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John Banville: «He hecho solo un libro a lo largo de toda mi vida, o variaciones sobre el mismo»

John Banville para Jot Down

Esta entrevista es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 45 «Irlanda»

John Banville (Wexford, 1945), Premio Man Booker por su novela El mar y Premio Príncipe de Asturias de las Letras por el conjunto de su obra, ha accedido a dar esta entrevista en una semana de agenda muy apretada para él. Acaba de regresar a Dublín y dos días después dialogará con la escritora inglesa Laura Beatty en el National Concert Hall dentro de un ciclo de conversaciones literarias. La cita es para tomar una copa de vino a una hora, las cinco y media de la tarde, que no es desde luego la del té: sobre Dublín hace ya un buen rato que ha oscurecido y hemos quedado en un local no lejano de su estudio, donde ha estado trabajando todo el día, sin parar ni siquiera para comer.

Él llama a esta casa de vinos y restaurante que está —como diría Joyce en Ulises, «en el corazón de la metrópolis hibérnica»— su «oficina». Muy consciente del ritmo en una prosa alabada por su meticulosidad, llega con la puntualidad del acento en sexta de un endecasílabo. Los camareros lo tratan con familiaridad. Nos sentamos en una mesa en un rincón de una sala aledaña a la principal; a priori un lugar tranquilo, aunque pronto estaremos rodeados de clientes ruidosos. Banville elige un vino italiano, tinto, por el que también se decanta el entrevistador, y pide también algo para picar. Su jornada laboral ha tocado a su fin, si es que la entrevista no forma también parte de ella, como un necesario colofón. En cualquier caso, es amable si bien por lo general sucinto. Cuando el entrevistador le anuncia que puede extenderse todo lo que quiera, que no hay límite de espacio y que las respuestas pueden ser largas, él pregunta: «¿Y cortas?».

Muchas lo serán, adelgazadas además por su voz tenue, que a menudo se pierde en el ruido del restaurante entre las estridencias de quienes salen a festejar que ya es viernes por la tarde, una música de saxofón que al principio parecía de llorosa gaita, más el entrechocar de las copas y el chirrido del cuchillo sobre el plato en el momento de cortar el crostone o alguna otra vianda. 

Usted, señor Banville, es considerado uno de los más importantes escritores irlandeses vivos. Me gustaría que me contara cómo fue el comienzo de su vocación literaria. ¿Cómo llegó a interesarse por la escritura? ¿Fue en su natal Wexford, o ya al trasladarse a Dublín?

No, no fue en Dublín, sino mucho antes, yo era muy joven, tendría doce o trece años. Mi hermana me dio un ejemplar de Dublineses, la colección de cuentos de James Joyce, y quedé fascinado al descubrir que la ficción podía tratar de la vida tal como yo la conocía. No tenían que ser historias del Oeste o novelas policiacas; podían tratar de chicos que iban al colegio, de la vida normal. Empecé a escribir unas historias espantosas que eran mera imitación. Imité un relato de Joyce. Aún estoy practicando, todavía no sé cómo hacerlo.

En algún lugar he leído que leyó a Dylan Thomas aproximadamente a esa misma edad.

Claro, todos leíamos a Dylan Thomas por aquella época.

¿Le interesaba mucho su poesía?

De adolescente, sí; ahora sería incapaz de leerlo [hace un aspaviento]. Esas tonterías llenas de encendido romanticismo…

¿Leía en esos años más poesía que ficción?

Oh, por supuesto. Leía mucha más poesía que ficción. Leí a Keats, claro, siendo joven. Luego pasé a T. S. Eliot, Wallace Stevens, el gran poeta inglés Philip Larkin y muchísimos más. Oscar Wilde también.

¿Y llegó a escribir poesía?

No sabía cómo hacerlo. Naturalmente escribí algún poema de amor a alguna chica, pero destruí esos versos hace muchos años. Pero no, no sé cómo escribir poesía. 

¿Fue aquí en Dublín donde empezó a escribir ya en serio?

Sí, me mudé aquí, vivía con una tía cuyo piso heredé al morir ella. Luego lo alquilé. Y desde entonces no he hecho sino escribir, escribir todo el tiempo, escribir sin parar. A los dieciocho años o así escribí un relato que se titulaba «The Party». Cuando lo terminé, me di cuenta de que el relato se había convertido en dueño de sí mismo, ya no me pertenecía. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que podía ser escritor.

¿Empezó entonces a escribir para la prensa?

Bueno, no, por aquel entonces escribíamos más para revistas literarias. Y entonces mi mayor ambición fue reunir una colección de cuentos, que se publicó.

Sí, vi un ejemplar antes de ayer en la librería Hodges Figgis. Una reimpresión.

Ah. Long Lankin.

Efectivamente. Creo que publicado por The Gallery Press.

Sí. Bueno, pues eso fue. Empecé a escribir y todavía escribo. Aunque Las singularidades es el último libro de ese tipo que hago. Ya no lo voy a hacer más, no tengo nada más que decir empleando esa forma. Eso sí, todavía escribo novela negra o policiaca. El final de esta última novela mía lo deja muy claro…

Sí: «Punto y final, definitivamente punto y final». ¿Realmente siente que va a ser así?

Estoy seguro. Ya no tengo nada más que decir con ese tipo de libro.

Permítame que lo dude. ¿Cómo puede estar tan seguro, si ha ido cambiando con los años? A lo largo del tiempo usted ha hecho tantas cosas diferentes. Por ejemplo, aquellos libros con los que comenzó, sobre Kepler, Copérnico, Newton… Y lo que vino después fue completamente distinto. 

Bueno, sí, he hecho también otras cosas. Pero ese tipo de libro no lo quiero hacer más. Se acabó.

¿Cree que exige demasiado? ¿Que le deja exhausto, pudiéramos decir? 

La escritura de este último me ha llevado cinco o seis años, y eso es muchísimo tiempo. 

Los libros que empezó escribiendo son muy distintos a los últimos.

Son exactamente lo mismo.

¿Lo mismo?

El mismo libro. Yo he hecho solo un libro a lo largo de toda mi vida, o variaciones sobre el mismo. Siempre he estado dando círculos sobre lo mismo, y Las singularidades no se aparta de mi primera novela.

En la novela En Nadar-dos-pájaros, su paisano Flann O’Brien escribe una cosa muy divertida. Su personaje Dermot Trellis, un escritor aficionado, contrata para sus narraciones a personajes de otros libros, como si los personajes, al igual que los actores, pudieran pasar de una narración a otra, terminada la anterior. ¿Sucede lo mismo con usted?

Sí. 

