Patricio Pron nació en Rosario, Argentina, en 1976, en 2000 partió hacia Alemania y años después a España. Vive en Madrid y ha llegado a su lugar de nacimiento para participar de la Semana de Autor que la ciudad organizó «para acercar al escritor local a la ciudadanía». Patricio ha dedicado su vida a leer y a escribir. Los títulos de sus libros —extensos, prometedores, levemente narrativos— ya son una marca de estilo que convoca desde la portada: El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, La vida interior de las plantas de interior, No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, Mañana tendremos otros nombres, Lo que está y no se usa nos fulminará, Trayéndolo todo de regreso a casa. De una obra inmensa que empezó a construir desde joven, muy joven, estos son solo algunos a modo de muestra y a ellos se suma su última novela, La naturaleza secreta de las cosas de este mundo. Durante esta conversación que mantuvimos en la librería Mal de Archivo no alcanzamos a hablar sobre el arte de crear grandes títulos, no porque no hubiera tiempo sino porque la charla fue por otros rumbos. En medio de una semana ajetreada, dedicó un par de horas para reunirse con Jot Down y compartir un café.
¿Cómo ha sido esta vuelta a la ciudad?
Con encuentros y reencuentros. Mis padres están aquí y esta posiblemente sea la estancia más larga que hago en Rosario desde que me marché en 2000. No recuerdo haber estado tanto tiempo en Rosario y además a esto súmale que vengo de la gira por España, de regreso a Buenos Aires voy con la prensa y la promoción de la nueva novela, me voy a Santiago de Chile por lo mismo, después a la feria del libro de Guadalajara, termino en Ciudad de México dentro de cinco semanas y después regreso a Madrid. Me gusta mucho viajar y aprendí cómo viajar a partir de la gira del premio Alfaguara (Mañana tendremos otros nombres, 2019), aunque en realidad estaba girando desde antes. Esto no es nuevo, lo que sí tiene de nuevo es la intensidad del regreso, eso sí es especial. Esta es una ciudad en la que tengo buenos amigos, colegas que me importa mucho ver, saber qué están haciendo.
En Rosario tenés una ciudad a la que podés volver de vez en cuando. ¿Tenés también casa a la que volver?
Bueno, estoy en un hotel ahora. Mis padres siguen viviendo en la casa en la que yo me crie que es en el barrio La Tablada, enfrente de la plaza Eva Perón, pero está un poco lejos del centro, es algo complicado desplazarse si me quedo allí y además luego sería una invasión. Entonces prefiero quedarme en hoteles, ver a mis padres, visitarlos y demás.
¿Y más allá de la casa literal?
Eso te iba a decir. Hay una frase de Iain Chambers, sociólogo y filósofo británico, que dice que la migración es un viaje sin retorno porque ya no tienes un hogar al que volver. Puedes tener una casa, eventualmente, una ciudad, un país, pero no tienes un hogar y esto a algunas personas puede resultarles muy doloroso. A mí no me lo resulta tanto. Me parece que lo que dice Chambers es una constatación del hecho, creo que muy percibido por todos, de que, en la medida en que te vas a un lugar y si el tiempo transcurre, ese lugar ha cambiado y cambias tú. Y lo que sucede cada vez que, entre comillas, regresas, es que se produce un encuentro, ya no un reencuentro. En esta visita tropiezo una y otra vez con cosas que recuerdo de cuando vivía yo aquí pero también encuentro escenas y cosas nuevas y, en cualquier caso, incluso aquellos lugares con los que tropiezo y que son los lugares en los que yo recuerdo haber circulado, me encuentran en un momento distinto de mi vida y siendo una persona diferente. Entonces no es tanto el chispazo del reconocimiento o de la identificación lo que se produce sino más bien el chispazo del descubrimiento, de algo que es nuevo para mí.
¿Y qué encontraste de nuevo en Rosario?
Desde luego muchos autores y autoras, críticos y críticas, lectores y lectoras, niños, niñas, activistas. Cuando me invitaron a hacer esto, deseaban que tuviese diálogos con personas que conocía y en virtud de que esa etapa ya se ha convertido en algo parecido a la historia, parece incluso mucho más distante en el tiempo. Eran mundos analógicos, pre digitales. Recordarás que en la universidad, por ejemplo, teníamos un gabinete de computación o algo por el estilo y los alumnos teníamos algo así como media hora de uso de Internet diario y yo andaba con estos disquetes de tres y medio y hacía mis investigaciones allí de una manera muy intuitiva puesto que nadie nos había enseñado, no sabíamos muy bien dónde buscar y me llevaba la información en los disquetes con los que después trabajaba en mi casa. Son tiempos difíciles de contar a los jóvenes.
Y poco antes usábamos las máquinas de escribir.
Claro, yo también comencé con las máquinas de escribir. Estos días una amiga me recordaba que me echaron una vez de una clase de redacción porque llevaba la máquina de escribir para tomar apuntes, hacía tanto ruido que me echaron. Me parecía más práctico. Yo además aprendí a escribir con máquina, me formé en la Escuela Vigil donde había un plan de estudios de la provincia que demandaba que los estudiantes tuviéramos los conocimientos básicos de computación pero no había computadoras.
¿Eran clases teóricas?
No, prácticas, pero de una manera un poco fantasmática. Nos hacían escribir y nos decían; «pongan control más A más pin. Si esto fuese una computadora ustedes habrían creado ya un punto, vamos a hacer que ese punto rebote y entonces pongan control más» y etcétera, etcétera, etcétera. Desde luego nunca vimos el resultado de estos códigos que escribíamos, pero sí me dieron la capacidad, al igual que al resto de mis compañeros, de una cierta velocidad y una cierta destreza con los dedos, con las máquinas de escribir. Hace poco tiempo, creo que en Oaxaca, nos invitaron a quienes participábamos en un festival, que nos sumáramos en la plaza central de la ciudad a quienes están allí escribiendo. Hay un porcentaje alto de analfabetismo en México y hay personas que con máquinas de escribir ocupan un puesto en la plaza principal y escriben las declaraciones, redactan cartas para las personas que se acercan y lo hacen a máquina, naturalmente, Y a los escritores del festival nos invitaron a participar en la actividad. A mí me gustaba mucho la idea, estuve redactando cartas y me pidieron poemas que no escribo habitualmente. Debíamos escribir para las personas que nos pedían, y de lo que me di cuenta es que ya no tengo la fuerza física para la máquina de escribir.
La a con el dedo meñique.
Era dificilísima, con el meñique izquierdo, incluso tenía que pasar de página y ya no recordaba cómo se hacía, me sentía como una especie de niño idiota, así como diciendo «ya terminamos el renglón, ¿cómo paso al siguiente?». No me acordaba si era la palanca o si había que apretar mucho la barra espaciadora y que eso lo iba a cambiar.
