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Dirigir el Museo Irlandés de Arte Moderno

Museo Irlandés de Arte Moderno. Foto William Murphy (CC)
Museo Irlandés de Arte Moderno. Foto: William Murphy (CC)

Este texto es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 45 «Irlanda»

En febrero de 2003, después de participar en un largo proceso de reclutamiento, fui nombrado director del Museo Irlandés de Arte Moderno, Irish Museum of Modern Art, en Dublín. Dejé entonces mi trabajo como subdirector del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, donde había trabajado con Juan Manuel Bonet. Este me pidió en su momento que le siguiera al museo madrileño después de haber sido, durante poco más de dos años, subdirector del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), con Bonet como director. Antes de llegar al IVAM, yo llevaba cinco años, más o menos, como comisario independiente habiendo organizado desde el principio mismo de mi carrera grandes exposiciones para museos europeos, incluyendo la Whitechapel de Londres, ciudad en la que viví de 1984 a 1992, el Musée des Beaux Arts de Nantes, la Kunsthalle Bielefeld o el Astrup Fearnley Museet de Oslo. Estas exposiciones, y las que organicé después en el IVAM, me dieron la oportunidad de establecer contactos tempranos con numerosos artistas, galeristas e instituciones internacionales. En los años noventa, tras la fundación de numerosos museos en nuestro país, ya democratizado, España se convirtió en uno de los lugares centrales para la divulgación del arte contemporáneo, aunque lamentablemente ha bajado unas cuantas posiciones desde entonces. En los noventa, se consagraron artistas como Juan Muñoz, Cristina Iglesias, Susana Solano, Miquel Barceló o Juan Uslé, todos disfrutando aún de un creciente prestigio, y también comisarios tan activos internacionalmente como María de Corral, Carmen Giménez, Vicent Todolí, Rosa Martínez o yo mismo. En mi etapa madrileña se vieron en el Reina Sofía exposiciones de Olafur Eliasson, Francis Alÿs, Nan Goldin, Panamarenko, Eva Lootz, Andreas Gursky, Ed Ruscha o las colaboraciones de Jean-Michel Basquiat, Andy Warhol y Francesco Clemente. De este periodo, me gustaría destacar de un modo especial la retrospectiva del artista indio Bhupen Khakhar (2002), que viajó después a Mánchester. Fue una exposición pionera para la presentación en Occidente de artistas de otros territorios, algo que desarrollé en Dublín, al tiempo que comenzaba a hacerlo también desde Estados Unidos el curador nigeriano Okwui Enwezor.

El caso es que llegué a Irlanda sin apenas conocer el país, que había visitado antes una sola vez. Cuando empecé a trabajar en el museo, mi conocimiento del arte irlandés se reducía a Barry Flanagan, Sean Scully y Michael Craig-Martin, para quienes había escrito textos en catálogos, además de Jack B. Yeats, sobre el que había escrito un artículo en El País coincidiendo con una gran muestra suya en Londres. Como soy licenciado en Filología Inglesa, había leído a algunos de los grandes escritores irlandeses, como James Joyce, Samuel Beckett, G. B. Shaw, W. B. Yeats y Seamus Heaney, a quien, por cierto, traté con bastante frecuencia en Dublín, organizando una exposición de sus libros con artistas y un gran homenaje que tuvo lugar en el museo para su setenta cumpleaños. Después leí y conocí también a Colm Tóibín, de quien he traducido algunos textos a nuestro idioma. Tóibín escribió un generoso prólogo para un libro mío que recopilaba textos artísticos y literarios publicados mientras estuve en Irlanda.

El Irish Museum of Modern Art (IMMA) se había inaugurado en 1991, en un bello edificio del siglo XVII restaurado, cuya arquitectura afrancesada derivaba de los Inválidos de París en una versión más pequeña. Había sido una residencia de militares retirados y sus espacios eran más bien domésticos. Solo uno de ellos, sito en un edificio anexo, tenía control climático. Frente al museo hay un jardín formal del siglo XVIII, además de una gran pradera, rodeada de castaños centenarios, en la que, en mi época, organizamos algunos conciertos de música popular, incluyendo a Leonard Cohen o los Pet Shop Boys. IMMA se encuentra al oeste del centro de la ciudad, en un barrio llamado Kilmainham, cerca de una cárcel que se puede visitar y en la que estuvieron presas algunas figuras principales del independentismo irlandés. Yo fui el segundo director del IMMA. El primero, Declan McGonagle, gozaba de una gran reputación, y era muy querido por el personal del museo, aunque había dejado la dirección de una forma abrupta y desagradable, pues no llegó a entenderse con Marie Donnelly, una gran coleccionista irlandesa, cuando esta fue nombrada presidenta del patronato. Los dos fueron despedidos.

IMMA tenía, sobre todo, una gran reputación por sus programas educativos y comunitarios, siendo un museo pionero en este sentido. Posteriormente, todos los museos han dado énfasis a programas de este tipo, buscando atraer a un público nuevo y evitar acusaciones de elitismo. La colección del museo, por otra parte, que hasta entonces había tenido presupuestos muy bajos para la adquisición de obras de arte, era interesante pero no demasiado relevante, centrándose, como era de esperar, en el arte irlandés y el de los países anglosajones. La programación de exposiciones estaba también vinculada al Reino Unido, la potencia cultural más cercana y a cuya historia Irlanda estuvo directamente vinculada hasta los años veinte del siglo pasado, cuando logró su independencia. Por consiguiente, mis primeros planes para el museo fueron conservar y profundizar en los programas educativos, ya tan destacados, potenciar al máximo la colección, y elaborar una programación de exposiciones y publicaciones muy ambiciosa, que necesitó de la organización de itinerancias a otros museos internacionales para poder desarrollarse. Colaboramos más de una vez con museos como el New Museum de Nueva York, MAXXI de Roma, la Fundación Serralves de Oporto o la Whitechapel de Londres.

