Fela Anikulapo Kuti fue uno de los genios que afrontó la dimensión trágica de África. Profundamente desgarrado por la contradicción entre negar una herencia de sumisión y afirmar un nuevo destino de liberación para su pueblo.
(Gilberto Gil)
«Será obstinado, impetuoso, incontrolable. Su voz será semilla de problemas, turbulencias y violencias. Sus mujeres serán numerosas, vivirá en la pobreza, al lado de los mendigos, dormirá con ladrones, sus amigos serán multitudes, romperá las prohibiciones de los hombres y de los dioses de los Yorubas. Perecerá por su propia mano».
Era 1945; aunque la Segunda Guerra Mundial empezaba a convertirse en una imagen del pasado, sus ecos estremecían aún al mundo. Muy lejos de su principal escenario, en algún lugar de la remota Nigeria, un niño de siete años contemplaba atónito la impresionante predicción que estaba siendo bombardeada a su madre por un adivino africano, un Babalawo. El esperpento que fungía de oráculo no hablaba de ninguna divinidad o de un mesías con caracteres bíblicos, sino de un hombre de carne y hueso que sería el encargado de liberar ímpetus corporales y vehemencias interiores para darles una nueva concepción de su existencia. Ese hombre sería él mismo y por ello, años más tarde, cambiaría su original Hildegart Ransome Kuti por una combinación menos anglófona: Fela («de quien emana la grandeza») Anikulapo («el que lleva la muerte en sus párpados») Kuti («el que no puede morir por la mano del hombre»). El mito había nacido.
En los 70, fue considerado junto a su banda, por el mismísimo Paul McCartney, como la mejor performance conjunta en vivo del mundo. «Cuando Fela y su grupo empezaron a tocar, tras una larga y delirante espera, no pude dejar de llorar de felicidad, como si fuera uno de los momentos musicales más increíbles de mi vida. Ha sido una experiencia muy emotiva», dijo el ex Beatle tras escucharlo en el Shrine Club de Lagos, capital de Nigeria, hasta donde llegó para conocer a su colega e invitarlo a la grabación del LP Band on the Run.
Pero las cosas no salieron exactamente como Paul quiso: para sorpresa suya, Fela argumentó que el británico quería robarle su música y su alma al hombre negro. Se puso a la defensiva. Paul le enseñó parte de lo que había grabado y le demostró que estaba equivocado. Superado el exabrupto, fue invitado al Shrine a disfrutar el show de su anfitrión.
Más de cuarenta años después, en una entrevista, Macca seguía recordando claramente el riff de «Why Black Man Dey Suffer», su favorito de entre el poderoso repertorio de Kuti. En agosto de 1971, Fela acreditaría su talento sobre los escenarios ante el mundo con su disco en directo más popular: Fela Ransome Kuti & África 70 with Ginger Baker, maravillosa masturbación orquestal en la que colabora el legendario baterista de Cream. «Let’s Start», primer track, es hasta hoy uno de los temas más recordados de su carrera, escuchado diariamente por millones en Spotify. Ese viaje lisérgico-musical que amalgama funky, rock, jazz y ritmos nativos se llama afrobeat y su autor sería hoy más famoso que Bob Marley, la más cercana analogía de su personalidad que hay por estas tierras, si tan solo hubiera aceptado reducir sus canciones a los siempre radiales tres minutos, en lugar de los más de veinte que solían durar. Pero, ¿cuándo ha sido correcto interrumpir a alguien mientras hace el amor?
I’m black and I’m proud
Años antes de que empezara a remecer los escenarios con el sudor de su desbordante talento, el joven Fela partió a Inglaterra. Era oscura la realidad de aquella Nigeria, cuya independencia obtenida en 1960 no había frenado los conflictos sociales, la angustia económica, la crisis política o la tensión con la región de Biafra, azotada por masacres y hambruna. Esta situación restringía las ambiciones y expectativas de cualquier joven nigeriano.