Hay una conferencia de Ricardo Piglia en la que habla de las tecnologías de escritura, lo que cada una supone. Y dice que escribir en el word o cualquier otro programa de ese tipo, supone un problema: la imagen engañosa del texto alineado, impecable, acabado. Un texto sobre el que no hace falta volver para corregir. La pregunta es por la materialidad de la escritura.
Es una cosa que a mí me interesa muchísimo: las tecnologías de la escritura. Sergio Chejfec tiene este libro tan bello Últimas noticias de la escritura, donde es maravillosa la relación con esto, y fue ese libro el que me inspiró a tratar de averiguar algo más. Una de las cosas que hice fue pedirle a los amigos escritores y escritoras que me mandasen los originales, pues yo tenía la intuición de que tal vez pudiésemos atribuir el hecho de que en este momento los libros son todos muy parecidos entre sí, a que, a diferencia de otros momentos históricos, estamos todos escribiendo con la misma tecnología, muchas personas incluso con la misma caja y con la misma tipografía que por defecto llega cuando cuando abres Word.
¿Pudiste comprobar tu hipótesis?
Lo que descubrí es que cada uno de nosotros tiene una caja, un diseño muy distinto, y eso me llamó mucho la atención. Evidentemente cada uno se acomoda a lo que la máquina le ordena pero al mismo tiempo modifica ese mandato de algún modo. Rodrigo Fresán, por ejemplo, escribe en letra 16, en negrita y es como una especie de golpe en la cara.
¿Y le preguntaste por qué? Tal vez es que está perdiendo un poco la vista.
(Risas) Un amigo mío muy querido, español, no vamos a decir su nombre, pues es muy coqueto, ya se está quedando un poco cegato. Entonces yo ya sé que tengo que escribir los correos electrónicos en la letra más clara posible, el tamaño más grande posible. Y nunca hemos hablado de ello, luego es una cosa que está sobrentendida. Alan Pauls, por ejemplo, a quien también recuerdo que le pedí, escribe casi como si fuese una máquina de escribir, con un formato, con una caja que sería tal vez la caja de una máquina de escribir, sin justificar y en una letra muy parecida a la de las máquinas, tal vez una courier. Yo por mi parte, aceptando que, como dice Piglia, es una herramienta muy tramposa, suelo configurar la página de tal manera que se parezca lo más posible a la caja y la página del libro mío, ya impreso. Empleo la misma tipografía, allí donde la sé, y empleo una caja muy similar. Juan Gabriel Vázquez, el escritor colombiano, me contó que también lo hace así; tenemos como la necesidad de que se parezca al libro. Tal vez hay ahí una especie de percepción de que hay una materialidad perdida y tratamos de recuperarla haciéndonos creer a nosotros mismos que estamos escribiendo la página del libro, pero eso es engañoso. Y a continuación, cuando he terminado un texto, lo que hago es romper la configuración de la página y ponerlo de la manera más fea posible para ver si el texto se sostiene incluso en condiciones de diseño que son condiciones visuales muy negativas.
Me generan una gran curiosidad los procesos de escritura, saber cómo se ejerce el oficio que hay detrás de los libros. ¿Escribís algo a mano? ¿Corregís en el momento, dejás que los textos descansen y los retomás más adelante?
Posiblemente cada proyecto sea distinto, e incluso puede que haya variaciones de género en género, puesto que no escribo de la misma manera cuando escribo ficción que cuando escribo no ficción. Las cosas han cambiado con el tiempo también, supongo que en virtud de la disponibilidad de tiempo o la falta de él, los viajes… Por ejemplo, yo nunca pensé que pudiese ser posible, que pudiese yo ser capaz de escribir en trenes, en aviones, en aeropuertos, en hoteles y sin embargo no solamente he descubierto que soy capaz sino que me da un raro placer. Creo que el placer se deriva del hecho de que no tengo mi biblioteca detrás de mí y por consiguiente no tengo que levantarme a consultar una fuente, a chequear algún dato; es algo que podría hacer en internet, pero me da pereza.
Te sentís más libre.
Más liberado de una obligación que podríamos atribuir a mi formación como filólogo pero que en realidad es anterior, debe de ser algún tipo de rasgo de carácter: chequear si lo que estoy diciendo ha sido dicho por alguna autoridad, de dónde lo he sacado, esa clase de cosas. No tengo una gran memoria, nunca la tuve, y ese cruce de fuentes, esa constatación siempre ha sido importante para mí, pero cuando viajo no me siento obligado a hacerlo. Hay incluso, en el anonimato de las habitaciones de hotel, que imitan un hogar pero al mismo tiempo, como dicen los narradores en mi última novela, son una ficción de hogar, incluso tienen salidas de emergencia, que es algo que los hogares de verdad no tienen, desafortunadamente para muchas personas. ¿Cómo podrías querer tener un hogar si puedes tener un remedo de un hogar y que además tenga una salida de emergencia? En ese sentido hay un vínculo muy estrecho entre lo que uno escribe y la forma en que lo hace, por eso me interesan estas cuestiones, también el lugar en que lo hace, bajo qué influencias. Y retomando lo de la escritura a mano, si esa es tu pregunta, lo hago cuando estoy viajando, en una libretas que desde que comencé a vivir en Europa, conservo. Tengo todas las libretas de los veintitrés años que llevo viviendo allí.
¿Las revisás?
La idea es revisarlas, pero no lo hago. Y está todo mezclado: cuentas, impresiones de viajes, listas de planes, escribirle a tal, enviar la factura a tal otro. Lo ideal sería extraer de ahí algo, pero, por empezar, el mismo proyecto lo tuvo Ricardo Piglia, lo llevó a cabo brillantemente, así que no hace falta, y luego supone un esfuerzo superior a mis fuerzas. Como te digo, tengo muy mala memoria, buena parte de mi día consiste en alimentar los diarios que tengo para compensar estos problemas de memoria. Tengo diarios de lecturas, diarios de filmes, eventualmente de conversaciones, así que buena parte del día va destinado a alimentarlos o a emplearlos, porque muchas veces tengo que ir a chequear lo que he leído de tal autor o de tal autora.
¿Sos ordenado?
Soy disciplinado. Supongo que, como el resto de las personas, he encontrado un mecanismo compensatorio de una falta o una carencia personal, pero muchas veces me olvido de cosas que no he apuntado. Las novias, y en la actualidad mi esposa, son una buena referencia, el problema es que las novias se van en un momento u otro y te olvidas de cosas.
No las podés llamar para pedirles un dato.
Con las que tienes una buena relación desde luego sí, pero hay algunas con las que no terminas bien y este es uno de los más firmes argumentos a favor de no divorciarse nunca, por lo menos en mi casa. Espero que si un día mi esposa se harta de mí, a menos deje por escrito todo aquello que yo no voy a recordar: «¿podrías dejarme por escrito la lista de viajes que hicimos, el orden en que los hicimos, qué pensé yo de esos viajes», porque en mi recuerdo casi todos los lugares me parecieron terribles y sórdidos pero puede que esté equivocado.