Varios de nuestros catálogos lograron además premios internacionales. Entre las numerosas exposiciones realizadas durante los nueve años que estuve en Dublín recuerdo las de Philippe Parreno, Jorge Pardo, Lucian Freud, Diego Rivera y Frida Kahlo, Philip Taaffe, James Coleman, Dorothy Cross, Miroslaw Balka, Juan Uslé, Howard Hodgkin, Joan Miró y Alexander Calder, Jack Pierson, Gerard Byrne, Iran do Espírito Santo, Rivane Neuenschwander, Nalini Malani, Ulla von Brandenburg, Shahzia Sikander, Terry Winters, Cristina Iglesias, Carlos Amorales, Janaina Tschäpe, Isaac Julien, Franz Ackermann, Martin Puryear, Lorna Simpson, Georgia O’Keeffe, Alex Katz, Morton Feldman o Apichatpong Weerasethakul. IMMA presentaba unas doce exposiciones anuales además de tres presentaciones de la colección, que no se exponía de manera permanente. Tratándose de un museo nacional, no me fue difícil conseguir importantes donaciones privadas, y también adquirir obras con fondos especiales facilitados por el Gobierno. Entre los artistas irlandeses cuyas obras fueron adquiridas durante mi mandato están Jack B. Yeats, William Scott, Brian O’Doherty/Patrick Ireland, Sean Scully, James Coleman, Michael Craig-Martin, Hughie O’Donoghue, Dorothy Cross o Willie Doherty. También se adquirieron obras de varios de los artistas internacionales que expusieron en el museo o en Irlanda. También quiero mencionar la donación de una importante colección de fotografía de un médico irlandés residente en Nueva York, David Kronn. El público que visitaba el museo se duplicó durante mi mandato, superando los cuatrocientos mil visitantes.

Antes de marcharme, organicé una exposición que sin duda es la más recordada de mi época allí. Se tituló The Moderns: The Arts in Ireland from 1900 to the 1970s y ocupó todos los espacios del museo. Fui su comisario junto con Christina Kennedy, conservadora jefa de la colección. Se trataba de una muestra interdisciplinar que incluyó, además de artes plásticas, arquitectura y diseño, fotografía y cine, música o literatura. Fue una exposición muy popular, con una excelente recepción crítica, y su catálogo sigue siendo el más vendido en la historia del museo. Me gusta destacar esta última exposición porque ejemplifica bien mis ideas como comisario o director. He mantenido siempre un espíritu multidisciplinar, programando música clásica y contemporánea, simposios y conferencias, incluyendo las dadas por arquitectos, compositores o cineastas. Desde IMMA publiqué también una revista transversal, sobre todo de arte y literatura, llamada Boulevard Magenta, que fue muy bien recibida. Al reflexionar sobre lo que hacíamos en el museo, me gustaba afirmar que seguía modelos literarios. Pensaba en Roberto Bolaño, sobre todo en sus dos grandes obras, Los detectives salvajes y 2666. Esta última, en especial, está formada por varias historias que no siempre parecen relacionadas. La obra de Bolaño se caracteriza por una enorme pasión por la literatura que resulta contagiosa. La misma que me parece sentir a mí por el arte. Pensaba en el museo como una máquina o un motor para la creación de distintos relatos o narrativas, y que estas planteaban más preguntas que respuestas. Sigo pensando que los museos no pueden ser autoritarios, apoyando cancelaciones de voces disidentes. Más que las opiniones del director o directora, o de un seguimiento mimético y no cuestionador de las modas curatoriales del momento, un museo de arte contemporáneo tiene que servir como plataforma para dar a conocer lo que hacen los artistas, quienes finalmente son los responsables de los cambios estéticos. Además de en las novelas de Bolaño, pensaba en otras obras, como, por ejemplo, The Hakawati, una novela del libanés Rabih Alameddine, que explica las complejidades de su país con una estructura semejante a la de Las mil y una noches. Me interesa también la estructura de apariencia confusa de algunas películas de David Lynch, en concreto, Mulholland Drive, que avanza en distintas direcciones, o la música de Pierre Boulez, de estructura que tal vez podamos llamar espiral o, por lo menos, no lineal.

En nuestra época, los museos gozan de un éxito de público sin precedentes, como demuestran las grandes colas con las que nos encontramos al visitarlos. Curiosamente, sin embargo, se han desarrollado al mismo tiempo distintas ideas críticas, o por lo menos escépticas, con las visiones tradicionales de los museos. Creo que es esencial en nuestro mundo cambiante que estos se adapten. Una forma de mantener su relevancia tiene que ver con su capacidad de autocrítica. En lugar de imponer una narrativa monolítica y dogmática, justificada con argumentos políticos, que hoy es muchas veces dominante, al menos en nuestro país, desde IMMA queríamos promover un diálogo continuo con sus públicos y con la comunidad artística, prestando atención a muchas voces diferentes, incluso aunque pudieran resultar contradictorias.

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