Cuando empecé a viajar de manera sistemática, hace ya casi diez años, el trayecto Valencia-Barcelona era muy distinto al actual. Todos los trenes pasaban por Cambrils, por Salou y por Tarragona ciudad, y desde allí continuaban por la costa hasta Barcelona, cruzando las montañas del macizo del Garraf y dando servicio a pueblos y ciudades como Vilanova i la Geltrú y Sitges. Poco después se terminó la llamada “variante de Vandellós”, un recorrido de más de sesenta kilómetros en los que las vías se alejan del mar y se meten en el interior de la provincia de Tarragona para acabar enlazando con las vías del Ave que vienen de Madrid. De esta manera se gana en tiempo, pero se pierde en paisaje. En lugar de los acantilados, los bosques, las montañas que caen abruptamente sobre el mar y obligan a construir túneles y puentes, en lugar de las largas playas de las llanuras de Tarragona, donde la vía del tren casi toca la orilla y desde sus ventanas se ve un paisaje simple pero magnífico: el mar y el cielo, azul sobre azul, y de tanto en tanto, el amarillo de la arena y el verde de los pinos, nos perdemos en la monotonía de los campos de secano y las áridas colinas con matorrales, de los pueblos modernos y anodinos y de los enormes polígonos industriales.
Vamos más rápido y llegamos antes a Barcelona. Pero si nuestro destino no es Barcelona sino Cambrils o Salou, o si queremos enlazar con otro tren en Tarragona, entonces el nuevo trazado no nos supone ninguna mejora sino todo lo contario: ahora lo tenemos mucho peor. Las nuevas estaciones están lejos de los pueblos, y si esto ya supone una molestia que antes no teníamos, la situación se complica mucho si tenemos que combinar varios viajes. Si queremos tomar el Regional para Lérida, por ejemplo, que es lo que hacía yo en el año 2018, en lugar de cambiar de tren en la misma estación, tenemos que bajar en la nueva estación de Tarragona, a más de diez kilómetros de la antigua estación, y por tanto tenemos que tomar un autobús (si lo hay) o un taxi de una estación a otra. Luego estaremos obligados a pasar varias horas en una sala de espera. Por supuesto que en el año 2017 también tenía que esperar un rato en la estación de Tarragona, pero los horarios eran buenos, llegaba a las dos de la tarde y a las tres de la tarde ya salía mi segundo tren del día. Si hoy quisiera hacer lo mismo me vendría muy justo enlazar un tren con otro, y perder el tren supondría quedarme tirado bastantes horas en la estación. Por curiosidad he comprobado los horarios actuales, lo que no sé es cómo será el tráfico en Tarragona, y casi prefiero no saberlo, porque estar en un atasco y comprender que vas a perder tu tren no es una experiencia agradable, y menos cuando ya llevas tres horas de viaje y aún te quedan dos horas de tren hasta Lérida. ¿La conclusión? Si tuviera que hacer ahora ese viaje me plantearía otras alternativas…
Pero esto sólo es un ejemplo. Y os voy a dar otro: al año siguiente me tocó trabajar una corta temporada en Cambrils. Mi hotel y mi lugar de trabajo estaban a unos diez minutos andando de la estación, que estaba situada en el centro del pueblo (y digo estaba porque ya no está: ha sido demolida). Los viernes, del trabajo me iba directamente a la estación. A los quince minutos pasaba un Talgo y podía volver a Valencia tranquilamente. No me hacía falta ni coche, ni taxi, ni autobús. ¿Cómo sería mi viaje hoy en día? Pues mucho peor, mucho más incómodo, mucho más caro, y paradójicamente mucho más largo, porque los horarios del trabajo y los horarios de los trenes no ajustarían tan bien, teniendo en cuenta que la nueva estación de Cambrils está lejos del pueblo, y llegar hasta allí no es nada fácil si no tienes coche propio.
