Saturnales: cuentos del solsticio de invierno
Es lógico que los romanos celebrasen esta fiesta, justo en las mismas fechas que los pueblos escandinavos y germanos venían celebrando la festividad de Yule. Porque todas tienen en común un hecho astronómico: el solsticio de invierno. Lo aprovechaban para celebrar el cambio de ciclo agrícola. Los celtas y los vikingos lo festejaban poniendo un árbol en la casa en honor a Yggdrasil, el gran árbol de la vida. Después lo quemaban, además de sacrificar una cabra. El día 25 celebraban el nacimiento de su dios Frey, encarnación del sol naciente. Los romanos hacían un sacrificio de muchas reses en honor a Saturno, dios de la agricultura, las cosechas, los acontecimientos sobrenaturales (Saturno era su dios más importante, antes de Júpiter), y la fiesta duraba varios días, en los que decoraban las casas con plantas, se entregaban regalos y esperaban el natali solis invictus el día 25 de diciembre, en honor al nacimiento de Apolo, por ser la noche más larga del año, a partir de la cual las duración de esta iría haciéndose cada vez más corta. En época anterior se celebraba, también en esta fecha, el nacimiento de Mitra, encarnación de la luz, y lo mismo se sucedía en otras culturas tan lejanas en la distancia como la maya o la inca.
Los padres de la iglesia cristiana vieron ideal esta fecha para colocar en ella el nacimiento de Jesucristo, para venderlo mejor en las colonias y porque era una fecha bien bonita, suponemos. Cuando este sistema de creencias pagano fue sustituido por el cristianismo, no se borró todo. Fueron aprovechados muchos elementos del anterior: el árbol de Yule siguió y sigue presidiendo las casas y las plazas públicas de medio mundo. Qué mejor que servirse de la llegada a la tierra del astro rey en todo su esplendor (un acontecimiento astronómico), para hacerlo coincidir con el nacimiento de Cristo. Y lo de darse regalos las familias y amigos, ha pasado de la costumbre romana a convertirse en el sentido de la verdadera religión.
Pero los adustos padres de la Reforma vieron en esta maniobra la acción del diablo, porque a qué religioso de la iglesia cristiana se le habría ocurrido hacer coincidir unas fechas paganas con la del nacimiento de Cristo Nuestro Señor. ¡Anatema! Pues durante un cuarto de siglo, la Navidad estuvo prohibida en Inglaterra por el mismísimo Oliver Cromwell, (a partir de 1647) y en algunas zonas de Alemania, con el consiguiente revuelo y casi media rebelión popular. La misa quedó prohibida, se confiscaban los adornos aunque no consiguieron borrar la tradición familiar.
Al mismo tiempo, estos pueblos del norte tenían su bestiario particular para asustarse en Yule. (También lo tenemos en España, no vayan a creerse). Para empezar, los islandeses llevan desde edades muy antiguas con los relatos del Gato de Yule, un animal fantástico, de hechuras gigantes, que vigilaba a la gente y se los comía si no recibías ropa nueva. Esta amenaza de ser comido por el Gato Yule era un pretexto usado como incentivo por los granjeros antiguamente, para que los trabajadores terminaran de procesar la leña de otoño antes de Navidad. Mientras que los jornaleros trabajadores eran obsequiados con ropa a estrenar, los haraganes eran cazados por este gigantesco y diabólico felino. Aunque algunas tradiciones aludían a que este gato únicamente se llevaba los alimentos, la percepción de que devoraba a las personas partió en parte del poeta Jóhannes úr Kötlum y su poema Jólakötturinn (El Gato de Yule).
Tienen los islandeses más figuras fantásticas: Los trece jólasveinarnir o los trece Santas de Islandia, que equivaldrían a los mozos de la Navidad, típicos del folklore islandés, también conocidos como los Yule Lads. Hacen las veces de Papá Noel dejando regalos a cada niño según su comportamiento. Bueno, pueden dejar juguetes o por el contrario, llenar los calcetines de aquellos niños con patatas podridas. Algunas descripciones los describen como monstruos que se zampan a los niños que han sido traviesos a lo largo del año.
