27 de febrero de 1863. Calle de las Mantas, 8 de Valencia. Nace Joaquín Sorolla Bastilla cuando son las cinco de la madrugada en el seno de una familia sencilla que regenta un comercio textil en el barrio del Mercat, en pleno centro histórico junto al Mercado Central.
Él todavía no lo sabe, le espera un futuro prometedor, pero antes pasa por una infancia no siempre bienaventurada: cuando cumple dos años sus padres mueren de cólera y queda huérfano, pasando a vivir con sus tíos, de profesión cerrajeros. Un oficio que trataron de inculcar en Sorolla sin éxito, pues su instinto y su interés viraban siempre hacia los lápices y los pinceles.
Dada la clara vocación que sentía por la pintura, en 1875 le matriculan en la Escuela de Artesanos de Valencia y aprende de la mano del escultor Capuz. Tres años después ingresa en la Escuela de Bellas Artes de Valencia.
En este tiempo trabaja en la cerrajería de su tío y asiste al fotógrafo Antonio García Peris, de quien aprendió las técnicas fotográficas que tanto vemos en sus lienzos y que, posteriormente será su suegro y padre de su esposa.
El destino, que no comenzó siendo benevolente con el pintor de la luz, fue a tornarse más prometedor cuando en 1884 en la Exposición Nacional Sorolla gana una medalla por su obra El Dos de Mayo. Apoyado en este premio, concursa para obtener una beca que ofrecía la Diputación de Valencia para estudiar en Roma y la consigue. Allí, además del aprendizaje, entabla contacto y relación con otros artistas, pintores e intelectuales.
Este fue uno de los momentos clave en su carrera profesional, como clave fue su matrimonio en 1889 con Clotilde García, el amor de su vida, su inspiración y su confidente, tal y como lo atestiguan las múltiples cartas que se escribió con ella durante las ausencias y los viajes que Sorolla tuvo que hacer por cuestiones profesionales.
En 1900 recibe el Grand Prix por Triste herencia en la Exposición Universal de París, hecho que consolidó y proyectó su reputación como pintor dentro y fuera de Europa. Comienza su etapa madura.
Si su paso por Roma le llevó a conocer el arte clásico y el renacimiento, sus estancias en París le descubrieron el impresionismo y el iluminismo con los que desarrolló las piezas más reconocidas en su etapa más madura, de la que dejó una prolífica producción, que se calcula la componen unas dos mi doscientas obras.
Instalado desde 1899 con Clotilde en Madrid, se dice que «todo el mundo quiere tener un cuadro de Sorolla». Comienza a recibir encargos de la nobleza y burguesía de la ciudad y pasa a ser el pintor de la Familia Real Española, realizando retratos a Alfonso XIII, a la reina Victoria Eugenia, así como retratos de toda la familia en lienzos de gran formato.
Por sus cartas sabemos que algunos de estos cuadros le llevaron más tiempo del deseado, muchas veces por cuestiones de agenda de los retratados, como era el caso de la reina Victoria Eugenia, a quien pudo pintar en una sesión tras casi dos años de espera a que tuviera disponibilidad.
Otros célebres retratados fueron Ramón y Cajal, Pérez Galdós o Machado, con quienes tuvo contacto más o menos estrecho.
Amigos, mentores y coetáneos de su tiempo fueron artistas y autores como los hermanos Benlliure, Ignacio Pinazo Camarlench, Vicente Blasco Ibáñez, Aureliano Beruete y Moret, José Jiménez Aranda, todos ellos relevantes en su vida, bien en sus inicios como alumno, bien en momentos clave como antes y después de sus estancias en Roma o París.
Su casa, su museo
En 1905 comienza un proyecto relevante para él y su familia, la compra de un solar en la calle General Martínez Campos de Madrid, en el que construirá su casa y su estudio. A este primer terreno le suma, posteriormente, otro solar en el que se ubicarán los jardines de su casa, unos jardines que retratará de forma reiterada con suma delicadeza y armonía.
Esta casa será fundamental en el legado del pintor, ya que su viuda, Clotilde García del Castillo, dejará por escrito en su testamento la donación de todos sus bienes al Estado español, incluyendo la vivienda familiar, con el fin de crear un museo en memoria de su marido. Lugar que, con los años, fue reconvertido en el actual Museo Sorolla.
Sorolla inaugura su nuevo hogar y estudio en 1911 tras haber pasado por múltiples estudios como el que tuvo en el barrio de El Cabañal de Valencia en sus inicios, o los que tuvo en la plaza El Progreso o la calle de Miguel Ángel de Madrid. En este momento es evidente la bonanza económica de la familia.
En 1906 expone de forma individual en la galería Georges Petit de París, donde se exhiben cuatrocientas cincuenta piezas, siendo un auténtico éxito que le abre las puertas a exponer en Berlín, Dusseldorf, Colonia, Londres, Nueva York, Boston, Chicago y San Luis entre 1907 y 1911.
La conquista de América
Es en 1909 cuando hace su primera exposición en Nueva York, en la sede de la Hispanic Society, donde se pueden ver trescientos cincuenta lienzos del maestro valenciano durante un mes. Ciento sesenta mil personas acuden a ver la muestra y se vende una gran parte de la obra, un éxito que se replica en otras ciudades y museos estadounidenses como el Museo de Arte de Saint Louis o del Instituto de Arte de Chicago.
Sin embargo, el proyecto por antonomasia venido del otro lado del charco es el que le encarga Archer Milton Huntington para la sede de su fundación, la Hyspanic Society de Nueva York.
En 1911 Sorolla firma el contrato con el magnate estadounidense por el que el artista se compromete a entregar las piezas de las provincias de España en cinco años por la cantidad de ciento cincuenta mil dólares, una verdadera fortuna en la época.
Este trabajo le llevará más tiempo del previsto, ocho años de viajes, desarrollo de bocetos, recopilación de material y ejecución de unas piezas que compondrán una obra de tres metros de alto por setenta y dos de largo que reflejarán la faceta costumbrista de las regiones de España con el título de Visión de España. En un principio debía aparecer también Portugal, pero ante la dimensión del proyecto, finalmente se acuerda que sea solo de España.
En los períodos de descanso de esta etapa se refugia con su familia en las playas de San Sebastián, Valencia y Jávea, y aprovecha para trabajar piezas de pequeño formato, así como para desarrollar algunas de sus marinas más brillantes y reconocidas.
El 17 de junio de 1920 sufre una hemiplejia que le limitará físicamente y le obligará a tener que reducir la actividad que más le apasionaba, la pintura. A pesar de la enfermedad, encuentra fuerzas e inspiración para seguir pintando en el jardín de su casa, en las playas de Valencia y en San Sebastián. El 10 de agosto de 1923 muere en Cercedilla, en la sierra de Madrid, apagando la luz de sus pinceles.
Su mujer, Clotilde, le sobrevive algunos años más. En 1929, con su fallecimiento se confirma la donación de la casa familiar al Estado español, en 1931 es aceptada la donación y en 1932 abre sus puertas como Museo Sorolla.
La familia Sorolla al completo encuentra su sepultura en el Cementerio de Valencia, donde el 10 de agosto de 2023 familiares y personalidades del ámbito de la cultura le rindieron homenaje por ser el 100 aniversario de su muerte.