Pese a todo, los habitantes de Cambrils, o de Salou, o de otros pueblos de la zona, no se pueden quejar demasiado, tienen la estación más lejos de sus casas, pero por lo menos por ella aún circulan trenes. Los habitantes de Huete, de Tarancón, de Camporrobles y de otros muchos lugares de Cuenca no pueden decir lo mismo: allí no cambiaron la vía, sino que directamente quitaron los trenes, todos los trenes. Ya no hay Regional entre Valencia a Madrid por Cuenca, y son muchos kilómetros de vía (y por tanto muchos pueblos que se han quedado sin servicio ferroviario). ¿Y qué solución les dan? Ir hasta Cuenca ciudad a coger el Ave. No hay otra posibilidad, al menos si quieres ir en tren. No sé si os gustan los mapas, pero el mapa de las estaciones de tren de Cuenca a fecha de hoy es uno de los mapas más aburridos y sosos que he visto en mi vida: un puntito negro en el centro de la provincia. Un solo puntito: la estación del Ave de Cuenca, nada más. Todo lo demás en blanco. ¿Y porqué quitaron el Regional? Porque nevó mucho. Sí, eso, simplemente porque nevó mucho. Aquí no se cayó ningún puente ni se hundió ningún túnel. La culpa fue de la nieve, que todo el mundo sabe que es muy dañina para las vías, porque es ácida y destroza los railes… ¡Qué no! ¡Qué es broma! La nieve al tren no le hace nada. Se derrite y desaparece. Quedan unos cuantos árboles caídos sobre la vía. Muchos árboles, si se quiere. Pero los árboles se quitan (si hay voluntad para quitarlos). El temporal Filomena hizo algunos destrozos, no vamos a negarlo. Pero en la historia del ferrocarril español la naturaleza enfurecida (con riadas, por ejemplo) ha destrozado muchas vías y muchas infraestructuras y si se ha querido se ha vuelto a restablecer el servicio poco tiempo después.
Perder el tren es mucho más que perder el tren, hay un factor económico, hay un factor social, pero también hay un factor psicológico. Los habitantes de los pueblos por los que pasaba el Regional de Cuenca salieron a manifestarse, no querían que les tomaran el pelo, pero pronto comprendieron que sus protestas no servían para nada, y eso es triste, porque eso es otra señal entre muchas señales, y al final el mensaje es siempre el mismo: “yo no importo, los que vivimos en estos pueblos no importamos”. Y eso es muy triste. Si alguien se molesta en hablar con ellos, en saber qué piensan realmente, encontrará una mezcla de resignación, de rabia y de pena. Como me dijo una vez un taxista de Utiel: “Mucho hablar de la España vacía y luego no hacen nada”. Y sí, no hacen nada, y cuando hacen es peor: quitar los pocos servicios públicos que les quedan.
Y lo mismo les ha pasado a los habitantes de Cieza y Calasparra en Murcia. Allí no han eliminado la línea, pero han construido una nueva variante que se aleja de estos pueblos. Con eso se ha reducido el tiempo de viaje entre Murcia y Madrid, pero a costa de dejar a dos pueblos grandes sin estación, y recalco lo de pueblos “grandes”, porque quiero que quede claro que eran estaciones con bastante tráfico de pasajeros, no simples apeaderos en los que algunos días no subía nadie.
Estos son sólo algunos ejemplos. Se mejora el viaje entre las grandes ciudades, pero se olvidan los pueblos que hay entre ellas. Se pierde paisaje, entre Calasparra y Hellín, por volver al ejemplo anterior, el tren se mete entre las montañas, la zona es tan interesante que la antigua vía se quiere explotar con fines turísticos (y me parece bien, no sólo porque eso implica que se mantendrán los railes, sino porque el turismo traerá ingresos a la zona). Pero peor que perder el paisaje (la nueva variante tiene un largo túnel, las montañas se cruzan rápido pero no se ve nada), es perder un medio de transporte como el tren, con lo que condenan a los antiguos pasajeros a tener que usar otros medios, que irremediablemente acaba siendo necesariamente el coche. Cuando viajas mucho por este país te das cuenta que, aunque quieras coger un trasporte público, y aquí incluyo el autobús, muchas veces los servicios son tan malos que el mejor modo de desplazarte es el coche. A no ser, naturalmente, que tu destino sea una gran ciudad, porque entonces tienes trenes rápidos y cómodos. Incluso tienes la posibilidad de elegir entre distintas empresas, cosa que no ocurre si te alejas mínimamente de las rutas principales. Si tu destino no es Sevilla sino Linares, por poner otro ejemplo, te encontraras con estaciones en plena decadencia, con taquillas clausuradas, con las antiguas cantinas cerradas, con unos servicios en estado lamentable (cuando están abiertos), con muchas vías para los pocos trenes que aún se detienen en ellas. Y eso en el mejor de los casos, porque en el peor de los casos sencillamente te quedas sin tren. Te quedas con un andén vacío, con un edificio fantasma. Y nada más… Fin de una época. Fin del pasado ferroviario. Fin del futuro ferroviario.