Frederick Montgomery, protagonista de la trilogía compuesta por El libro de las pruebas, Fantasmas y Atenea no solo aparece en esos volúmenes, también lo ha rescatado usted ahora en Las singularidades, su última novela, donde adopta un nombre parecido, una variación, como usted dice: Felix Mordaunt.

Sí, los recupero. Me divierte tirar de los mismos personajes: bajo formas diferentes, con nombres distintos.

Es como si fuera música: compone realizando variaciones, o interpreta como en el jazz.

Bueno, ¿sabe? Yo nunca sé bien lo que hago. Lo hago, y ya está. Me ha sucedido siempre. No sabía que iba a escribir una secuela de esa trilogía a la que se refirió. Simplemente, fue algo que vino. Los libros que hice sobre la ciencia, Copérnico, Kepler y compañía… Quería hacer un libro sobre el siglo XX pero no sé cómo pasé a escribir Copérnico. Luego sí he escrito sobre el siglo XX.

John Banville para Jot Down

Mi padre era historiador de las ciencias y compró Copérnico allá en los años ochenta. Supongo que porque pensaba que era una biografía propiamente dicha. Recuerdo aquel ejemplar en su biblioteca. Creo que es lo primero suyo que se tradujo al español. 

Sí, creo que sí.

También ha escrito un libro, Time Pieces: A Dublin Memory, que no está traducido al español. ¿Ha cambiado mucho la ciudad desde su juventud, esa ciudad que refleja en el libro?

A lo largo de los años he vivido en diversas partes. Durante un tiempo lo hice por ahí [señala una zona de la urbe, al sureste], en la Dublín georgiana. Esa parte ha cambiado poco, salvo por una iglesia maravillosa que está al final de una calle, una calle bellísima, una de las perspectivas más bellas de toda Europa. ¿Y qué es lo que han puesto a un lado de la iglesia? ¡Un Starbucks! Con un rótulo luminoso que para qué le voy a contar. ¿Se imagina? Qué vergüenza.

La Pepper Canister Church. Preciosa.

Esa misma. La ciudad ha cambiado por completo, sin duda. Dublín en aquellos tiempos era un lugar lóbrego, oscuro. La Iglesia lo controlaba todo, era como en los países comunistas hasta 1989: no se les escapaba nada, aunque perteneciera a la vida íntima. Ahora todo eso ha desaparecido, afortunadamente. No quiero que mis nietos crezcan en un lugar como aquel en el que yo crecí. Pero el mundo se está poniendo horrible en cualquier caso. Vuelve el nacionalismo, y hay señales preocupantes en América y en Europa. Mire Italia. Nosotros tuvimos aquí un partido fascista. Veo cierto resurgir de un partido fascista. Fingen que son otra cosa, pero el totalitarismo avanza.

Y puede que la Iglesia vuelva a tener poder en cierto momento.

Los libros que ha firmado con el nombre de Benjamin Black, ambientados en los años cincuenta muestran una realidad muy deprimente.

La Irlanda real era mucho peor que la que yo describo. Mucho, pero no lo sabíamos. No había manera de que pudiéramos saberlo. Uno no se da cuenta cuando lo está viviendo, lo descubre solamente al mirar al pasado. Ahora creemos que este es el mejor momento, pero dentro de veinte años las cosas que ahora son normales no lo parecerán. Y entonces dirán con asco: «¿Pues antes la gente comía animales?». Y verán con estupor que las mujeres tuvieran niños en el vientre durante la gestación. Así se verá el pasado. Con el estupor que ahora vemos aquella Irlanda.

¿Aquel chico de Wexford se ha convertido en dublinés con el paso del tiempo? ¿O se considera, por el contrario, todavía de Wexford?

No, yo no soy nada. 

¿Europeo?

Bueno, soy del Dublín en el que vivo. Hay muchos dublineses diferentes, yo no voy a la periferia. Hay zonas de Dublín de las que no sé nada. Es como en aquella Wexford en la que viví antes de venir aquí. Uno solo conoce una parte de la ciudad, y esa es en la que yo vivo.

Muchos escritores irlandeses tuvieron que abandonar el país, como fue el caso de Joyce y Beckett. ¿Por qué se quedó usted?

Mmm [se encoge de hombros]. Por la luz, creo, por el clima que tenemos aquí. 

¡La luz! Se referirá más bien a las nubes.

No podría vivir en España. Mi mujer vivió en California. Cuando estábamos allí y todos los días eran iguales, dije que eso es demasiado para mí. Tres días seguidos en los que haga bueno… Entonces me pregunto: ¿dónde está la lluvia? Por eso no me quise ir a vivir a ninguna parte. Pero no soy irlandés.

Una vez un periodista me preguntó… ah, sí, era español… Estaba entrevistando, decía, a diferentes personas tras la crisis económica de 2008. Entrevistó al ministro de Economía, al de Finanzas, y este mostró interés en saber a quién más tenía intención de entrevistar. El periodista le dijo mi nombre, entre otros, y el ministro respondió: «Bah, no se moleste en entrevistar a Banville, solo es un turista aquí». Qué estupendo es que un ministro piense eso de uno.

Yo soy un turista aquí, sí. Para mí las naciones no tienen sentido.

Estará contento, entonces, de que las fronteras políticas se vayan diluyendo y de que Irlanda se difumine en la Unión Europea.

Oh, sin duda. Es lo mejor que ha podido pasar nunca. Eso, y el que empezaran a llegar inmigrantes, lo cual nos ha hecho una sociedad multicultural. Anoche fui a hacer una lectura de mi obra a una universidad que está en las afueras; el tráfico estuvo cortado durante unos quince minutos, y es que había una manifestación fascista, personas protestando contra la inmigración, con pancartas exigiendo que se vayan los emigrantes. Mire, tenemos aquí un problema serio con la vivienda, y la integración es en parte difícil por esa razón. Y esos fascistas creen que los inmigrantes vienen a quitarles las casas. En 1950 o así, este era un país muy diferente. España también lo era. Un lugar sombrío.

También en España la Iglesia tenía un gran poder, es cierto. Y Franco y Éamon de Valera tenían bastantes cosas en común.

Sí, sí, eran muy parecidos, muy parecidos. Estuve en España en los sesenta y lo vi. Viajé bastante en aquellos años y España fue unos de los países que conocí. 

¿Eran viajes de trabajo con Aer Lingus, la línea aérea de la que era empleado?

No, nunca viajé a cargo de Aer Lingus. Yo tenía un puesto de administrativo, aunque tenía ciertos beneficios. Fue pagando de mi bolsillo como viajé a París, Roma, España, las islas griegas, California… A principios de los sesenta volé en primera clase a California. Con Lufthansa, de Londres a San Francisco por dos libras.

¡Dos libras! 

