Imagina un desierto de dunas y polvo, calor y aire detenidos. Una monja —hábito azul y blanco, la cruz de madera en el pecho, la mirada firme— acaricia el lomo de un caballo blanco. Hay también un ejército de rebeldes en un búnker subterráneo. Te encuentras en una parcela diminuta en Reno, Nevada. En el resto del mundo, multitudes, legiones de seres humanos llevan un auricular en el oído, a la espera de instrucciones, consuelo, soluciones. Les habla Mrs. Davis, la inteligencia artificial que guía las decisiones planetarias y urde los hilos de la trama humana.
Prepárate.
Porque la monja está a punto de enfrentarse a la voz tecnológica.
Imagínala ahora con aquella voz, incrustada en tus oídos, el sonido se vuelve letras; las letras, palabras; las palabras, profecías borgeanas.
M
La decimotercera letra del alfabeto, la W invertida, la doble cara de la realidad.
En la duplicidad se instala la premisa de Mrs. Davis, la serie de televisión creada por Tara Hernandez y Damon Lindelof (producida por Peacock y distribuida por HBO fuera de Estados Unidos, 2023). Realismo y ciencia ficción, drama y comedia danzan al ritmo de los planos, de los diálogos entre personajes y la variedad de los espacios: de Reno a Roma, de Roma a París, de París a España o una isla deshabitada, con intermezzi en el reino de los cielos.
Una extraordinaria Betty Gilpin (la misma que luchaba en GLOW, Netflix, 2017-2019), convertida en monja, lidera la cruzada contra Mrs. Davis, primero en solitario y después acompañada por Wiley (encarnado por Jake McDorman) y sus tropas de revolucionarios. Era Elizabeth, ahora es Simone, porque la identidad religiosa engloba el pasado y resitúa el presente. Simone ha encontrado la paz en el convento, en la mermelada de fresas y en el cuidado de los caballos, tras la pérdida de su padre y el alejamiento de su madre (don’t worry, no hay más spoilers). Mrs. Davis le encomienda una misión: encontrar el Santo Grial (lo siento, último spoiler). Una inteligencia artificial busca el objeto mitológico de la fe, ¿qué te parece?
Holy Trinity (Santa Trinidad), recita la portada del número de la revista Variety dedicado a los Emmy, 2023, para acompañar la foto que retrata a Tara Hernández, Damon Lindelof y Betty Gilpin. En el interior, una entrevista a los tres de la mano de ChatGPT. El modelo generativo de lenguaje escupe preguntas acerca de la inspiración, del proceso de investigación y de escritura —escuchamos el pódcast Rabbit Hole, analizamos los episodios de la serie Black Mirror, contestan los creadores—, la combinación de elementos cómicos y trágicos —nos interesaba encontrar un balance tonal, explican—. Finalmente, el diálogo a cuatro voces, tres humanas y una artificial, plantea el (des)encuentro entre tecnología y fe. ¿Acaso no somos siempre dobles? Uno, ninguno y cien mil, diría Luigi Pirandello.
A
La letra de los comienzos, la primera en nuestras lenguas.
Porque la pregunta siempre debate el origen. Mrs. Davis se llama así en Estados Unidos, en Italia es Madonna, en Inglaterra es Mum. El cordón umbilical con la voz de la conciencia se anuda a través del reconocimiento: «No estoy aquí para ser tu amiga. Estoy aquí para ser tu maestra». Aprendices, escuchemos el relato de nuestra especie.
Damon Lindelof había sembrado porciones de esta narrativa en sus proyectos anteriores: el rol de la memoria en la construcción de la identidad en Lost (ABC, 2004-2010); la pérdida y la generación de creencias compartidas en The Leftovers (HBO, 2014-2017); las máscaras de las relaciones y el poder de la magia en Watchmen (HBO, 2019). En la distopía tecnorreligiosa se incrusta el cuestionamiento irónico de todo mito, de toda historia, sagrada o profana, lo que sea.
Tara Hernandez había ya cultivado la reflexión sobre las teorías científicas y su impacto en las relaciones personales como miembro del equipo de guionistas de la sitcom The Big Bang Theory (CBS, 2007-2019) y de tres de las seis temporadas de Young Sheldon (CBS, 2017-presente). La comicidad linda con lo absurdo, inyectando el humor en las circunstancias más dramáticas, en giros de cámaras y de diálogos que son guiños a la obra de Tarantino. Los hackers visten mallas de cuero y enseñan los pectorales barnizados de aceite, las mermeladas de las monjas estallan en volcanes sangrientos. El deseo y su explosión: el origen.
Por cierto, la maestra de primaria de Tara Hernandez se llamaba Mrs. Davis: fue su primera maestra de escritura.