Cuando escribo este artículo, los trenes que van de Madrid a Asturias empiezan a cruzar el largo túnel que sustituye la subida al puerto de Pajares. Es una maravilla de la ingeniería, por supuesto, y un gran adelanto para las comunicaciones con una región antiguamente cerrada por las altas montañas de la Cordillera Cantábrica. Sí, desde luego, no lo niego. Pero tiene un problema… Al menos para mí… dentro del túnel no ves el paisaje… Y ese paisaje que hay ahí fuera, en las montañas, es fantástico. Naturalmente yo no cruzo estas montañas todas las semanas, no sufro los problemas que producen las nevadas del invierno, que pueden obligar a cortar la circulación, no me desespero al ver lo lento que avanza mi tren. Yo disfruto del viaje y como lo hago por placer, no me importa llegar un poco más tarde a Oviedo o a Gijón, si a cambio tengo estas vistas tan increíbles al otro lado de la ventana. Pero eso no quiere decir que no entienda a los pasajeros, que no entienda que mientras yo miro encantado el paisaje, otros pasajeros ni levantan la vista de su ordenador. Eso no quiere decir que no entienda que una hora menos de viaje es una mejora muy importante, y que eso puede hacer que personas que iban en avión se planteen ir en tren, o que los que iban en coche lo cambien por el tren. Sí, eso está muy bien, desde luego. Y está mejor aún que se decida mantener la antigua vía abierta al tráfico, porque allí hay pueblos, porque en esos pueblos vive gente, porque esa gente antes tenía un tren y tienen derecho a tener un tren, aunque sea un Regional lento y viejo, que pese a todo les sirve para ir a las ciudades cercanas, a los otros pueblos, que les sirve en su vida diaria. No todo el mundo necesita coger el Ave. Un habitante de La Robla, por mencionar una de las estaciones que han perdido trenes con el cambio de vía, ha dejado de ver pasar los Alvia, pero por lo menos aún puede subir al Regional. O al menos a día de hoy. Sé que el futuro de la “Rampa de Pajares” está muy amenazado. En realidad hay muchas zonas así, con muy pocos trenes, con un futuro muy negro, y me gustaría ser, pese a todo, optimista, me gustaría pensar que estaciones como la de La puebla de Sanabria (que desde que se completó la vía del Ave ya no alberga más que un tren al día, el Regional a Valladolid que duerme en su andén), o como la ya citada estación de La Robla (antiguamente muy importante, porque desde allí salía otro gran ferrocarril, el de vía estrecha hacía Bilbao) no se van a quedar abandonadas en la vía muerta de la historia. En este país nos encanta llegar pronto a los sitios, y nos encantan los cambios y las novedades, pero no debemos hacerlo a cualquier precio.
A ver si entendemos para lo que vale cada cosa; cuando se construye un ferrocarril o una carretera, tanto ahora como en el siglo XIX, sirve para ir del punto A al punto B de la forma más rápida posible y, si se puede, unir puntos intermedios importantes. Lo que aparece en este artículo también se podía escribir sobre la autopista del Huerna o la A-6 que entre Villafranca del Bierzo (León) y Baralla (Lugo) tiene de media cada 500 metros un tunel o un viaducto. Pero tanto en el tren del artículo, como en las autopistas mencionadas, lo importante no puede ser el paisaje (si hay alguno bonito, mejor que mejor) sino alcanzar la mayor velocidad para ir de un punto a otro con la mayor seguridad. Este artículo sería similar a criticar el Guggenheim bilbaíno porque usa el titanio en su recubrimiento en vez del granito de una cantera cercana a Bilbao.
Pues nada, fuera puntos intermedios… Así más rápido.
¿Usted nunca ha viajado por placer de hacerlo?¿Nunca se ha sorprendido/alegrado/reconfortado viajando del paisaje en el tren?¿No ha perdido la vista contemplando a su alrededor? ¿Ni cuando fue niño? Son las cosas que cree inútiles las que merecen realmente la pena.
¿Qué el Guggenheim usa titanio en su recubrimiento? Pues no me había enterado, pero me parece fatal…
Bueno, en serio. Muchas gracias por leerme, eso ante todo. Y luego pues hombre, sí, claro, por supuesto que el paisaje no es importante, pero si a mí me dan a elegir entre pasar por el nuevo Túnel de San Gotardo (que, por cierto, no se si lo han abierto ya después del accidente) o por el viejo Túnel, que es más corto y hace que el tren se meta más en los Alpes y no los cruce enteros por debajo, pues yo prefiero sin pensarlo en viejo túnel, aunque el tren tarde más. Pero sí, lo mío es adicción grave a los ferrocarriles y espero que esto pueda servir como atenuante. Por lo demás es tu opinión y me parece muy bien. Y yo mismo lo digo en el artículo, entiendo muy buen a los que tienen prisa por llegar…
Un saludo.
Pues nada, fuera puntos intermedios… Así más rápido.
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