Parece mentira, ¿verdad?

John Banville para Jot Down

Volvamos a Benjamin Black. ¿Cuándo se le ocurrió usar ese seudónimo?

Cuando escribí mi primera novela policiaca me di cuenta de lo diferente que esta era de lo que había hecho hasta entonces, y pensé que debía usar un seudónimo. A Black lo he estado usando hasta hace poco. Cuando dejé de firmar con ese nombre, alguien me dijo: «Oh, sí, lo ha mandado a vivir a España, donde están las bandas criminales». Benjamin Black vive ahora en España [sonríe maliciosamente].

Una cosa extraña es que algunos de sus libros publicados en España con el seudónimo Benjamin Black aquí en Irlanda y en otros países ostentan el nombre de John Banville. Menudo lío, ¿no?

La cosa es que maté a Benjamin Black ya hace dos libros. Se presta a confusiones, un jaleo para el lector, lo sé.

El copyright que aparece en la última novela suya, por ejemplo, tampoco ayuda a aclarar las cosas: «John Banville Incorporated».

No, «John Banville Unlimited». Bueno, eso es cosa de mi contable, no sé. Aun así, pago una cantidad enorme de impuestos. Le voy a contar algo que explica por qué dejé el seudónimo: para escribir una novela de Benjamin Black, no recuerdo ahora cuál, tuve que volver sobre las anteriores, por cuestiones de la trama, para no cometer incoherencias. Ahora bien, le diré un secreto: soy incapaz de leer mis propias obras. Me pone enfermo. Esa es la razón por la que tiendo a escucharlas en audiolibros. Algunas de ellas están leídas por Timothy Dalton, que actuó en el cine como James Bond, y lo hace divinamente. Las escucho por la noche, a oscuras. Si las puedo escuchar leídas por él, comprenderá que no me ponga a abrir esos libros míos. Eso me permitió tener una visión objetiva de ellos. Y pensé, bueno, no están tan mal. ¿Por qué entonces ocultarme con otro nombre? Por eso lo abandoné.

También sucede que el primer libro policiaco que llevó mi propio nombre, Nieve, fue un gran éxito. Los siguientes también se han vendido muy bien. Otro motivo por el que he dejado de usar el seudónimo de Benjamin Black es que la gente no confía en los seudónimos. 

¿Piensa seguir escribiendo novelas policiacas? ¿Disfruta haciéndolo?

Bueno… Me gano así la vida. Tengo familia, y esta tiene la preocupante manía de comer a diario. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Tendré que alimentarla?

Además, escribe para The New York Review of Books y otras publicaciones periódicas. ¿Lo hace por tener más ingresos, o por qué motivo?

No. Creo que escribir sobre libros es un oficio importante. Es importante hacerlo con honradez. Y es importante atraer la atención sobre libros que de otra manera podrían resultar ignorados. Además, me gusta la técnica de reseñar, el oficio de cómo hacerlo. Es una destreza que no tiene nada que ver con lo artístico. Escribir novelas policiacas también requiere oficio y me gusta relajarme haciéndolas.

Esas reseñas suelen ser bastante extensas.

The New York Review of Books es una publicación muy dinámica que se toma muy en serio lo que hace. En España tienen ustedes mucha suerte, allí todavía tiene fuerza el periodismo cultural. Más que aquí. Antes, cuando salía un nuevo libro mío The Irish Times le dedicaba cuatro páginas de tamaño grande, ¡cuatro! Las pocas reseñas de libros que ahora sacan las ponen al final de una revistilla que trae la programación de la tele. Muy poco espacio. Vergonzoso.

Hace algunos años, antes de la crisis de 2008, The Irish Times se podía comprar en los quioscos españoles, y los sábados traía el suplemento de cultura y libros.

Se va a sorprender mañana cuando lo vea.

El caso es que sí, tenemos buenos suplementos. Los principales periódicos los tienen.

No es el sol el único atractivo de España. Siempre me hacen muchas entrevistas cada vez que voy. Es estupendo. Mi hermano Vincent [el también escritor Vincent Banville, que a veces ha firmado como Vincent Lawrence] me dice: «Qué estupendo que haya tantos periodistas culturales en España. Como para irse a vivir allí».

Todos sus libros nuevos se traducen en España. Creo que, menos el de recuerdos de Dublín, todo lo demás está traducido.

Sí, pero creo que ese se va a traducir y publicar pronto. Pero no recuerdo bien.

Es un libro ilustrado con fotografías.

Eso es. Así es precisamente cómo surgió. Un fotógrafo vino y me dijo que tenía entre manos un libro con fotos del Dublín de los años setenta, y que si yo quería escribir los pies de fotos. Y entonces descubrí que eran tan anticuadas que no tenía ni idea de dónde se habían hecho. No tenía sentido. De modo que le dije que yo escribiría un libro y él me traería fotografías nuevas. Y eso es lo que hizo. Bueno, fue interesante, algo distinto en mi vida. Una cosa pequeña, sí. Pero es un libro bonito, bastante elegante.

Cuando leí Las singularidades creí que la cita que lo abre era una invención suya o un chiste, esa acepción del Chambers Dictionary según la cual una singularidad es «un punto en el espacio-tiempo en el cual la materia se comprime hasta alcanzar una densidad infinita». Eso, tan de agujeros negros y de la física, me recordó a sus libros sobre científicos. Sin duda le viene bien para ese mundo extraño en el que se desarrolla la novela.

Es maravillosa, ¿verdad? Pero no, no le tomo el pelo a nadie. Está en el Chambers Dictionary.

En español no existe aún esa acepción en el principal diccionario de la lengua.

Los libros traen a veces pequeños tesoros. Hay por ahí un estupendo epitafio en un libro: «Luce el día, brilla el sol, la muerte es inevitable» [apenas puede sofocar una carcajada]. Es de un libro para aprender inglés.

Al leer sus libros se hallan muchas frases que pudieran ser aforismos, frases lapidarias que podrían proceder, por qué no, de algún drama shakesperiano. Al mismo tiempo se encuentran muchas citas de poetas. Versos, por ejemplo, de T. S. Eliot en La tierra baldía.

Ya sabe lo que dijo Eliot sobre los escritores que se apropian de versos: «El poeta sin experiencia imita, el poeta experimentado roba». Yo he robado mucho. Hasta al propio Eliot.

Hay en Las singularidades un personaje que llama mucho la atención, el sabio un poco descacharrado y extravagante Adam Godley.

No sé, no pienso mucho en los personajes. Es lo mismo que con los sueños. ¿De dónde viene la gente que aparece en los sueños? Mi fantasía es un modo de controlar los sueños. En esto soy un poco infantil: me cuento historias y me invento a esa gente. A veces estoy sentado ante mi mesa de trabajo y me pregunto qué demonios estoy haciendo. Se supone que ya debería ser una persona adulta. ¿Qué hago contándome historias?

