Lo primero que hace Thomas Teal al poner los pies en Klovharu es preguntar dónde está el baño. Es una pregunta razonable. Va a quedarse unos días allí y el islote, por más que sea un islote, cuenta con toda clase de comodidades. Eso le habían dicho. ¿Se lo habían dicho o lo habría dado él por sentado? Da igual: el caso es que Tove Jansson pasa todo el verano en aquel lugar. Lleva años haciéndolo. Y a la cabaña en la que vive no le falta detalle: tiene chimenea, cocina completa y hasta despensa. La ha diseñado la cuñada de Tove, Raili Pietilä. Raili Pietilä, nada menos. Ella y su marido diseñaron el Mäntyniemi, el palacio residencial de los primeros ministros de Finlandia. ¿Cómo no va a tener baño aquella cabaña, por Dios, si tiene hasta sauna?
Tove conduce a Thomas hasta el otro extremo de la isla (que no es decir mucho: debieron tardar medio minuto en llegar) y le enseña un poste de madera clavado en el borde mismo del precipicio. Aquello es el baño. Se baja uno los pantalones, se acuclilla agarrado al poste y asoma el culo hacia el vacío. Para hacérselo más fácil a su huésped, Tove ha tenido la gentileza de instalar un pequeño lujo: una cuerda. Thomas puede atarse con ella al poste si quiere, aunque ella insiste en que no es preciso. Para no despeñarse, dice, basta con no soltarse. Él cree que es una broma. Tove tiene rarezas. La mayor de todas, irse a vivir a un islote en mitad del Báltico. Cuando ve que no es el caso, entonces piensa que será una prueba, un rito de paso, algo por lo que se hace pasar a los extranjeros en aquella zona del país. Tampoco. Al final, Thomas se rinde ante la evidencia: allí se hace caca así, punto final. Años después dirá que lo peor no era el peligro que entrañaba la acrobacia, sino que había que ejecutarla a la vista de cualquiera. Klovharu está en el golfo de Finlandia. El trasiego de barcos es importante. Al norte está Helsinki; al sur, Tallin, y al este, San Petersburgo. «Eras visible en siete u ocho kilómetros en cada dirección. Es lo último que quieres cuando estás haciendo precisamente eso».
Cuando los historietistas dibujan islas desiertas con su náufrago, dibujan algo muy parecido a Klovharu. De hecho, dibujan algo más vistoso, porque le suelen poner una playita de arena y una palmera cocotera. En Klovharu no hay nada de eso. Klovharu es un peñón de granito en mitad del Báltico. No tiene árboles, apenas tiene vegetación y solo alcanza unos cuantos metros de altura sobre el mar. Sobre el papel, tiene una superficie de una hectárea, pero solamente sobre el papel: una parte importante de la isla está anegada por un pequeño lago salado, o charca, como prefiera uno llamarlo, y otra desaparece con la marea alta. Por lo demás, es una isla sumamente corriente en esta zona del planeta. Finlandia es el tercer país del mundo en número de islas (170 000) y los dos primeros son Noruega (240 000) y Suecia (220 000). La inmensa mayoría son como Klovharu: yermas, diminutas, impracticables e inhabitables.
Por aquel entonces, año setenta y muchos, Tove Jansson ya es quien es: la escritora más famosa de Finlandia. Lo es gracias a los Mumin, unas entrañables criaturas antropomorfas parecidas a hipopótamos blancos. Escribió el primer libro sobre ellos en lo peor de la Segunda Guerra Mundial y lo publicó en 1945, sin esperar siquiera a que acabase la contienda. Desde entonces ha publicado un sinfín de volúmenes más, entre novelas ilustradas, libros de cuentos y tebeos. Hay incluso adaptaciones de teatro y hasta un libreto para ópera. Con el tiempo, también se harán varias películas y series de televisión de dibujos animados, de marionetas, de stop motion y de animación 3D. Los Mumin son, con diferencia, el mayor boom editorial de la historia de Finlandia.
Tove no reniega de sus criaturas, pero ya no escribe sobre ellas. En el anteúltimo libro de la serie, la familia Mumin abandona al resto de personajes y se va a vivir a una isla desierta en el golfo de Finlandia. Lo publicó en 1965, poco después de que ella misma se fuera a vivir a una isla desierta en el golfo de Finlandia. En el último libro, los Mumin ya ni siquiera aparecen: lo protagonizan esos otros personajes y va sobre el propio hecho de que los Mumin no regresarán jamás. A buen entendedor, pocas palabras bastan.