Sin embargo, a diferencia de las limitaciones de la mayoría de sus compatriotas, la situación económica de su familia le permitía irse a las islas británicas en busca de un futuro distinto. Los Ransome-Kuti, de origen yoruba, pertenecían a la burguesía nigeriana y, para entonces, ya eran reconocidas sus contribuciones en campos tan distintos como la religión, la educación, el arte o la medicina. Fela mismo es hijo de un reverendo y de una educadora. Una vez en Londres, descartó pronto una nada prometedora carrera como médico antes de pasar unos años en el Trinity College Music, formación que le aportó tanto como las noches interminables que pasó en clubes de jazz, antes de quedar expedito para empezar a rubricar los ritmos que lo convertirían, finalmente, en el arrollador instrumento de una creatividad tan inmensa como su ego. Fue en esos años que conoció a Ginger Baker, el temperamental baterista de Cream que era, como su colega Stone Charlie Watts, más aficionado al jazz que al rock.
Fela integró primero The Highlife Rakers y luego Los Koola Lobitos, especie de prácticas pre profesionales para lo que vendría después. Tras rodar de un lado a otro en diferentes locales nocturnos de Lagos, se amamantó de los ideales de su madre, la activista por el feminismo y los derechos humanos Funmilayo Ransome Kuti (fundadora en los años 50 de la Unión de Mujeres Nigerianas), y escuchó el mensaje panafricanista del político ghanés Kwame Nkrumah —parte de su doctrina, autonominada nkruhmahismo—, clave en la independencia de su país. Autócrata y mesiánico, no tardó en convertirse en todo los que los africanos detestaban de sus colonizadores, casi como todos los tiranos de esas tierras harían en los años subsiguientes. Pero ciertas ideas se mantuvieron vivas en Fela.
El artista partió a los Estados Unidos con inquietudes distintas. Allí, quien más tarde se haría llamar The Black President, entró en contacto directo con el Black Power, propugnado por los polémicos Panteras Negras. Precisamente, una de las principales influencias de estos, Malcolm X, también lo sería de Fela, gracias a la información compartida por la activista Sandra Izsadore, quien lo imbuyó decisivamente en ideas de reclamación racial y cultural. Esto sembró en él las ganas y motivación suficientes para reivindicar a su pueblo mediante una doctrina casi religiosa, su propia interpretación del mensaje recibido: el Blackism. «Estados Unidos me hizo el favor de llevarme de regreso a mí mismo», afirmó el músico tiempo después. En el país norteamericano tocó hasta quedarse sin dinero y sin visa, abandonado por los promotores de la gira, pero pudo salir a flote.
De hecho, no solo la influencia sociopolítica dejó profundas huellas en su manera de ver el mundo, sino también ritmos como el jazz o el funk, oídos en su propio lugar de origen. Así compuso «My Lady’s Frustration», tema dedicado a Izsadore que él consideró su «primera canción africana». «Me di cuenta de que no se puede pensar en europeo y querer escribir o crear algo africano. Hay que pensar en africano en todo», confesó más tarde.
Desde su óptica, el establishment americano originó un limbo donde las masas de los países oprimidos y sus opresores podían copular, inseminarse y parir una música audaz y muy poderosa, precisamente porque vinculaba a África con los siglos por los que se prolongó el éxodo de su pueblo. Fela miraba el lejano horizonte desde la costa americana, buscando su propia nación, mientras era arrullado por Charlie Parker, John Coltrane y Miles Davis. Fela era un continente entero retroalimentándose de ritmos que le pertenecían por derecho.
Zoon Politikón
Cuando volvió a tierra nigeriana, su impetuosa personalidad lo había tornado en un animal político dispuesto a acabar con los políticos menos humanos. «Desde que era niño sabía que iba a ser un gran hombre. Me di cuenta porque siempre me metía en líos. Y entonces me preguntaba: «¿Por qué estoy en líos? ¿Por qué nunca doy mi brazo a torcer?», aseguró Fela en el documental biográfico Music Is a Weapon y no sin razón. Su carácter testarudo, rebelde y frontal lo hizo entrar rápidamente en choque con las autoridades militares de su país. «Music is a weapon of the future» era uno de sus lemas de vida.