¿No te gusta viajar de vacaciones?
No hago vacaciones. Los escritores nunca hacemos vacaciones, estamos todo el tiempo haciendo cosas. Piglia decía que escribir cambia la forma de leer y esto es rigurosamente cierto pero también cambia la forma de viajar, cambia la forma de mirar. Quizás uno de los pocos argumentos a favor de ser un escritor, profesional o no, poco importa, es que cambia la forma en que miras. Estás siempre prestando atención a cosas, tienes una especie de actitud, digámoslo así, algo distinta a la mayor parte de las personas, estás siempre pensando cuáles son las rimas internas de la historia o reparando en detalles banales. Ayer en un bar, aquí en Rosario, había unas diez personas, seis de ellas mujeres, cuatro de ellas tenían el mismo, exactamente el mismo color de cabello, de la misma tintura, mal hecha por otra parte, y me pareció que había una rima interesante, y me decía «dios, tengo que usar esto para algo». Siempre estás pensando «esto lo voy a usar para tal cosa», con un poco de suerte te olvidas pero las malas ideas quedan y las acabas poniendo en los libros. No tengo pensado escribir sobre esta estancia en Argentina, por el momento al menos, pero me pareció muy significativo que cuando llegué al aeropuerto me recibió una música a todo volumen, una cumbia a todo volumen que decía «¡Sin esperanza, sin esperanza!». Me pareció una llegada reveladora al país, engañosa por otra parte.
¿Por el contrasentido con el ritmo?
Bueno, era una canción alegre pero, ya sabes, es mucho más fácil ver las cosas, no con algo parecido a la objetividad puesto que ésta no existe, pero sí con una cierta volubilidad, cuando no estás por completo atrapado en el ambiente cultural o político de un país específico. Yo he regresado con muchísimo entusiasmo, he encontrado la ciudad muy bonita, honestamente, hay cosas que me fascinan incluso más que en el pasado, por ejemplo, el esplendor arquitectónico. Las ciudades argentinas son increíbles porque no hay dos casas iguales, desde luego no hay dos casas iguales porque la gente diseña casas y, hasta que las termina de construir, se han producido varias catástrofes y con lo que iba a ser una casa de corte florentino se convierte en una casa constructivista que da pie a una cosa casi gótica.
Las crisis sucesivas nos van llevando al pastiche.
Sí, es lo inherente a los países del Tercer Mundo, pero esto otorga una potencia extraordinaria a la cultura de esos lugares, le da ese enorme valor que a mis ojos tiene la mezcla, le da una flexibilidad, una capacidad de resolución de conflictos que, en otros lugares, constituyen valores que, con enormes dificultades, las autoridades educativas tratan de inculcar, pero que aquí surge de forma natural. Esto no significa que yo sea un fan de que las cosas se derrumben cada cierto tiempo, pero honestamente sería algo más afín a la idea de la historia como una enorme sucesión de discontinuidades, como una sucesión de ciclos y períodos en los que estamos atrapados, en los que nuestro margen de acción es limitado pero que en sustancia existe y que desmiente la idea tan extendida de que el tiempo sería lineal y avanzaría en términos hegelianos hacia la manifestación del espíritu, que es un término religioso. Creo que es Karl Löwith, el filósofo alemán, que decía que, desde el encuentro con el cristianismo, la civilización occidental no sabe si es cristiana o pagana. Con esto se refiere a que el tiempo de las civilizaciones del Mediterráneo era el tiempo cíclico de los dioses y de los ciclos naturales, al tiempo que las religiones del libro, surgidas en el desierto, el Islam, el judaísmo y el cristianismo, tienen la concepción lineal del tiempo que, incluso secularizada, llega hasta nuestros días bajo la forma del triunfo del progreso, la idea de que vamos a más, que tiene su reverso, por lo menos en Argentina, en la idea de que vamos a menos. Hace poco tiempo leí a alguien, no recuerdo a quién, nuevamente mi memoria no es lo que era, que decía que la expresión «estamos peor que nunca» está documentada en Argentina aproximadamente desde 1870, es decir, desde el momento mismo de la constitución del país como tal. Ya estábamos añorando una especie de pasado que no se había producido, hasta donde sabemos. Con avances y retrocesos, la historia de este país, como la historia de todos los países, es la del conflicto entre una concepción lineal del tiempo o una concepción cíclica o circular. Como te digo, yo prefiero mucho más la segunda.
Podríamos pensar también desde el relativismo: tiempo y espacio relativos y la idea de que habitamos multiversos.
Sí, desde luego sería muy interesante para explorar teóricamente, pero muy mala para aplicar a la política. Efectivamente, tenemos un conflicto con el tiempo, lo dice Löwith y es bastante evidente. Frank Kermode lo dice de otro modo cuando habla de que nacemos en medio del tiempo, pasaron cosas antes de nosotros y pasarán cosas después de que ya no estemos aquí y esto nos produce enorme angustia. No somos capaces siquiera de comprender el tiempo, recordarás lo que dice San Agustín.
Si no me preguntan, sé lo que es…
Exacto, y cuando reflexiono qué es el tiempo, no lo sé. Pero lo que dice Kermode es lo siguiente, que me parece muy hermoso, dice: estamos a mitad del tiempo y lo hacemos a través de relatos. Los relatos tienen como función habitar el tiempo, otorgarle orden, sentido, coherencia, todo lo que demandamos de los relatos. Kermode olvida, pero yo no, que también la música es una forma de habitar el tiempo. Pero de eso se trata. Como dice él, de tic y tac. Tic es un breve génesis y tac es un abrupto y sórdido final. Necesitamos estructuras de tipo tic y tac de comienzo y final, necesitamos construir cosas que tengan comienzo y final para poder habitar el tiempo, dice. Y no hay nada que tenga final de manera más clara que los relatos. Necesitamos que las cosas comiencen y que las cosas terminen. No en vano, cuando no entendemos algo, decimos que no tiene ni pies ni cabeza, es decir que no tiene ni principio ni final. En España, cuando algo te resulta confuso, dices que te ha dejado hecho un 8, es decir, una figura del infinito que no tiene ni comienzo ni final, no has podido orientarte, no has podido habitar la historia porque en sustancia no has podido habitar el tiempo, no eres capaz de determinar qué vino primero y qué vino después. Esta es, sin embargo, una experiencia muy moderna, sobre todo en las personas más jóvenes que tienen dificultades para construir, ya no solamente relatos ordenados acerca de lo que han visto o hecho, sino incluso relatos ordenados acerca de su vida, de su vida laboral, de su vida personal, y la imposibilidad de hacerlo me parece uno de los rasgos más evidentes de una pérdida de libertades y de autonomía. Todos queremos ser libres, desde luego esa es una necesidad que todos tenemos y tal vez solamente podamos ser libres allí donde podamos construir un relato que tenga sentido para nosotros, acerca de quiénes somos y cuál es el mundo que nos rodea. Y las personas, sobre todo las más jóvenes, están sometidas a estímulos tan intensos que se presentan casi como un timeline de cualquier red social y hay como una incapacidad de tomar las riendas de la realidad producto, posiblemente, de estos estímulos en los que estás mirando el teléfono o escuchando música o pensando en muchas de las cosas que nos aíslan de la realidad.