¿Cree que sigue siendo un niño, entonces?

Por supuesto, todos lo somos.

El niño Johnny, contador de historias…

No, en aquel entonces me llamaban Jack.

Godley me recuerda a De Selby, el «profesor chiflado» que aparece en la novela de O’Brien El tercer policía. Tienen muchas cosas en común.

No me diga. Ese es su mejor libro. Mi amigo Neil Jordan y yo teníamos el proyecto hace años de hacer una película basada en él, pero al final la cosa no cuajó. Me habría gustado haberla hecho, habría sido una película estupenda. El tercer policía, qué gran título. 

El problema con O’Brien, en toda su obra, y más si cabe en El tercer policía, es el doble uso de palabras de origen anglosajón y otras de etimología latina. Esto último le permite ser ridículamente pomposo o ceremonial cuando quiere. Pero, claro, es algo difícil de mantener en la traducción a una lengua romance, como el español, donde no se aprecia ese contraste.

[Banville muestra interés por el asunto, aparentemente apenado por esa limitación. La sopesa en silencio. Luego, obvia cualquier tentación de cerveza, racialmente anglosajona o celta, y pide otra copa de vino, también este, como las mencionadas palabras de origen latino, romance: un tinto toscano ¿o tal vez de Puglia o del Veneto?].

John Banville para Jot Down

Volvamos a Las singularidades. Qué interesante el personaje del biógrafo, eso da mucho juego al narrador. Y permite las travesuras de las notas.

Me divertí haciéndolas. Toda esa erudición ridícula. ¿Sabe? Mi nombre completo es William John Banville. De ahí viene el nombre del biógrafo: William Jaybey.

¿Fue muy importante James Joyce en el comienzo de su carrera?

Sí, mucho. Especialmente Dublineses. Más que Ulises. Y qué decir de Finnegans Wake, lo he leído y es un fracaso, un gran fracaso. Ulises tiene hermosas imágenes, por ejemplo la escena de la playa, en «Nausicaa». El problema es que a principios de la década de los veinte del pasado siglo todo el mundo tenía que ser «modernista». Es lo que se esperaba. Pero hay muchas cosas que, la verdad, son una auténtica porquería. No tienen sentido. La mayor parte ha quedado olvidada, gracias a Dios. El primer tercio de Ulises es, de todas formas, estupendo.

¿Y no le gusta el capítulo 18, el famoso monólogo de Molly Bloom?

No. Ninguna mujer ha pensado así nunca. Bueno, tal vez sí, pero no creo. Para mí, una de las mejores escenas de toda la literatura es cuando Bloom le lleva el desayuno a Molly a la cama. Es magnífica. Daría cualquier cosa por haber escrito algo así.

Y volviendo a Dublineses, ¿cuál es su relato favorito de ese libro?

Me resulta difícil escoger. Quizás «Eveline», una historia triste. Es en conjunto un libro maravilloso. Muestra una gran empatía por el ser humano. Cuando era joven y habitaba en Dublín, Joyce aún vivía en una sociedad victoriana. Era natural que quisiese ir a Europa y no vivir aquí. ¿Sabe? Debería haberse podido quedar. Todos deberían haberse podido quedar aquí. Yo siempre digo que ningún escritor irlandés se fue o emigró, sino que todos se marcharon al exilio.

Bueno, algunos se quedaron: Flann O’Brien, Patrick Kavanagh…

Fue una calamidad para Flann O’Brien quedarse aquí. Tener que trabajar como funcionario.

Y se convirtió en un borracho.

Bueno, lo mismo que Joyce. Cuando no estaba ebrio, tenía resacas que no lo dejaban trabajar.

Aquí en Irlanda tienen cuatro Premios Nobel de Literatura: Shaw, Yeats, Beckett y Heaney. ¿Por qué cree que da tantos escritores de calidad esta isla?

Creo que tiene que ver con el hecho de que nos apasionan las historias. Cuando uno de nosotros se encuentra a solas, se cuenta a sí mismo una historia. Y también tiene que ver con el idioma. La lengua inglesa se impuso en Irlanda a mediados del siglo xix, y hubo un inglés imperial básico, como sucedió mucho antes con el latín de Roma en las diferentes partes del Imperio romano. Una lengua de poder, de expresarse con corrección pero nada de andarse por las ramas. Mientras que el idioma irlandés, el gaélico, es una lengua muy soñadora, imaginativa, es un idioma oblicuo. En irlandés no se puede decir I’m a man («Soy un hombre»), hay que decirlo con un giro. Tampoco existe la palabra no

No.

Caramba. ¿Lo sabe?

Tiene un verbo copulativo, como el español. Diferencia entre ser y estar. Y para negar, o asentir, hay que repetir el verbo de la acción.

Exacto. Y la conjunción de esas dos cosas, ese inglés básico y ese inglés imaginativo, produce algo nuevo, el llamado hiberno-inglés. Creo que ahí está la causa de esa riqueza literaria.

No me parece que usted emplee mucho el hiberno-inglés. Desde luego, su sintaxis no tiene nada que ver. En Las singularidades, hay alguna palabra aislada (boreen, «camino»), o aparece la palabra Erse para referirse al gaélico.

Yo escribo en mi propio idioma. Pero eso último del Erse es una broma. Nadie dice eso en Irlanda. Yo he inventado mi lengua, supongo que como todo el mundo. Fíjese por ejemplo en Beckett. ¿Cómo escribe Beckett? ¿Cómo llama uno a lo que hacía Behan? Básicamente se expresa en hiberno-inglés del siglo xviii. En vez de escribir It was half past six, escribe It was six and a half. Y el caso es que está bien, así se dice «eran las seis y media» en hiberno-inglés. ¿Y qué es lo que hace Oscar Wilde? Nadie ha hablado nunca como hablan los personajes de Oscar Wilde, se lo aseguro. Shaw… Joyce trató de capturar esa forma de hablar, pero lo lio todo. Nadie puede decir que así es como piensa nuestro pueblo. El flujo de conciencia es completamente artificial. Henry James está mucho más cerca de cómo vivimos en el mundo y del modo en que la gente piensa: una manera brumosa en la que no se tiene claro qué es lo que sucede. Joyce se educó con los jesuitas, y en él encontramos una marcada inclinación por el estilo directo, para el que tiene un gran oído, pero Henry James emplea una lengua que es como el chino mandarín. No obstante, capta con mucha más exactitud cómo funciona la conciencia, creo yo.

Le gusta Yeats. 