El afrobeat, ritmo que había alumbrado y con el que hacía elocuentes puestas en escena ante un público que no paró de multiplicarse con los años, tenía como semilla natural una militancia política poco acomodada a las estrictas leyes que regían Nigeria. Era el más profundo sentido panafricano trasladado a la hipérbole musical. Para dar rienda suelta a su arte, Fela requería grandes bandas de músicos que llegaron a estar compuestas por entre veinte a cuarenta personas. Cantaba en pidgin, considerado el inglés de la calle, que para él democratizaba sus letras y las hacía entendibles por más personas, a la vez que ridiculizaba la lengua imperialista, decía él. Fumaba marihuana en todos sus shows (a veces, porros gigantes, tan grandes como su brazo) o se animaba con Felagoro, bebida de su creación que mezclaba ginebra local —ogogoro— con cannabis. El ritmo enérgico y la percusión polirítmica eran acompañados por la impresionante presencia de Kuti, quien se movía en el escenario como un poseso, casi desnudo, mientras dirigía sus letras a la corrupción generalizada de la sociedad poscolonial de su país, encabezada por el militar-presidente Olusegun Obasanjo, quien irónicamente ha pasado a la historia por ser el primero que democratizó Nigeria desde su independencia del Reino Unido en 1960. En realidad, la dictadura y la democracia fueron lideradas por el mismo tirano. Y Fela decía lo que pensaba sobre él sin filtro alguno.
«Considero que es necesario llamar a todos los africanos representativos para que concentren su lucha en una dirección determinada que pueda intensificar la energía para dar a África el impulso necesario hacia el progreso», dijo en su célebre Carta a los africanos, que se incluye hoy en las pulcrísimas ediciones de box sets que contienen su música. «Durante años se han organizado infinidad de actos benéficos para ayudar a África como Live AID y War Against Apartheid que no han servido de mucho para un progreso positivo en África. Pienso que los niños africanos, los jóvenes africanos, y si es posible los viejos africanos, debieran empezar a pensar en esta importante ideología que es «África debe unirse», agrega en la misiva.
Para Kuti, aquel eslogan debía expandirse por el mundo y ser recogido también por la diáspora africana. El mensaje pareció tomarlo Bob Marley cuando, en 1979, entonó «Africa Unite», tema de Survival, uno de sus discos más activistas. En el alma de Kuti se conjugaban similares energías a las que movían a Marley o a James Brown, tan distintos como complementarios en su cancionero personal y en su personalidad escénica.
Kuti llegó a grabar setenta y siete discos, uno de los cuales, International Thief Thief, denunció a las multinacionales como sanguinarios grupos de presión política, con particular recurrencia en el Tercer Mundo. En otros álbumes como Black President, criticó el sistema social desde sus cimientos y manifestó directamente su deseo de liderar los destinos de su país. Otro LP, el reputado Expensive Shit, contó una angustiante anécdota: la vez en la que los militares llegaron a hacerlo defecar con la intención de encontrar rastros de marihuana para encarcelarlo por posesión. Pero Fela consiguió la limpia y solidaria mierda de un compañero de celda y salió libre. El acoso, sin embargo, llegaría a su punto álgido —y más trágico— en 1977.
Hastiado de las limitaciones y defectos de su sociedad, y ya convertido en asiduo visitante de las más sórdidas cárceles gracias a la intolerancia militar por su mensaje y costumbres poco convencionales, funda en la década de los 70 la República de Kalakuta, un lugar donde poetas, artistas y locos intercambiaban experiencias creativas, vivían el sexo sin límites territoriales con el humo del cannabis como telón de fondo y lo tenían a él como soberano mayor. Intentando atraer a su seno al enemigo, el ya mencionado Obasanjo le invitó a formar parte del Fesac, Festival de las Artes Negras. Fela no solo se negó a unir su nombre al de dicho régimen, que consideraba apócrifo e indigno, sino que además organizó un Contra-Fesac en Kalakuta, celebración paralela que llegó al clímax con la interpretación del que sería considerado uno de sus himnos más importantes, «Zombie», tema dedicado a la falta de criterio y libertad que veía en los soldados de su país, brazo armado de una dictadura abusiva. Por extensión, el tema servía como metáfora de la desidia social: «Zombie no go stop, unless you tell am to stop/ Zombie no go turn, unless you tell am to turn/ Zombie no go think, unless you tell am to think» («Zombie no se detendrá a menos que le digas que se detenga/Zombie no dará la vuelta a menos que le digas que se voltee/Zombie no pensará a menos que le digas que piense»).
Aquel evento celebrado en el Shrine contó, además, con un invitado de lujo: Stevie Wonder, que hizo buenas migas con Fela. James Brown también llegaría a la isla. Aunque lo agasajó como a un rey, Fela se llevaría mucho mejor con su guitarrista, Bootsy Collins.