Hay un modo diferente de experimentar la realidad, un modo atravesado o condicionado por las formas que prescribe cada tecnología y que cambian nuestro modo de percibir.
Bueno, yo recuerdo muy a menudo la formación que recibí en la universidad en ese sentido. Para mí era muy importante la sociología de la comunicación y el tipo de cosas que aprendí allí. Si lo pensamos bien, las tecnologías constituyen caballos de Troya, cuya verdadera función no es exactamente la más explícita. Pienso mucho en cosas como las redes sociales que aparentemente eran para construir comunidad pero cuyo uso en la actualidad apunta más bien a la destrucción de las comunidades, a la destrucción de los consensos, de la gobernabilidad, de la posibilidad de construir de manera colectiva, a aproximarnos de manera colectiva a esa enorme promesa que fue la carta de los derechos del hombre, y digo promesa porque siempre fue más una promesa que una realidad en muchos países… Son disruptivas, claramente son disruptivas y, si bien su uso puede parecer que es uno, en realidad es otro. Cómo se construye ese uso, es una gran pregunta que tal vez se pueda responder hablando de la interacción específica que se produce entre las nuevas tecnologías y sus usuarios, Casi nunca una tecnología fue utilizada para lo que se dijo inicialmente que debería ser usada y, al mismo tiempo, hay un periodo de adaptación en que suceden cosas casi ridículas vinculadas con las nuevas tecnologías. Cuando surgió el teléfono, los poetas escribían odas al teléfono, los expresionistas italianos hicieron una bellísima producción gráfica tratando de captar lo que era el movimiento y cómo el movimiento distorsionaba la percepción, fueron los primeros en hacer cuadros enormes que imitaban las imágenes aéreas que aún no se podían realizar con fotografía. Ese tipo de accidentes de la tecnología me interesan mucho. Piensa que quienes crearon Internet confiesan que lo hicieron con el noble propósito de que las personas compartieran información y conocimiento, dos cosas que ellos creen que son lo mismo pero no lo son, pero el caso es que lo que descubrieron con el tiempo es que para lo que la gente quería utilizar Internet es para ver pornografía e imágenes de gatitos y para alentar discusiones e insultar a las otras personas. La pregunta es cómo se reúnen los restos dispersos de una sociedad fragmentada y profundamente crispada que disiente en torno a asuntos tan básicos como los derechos de las mujeres o de las disidencias de género o de los extranjeros, cómo hacer para juntar todo eso y construir algo, pero no es una pregunta que pueda responder.
Hablabas de la capacidad para generar relatos. Desde niños todos escuchamos relatos y los construimos también pero solo algunos sienten la necesidad de algo más, de contar historias. ¿Cómo fue, cuándo fue que apareció eso en vos?
Desde muy pequeño. Mis padres son periodistas como sabes, son activistas políticos, son lectores, con una biblioteca principalmente política pero había también libros que tal vez eran más afines a mis intereses de ese momento y cuando se agotó la biblioteca de mis padres fui a leer a la Biblioteca Vigil. Evidentemente desde muy pequeños sentí placer leyendo.
¿Y con la escritura?
Tengo un recuerdo y creo que ahí hay un hecho clave para mí. Cuando se produjo la guerra de Malvinas yo tenía seis años, comenzaba a ir a la escuela primaria, mi madre me preguntaba todos los días qué habíamos hecho en la escuela y como, desde luego, lo que hacía en la escuela era siempre lo mismo, empecé a contarle pequeñas historias que me inventaba: «tal alumno no vino porque está enfermo». Y mi madre se enfadó muchísimo conmigo, me acuerdo que ese fue uno de los enojos más grandes que tuvo. Pero a continuación, un poco después, se anunció la capitulación, la rendición incondicional de las tropas argentinas en la guerra de Malvinas, y tengo recuerdo de haber pensado cómo era posible que mi mentira personal, pequeña, inocua en sustancia, fuese castigada y que una gran mentira, digámoslo así colectiva, era tolerada, y creo haber tenido la conciencia de que había algo allí y que tenía que averiguarlo. Lo que sabemos es que desde luego no importa lo que se dice sino quién lo dice y que hay algo parecido al poder que sanciona quiénes pueden producir productos de verdad y quiénes no. Recuerdo que descubrí allí que había un doblez que yo no acababa de comprender. Hasta ese momento los relatos de ficción nunca me habían parecido mentiras, de hecho no deben parecerlo, pero tal vez no eran para mí tan distintos a otras cosas como los periódicos. Ahí hubo el comienzo de una especie de curiosidad o de perplejidad, mejor aún, ante el funcionamiento de los relatos y de los discursos que empezó a interesarme, tal vez no al punto de escribir, pero sí al punto de querer saber cosas, de querer entender algo que de manera misteriosa me atraía. Y después tal vez el comienzo fue cuando Rosario celebró la Bienal de Arte Joven y un relato que había escrito yo, algo apresuradamente, fue finalista y fue publicado casi de inmediato en la contratapa del diario Rosario 12, y al parecer gustó y me pidieron más relatos.
¿Te imaginabas entonces como escritor o periodista?
Tenía quince años para entonces, ni siquiera sabía qué iba a estudiar, pero tenía claro que no quería ser periodista porque había conocido de primera mano las dificultades de este trabajo, en particular en países con enorme inestabilidad como Argentina. Entonces no quería ser periodista y mi programa favorito de radio invitó a la gente que quisiera hacer una colaboración y un amigo me pidió que lo acompañase, hicimos una cosa, gustó, nos quedamos, mi amigo se marchó al poco tiempo y yo me quedé. Empecé a hacer cosas en la radio, inicialmente sin un propósito muy específico pero luego, a raíz de ese premio y de esa publicación, empecé a publicar en otros lugares, conocí a un puñado de escritores emergentes de la ciudad, escritores jóvenes que a mí me parecían enormemente mayores que deberían tener diez años más que yo y empezamos a hacer lecturas públicas y a publicar una pequeña revista y cuando me di cuenta, algo que yo no había decidido, que era el ser escritor, se había convertido para muchas personas en algo que me caracterizaba o que me definía, de modo que continué. Tiendo a desconfiar mucho de las decisiones que tomo de manera consciente pero esta, que no tomé de manera consciente o que ni siquiera tomé, me parece que, en la medida en que se impuso, se parece mucho a un destino. No fui yo quien dijo «voy a hacer un escritor», sino que fueron los demás los que dijeron «oye, este chico es un escritor».