Tove ahora escribe novelas para adultos. Ya lleva dos: Sommarboken (El libro del verano) y Solstaden (La ciudad del sol). También ha publicado Lyssnerskan (El oyente), una colección de cuentos. Ha tenido cierto éxito, especialmente entre los lectores angloparlantes. Su prosa es ágil, directa, frugal, muy al estilo americano. Ahora le tienta la idea de escribir sobre su isla. Mejor dicho: le tienta la idea de publicar lo que ya escribe sobre ella en su diario. En el mundillo editorial, varias personas la animan a que lo haga. Que extracte algunos pasajes, le dicen, y lo publique en forma de diario literario. Ella no las tiene todas consigo. Algunos escritores, los más vanidosos, piensan que todo cuanto escriben, hasta sus bosquejos y anotaciones, es literatura publicable. Tove Jansson no es esa clase de escritora. ¿Es, acaso, una escritora de verdad? Ella misma titubea. Se ve a sí misma como pintora e ilustradora. A lo sumo, como autora de tiras cómicas. Es lo que le dio de comer durante la primera mitad de su vida. Es lo que la hizo rica y famosa. Llegó a dibujar seis a la semana durante más de siete años. Además, ¿cómo va a interesarle a nadie lo que ocurre en aquel lugar, lo que ocurre de verdad? En Finlandia se dice que la autora de los Mumin veranea en una isla privada en la que vive a todo tren y organiza fiestas para celebridades y artistas. Se dice también lo contrario: que la fama la ha trastocado, que lleva una vida de ermitaña y que recibe a los visitantes a pedradas. Algunos creen que lo suyo es un empecinamiento de tipo filosófico al estilo de Cosimo Piovasco, el protagonista de El barón rampante. Todas las versiones de la historia darían para un libro estupendo: el problema es que no son ciertas.
La visita de Thomas Teal tiene que ver con ello. Es traductor de sueco a inglés. Tove pertenece a la minoría finlandssvenskar, el cinco por ciento de finlandeses cuya lengua materna es el sueco. Se conocieron hace unos años, cuando él vivía en Helsinki. Thomas tradujo Sommarboken y Solstaden. Son amigos. Se entienden. Tove confía en su opinión de las cosas. Quiere que le diga si sus diarios, o acaso los pasajes sobre la isla, tienen algún valor literario. Quiere saber si la propia isla lo tiene. Quienes la tratan de cerca y conocen la vida que lleva allí le suelen hacer la misma pregunta: si no se muere del asco en aquel lugar. Saben que lo de Tove no es veranear, como dicen las habladurías. Tove pasa allí tanto tiempo como puede, que no es igual. En el golfo de Finlandia el mar se congela de diciembre a febrero y las temperaturas hacen la isla inhabitable durante unos cuantos meses más. Tove llega a finales de mayo y aguanta hasta mediados de octubre. Saben también que sufre robos con frecuencia. Klovharu no es suya. Ni siquiera es una propiedad. No puede comprarse o alquilarse: en el catastro cuenta como terreno inhabitable. Ella llegó, puso una cabaña y punto. Ah, la cabaña, esa es otra: ni siquiera duerme en ella. La usa para cocinar, para escribir y para pintar, pero el viento hace vibrar el tejado de chapa y el ruido no le deja conciliar el sueño. Tove duerme en una tienda de campaña. De hecho, buena parte del día lo pasa acometiendo tareas propias de una acampada. Para comer, pesca; para calentarse, recoge madera a la deriva. Solo tiene un pequeño lujo, una nevera de propano, y la ha instalado para poder conservar la comida del gato. Eso y una sauna, si es que tener una sauna en un clima así cuenta como lujo.