Por supuesto. Yeats es el más grande, al menos para mí. Me encanta. Siempre dicen que me han influido Joyce y Beckett, pero la gran influencia ha sido Yeats. Magnífico.

¿Su poesía?

Mire, mi amigo John McGahern hizo una estupenda distinción: de un lado está la prosa y de otro está el verso, y luego está la poesía, y esta se puede manifestar tanto en prosa como en verso. Conozco a muchos poetas que escriben poesía «prosaica». Y la mejor prosa que conozco es prosa «poética».

Se nota que lo tiene muy asumido. Se aprecia un gran sentido del ritmo en su prosa. A veces, hasta puede subrayar frases que son versos, como pentámetros yámbicos. ¿Es consciente de eso?

Claro que sí, el ritmo es esencial.

También usa aliteraciones.

Sí, qué vergüenza, ¿no? Pero me gustan las palabras. La lengua es muy difícil, muy impura y por consiguiente muy rica. No como el francés, el alemán, el italiano o el español. El inglés ha recibido muchas influencias, y es muy ambiguo; mire por ejemplo la palabra cleave, que es el apellido de uno de mis personajes. Puede significar dos cosas completamente distintas. De un lado, significa «hendir, partir». De otro, «adherir, pegar». Me fascina esa polisemia. Los escritores ingleses tratan de no ser ambiguos, procuran ser claros. Sin embargo, nosotros, los pueblos a los que nos han impuesto un idioma, somos naturalmente ambiguos, tenemos esa propensión. Es lo que hace Vladimir Nabokov en Lolita cuando Humbert Humbert juega con las palabras rapist («violador») y therapist («psiquiatra»). Eso es lo que hacemos nosotros también, los irlandeses: miramos el lenguaje. Porque el inglés no es mi lengua nativa. Es mi lengua materna, no mi lengua nativa.

Algo parecido me dijo Seamus Heaney hace treinta años, precisamente citando a ese poeta que usted tanto admira: «Como decía Yeats, el irlandés es mi lengua nativa, no mi lengua materna».

Ahí lo tiene. Cuando voy a Inglaterra hablo un inglés distinto del que estoy hablando ahora mismo. Y esto es algo de lo que siempre se ríen los irlandeses. Si yo estuviese aquí hablando a alguien que fuese irlandés, hablaría de manera diferente, utilizando locuciones que un inglés no entendería [y va y lo hace, y a pesar de que el entrevistador lleva décadas viniendo a este país se queda in albis y pone cara de póker aderezada con un escueto «ajá»]. 

¿Su madre hablaba irlandés?

No, quizá fuera la lengua, digamos, de mi bisabuela. Pero mi madre decía que creía que mi familia tenía ascendencia gitana [tinkers]. ¿Sabe lo que son los travellers [nómadas]? Había expresiones que ella usaba y que no he encontrado en ningún diccionario, y que deben pertenecer al llamado cant, el dialecto romaní hablado en Irlanda. Decía cosas que ni siquiera sé cómo se escriben [y suelta una que por pertenecer al lenguaje oral tampoco va a quedar aquí encarcelada en una ortografía postiza].

Mi padre, por su parte, tenía sangre francesa. De modo que, ya ve, tengo genes franceses y genes irlandeses con mezcla gitana. Una buena combinación, sí, señor.

Al leer sus libros se tiene la impresión de que utiliza todas las palabras de la lengua inglesa, el diccionario al completo.

¿Qué quiere que le diga? Esa es una de las tareas del escritor: mantener vivo el idioma. Y buscar las palabras más adecuadas, y apartar otras. Siempre tiene que estar tomando decisiones. 

Tantos matices… Y también el sonido. Se nota que le gusta recrearse en él con lo que escribe.

Claro, es musical. Tengo la cabeza llena de música. Me gustaría haber sido compositor, pero me quedé en la novela. Soy un gran admirador de Nabokov, y lo he estado leyendo durante muchos años, pero uno se da cuenta de que estaba completamente sordo en lo que concierne a la música. Carece de ritmo. Es un autor muy plástico, sin embargo. Podría haber sido un excelente pintor. Y eso es clave en su obra. Por el contrario, los poetas tienen muy desarrollado el sentido musical. Los hay que, al leerlos, uno tiene que volver sobre lo leído para ver qué es lo que quieren decir, pero es en vano. No significa nada. Antes hablábamos de Eliot: él es un buen ejemplo. Hay unos versos fabulosos en Cuatro cuartetos: «Garlic and sapphires in the mud / Clot the bedded axle-tree» [«Ajo y zafiros en la greda / traban el eje de la rueda», en la versión de José Emilio Pacheco]. ¡No significa nada, nada en absoluto! Eliot se deja ahí arrastrar por el sonido. Es lo que le importa. Es muy diferente a un poeta que me gusta también mucho, Philip Larkin, cuya poesía es totalmente transparente. 

Y un poco pasada de moda en la actualidad, aunque tuvo su momento. Ese uso de la rima…

No sé si se puede decir que esté pasada de moda. Todo el arte es presente. Cuando voy a Madrid me acerco al Prado a ver Las meninas… Y siempre es un cuadro nuevo. Una vez conseguí gracias a mi editora acceder a la sala antes de que abriera el museo. Fue una experiencia muy rara. Había visto reproducciones, pero las reproducciones son solo eso. Ahora me hallaba ante la propia obra. Y ahí estábamos solo nosotros: Las meninas y yo. Me sentí realmente incómodo.

¿Cómo si las meninas le preguntaran qué hacía allí?

Exacto. Y el pintor, Velázquez, que está en el umbral, asomándose a la habitación, va a estar siempre ahí en ese umbral. En este mismo momento. Nunca va a ser pasado. Es lo que consiguen los grandes artistas. La presencia. La irrupción en el ahora. Eso no va a cesar nunca.

Lo que refleja «Oda a una urna griega», de Keats.

Exactamente.

¿Hace usted muchas correcciones a lo que escribe?

No, ya no. Antes, muchísimo. Mi mujer y yo estábamos viviendo en Londres, y ella asistió a la escritura de mi primera novela. Nueve versiones hice, y ella me preguntaba cada tarde cuando volvía del trabajo: «¿Cómo está hoy el paciente?». Y yo contestaba: «Muy enfermo». Ahora no dejo pasar una frase hasta que está acabada. Si mira mis manuscritos, verá muy pocos cambios.

John Banville para Jot Down

¿Dedica mucho más tiempo a las novelas de John Banville que a las de Benjamin Black?