Allí habrá sido fundamental la mirada de los otros, por ejemplo, de los editores.
Sí, por supuesto, aprendí muchísimo con ellos. Por ejemplo, el trabajo que hizo Pedro Cantini, quien dirigía la Editorial Municipal de Rosario, con una de mis novelas que ganó el Premio Manuel Musto y fue publicada (Nadadores muertos, 2001). El trabajo de edición que hicimos con Pedro fue profundamente enriquecedor, yo lo conocía un poco porque había publicado un par de crónicas en la revista Vasto mundo y sabía que podía ser un editor muy duro, y lo fue en ese libro, pero de una manera que para mí fue profundamente aleccionadora. Aprendí muchísimo con él, esas experiencias primeras tienen el valor de todo aquello que funda algo, pero por fortuna también tienen el valor añadido de que me encontraron en la compañía de personas muy talentosas que son las que mejoraron mi trabajo y me he convertido en el escritor que soy.
Decías antes que volver te permite mirar, no con objetividad, sino con cierta distancia el ambiente cultural argentino. Ahora sos parte del ambiente cultural de España.
Supongo que sí. De Europa, tal vez.
De Europa entonces. ¿Cómo fue ese pasaje?
Yo me marché a Alemania porque no estaba satisfecho con el tipo de libros que escribía, creía que podía escribirlos mejores. Sin embargo, tenía la impresión de que solamente podía escribirlos mejores si me veía sometido a estímulos distintos. Quería escribir libros diferentes y no estaba satisfecho con el modo en que mis libros circulaban. Desde luego casi todo era muy elogioso pero no era el tipo de cosas que yo quería que se dijeran sobre mis libros y esos no eran los libros que yo quería escribir.
¿Qué se decía?
Bueno, tal vez suene presuntuoso que lo diga yo, pero se hablaba de mí como una gran promesa. Era un momento en Argentina en el que un escritor joven era alguien que tenía cuarenta años de edad y yo tenía veinticuatro, por lo que tenía que dejar pasar dieciséis años antes de ser un escritor joven. Y, puesto a decidir dónde desperdiciar esos años, preferí desperdiciarlos o, mejor aún de ser posible, pasarlos en un lugar donde pudiese aprender algo.
Y te marchaste a Alemania, ¿sabías el idioma?
No. Dediqué los primeros nueve meses a estudiar intensivamente alemán porque esto era lo que iba a poder permitirme trabajar y luego comencé a trabajar en una oficina kafkiana de documentación y gracias a este trabajo conseguí sostener el proyecto de doctorado. Cuando me marché a Alemania lo hice a sabiendas de que nunca iba a ser un escritor en alemán y aceptando la posibilidad de que ya no fuese un escritor siquiera, sin embargo no pude dejar de escribir. Ahora bien, cuando volví a escribir volví a hacerlo bajo premisas muy distintas a las premisas anteriores, las que habían presidido mi primera vida como escritor aquí en Rosario, eso incluye desde la forma de construir los títulos a la forma de concebir la relación con los lectores, el modo en que yo quería que mis libros sean leídos, el tipo de diálogos que a partir de ese momento mis libros debían producir. Fue algo que puede ser equiparado al desamparo porque yo no tenía editores ni agentes ni lectores, ni siquiera tenía interlocutores en mi lengua puesto que durante muchos años el español solamente fue para mí una lengua de lectura y escritura, el resto de mi vida era en alemán y en ese contexto de falta, digámoslo así, trataba de explorar cuánto había ganado allí donde lo había perdido prácticamente todo y el producto de eso fueron los libros que escribí allí, que a partir de 2008 fueron publicados en España.
¿Te publicaron en España cuando aún vivías en Alemania?
Yo terminé el doctorado, la novia de aquel entonces, que es una chica española, no quería ya vivir en Alemania, quería estar más cerca de sus padres y nos fuimos a Madrid y luego, siguiendo esta regla nunca escrita pero, hasta donde yo sé, bastante cierta, de que una relación que funciona en un lugar no funciona en otro, al año nos separamos. Pero yo había comenzado a publicar y había establecido una relación con editores, con periodistas, había comenzado a escribir en algunos periódicos y también un libro mío había ganado un premio, había comenzado una relación con los que serían mis editores durante muchos años y empezaba a ver las ventajas de ser un escritor en español en un país donde se habla español, que es algo que no había percibido hasta el momento y, sin embargo, para mí fue determinante. Luego hay un ambiente cultural, desde luego, pero de lo que se trata para mí es más bien de romperlo, digámoslo así, de romper el cerco que podrían suponer las limitaciones nacionales que son especialmente perceptibles en Europa, pero por diferentes razones. Yo por ejemplo sabía mucho más de literatura francesa en Argentina que en España.
¿En España sos considerado un escritor argentino?
No sé qué piensan de mí (risas). Supongo que para mucha gente soy un escritor argentino, para otros, un escritor español. Yo no tengo la nacionalidad española, nunca la he solicitado y a mis ojos, cuando me preguntan de dónde soy, todo escritor es de donde es leído, al margen de lo cual, si quieres verlo así, soy un escritor en español.
Para muchos escritores la identidad como migrante es central en su obra. No lo es para vos. Argentina parece ser el lugar de donde venís y no una especie de marca identitaria, ¿no?
Yo no me percibo, no me veo de esa manera. Entiendo y respeto el tipo de ideas que pueden tener acerca de la experiencia migratoria aquellas personas que se vieron obligadas a abandonar su país. No es mi caso, nadie me echó y puedo regresar cuando quiero, no estoy exiliado. Te decía que entiendo y respeto a las personas que viven esta experiencia dolorosa o como una pérdida pero para mí fue una ganancia, nunca me he sentido fuera de lugar, o no más fuera de lugar de lo que me he sentido el resto de toda mi vida en otros lugares, incluyendo el lugar donde nací. Sencillamente, un escritor no es sino alguien que procura crear una lengua privada en el interior de la lengua nacional o la lengua pública y esto tal vez es algo más fácil ahí donde te ves confrontado con otras lenguas nacionales. Al mismo tiempo creo que era Shlomo ben Yehuda quien decía que en el exilio está la verdad, desde luego el mío no es un exilio, y podemos discutir qué verdad encontré en esta experiencia, pero sí es cierto que es una experiencia que te dice cosas acerca de ti mismo y acerca del país del que vienes y que no sabrías de otra manera.
¿Y España qué te dio, qué encontraste allí?
Bueno, me dio a mi esposa, me dio los gatos, me dio interlocutores…
Un acento.
