que parece de plata pero que es sólo una piedra. Registro poético como consuelo, contraste entre la moneda, el vil metal, y la belleza y el misterio de la luz lunar. El pobre disfruta de cosas bellas pero no se las puede meter en el bolsillo.
Como decía otra canción: «las mejores cosas de la vida son gratis pero puedes dejárselas a los pájaros y las abejas. Necesito dinero»3.
Notas
(1) «Coat of Many Colors» de Dolly Parton (Dolly Parton, 1971), «Patches de Chairmen of the Board» (Norman ‘General’ Johnson/Ron Dunbar, 1970), «The Son of Hickory Holler’s Tramp» de Sanford Clark (Dallas Frazier, 1967) o «No Woman No Cry» de Bob Marley & The Wailers (Vincent Ford, 1974).
(1) «Sous quelle étoile suis–je né?» de Michel Polnaref (Michel Polnaref, 1966), «El día que nací yo» de Imperio Argentina (Antonio Quintero, Juan Mostazo y Pascual Guillén, 1940),« Born Under a Bad Sign» de Albert King (Albert King, 1967).
(1) «Money (That’s What I Want) de Barret Strong (Berry Gordy, Janie Bradford, 1959).
Preciosa síncopa en la melodía, se consigue dejando cantar al acompañamiento mientras el cantante calla. Se produce así un cambio de escala muy chocante.