Pero Kuti, su familia y sus amigos pagarían un alto precio por su canto: mil soldados rodearon la República de Kalakuta bajo pretexto de frenar una riña callejera. Desconectaron la electricidad en todo el barrio para poder pasar por la cerca eléctrica que tenía Fela y allanaron el lugar. Expulsaron a los periodistas extranjeros y después empezaron una labor tan extensa como miserable: torturaron a las mujeres, las violaron con rifles y botellas rotas; destruyeron el estudio de grabación y las cintas máster con temas inéditos; inutilizaron los camiones y vehículos de la banda, y finalmente lo incendiaron todo. Para sellar su infamia, lanzaron por una ventana a la madre de Fela, Funmilayo Ransome-Kuti, que contaba ya setenta y siete años y se movilizaba en silla de ruedas. Tras caer en un coma profundo, murió poco después a causa de las heridas. En Coffin For Head Of State, lanzado en 1980, Fela culparía directamente de su muerte al dictador Olusegun Obasanjo.
El 2021, paradójicamente, la Unión Africana nombró a Olusegun Obasanjo alto representante para la paz en Somalia, Etiopía y Kenia, el llamado Cuerno de África.
Pero en aquel 1977, todos los kalakutienses terminaron en el hospital o en la cárcel. A Fela le rompieron las manos y una pierna, y no pudo tocar el saxofón durante casi dos años. La investigación oficial concluyó que él era un delincuente y que su club fue incendiado por desconocidos. Terrorismo de Estado contra el arte, la música y la libertad ante los ojos de un mundo sin tiempo —ni intenciones— para indignarse por todo lo que debería.
Music is a weapon
«Quiero usar la música como un arma», dijo Fela en 1979, ya recuperado de sus heridas. «Hay que tocar música y hay que ser activo. Hay que hacer algo contra el sistema. Si no te gusta, haz algo. En Inglaterra, por ejemplo, la sociedad ha llegado a un punto donde la música puede ser un instrumento de placer. Allí pueden hablar de amor, de las chicas con las que se acuestan. Pero en mi sociedad no hay placer, solo el esfuerzo diario de la gente para existir. El arte debe hablar de tu estado de desarrollo o de subdesarrollo. O sea que, para África, la música no puede ser un placer; debe hablar de revolución».
La música de Fela no se oye: se fuma, se respira a través del boquerón oscuro donde se estrujan las injusticias, se inyecta sola a las venas, se coloca en la lengua como un ácido poderoso y letal, un pasaje de ida sin retorno a un mundo de espectros y deidades africanas que se precipitan a un abismo de frenesí y locura incomparables. Por eso el afrobeat —en cuyo desarrollo también tuvo decisiva participación el percusionista Tony Allen, parte de la banda de Fela por varios años— se baila brutalmente, como una epilepsia gozada que exorciza todo lo negativo. En ese ritmo y en los mensajes de sus letras está la clave de su permanencia.
Kuti continuó la lucha y demostró que no solo era un vehemente cantante de protesta. Reconstruyó Kalakuta y, aunque fue acusado de tratos machistas, se casó con sus veintisiete mujeres, según dijo, para respaldarlas y otorgarles más derechos. Varias de ellas, tras separarse del artista, permanecieron viviendo en Kalakuta porque era donde se sentían más protegidas de la violencia de la dictadura. La historia con esas mujeres y artistas es, de todos modos, una de sus grandes polémicas, considerando que era hijo y heredero de conciencia de una de las feministas fundacionales de Nigeria.
En 1979 creó el M. O. P (Movement of the People), su propio partido político, y respondió en su disco «Beats of No Nation» a la política conservadora de Thatcher y Reagan, sin limitaciones, como fue siempre. En 1982 llega su punto de quiebre, pues toca en París frente a casi diez mil personas. Era el genio desatado en la cumbre de su ego, lúbrico, sexual, hedonista en constante epifanía, pero a la vez el sólido difusor de un mensaje coherente que llevaría la atención del mundo a la música africana. Su chapa de candidato presidencial a las elecciones de Nigeria no era gratuita: «The Black President is back». Sin embargo, nuevamente la represión lo hundiría: el ejército volvió a destruir Kalakuta. Fela pasó solo un mes en la cárcel, pero debido a la violencia y las torturas sufridas, no podría volver a tocar el saxo tenor nunca más.