No estoy muy seguro. Los taxistas en Madrid me preguntan si soy de Canarias o si soy de México y a mí no me suena así pero uno nunca es el mejor crítico de sí mismo.
Definitivamente no es rosarino.
Algunas personas conservan mucho mejor el acento que otros. Algunos argentinos amigos míos de Barcelona, en la medida en que utilizan el español solo para hablar entre ellos porque el resto del tiempo hablan en catalán, tienen un español de Argentina mucho más fiel a la realidad idiomática de acá y algunos hacen de la argentinidad directamente algo parecido a un reclamo. Pero, nuevamente, yo no siento haber perdido nada, todo lo que me gusta de Argentina lo llevo conmigo y me parece bastante visible incluso, aunque algunas personas piensen que soy un escritor más de España que de Argentina, un cierto sentido del humor, un cierto modo de ver la realidad, algo parecido a una negatividad adorniana que preside el modo en que miramos el mundo en Argentina, incluso aquellos que no saben quién era Theodor Adorno. Son cosas que son parte de mí, los discos, los libros, ciertos filmes, no he perdido nada y a todo eso le he sumado cosas que he ido descubriendo en otros hogares. Y luego, lo que las personas digan, les pertenece a ellos. Otra forma de hablar de mi trabajo es decir que pertenece a la larga tradición de escritores de literatura argentina escrita fuera de Argentina, que funda el Martín Fierro, escrito en el sur de Brasil.
Tampoco hay marcas de los lenguajes coloquiales en tu escritura.
No. No hay españolas, tampoco argentinas, a veces las señas de identidad están emborronadas. Admiro mucho a escritores con un gran oído para la lengua popular, acá tuvimos a Roberto Fontanarrosa que era espectacular en ese sentido, Juan José Saer sería un gran ejemplo también, Hebe Uhart tenía un oído específico y muy fino para la lengua coloquial pero yo nunca tuve eso y nunca busqué eso tampoco. Mis textos tienen, idealmente, una especie de transparencia que es la de las traducciones. Yo a esta altura, honestamente, soy incapaz de recordar dónde se dice picaporte, si se dice en España o en Argentina, si es en Argentina donde se dice pomo de la puerta y qué sucede cuando no es un pomo y es una manija, todas estas son cosas que ya no persigo, esa especie de mímesis del lenguaje de un país no la persigo porque supondría un falseamiento del modo en que escribo. Mi esposa es chilena, se crio en Venezuela y lleva en España lo que yo llevo en Europa, veinticinco años, y cuando cocinamos no sabemos si lo que estamos comiendo es algo que yo traje de Argentina o que su madre chilena le hacía a ella en Venezuela cuando vivían allí o si es algo que ella aprendió de alguna compañera de piso cuando era joven o tal vez algo que yo vi en alguno de mis viajes y que más o menos adopté. Son mezclas que no nos molestan, simplemente las tomamos como parte de lo que tenemos juntos, pero no estamos tratando de representar a nadie o nada. Yo mismo, por ejemplo, que yo recuerde, nunca participé de delegaciones de escritores argentinos, el año pasado estuve invitado a la Feria del Libro de Frankfurt por España, pero como parte de los autores no españoles que escriben en España.
Se está hablando ahora de un nuevo boom latinoamericano, esta vez, direccionado hacia las mujeres escritoras. ¿Cómo lo ves?
Ese tipo de cosas nunca se construyen desde abajo, nunca son el resultado del surgimiento de unas estéticas específicas o de un puñado de autores o autoras de relevancia, más bien de la necesidad de subsumir un montón de estéticas en algo parecido a una marca que permita comercializarlas. Al igual que en el boom, en este nuevo boom, entre comillas, hay escritoras que me interesan y escritoras que no me interesan, escritoras que tienen una obra poderosa y original y escritoras que me parecen, a mis ojos, sin ningún interés. Es un momento cultural en el que todos necesitamos una escena más diversa, más inclusiva, más plural y aunque este tipo de voces parecen venir a decirnos que esta es una escena más diversa, el caso es que el escaso riesgo en el que incurren muchas de estas autoras le hace un flaco favor a las otras autoras que en muchos casos son brillantes.
¿Riesgo estético?
Estético, por supuesto. Y nos hace recordar, por lo menos a mí, que no es que necesitamos más mujeres en la escena literaria puesto que efectivamente las necesitamos, sino que además necesitamos que sean magníficas escritoras. Muchas de ellas lo son y posiblemente la ratio sea superior en el ámbito de escritoras mujeres que en el ámbito de escritores varones, pero esto es muy difícil de determinar. En sustancia, yo nunca he querido convertirme en una marca. Ese tipo de estrategias entrañan un problema, que es que duran mucho menos que la vida útil de un escritor o una escritora y adherir a ese tipo de estrategias de mercadotecnia para ingresar al negocio literario es generalmente contraproducente en la medida en que, llegado cierto tiempo, el boom se ha disipado dando lugar a otro boom y tú continúas con tu obra. Posiblemente has escrito libros mejores que los que escribiste cuando formabas parte del movimiento, pero no tienes nada que hacer con ellas. Hay un exceso de oferta editorial.
Además de haber muchos, decías antes que los libros son muy parecidos entre sí.
Sí, esto es bastante evidente pero también es porque hay muchas editoriales que son iguales. Hay un mercado que tiende a uniformizar.
¿Qué tipo de uniformidad? ¿En los temas? ¿En la forma?
Están los temas que a menudo son muy habituales, incluso algunos subgéneros, como por ejemplo el gótico andino, están presididos por el tema. También hay una hay una gran similitud de formas narrativas que me preocupa incluso más porque, al igual que Piglia, yo pienso que la política de los textos está en la forma. Allí donde no hay textos desafiantes desde el punto de vista formal nos encontramos con textos inanes, con textos que son políticos, aunque son políticos de una manera casi reaccionaria, en la medida en que satisfacen las expectativas del mercado de textos que vengan a producir lo mismo que producen otros textos. Yo trato de no hacer eso, trato de que mis libros sean todos distintos y tan pronto como se cristaliza una serie de opiniones en relación con algo de mi trabajo, trato de romperlo. En el momento en que alguien dijo que yo era un buen escritor de novelas que transcurrían en el pasado, pues comencé a escribir novelas que ocurren en el presente. Como escritor, siempre estás, o deberías estar, tratando de liberarte de los condicionantes. Nadie quiere vivir el mismo día de su vida, una y otra vez, yo mucho menos.
Ante cada nuevo proyecto, ¿cómo pensás la forma?