Mucho más. Una de Black la puedo acabar en cuatro o cinco meses. No se puede estar escribiendo una novela policiaca durante cinco años. Sería una cosa muerta. Estas novelas tienen que ser espontáneas. En abril va a salir un libro policiaco nuevo, The Lock-Up, y sabía que tenía que ponerle fin. Mi mujer acababa de morir y estuve fuera un tiempo trabajando muy intensamente, había alquilado un chalet con un jardincito y el último día supe que tenía que acabar la novela antes de volver a casa, sabía que tenía que hacerlo. Cuando uno está tratando con un asesino llega a aburrirse de él: estoy ya hasta las narices del asesino este, piensa. No puede convivir mucho tiempo con él. Así que en el último capítulo eché el freno después de haber escrito cuatro mil palabras. Ea, este personaje que salió antes en el libro va a ser el asesino. Se acabó. Y lo resolví ahí. Cuando la lea, no sabrá quién es el asesino hasta que llegue al final.

Es mucho más fácil que escribir novelas «artísticas».  

¿La que está haciendo ahora también es policiaca?

Sí. Hace dos años empecé una novela de Benjamin Black que yo creía que estaba bastante bien y cuando la mandé a la editorial me dijeron: «Oh, no, no, no funciona». Está ambientada en Venecia en 1900. Es mitad historia de fantasmas, mitad de asesinatos. Y hace seis meses caí en la cuenta de por qué no funcionaba. Ah, sí, me dije: es porque no es policiaca, es de John Banville. De modo que ahora la estoy reescribiendo. 

Quitando lo más «artístico», lo característico de Banville…

Efectivamente. La estoy adaptando, quiero decir que ahora hago algo más que añadirle frases difíciles.

¿Cuando escribe novelas de género negro habla con policías para documentarse o cambiar impresiones con ellos?

No, me lo invento todo. Creo que sería un error lo contrario. Esta que va a salir en abril, The Lock-Up, cuando la leyó mi editora resultó que el nombre del inspector que me inventé coincidía con el suyo… Y me dio las gracias por dedicarle el personaje. Pero, bueno, ese tipo de exactitud no me interesa. La literatura es más que los datos.

¿Y cuáles son sus autores de novela policiaca favoritos?

Georges Simenon. No tiene fin. Fue un amigo mío, el escritor inglés John Reid, quien me dijo que debía probar a leerlo, y eso hice. Es estupendo. Acababa una novela en diez días. Y no tenía los problemas con la trama que tengo yo. Cuando se escribe novela negra, uno tiene los dos primeros tercios para escribir lo que quiera, es cuando llega al último tercio cuando dice: uf, tengo que hacer que todo esto encaje. Y Simenon tiene comienzos excelentes en sus novelas de Maigret. Puede situar una escena con cuatro frases. Dice más en una que otros en diez. En una novela, no recuerdo ahora cuál, hace algo magnífico pero completamente sencillo. Nada de grandes palabras. Podría haberlo hecho Joyce. «La multitud de viajeros que se dirigían al trabajo salía de la estación de tren, él era el único que entraba». Qué bueno. La nieve estaba sucia es una obra maestra. Lo mismo sucede con El efecto de la luna.

Ah, tengo una anécdota curiosa con el hijo de Simenon: coincidimos una vez en un acto. Estaba yo quedándome una temporada en la casa de mi agente en Long Island, y este me dijo que hiciéramos una lectura en una librería local, cerca de donde él vivía. Vale, muy bien, acepté. Al final del acto conté cómo había descubierto a Simenon. Y dio la casualidad de que su hijo estaba entre el público. Se había partido una pierna o algo parecido: la traía metida en una funda de plástico. El hombre se me acercó y me dijo: «Ha sido una charla muy entretenida. Mi padre sin embargo no era nada entretenido». Era John Simenon. ¡Qué coincidencia! Suceden las cosas más extrañas. Luego nos hicimos amigos. Es un buen tipo.

Las novelas policiacas que está usted escribiendo ahora ya no se ambientan solo en Dublín…

Ahora hay también otros escenarios. Una reciente se desarrolla en España, en San Sebastián. Muy pocas tienen lugar en Dublín. Tienen como escenarios diferentes países. La novela última, The Lock-Up, sí se desarrolla en parte aquí. 

¿Y ha avanzado mucho en la siguiente? ¿Ha trabajado en ella hoy?

Sí, pero no hoy. Ahora estoy escribiendo guiones para el cine. Es algo muy intenso y muy divertido. El tiempo pasa muy deprisa cuando estoy escribiendo. Y no hace falta estar continuamente describiendo la acción: «ahora hace esto», «ahora va allí»… Eso me lo salto. Es como proyectar una película en mi cabeza. Una vez trabajé con Glenn Close. Y va y me dice: «John, todo esto que va entre los diálogos… no necesitas hacerlo, ya lo hacemos nosotros». Y efectivamente, no hace falta molestarse escribiéndolo, ya lo hacen el director y los actores con las imágenes.

¿Ha realizado muchos guiones?

Muchos. Docenas y docenas. Muy pocos de ellos se llegan a rodar, pero me encanta hacerlos de todas formas. Hay algo como una diversión infantil en eso, cuando estoy moviéndome mentalmente por la habitación, imaginando cosas. Es como ir al cine. Se puede decir que acabo de estar en el cine antes de venir aquí.

¿Qué otros escritores recomendaría?

Oh, no. Por favor, no voy a caer en esa trampa [y da un trago a la copa, como para premiarse por haber estado listo y haberse zafado de la respuesta comprometedora]. Sí puedo nombrar a algunos ya muertos si quiere.

Bien, ¿qué autores del pasado recomendaría a los lectores españoles?

No sé cómo es Yeats en español. Ya es bastante difícil en inglés. 

Bueno, yo he traducido su poesía completa.

Caramba, eso es impresionante. ¿Toda la poesía? ¡Son un montón de poemas!

Toda la poesía. De Las errancias de Oisin a sus últimos poemas.

Enhorabuena. Qué excelente noticia para mis amigos españoles. Y su prosa es mucho mejor que la de la mayoría de prosistas. Es fantástica. ¡Pero traducir toda la poesía! La verdad es que no sé cómo ha podido traducirla. ¿También tradujo las obras de teatro?

Solo la poesía. Pero he de confesar que no lo entendí en sus poemas más esotéricos, ni tampoco entiendo lo que escribió en Una visión.

Tampoco lo entendió él. ¿Qué quería decir con eso de «Turning and turning in the winding gyre»? [«Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente», del poema «El Segundo Advenimiento»].

¿Cree que la poesía no necesita ser entendida para ser disfrutada? ¿Que el ritmo y las palabras tienen algo mágico que hace que se puedan gozar aunque no se acceda al significado?

Sí, es el caso de Yeats.

¿Colabora usted con sus traductores? ¿Le hacen muchas consultas?