Grýla es otro ser en torno a la Navidad que pone los pelos de punta, además de ser una de las figuras mitológicas más antiguas de la mitología islandesa. Este ser sobrenatural oculto en las montañas de Islandia coge el saco en las fechas navideñas y baja a los pueblos para cazar a los niños que no se han portado bien. La leyenda de Grýla aparece ya en obras medievales antiguas, concretamente en la Saga Íslendinga y en la Saga de Sverre, cuya primera parte se titula Grýla, del siglo XIII. Los poemas y las canciones nórdicas, así como los relatos orales, obras de teatro y producciones culturales de Islandia están repletas de la presencia de esta aterradora criatura.
La famosa cabra de la festividad de Yule, que era sacrificada, adquiría unos tintes terroríficos cuando se encarnaba en el Krampus, la bestia famosa en Austria desde épocas medievales, una especie de elfo del lado oscuro, que secuestraba a los niños si se habían portado mal, al contrario de lo que hacía san Nicolás. Esta criatura del folclore de los países alpinos que, al contrario que Papá Noel, castiga a los niños el 5 de diciembre, en la República Checa, Austria, Hungría, Alemania, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia o el norte de Italia, incluso Turquía. Los jóvenes se disfrazaban de este demonio de la mitología nórdica y desfilaban por las calles. De hecho, esas tétricas cabalgatas se siguen celebrando actualmente en algunos países europeos.
Existen muchas figuras mágicas, paganas, en torno a las fechas de la Navidad. Estas son algunas:
La Perchta. Deidad pagana de los Alpes alemanes y eslovenos. Tiene múltiples nombres, y puede aparecer como una joven bella vestida de blanco, o como una anciana muy arrugada y de aspecto temible. Se suele materializar en el periodo entre Navidad y Epifanía, o lo que era lo mismo, los doce días de Navidad (antes, la Cacería Salvaje). Según dicen las leyendas, ella merodeaba por las casas y sabía si los niños se habían portado bien o mal, y dejaba una moneda en un zapato o bien se los merendaba, según fuera la cuestión.
Belsnickel. Uno de los acompañantes de Santa Claus, pero un acompañante, digamos, «malo». Aparece cubierto de pieles o de ropas, y van con una vara de avellano, o con un palo, para dar a los críos y «encantarlos» con ellos mientras les regalan caramelos. Se lo conoce por varios nombres, como padre Fouettard en Francia (padre Látigo).
Ded Moroz. Vamos a Rusia. En los tiempos precristianos, era una fuerza de la naturaleza, que aparecía vestido como un abuelo, con una barba larga y un cayado (Posoh) con el que toca en el paisaje, y causa grandes heladas. Va acompañado de su nieta, Snegúrochka o Doncella de la Nieve.
Jack Frost es el Ded Moroz de los países nórdicos y anglosajones. Un elfo sin ninguna apariencia, que es el causante de la escarcha, las heladas, el frío y el invierno en general. A partir del siglo XIX, se lo fue personificando en la literatura, y ya en el siglo XX, pasó al cine.
La Befana. Palabra que deriva de epifanía, es una especie de bruja que va por todas las casas de Italia repartiendo regalos. Hay algunas teorías que la vinculan con figuras precristianas, como la de Jano, y tradiciones agrarias que la unen al comienzo del año. Incluso algunos creen que deriva de la germana Perchta.
Tió de Nadal. Muy popular en Cataluña y Aragón. El tronco de Navidad tiene origen precristiano, se escogía uno como ofrenda a los antepasados, y el 25 se quemaba. En la actualidad, se toma uno y se esconden los regalos en su interior, poniéndole una manta, decorando un lado con una cara sonriente y una barretina. De ahí la expresión «Cagatió».
El Olentzero. Figura mitológica vasca, de las épocas precristianas, que simbolizaba el ciclo del invierno y las cosechas. Carbonero mitológico, como un gigante, cuya imagen era quemada hacia el día de nochevieja, símbolo del año viejo. Con la cristianización de los territorios, se convirtió en una figura parecida a Santa Claus, que reparte regalos a los niños.