Es producto de las demandas de un texto, de las demandas de un tema. Muchas veces comienzo con una especie de intuición, de una escena de la que no sé mucho, o un par de personajes están haciendo algo que no comprendo y es solamente escribiendo que soy capaz de comprenderlo. Mañana tendremos otros nombres fue una especie de imagen de alguien arrancando una de cada dos páginas de todos los libros que tiene en su biblioteca y yo no sabía quién era esa persona, por qué los estaba arrancando, dónde estaba, en qué ciudad. Averiguarlo suponía escribir el libro y es lo que hice.
Siempre me pareció mágica esa imagen de la escritura.
El lenguaje piensa, la lengua piensa. No quiero caer en el esoterismo pero, del mismo modo en que determinadas palabras te conducen a otras o a ciertos giros o a ciertas formas de resolver una oración, el lenguaje te va llevando a hacer cosas en una especie de duermevela y en esa duermevela se produce un texto que, si eres afortunado como escritor o como escritora, es mucho más inteligente que tú.
Me acordé de Milita Molina cuando se pregunta qué es lo que trama la trama y concluye que es el lenguaje. El foco en el lenguaje es central en tu obra, definitivamente no son los temas, y eso, creo yo, supone un respeto por el lector. Alguien leerá lo que escribo y debo trabajar para eso, trabajar con el lenguaje, que es de lo que están hechos los libros.
Es una enorme responsabilidad, desde luego no te pertenece el lenguaje, tienes que hacer algo con él y algo que esté, idealmente, a la altura de lo que han producido en ti grandes textos que has leído. El objetivo ambicioso, desmesurado en algún punto, es producir los mismos efectos en otros que algunos produjeron en ti. Lo haces, como suele decirse habitualmente, subiéndote a hombros de gigantes, trabajando en la estela de grandes escritores y escritoras que consideras tus maestros pero no lo haces en soledad, incluso aunque escribas en soledad, porque estás trabajando con una materia que es la negación de la soledad, es una construcción social. El mismo libro es también una construcción social, aunque mi nombre aparezca en la portada es el resultado de la confluencia del trabajo de muchas personas con saberes muy distintos. De hecho tal vez esa sea la única razón para publicar un libro, debe de haber algunas razones para escribir libros, pero la única razón que yo encuentro para publicar libros es que, en el proceso de producción, vas a poder ver ese libro con otros ojos, con los ojos del portadista, del contraportadista, del editor, del editor de mesa, incluso del librero, de los lectores. Todos los autores creemos que los libros reflejan nuestras intenciones.
Finalmente el autor deja un manuscrito que solo después de un largo proceso será libro.
Exacto. Uno cree, como escritor, que el libro que ha escrito refleja, casi en una escala de uno a uno, sus intereses y lo que uno es, que si el libro tiene un rostro, este es nuestro rostro y sin embargo es evidente que los lectores también encuentran esto en los libros, porque de lo contrario no podrían entrar en ellos, no habría comunicación, de modo que a mis ojos los libros son como un raro espejo en el que el rostro del autor o de la autora se mezcla con los rostros de los muchos lectores que tiene.
¿Cómo fue el proceso de escritura de La naturaleza secreta de las cosas de este mundo?
Fue un proceso placentero y doloroso al mismo tiempo, como suele serlo cuando escribes algo que te importa mucho, algo que no podías dejar de escribir y que sabes que dice mucho más de ti de lo que jamás te atreverías a decir de otro modo. Tenía una visión, sabía qué era lo que quería decir y podía imaginar que, siendo algo tan importante para mí, también iba a serlo para otros. Y esta es mi visión, como escribió Virginia Woolf.
¿Lo primero que apareció fue la imagen de esa mujer conduciendo y la certeza de lo que va a pasar con ella o eso llegó después, con la escritura?
Fue una de las primeras imágenes que tuve, y trajo consigo la necesidad y el deseo de escribir acerca de ella para saber quién era, hacia dónde se dirigía, por qué iba a tener ese accidente… Marguerite Duras afirmó que «escribir es averiguar qué escribiríamos si escribiésemos». Puede parecer un trabalenguas, pero no lo es: tiene todo el sentido y pone a la literatura del lado de la indagación, incluso de la indagación de cosas que no recuerdas que sabías. Y que sabiéndolas, o recordando que las sabes, forman parte de ti en mayor medida que otras.
Hablamos antes del tiempo, de la imposibilidad de saber definirlo. Esta novela, ¿es un intento por lograrlo?
Sí, lo es. Es un intento de habitar el tiempo de una manera específica, como solo puede ser habitado por la ficción. Y de recordarnos que, para muchos de nosotros, el tiempo que empleamos en habitar el tiempo de ese modo es el tiempo mejor empleado, el que mejor recordamos al final del día, el único que parece tener orden y sentido en oposición en una época presidida por el enfrentamiento, la negación del otro y la influencia sin responsabilidad de los medios de comunicación y las redes sociales.
Antes de terminar hay algo que quiero saber. ¿Qué pensás acerca de eso que mucho se ha dicho de que escribís para escritores?
No lo sé. Supongo que ese es un reconocimiento de que los libros que escribo son libros especiales y que, por consiguiente, solamente podrían ser comprendidos por personas especiales. Creo que es un reconocimiento de alguna índole, el reconocimiento de una cierta destreza. Busquemos un símil para que esto sea más fácil de comprender. En los grandes equipos de fútbol siempre hay figuras, pero los expertos son capaces de distinguir cuál es el otro jugador del equipo que hace que esas figuras brillen, sin el cual no funcionaría. Muchos sostienen que el gran Barça no hubiese funcionado sin Iniesta, algunos sostienen que no hubiese funcionado sin Busquets, otros sostienen que era Pujol quien resolvía el complejo puzle de dónde está cada uno y cómo darle libertad a este enorme genio para que haga lo que quiera.
Mientras el lector común ve a Messi.
Claro, pero hay otros que sostienen y apuntalan y de los que, incluso, puede que Messi haya aprendido algunas cosas. Ese sería el reconocimiento, es una de las muchas formas que las personas tienen de halagarte. Ahora bien, también señala algo que es la aparente dificultad de los lectores comunes para leer mis textos, pero esta dificultad no me parece real. En las firmas, yo me encuentro con decenas de personas que no son escritores y sin embargo parecen disfrutar de mis libros. Es un reconocimiento de una cierta habilidad pero por lo mismo podrían decirme que parezco más alto de lo que soy. Me gusta ser leído por mis colegas y participar de una conversación que puede ser algo más sofisticada que la conversación que tienes con lectores comunes, dicho esto, yo creo que están en realidad señalando que mis libros no hacen concesiones. Esto es lo que quería decir con este largo circunloquio, se trata de libros que procuran no bajar el nivel de discurso sino elevarlo, si es posible, son libros que pueden presentar ciertas dificultades pero, si ofrecen esas dificultades, también ofrecen las gratificaciones que encuentras siempre al final de aquello por lo que te esfuerzas. Mis libros no responden a las necesidades del mercado, no están constreñidos por lo que quizás mis editores querrían que fuesen, no persiguen pertenecer a ningún tipo de tendencia o movimiento o moda y desde luego procuran no hacer perder el tiempo al lector. Ni a mí mismo.