Viajó a Europa para tomar aire. Tenaz y necio, volvió a Nigeria y formó su banda nuevamente para una gira por Estados Unidos. Pero la bota militar lo interceptó en el aeropuerto de Lagos. Fue detenido e injustamente acusado de contrabando, por lo que recibió una sentencia de cinco años de cárcel, de los cuales pasa solo dieciocho meses, gracias a la presión internacional por su libertad. En 1986 actuó en el estadio de los Gigantes de New Jersey en el marco de los conciertos de Amnistía Internacional, compartiendo el escenario con Bono, Carlos Santana, y The Neville Brothers. Aquel mismo año vio a su primo, el escritor Wole Soyinka, también víctima de cárcel y exilio, convertirse en el primer africano en conseguir el Premio Nobel de Literatura.
Pero poco tiempo después llegaría lo peor. Su salud empezó a quebrarse y rápidamente aumentaron los rumores sobre la procedencia de sus males. La promiscuidad de su música y su vida son una analogía que llevaría sobre los hombros hasta su curso final. La marihuana ya no era más un pasatiempo relajante o un potenciador de su hipnotismo musical, sino el paliativo para los dolores ocasionados por el VIH.
Fela había negado hasta el final, irresponsablemente, su condición de enfermo de sida, asegurando que era una enfermedad de blancos. También había rechazado cualquier tipo de medicina profesional y solo recurrió a remedios tradicionales que poco hicieron por mejorar su condición. El brujo ghanés Kwaku Addai, conocido como professor Hindu, había ganado un papel fundamental celebrando ceremonias pantomímicas en sus shows y aconsejando al artista. Se decía que lo hizo hablar con su madre muerta muchas noches, que su lengua se recomponía después de ser autocercenada o que resucitaba jóvenes después de asesinarlos en pleno show. Hasta el final, Fela pareció creer genuinamente que los poderes espirituales del África lo sanarían. En un último arranque de desfachatez y delirio, se mostró contrario al uso del preservativo criticándolo como ajeno a la cultura africana en una de sus canciones. Sus temas de quince, veinte, treinta o cuarenta minutos siguen convirtiéndose en animales salvajes que salen a devorarse el África por todos sus confines.
El 14 agosto de 1997 logró la más grande convocatoria que artista africano alguno hubiera tenido antes: un millón de personas. Lamentablemente, ninguno de los asistentes esperaba oírlo cantar o verlo en el escenario rodeado de músicos y coristas que contestaran —como siempre— a sus líneas cantadas con una respuesta social. Fela Anikulapo Kuti había dado su último suspiro de rebeldía al atardecer del día 2 de ese mismo mes, pero se iría aclamado por la multitud como si siguiera vivo e hiperactivo sobre el escenario.
«Fela, como se conocía a nivel internacional, tenía cincuenta y ocho años y contaba con el ritmo de James Brown, el talento de Prince para el arreglo musical, la indignación elocuente de Pete Seeger, el carisma mágico de Bob Marley y, por un tiempo, la popularidad innegable de Bruce Springsteen en su auge», aseguró el reconocido crítico de Rolling Stone, Tom Moon, a propósito de la muerte del músico. Otros, notoriamente influenciados por él, como David Byrne, Stevie Wonder o Brian Eno, lamentaron su deceso llevando el suculento mix de su música a otros niveles y a otros territorios.
Aunque pueda sonar muy cliché, en este caso no es un vago consuelo lo que sucede con Fela Kuti, nacido en Abeokuta en 1938, más de diez años después de su desaparición física. El hombre que alguna vez dijo no ser nigeriano sino africano «Porque Nigeria se creó a principios de siglo, pero mi cultura viene de siglos atrás», no necesita resucitar para estar vivo. Basta darle al play a cualquiera de sus discos para que una guerra anatómica y una reflexión social se desaten a través del saxofón y los teclados, las trompetas, flautas, guitarras, tambores o cualquiera de los más de diez instrumentos que este profeta negro llevaba al clímax.
¡El Presidente Negro ha muerto!
¡Que viva el Presidente Negro!
Me preguntan si quiero que el mundo me recuerde. No, para nada. ¿Sabes lo que quiero? ¡Quiero que el mundo cambie! (Fela Kuti)
Excelente escrito; extrañaba volver a ver textos así en Jot Down…
Era el más grande, nunca he sentido la misma intensidad en la música, quizá James Brown.. nadie más.
Buen escrito, pero Bootsy Collins era bajista. Y no cualquier bajista.