Cuentos anglosajones embrujados en Navidad
La Navidad, en Inglaterra y Estados Unidos, volvió a celebrarse en las iglesias, pero ya era una fiesta que vivía sus peores momentos, al menos hasta 1843, cuando se publicó «Un cuento de Navidad», de Charles Dickens. Este cuento, su innegable éxito comercial y la propia tradición animaron a muchos otros autores a escribir cuentos terroríficos basados o para ser contados en Navidad. Ese texto sirvió de revulsivo para estas fiestas, para volver a lanzarlas con todo el boato que habían perdido. La antigua tradición de reunirse toda la familia alrededor de la lumbre para contarse, en las larguísimas tardes-noches de invierno, relatos de terror navideño, volvió con fuerza. Había sido una práctica tradicional en aquella geografía, sobre todo en el mundo rural. Cuando Inglaterra se hizo urbana, la costumbre se dejó, como decimos, un tanto de lado. Pero ya había algunos precedentes anteriores a Dickens. El escritor Christopher Marlowe en su obra El judío de Malta, de 1590, ya hablaba de la costumbre hecha en el invierno: «Ahora recuerdo las palabras de esas ancianas, que en mi abundancia me contaban cuentos de invierno, y hablaban de espíritus y fantasmas por la noche». Y el propio William Shakespeare firmó un romance pastoral (bueno, con su tragedia al principio) con ese nombre: un cuento de invierno (A Winter’s Tale), que nada tiene que ver en contenido, pero el título está ahí. Estos cuentos tuvieron su apogeo a mitad del siglo XIX, en la época victoriana. Autores como Dickens y, antes, Washington Irving, (sus cuentos recopilados en el volumen Las viejas Navidades, donde recogía varios relatos del pasado sobre estas fechas, entre ellos algunos de fantasmas) ayudaron a crear un concepto más hogareño de la Navidad, alejado de la fiesta colectiva en los campos y confiriéndole ese aire de armonía familiar a la Navidad contemporánea, por mucho miedo que den. Además, en 1823, se publicó por primera vez una recopilación de villancicos, por el escritor Davies Gilbert, y diez años después, el ilustrador John Calcott Horsley publicó la primera tarjeta de felicitación navideña. Y como guinda del pastel, nunca mejor dicho, al año siguiente, surgieron los crackers navideños de la mano del cocinero Tom Smith. Todas estas cosas dieron lugar a la navidad británica tal y como la conocemos, fomentada además por la Familia Real, con Victoria y Alberto, que eran superfans de estas fiestas.
La gran mayoría de los autores de ese periodo victoriano —segunda mitad del siglo XIX, hasta entrado el XX, época eduardiana— Bram Stoker, Harriet Beecher Stowe, Ambrose Bierce, Rhoda Broughton, William Hope Hodgson, Fitz-James O’Brien, Ralph Adams Cram, W. C. Morrow, B. M. Croker, Bernard Capes, Daphne Froome, David G. Rowlands, E. G. Swain, Elia W. Peattie, Elinor Glyn, George H. Bushnell, Grant Allen, Herbert Russell Wakefield, Hugh Walpole, J. B. Priestley, John Kendrick Bangs, L. P. Hartley, Marjorie Bowen, Mark Lemon, etc., cultivaron entre sus obras algunos relatos de miedo situados en Navidad, creados expresamente para leer en esas fechas. Y autores de todo tipo, no solamente de género fantástico.
«La historia nos había sobrecogido. Reunidos en torno al fuego, la habíamos escuchado con el corazón en un puño, y, cuando terminó, alguno de los presentes hizo la observación (un tanto obvia, por cierto) de que era una historia horripilante, como deben serlo los cuentos que se cuentan en Nochebuena en una vieja mansión». Así comienza el prólogo de «Otra vuelta de tuerca» (1898), del gran escritor Henry James (1843-1916), nacido en Nueva York, pero nacionalizado británico, autor de una lista imponente de libros (entre los que hay varios de fantasmas), una historia que es por sí ya espeluznante, y tiene en su comienzo, esto es, un relato tremebundo para ser contado en Navidad. Recomendamos, por si alguien no lo conoce a estas alturas, la lectura de esta obra maestra de fantasmas y suspense psicológico.
En la próxima entrega comentaremos las obras de algunos de los autores y autoras que escribieron cuentos victorianos de miedo para Navidad.
(Continuará)
Muy interesante y muy inspirador viniendo las fechas que vienen. Tomaré nota. Gracias.
David Mcnally en su libro sobre los monstruos en el capitalismo global (2012) relacionaba la proliferación de rumores, de historias de vampiros, de brujería y monstruos en distintas partes del mundo a como se simbolizaba el miedo en una realidad poblada de deuda externa, nuevos ricos, bancos mundiales y leyes represivas en «una masa creciente de pobres a quienes se ha arrebatado tanto la subsistencia. como la de una idea de economía moral». Teniendo en cuenta que el capitalismo industrial surgió en Inglaterra y que Dickens lo sufrió en su niñez en la cárcel también veo una vinculación.
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