Veo una proliferación de una escritura forzada o naturalmente simplificada. ¿Es una exigencia editorial, una evolución? ¿Cuál es la tendencia?
Eso es el resultado de que buena parte de los escritores no leen y por consiguiente no adquieren las herramientas para construir cosas algo más complejas o, teniendo esas herramientas, deciden no emplearlas porque están en la procura de otros efectos más vinculados con un consumo más rápido, una mayor identificación del lector. Me preguntas por tendencias, yo creo que la tendencia dominante en este momento es la narrativa del trauma que a menudo tiene como tema traumas individuales que. a mis ojos, no son especialmente relevantes en contraposición al enorme trauma social en que vivimos. A mí como lector me resulta indiferente, e incluso irrelevante, que alguien me cuente su pequeño drama familiar cuando hay personas muy dañadas en nuestra sociedad. Ese es uno de los argumentos, una de las tendencias, el otro es el de la crisis, hay decenas de libros de la crisis de los treinta, los cuarenta, los cincuenta. Algunos escritores y algunas escritoras están descubriendo estos momentos vitales como momentos de replanteo, algo que, nuevamente a mis ojos, carece de interés. Y luego está la cuestión de las deconstrucciones, amigos que nos cuentan su deconstrucción, que es algo también muy llamativo. No he tenido nunca la sensación de que tuviese que deconstruirme en ningún sentido, he tenido buenos padres, supongo, y de alguna manera, gracias a ellos, he sabido cosas que otras personas evidentemente no sabían y lo he sabido desde muy pequeño: que a las mujeres hay determinadas cosas que no debes hacerle como por ejemplo violarlas ni prenderles fuego o algunas de estas mierdas, no creo que sea necesario deconstruirse para saber estas cosas, pero evidentemente hay gente que se está deconstruyendo y lo cuenta, no me parece mal pero no tiene mucho interés para mí. Esas, diría yo que son las tendencias, casi todas ellas, si te fijas bien, tienen que ver con un vínculo específico entre el autor y la obra.
Leí un artículo tuyo en el que hablás de una nueva tendencia: ya no es el libro el que posibilita la existencia social del escritor sino el reconocimiento público del autor el que hace posible la existencia de los libros.
Sí, es una lógica de franquiciamiento, es decir, una lógica que no es literaria, sino económica. Se trata de que los editores están buscando autores en otros lugares distintos a donde se buscaban habitualmente, los están buscando en redes sociales, están buscando perfiles, a menudo tienen listas y cruzan temas con autores, dicen «bueno, pues tenemos el tema de la migración, qué autor o autora está hablando de esto y los cruzamos, les ofrecemos que nos escriban libros sobre esto». Esa es una lógica que está operando y desde luego también, ya no solamente en la producción del libro, sino también en el ámbito de su circulación posterior, en la recepción, la tendencia dominante es el franquiciamiento, de lo que se trata así es de que un libro acabe en serie de Netflix, acabe en películas.
Y el trauma como tema, funciona.
Funciona muy bien, es un gran elemento dramático. Por mi parte, tengo muchas ganas de comenzar a pedirle a mis editores que pongan como reclamo comercial «este libro nunca será una serie de Netflix», de modo que, si no lo lees, no te enterarás de qué trata. No habrá serie, mi vida no será una telenovela de varias temporadas. Desconfío mucho de ese tipo de textos, generalmente lo que esos textos señalan es que el lenguaje no constituye un escollo.
Claro, que sea inocuo. Se suele ponderar que los textos «hablen con verdad», ¿no? Esto es muy de los talleres literarios, no sé si has ido o si los has dictado.
Jamás di, naturalmente. No creo que sea posible enseñar a escribir, lo que es posible es enseñar a leer, que es una condición sine qua non para convertirse en escritor y desde luego también para ser un mejor ciudadano, el ámbito es más amplio y más fácil que ser un buen escritor o una buena escritora. Y fui alguna vez a curiosear cuando era muy jovencito, posiblemente estuviesen bien, pero yo no tenía paciencia. Y sobre esa especie de verdad de los textos, lo que hay es una proporción de escala uno a uno entre lo que sabemos del escritor o la escritora y lo que se nos cuenta de un autor o una autora que es además personaje. No soy especialmente moralista, no quiero serlo, no quiero juzgar las motivaciones por las que las personas hacen lo que hacen, pero es una tendencia que existe y supone formas de leer y de escribir muy distintas a las que a mí me interesan especialmente. Los escritores nos vemos obligados en la actualidad, en las redes sociales, como sabes… Mi relación con las redes es completamente unilateral, simplemente me dedico a hablar acerca de mi trabajo y eventualmente veo lo que está en la portada cuando una vez por día subo el contenido. Pero si prestas atención a mis redes sociales no encontrarás nunca desnudos míos, nunca te contaré nada que no tenga necesariamente que ver con mi trabajo o con las cosas que me interesan, que son los libros, la música, el teatro, las películas. Se trata de compartir entusiasmos, tal vez una cosa que vi en la calle, esa clase de cosas he compartido pero no construir una figura de autor de la manera en que aparentemente se debe construir en la actualidad, puesto que me parece que son los libros los que deben hablar por uno, si son buenos, si son más listos o menos tontos que quienes los escribimos, y esa es otra de las pocas razones que encuentro yo para escribir. Es mucho más fácil leer, si lo piensas, pero nuevamente, para mí no hay mucha diferencia entre escribir y leer y eso se manifiesta en mis textos allí donde tienen todos una especie de sombra literaria y permiten, eventualmente y si lo deseas, continuar tus exploraciones. Los libros tienen que ser habitados de manera que, en lo posible, el lector continúe viviendo en ellos tiempo después de que ha terminado de leerlos. Si los libros son buenos, nunca acabas de leerlos. Yo no he acabado de leer textos aunque los haya terminado de leer, he llegado a la última página y continúan viviendo en mí, continúo pensando en ellos.
Quedaste anidando allí.
Exacto, y a veces regreso a ellos como una fuente de inspiración, claro que nunca regreso, para terminar con el modo en que comenzamos. Soy distinto y son distintos los textos, aunque sean las mismas palabras y en el mismo orden y tal vez esto sea lo mejor que podemos pedirle a los libros y lo mejor que éstos pueden ofrecernos también: una experiencia sensible, importante, que una y otra vez es renovada y que nos renueva.
Vista la cantidad de chatarra que Argentina expele constantemente no tengo ningún interés en conocer su sociedad.
¿No te interesan los pequeños dramas que cuentan los otros escritores? ¿Y por qué supones que los tuyos sí van a interesar? Cómo todos los argentinos, tienes un ego que te sale por las orejas.
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