Anteckningar från en ö (Notas desde una isla) aparece publicado en 1996. Es un libro que combina extractos de sus diarios, pasajes originales y veintiséis ilustraciones de Klovharu. Para sorpresa de muchos lectores, la palabra que más se repite en él no es mar ni isla: es Tooti. Así llamaba Tove Jansson a Tuulikki Pietilä, una conocida artista gráfica finlandesa. Sorpresa: Klovharu tiene dos habitantes. Tove y ella se conocieron siendo chavalas, cuando las dos cursaban estudios de arte, y se reencontraron en una fiesta de Navidad en el año 1955, ya con cerca de cuarenta años. Luego pasaron juntas el resto de sus vidas. En 1964, cuando se fueron a su isla remota, la homosexualidad era ilegal en Finlandia. Te podían caer dos años de cárcel. Fue despenalizada años después, en la década de los setenta, y solo entonces fue factible que Tove publicase un libro contando cómo era su vida en Klovharu de verdad. No lo hizo. No por miedo al qué dirán, Dios me libre: Tove temía al código penal, como cualquiera en sus cabales, pero no echaba muchas cuentas a lo que pensasen los demás. Sus razones fueron literarias. Para entonces, Tove intuía que ella y Tuulikki no acabarían sus días en Klovharu. Estaban envejeciendo. Sobre todo ella. El libro, pensó, tenía planteamiento y nudo, pero no desenlace. Y como iba sobre la vida misma, tendría que esperar a que el desenlace tuviera lugar por sí solo.
Durante el verano de 1992 Tove presiente que aquel será su último año en Klovharu. Le cuesta tirar de las redes, dice. Le cuesta subir al tejado para limpiar la chimenea. Tiene setenta y ocho años. Tuulikki tiene que construir algunos peldaños e instalar agarraderas aquí y allá para facilitar a Tove el vete y ven que requiere la vida en la isla. Una tormenta hunde a Victoria, la lancha que nombraron así porque las dos tenían un abuelo llamado Viktor. ¿La habrían dejado mal amarrada por primera vez en veintiséis veranos? Logran reflotarla, pero la cosa deja una marca en Tove. Llega a empezar un libro titulado así: Razones para no vivir en una isla. Tuulikki la reprende, le dice que está teniendo una rabieta. Tove sigue su consejo, como hace siempre, y retoma su libro original, en el que acaba escribiendo esto:
En aquel último verano pasó algo imperdonable: empecé a tenerle miedo al mar. Las grandes olas ya no eran sinónimo de aventura, solo de ansiedad y preocupación por nuestro barco y por todos los barcos en aguas abiertas con mala mar. No era justo. Incluso en las pesadillas, el mar siempre ha sido mi salvación. El peligro me persigue, pero me zambullo y nado lejos y estoy a salvo y ya no vuelvo. Este miedo era una traición: la mía propia.
Tove y Tuulikki se van de Klovharu al final de aquel verano. En diciembre, Tove es invitada al palacio presidencial con ocasión de la recepción oficial que conmemora el Día de la Independencia. Tuulikki es su acompañante. En Finlandia todavía se recuerda aquello como un hito: fue la primera vez que una pareja del mismo sexo acudió invitada a un acto gubernamental. Poco después publican el libro, que aparece firmado por ambas. Tove el texto, Tuulikki las ilustraciones. Luego renuncian al uso de Klovharu, que la ley les reserva por antigüedad, y ceden la cabaña a una asociación conservacionista del archipiélago de Pellinge, del que forma parte el islote. No regresan jamás. Los parientes de Tove y los exégetas de su obra coinciden en señalar que tampoco les gustaba hablar de ella. Desde luego, no con los demás.
Anteckningar från en ö no está en castellano, pero se publica en inglés en 2021 con el título de Notes from an Island. El traductor es Thomas Teal. Es un libro magnífico. Es un libro que no ha escrito nadie hasta Tove Jansson por la razón, bien sencilla, de que nadie se ha exiliado en un islote veintiséis años y luego ha escrito sobre ello. Melancolía, poca. Pena verdadera, ninguna. En lugar de eso hay color y luminosidad, como en casi todo lo que escribe y pinta Tove Jansson, y un regusto a verdad que rara vez se encuentra en la literatura sobre faros, islas desiertas y emplazamientos remotos. Quizá su mayor valor sea el contar qué batallas se deben librar en un lugar como aquel y las recetas de Tove para ganarlas. Cómo sobrellevar el silencio, por ejemplo. Cómo lidiar con la amplificación de los acontecimientos intrascendentes. Cómo ocupar las manos para garantizar la supervivencia de la mente. Cómo mantener vivo el amor. Cómo irse a un islote yermo en mitad del Báltico y conservar las ganas de vivir en él durante veintiséis años seguidos. Cómo naufragar, en suma, y no querer regresar.
El Palacio de Mäntyniemi es la residencial del Presidente de la República de Finlandia.