No, no interfiero en su trabajo, aunque sí que preguntan. Y si es a petición suya examino la traducción. A veces, tras una lectura atenta, tengo que cambiar lo que habían puesto inicialmente. ¡Pero qué sé yo! Me sucedió una vez con el traductor sueco. No fue tanto un problema lingüístico como sociológico, cultural, de contexto relacionado con la clase social. Había traducido «ático» (que suena a vivienda de lujo), y en realidad era «desván». Mi mujer se dio cuenta y me dijo que mejor lo cambiara. Recuerdo ahora también otro caso con el traductor japonés, pero son detalles difíciles de explicar, porque esto que le estoy contando del paso del inglés al japonés luego lo tendrá que pasar usted al español. Un embrollo, vamos. 

¿Lee en francés o en otros idiomas?

Bueno, podría. Me encanta el francés, y en Francia tienen una literatura muy interesante. Pero empecé tarde. Un amigo mío es multilingüe, y sabe hablar italiano, un italiano de primera. Eso es estupendo, por ejemplo para leer libros que no se traducen, pero la verdad es que yo no sé. Me basta con el inglés. La lengua inglesa es tan difícil, tan complicada… Ya tengo bastante con ella. Usted puede traducir a Yeats, mi amigo Rodrigo Fresán puede hacerlo con James, pero no es algo que esté al alcance de todo el mundo.

Y hablando de otro lenguaje, en un sentido distinto. ¿Alguna vez ha intentado escribir teatro? En Antigua luz, el protagonista es un dramaturgo. 

Bueno, he hecho algunas cosillas. Piezas para la radio, algunas publicadas y otras no. Volviendo a los autores que recomendaría y las traducciones… En cuanto a escritores en prosa, de nuevo no sé cómo se traducirá a Beckett. Su ritmo es importante. Y escribe en una variante anglo-irlandesa [se refiere a los seguidores de la anglicana Church of England, terratenientes y clases acomodadas] del hiberno-inglés. Yo soy en origen católico. Lo cual es diferente. Él es un anglo-irlandés típico de Rathmines, por parodiarlo.

¿Qué le parece que se pasara al francés?

Bueno, los franceses me han dicho que su francés era terrible. Como el que se aprende en la escuela. Oh, sin duda es correcto, cómo no, pero no tiene sabor alguno. Y en literatura el sabor lo es todo. Se pueden escribir frases impecables desde el punto de vista lingüístico pero que no son literatura. Beckett tenía una sintaxis, unas frases que… En Molloy hay una frase que no parece francés sino hiberno-inglés: «Morning is the time to hide. They wake up, hale and hearty, their tongues hanging out for order, beauty and justice, baying for their due» [«Por la mañana hay que esconderse. La gente se despierta, llena de renovadas energías, sedienta de orden, belleza y justicia, y exigiendo la contrapartida», traducción de Pere Gimferrer]. Yo tengo la teoría de que lo que escribía en francés estaba traducido en realidad del hiberno-inglés. Es muy divertido. También Synge es un poeta, lo cual nunca se dice, y un poeta estupendo. Capta muy bien las imágenes de la naturaleza; tiene un pasaje, en el que va reflejando los cambios en la naturaleza a lo largo de un año, que es maravilloso.

Ni Synge ni Beckett son muy leídos en la actualidad.

No. Cuando uno muere la fama decae.

Pero a otros se les recuerda. El año pasado fue el centenario de la publicación de Ulises.

Y parece que se ha cumplido su deseo o pronóstico. Dijo que los estudiosos estarían ocupados con su libro durante cien años, y lo cierto es que todavía lo están. Pero me parece demasiado deliberado, un poco tramposo eso de llenarlo todo de dificultades. Y mire lo que le digo: Finnegans Wake es divertidísimo en la primera página. Pero, luego, todo el tiempo es como si fuera un chiste demasiado largo.

En una entrevista que le hicieron a Borges, le preguntaron qué le parecía la novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad. Con la ironía que le caracterizaba, Borges respondió: «Es una gran novela, aunque creo que con cincuenta años hubiera sido suficiente».

Ja, ja, ja. Eso es exacto lo que pasa con el libro de Joyce.

Juegos de palabras, calambures, retruécanos…

Así es, pero lo que pasa es que no son divertidos. Una vez, en mi apartamento (el de mi tía, al que me referí antes), tardé un día en leer cinco frases de Finnegans Wake. Algunos amigos escritores insisten en que merece la pena. ¿Pero para qué molestarse? No sé si conoce a un Joyce Cary, escritor anglo-irlandés autor de La boca del caballo. En esa novela tiene alguna frase con una densidad lingüística que no envidia a Finnegans Wake. Pero, a diferencia de esta, se entiende.

John Banville para Jot Down

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10 Comentarios

  1. Realmente interesante… corro a buscar un libo de Mr. Banville.
    ¡Gran entrevista!
    Saludos,

  2. No le conocía, pero he disfrutado una barbaridad leyendo esta entrevista. ¡Qué nivel de entrevistador y entrevistado!

  3. JESUS MARIA SANCHEZ ALVAREZ

    Una entrevista genial. Gran nivel del entrevistador.

  4. Carmen Linares

    Me ha encantado el nivel literario de ambos. Ahora estoy leyendo «las hermanas Jobs», y antes de leer esta entrevista venia pensando que es un escritor que antepone con absoluta maestria lo formal frente al contenido. La cuidada descripción de las escenas te transportan a escenarios irlandeses de luz filtrada por neblinas y personajes mimetizados en el paisaje. A diferencia de otros escritores del género negro, la trama no me preocupa pues estoy disfrutando de un viaje a través del tiempo y el espacio, y de unos personajes que de otro modo nunca hubiera conocido. Esa es la magia de Banville !!!

  5. Pedro Calvo

    Tan interesante las preguntas y sapiencia del entrevistador como el entrevistado

  6. MacNaughton

    No se lee a Beckett hoy en dia?

    No se yo, creo que se lee tanto o tan poco como Joyce. Su teatro sobre todo. No hay un festival / fringe de Edimburgo sin una representacion de «Esperando a Godot». O dos. Y acaban de estrenar un biopic protagonizada por Gabriel Byrne con guion de un guionista escoces que se llama Neil Forsyth: Dance First.

    Es verdad que el gran libro de Joyce es «Dublineses»…pero es «Ulises» que lo cambia todo…

    En cuanto a la fecundad irlandesa en letras inglesas, como sostiene el critico cultural escoces Cairns Craig, es la periferia que es interesante, no el centro. Kafka en su aleman de Praga. Pessoa en Lisboa. Y evidentemente, el exilio, y todos los abandonos de ese tipo acaban siendo una especie de exilio, se quiera o no…

    Romperia una lanza por la prosa de Bernard MacLavety tambien, que es irlandes afincado en Escocia. Un escritor buenisimo y poco comocido en España.