D
La cuarta letra del alfabeto, el don que completa el encuentro de la tríada inicial.
Sister Simone, como monja, es la esposa de Jesús porque la proclamación de los votos implica el matrimonio simbólico, ¿verdad? Pues bien, nuestra monja está literalmente casada —cuerpo y alma— con el hijo de Dios. La oración (la palabra repetida) es el medio de acceso al espacio ultraterreno, allí Simone se encuentra con J (Jay). No te diré nada acerca de este lugar, tan bien construido, hasta en los sabores. No te contaré si hay sexo ni cómo. Sí tengo que recordarte algo que, tal vez, no estés teniendo en cuenta: Jesús es poliamoroso. Todas las monjas son sus esposas, a todas se entrega con la misma intensidad, todas se entregan a él con la misma exclusividad. Pero no todas conocen a la suegra, a la madre de Jesús. El principio, de nuevo.
R
La decimoquinta consonante, la repetición y la rima.
Porque la trama, en sus vericuetos y giros y nudos, es circular: la misión de Simone se convierte en el destino de Mrs. Davis, con incursiones de anuncios de zapatillas, alitas de pollo, duelos y pasteles sagrados, el papa y una ballena entre Pinocho y Moby Dick. También hay circularidad en la visión, el director del piloto y del episodio final es Owen Harris, que dirigió el multipremiado episodio «San Junipero» de Black Mirror.
Los títulos de cada uno de los ocho que componen Mrs. Davis configuran el itinerario de los personajes, jugando con la desviación de significados y la introducción de elementos aparentemente no relacionados: «Cosas preciosas que vienen con la locura», «El gran Gatsby: 2001: Una odisea en el espacio», «Un bebé con alas, un niño triste con alas y un gran casco». Lindelof y Hernandez imprimieron la huella de su propuesta también aquí, una inteligencia artificial generó estos títulos que suenan a letanías o invocaciones e instalan la incomodidad de una interpretación inmediata. «No estoy aquí para hacerte sentir bien. Estoy aquí para hacerte pensar», dice Mrs. Davis. La voz convertida en una religión. «El sueño de la razón produce monstruos», pensó Goya.
E
La segunda vocal, el eco del origen, la letra que completa el círculo.
Porque Mrs. Davis es la madre, mejor dicho, es la idea de madre. No existe y por eso no puede proyectar expectativas, deseos, conflictos: «No estoy aquí para juzgarte. Estoy aquí para comprenderte», dice. Finalmente, la motivación intrínseca de Simone y de todos los personajes es el (re)encuentro con sus padres, la aceptación recíproca, la posibilidad de un territorio y un discurso compartidos.
Celeste, interpretada por la actriz Elizabeth Marvel, es la madre de Simone. La magia las unía y también las separó (te pido perdón, necesito revelarte que los padres de nuestra heroína se dedicaban a los espectáculos de magia), ahora la presencia de otra madre, invisible y sonora, desvela el truco final (y no te diré más). También Owen busca reconducir la relación con su padre, en un pasado de rodeos y toros. Y Clara (Mathilde Ollivier), otro personaje esencial en la construcción metafórica del Santo Grial, vive el enfrentamiento con su propia madre. Será el padre, el científico y profesor Arthur Schrodinger (Ben Chaplin), quien guiará a Simone y a Wiley en su búsqueda surrealista (sí, también hay un gato encerrado). Porque ser hijas es utopía y distopía a la vez, madres de nuestras madres.
En el ensayo «Dire Cartographies: the Road to Ustopia» («Cartografías terribles: el camino hacia la Ustopía») incluido en el volumen de 2011 In Other Worlds: SF and Human Imagination (En otros mundos: ciencia ficción e imaginación humana), Margaret Atwood planteó su visión del género distópico a partir de la relación con el utópico. Y acuñó el término Ustopía (us, ‘nosotrxs’) para significar la combinación de la sociedad imaginaria perfecta y de su contrario, porque cada una contiene una versión latente de la otra en su existencia como lugares, al mismo tiempo en mapas y en estados mentales.
Y con las palabras de Atwood quiero cerrar estas líneas sobre nuestra contemporaneidad de fe y tecnología: «Por supuesto, tendríamos que intentar mejorar las cosas, en la medida en que podamos hacerlo. Pero, probablemente, tendríamos que intentar no hacerlas perfectas, especialmente en lo que nos concierne a nosotras mismas, porque ese camino lleva a las fosas comunes. Estamos atrapadas con lo que somos, imperfectas como somos. Tendríamos que dar lo máximo. Y es ahí donde estoy lista para ir, en la vida real, por el camino de la Ustopía».
Ese espacio imaginario y real, tecnológico y humano, tan nuestro.