    Cae muy bien Banville, y es un gran prosista, lo se por «The Sea» y Antonio Rivero es uno de estos muy talentosos españoles que merecen mucho mas perfil. Ha hecho un labor de traductor estos años del todo alucinante….

  7. MacNaughton

    Antonio hizo una gran traduccion del gran poeta escoces-gaelico, Sorley MacLean. Por eso, cualquier escococes debe sentirse en deuda con el.

    MacLean, que se nego escribir en ingles para escribir en Gaelico de la Tierras Altas, es el unico escoces que se ha considerado en serio por el Premio Nobel de Letras. Su poema mas famoso se llama «Hallaig» que es una maravilla… uno de los grandes poemas del siglo XX en las islas….

    En un pais normal, a Antonio Rivero Taravillo el Estado Escoces le hubiesen rendido homenaje de alguna forma por tan valioso labor. Por hacer accesible a Sorley MacLean al mundo hispano. Pero me temo que el Estado Escoces lo llevan unos catetos que entre todos hablan igual un poco de aleman…

    Es patetico y muy triste que tantos escoceses como ingleses se han convertidos en paises monoglotas en apenas dos generaciones… Irlanda, no se como estara, pero me figuro que no mucho mejor… el capitalismo anglosajon lo devora todo…

    En todo caso, gracias, Antonio…

  8. MacNaughton

    Yeats como medicina para España..

    «Hemos alimentado al corazon de fantasias/
    El corazon embrutecido por el hacer /
    Mas sustancia en nuestras emnistasdes /
    Que en nuestros amores /
    Aye, abejas, vengan a construir la casa en las escsaleras….»

    William Butler Yeats: «Meditaciones En Tiempos de Guerra Civil»…

    Nadie como W. B Yeats….

  9. MacNaughton

    Cuando yo tenía 18 años, yo estaba loco por Irlanda, porque venía de una familia con una abuela irlandesa quien, aunque había nacido en Escocia a padres irlandeses, como dice Banville, no paraba de contarnos cuentos increíbles de la familia nuestra de Bolingbroke en el Condado de Tipperary delante de la chimenea.

    Era una grandísima narradora mi abuela y todavía cuando me junto con mi hermana, hablamos de las historias que nos contaba de pequeños. Mi madre hizo una visita allí hace años, y la reconocieron en la calle… «usted tiene que ser familiar de los Harrington/Ryan» le decían…

    Al llegar a la Universidad de Glasgow en el 87, me fui directamente a las librerías – míticas – de segunda mano del West End de Glasgow, como Voltaire y Rousseau, para hacerme con todo Joyce, todo Yeats, y todo Samuel Beckett, más varios tomos de la historia de Irlanda. Me puse a leer sobre Wolfe Tone y the United Irishmen, por ejemplo, y su rebelión de 1798 contra Inglaterra, que acabó en derrota y la incorporación de Irlanda, con la Union de 1802, en Gran Bretaña…Joyce me venía grande entonces la verdad, pero disfruté mucho de la prosa de Sam Beckett y su manía con las bicicletas y sus infladores… y por supuesto de W.B Yeats que es el mejor poeta de todos para mí.

    Poco después, con dos amigos, P Lally y JW, hicimos nuestra primera visita a Dublín para rendir homenaje a los mártires de 1916. Cogimos el ferry desde Stranraer en Escocia y llegamos a Belfast, y luego fuimos directamente a Dublín.

    Nada más salir de la estación, nos encontramos con un amigo de Glasgow, un tipo con quien habíamos estado tomando pintas en los bares de Sauchiehall Street solo un par de noches antes, un tipo un tanto escurridizo que asistía las clases de la Universidad de Glasgow en Ciencias Políticas, pero que no era oficialmente matriculado.

    Nos pareció una casualidad impresionante y nos fuimos a un pub de manera inmediata para celebrarlo y coger el gran pedo. Después, fuimos al monumento de los mártires de Semana Santa, y bebimos pintas en honor de todos, sobre todo de James Connolly, que nació en Edimburgo y llevó a Irlanda el republicanismo que había bebido en las callejuelas de the Cowgate en Edimburgo….

    Todo eso en en el año de 87-88, las mismas fechas de ver a Shane MacGowan y The Pogues en the Barrowlands en Glasgow y ver a Shane salir al escenario borracho y decir, «Good fucking evening, Glasgow…» y el local temblar con la explosión de locura que despertaba Shane MacGowan… Además, era el año del doblete del Celtic, y la parte pro republicana de Glasgow estaba de fiesta…

    Hace mucho que superé ese momento de fascinación con Irlanda la verdad. Soy escocés y no me siento irlandés para nada. Cuando Escocia juega contra Irlanda, solo quiero que gane Escocia. Pero es un país con una historia y una cultura absolutamente fascinante. Banville es otro representante más.

    De los tres que fuimos a Dublín, Lally se murió de una apoplejía hace poco. JW es un figura en el mundo de la cultura de Escocia. Y yo me vine a España… Nunca me olvidaré de aquellos tiempos, o eso espero…

  10. MacNaughton

    «The canals and the bridges, the embankments and cuts,
    They blasted and dug with their sweat and their guts
    They never drank water but whiskey by pints
    And the shanty towns rang with their songs and their fights.

    Navigator, navigator rise up and be strong
    The morning is here and there’s work to be done.
    Take your pick and your shovel and the bold dynamite
    For to shift a few tons of this earthly delight
    Yes to shift a few tons of this earthly delight.

    They died in their hundreds with no sign to mark where
    Save the brass in the pocket of the entrepreneur.
    By landslide and rockblast they got buried so deep
    That in death if not life they’ll have peace while they sleep.

    Navigator, navigator rise up and be strong
    The morning is here and there’s work to be done.
    Take your pick and your shovel and the bold dynamite
    For to shift a few tons of this earthly delight
    Yes to shift a few tons of this earthly delight.

    Their mark on this land is still seen and still laid
    The way for a commerce where vast fortunes were made
    The supply of an empire where the sun never set
    Which is now deep in darkness, but the railway’s there yet.

    Navigator, navigator rise up and be strong
    The morning is here and there’s work to be done.
    Take your pick and your shovel and the bold dynamite
    For to shift a few tons of this earthly delight
    Yes to shift a few tons of this earthly delight.

    Mi vis-abuelo irlandés era más o menos un navigator… Un jardinero para los ricos de Glasgow…

    Navigator, navigator, rise up and be strong!
    The morning is here and there’s work to be done…»

    Nadie como SHANE MACGOWAN….

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