La espiritualidad es hoy una forma de habitar los márgenes. Aunque cueste hablar de contracultura en un panorama donde el mainstream y el marketing —misma cosa— todo lo absorben, lo mascan y lo escupen vacío de sentido, el alejamiento consciente de lo material supone una postura subversiva. En esa búsqueda del alma podríamos inscribir una cierta tendencia editorial, por minoritaria que sea, en torno a lo espiritual, lo oculto, lo mágico o lo esotérico, y su relación con las artes: desde finales del pasado milenio, con la obra de Victoria Cirlot y su labor como editora de visiones metafísicas y experiencias místicas en Siruela, a sellos nacidos ya en este siglo, como Atalanta, La Felguera o WunderKammer, que se han interesado por ese vínculo subterráneo. De ahí que sea frecuente hallar en esta corriente a mujeres escribiendo sobre mujeres, que algo saben de la vida en los márgenes y que también a veces han buscado aislarse o recluirse frente a las amenazas del mundo físico, violento por definición.
En la misma línea independiente, contracultural y ocultista (y, en este caso, adoradora de H. P. Lovecraft) se halla también, desde su origen en 2019, Aurora Dorada Ediciones, que ha publicado este año Hilma af Klint. La pintora con la visión sagrada, de Grace Morales. Aunque presentado modestamente como un opúsculo sobre arte mediumnístico, el libro ahonda en esa tradición de mujeres que hicieron de sus creencias a contracorriente un modo de ser, un estilo de vida y un arte. De partida, la autora admite haber conocido a la artista objeto de su estudio muy tarde, como la mayoría de aficionados a la pintura. Así recuerda el momento, en el año 2004, en el que se dio de bruces con su obra:
No me podía creer lo que veía, era una mezcla de asombro, mosqueo al principio por si era un fake, y después maravilla absoluta por lo que me devolvía la pantalla del ordenador, la profundidad que tenían aquellos cuadros, la absoluta maestría con que se desenvolvía en los colores, con la abstracción que tenía un fondo más que ideológico, o estético, un fondo muy peculiar que los cuadros emitían. Algo tenían, un agarre, que yo no sabía exactamente de dónde venía.
El relato de su descubrimiento suena a verdadera revelación, descrita casi como una experiencia de las citadas místicas. Podríamos estar ante uno de tantos olvidos e invisibilizaciones de la mujer en la historia del arte, pero la figura hasta hace poco secreta de Hilma Af Klint (1862-1944) no viene marcada por la injusticia y el desdén patriarcales. Más bien fue ella misma quien se encargó de postergar su reconocimiento, su legado, fundando su propio culto a título intencionadamente póstumo, según lo narran estas páginas.
Su obra conecta, según Morales, con otras artistas de lo oculto como Rosaleen Norton, Marjorie Cameron o Emma Kunz, quienes como ella «exploraron las fuerzas invisibles y lo trascendental» con una constancia que no hace sino reflejar su elección de una existencia dedicada en cuerpo y alma —sobre todo lo segundo— a esa indagación a través de las artes. También evoca la autora a las españolas Georgiana Houghton y Josefa Tolrà i Abril, esta última admirada por los integrantes del grupo Dau al Set (entre los que, por cierto, se hallaba Juan Eduardo Cirlot, padre de Victoria) por su pintura paranormal basada en el aura de las personas.
Tan auténtica y exótica como estas mujeres es Grace Morales (Madrid, 1969), escritora e investigadora experta en estos y otros temas de la cultura underground desde sus artículos en Mondo Brutto, que cofundó hace ahora treinta años. Ajena a las modas terrenales y nada complaciente con lo teóricamente cool, su interés por el ocultismo y las ocultistas viene de lejos. En la reciente antología Mágicas. Brujas, magas y sacerdotisas del amor (La Felguera, 2022), de la que fue editora, recorría esa forma de inspiración sobrenatural que halló acomodo en una autonomía y sororidad protofeministas. Pero antes de eso ya había estudiado en profundidad las artes oscuras: como muestra de ello y sin ir más lejos, se encargó de prologar la biografía que Eric Ratcliffe publicó en Aurora Dorada sobre Ithell Colquhoun, también «visitante de otros mundos», como señala en su nota inicial el editor Carlos M. Pla.
Volviendo, pues, al libro que nos ocupa (y al comienzo de esta reseña), contiene una iluminadora cita de Leonardo da Vinci: «Donde el espíritu no trabaja con la mano, no hay arte». Lo que Hilma af Klint y otras de las autoras visionarias lograron fue ver para creer y creer para crear. Paradójicamente, en muchas de ellas el arte y las visiones nacieron del choque con el mundo tangible y finito, de un doloroso trauma que les haría volver la mirada a sus adentros y expresar lo sentido como si fuera la primera vez: lo nunca visto. Algo parecido al agarre que sintió Grace Morales aquella primera vez ante la obra de esta sagrada artista.
Vida y milagros (creativos) de Hilma
En el caso de la pintora nacida en Solna, Suecia, su intensa vida espiritual («Soy tan pequeña, tan insignificante, pero dentro de mí habita una especie de fuerza que tiene que seguir adelante», solía decir) se vio sacudida por la temprana muerte de su hermana, cuyo impacto encendió su interés por el espiritismo. Sabemos, por el resumen que hace Morales de los pocos datos existentes sobre su trayectoria vital, que en los años siguientes fue combinando esas prácticas con su formación artística, su producción adscrita al simbolismo, el naturalismo o el impresionismo, y su popularidad entre la aristocracia por sus retratos y bodegones. Pese a una limitada vida social, fruto de su soltería, su ascetismo y su desapego hacia las convenciones, compartió inquietudes creativas y anímicas con sus compañeras en la Real Academia Sueca de Bellas Artes, aquellas con las que más tarde conformaría el grupo de artistas mediumnísticas De Fem.
No fue ese el único movimiento artístico, ideológico o filosófico que integró. Se unió a las pintoras que se rebelaron contra la prohibición de modelos masculinos en la academia (por otro lado pionera en Europa respecto a la admisión de alumnas), se implicó en la escuela Konstnärsfórbundet que sería cantera de la vanguardia parisina liderada por Matisse, siguió la antroposofía de Rudolf Steiner en Suiza y la corriente de teosofía descendiente de las ideas de Emanuel Swedenborg. Esta última inspiró la teoría del arte y la estética que, a comienzos del XX y bajo la influencia de la geometría y las matemáticas, daría lugar a la abstracción: pese a su origen racional, una forma de expresar lo invisible, aquello que no alcanzan a percibir los sentidos. En este punto surge una de las grandes controversias en torno a la figura de Af Klint, que ha sido enfrentada por su condición de pionera del arte abstracto a la de Vasili Kandinski, su pensador oficial.
Aunque ambos dejaron sus avanzadas ideas por escrito sobre esa nueva forma de entender la creación, lo importante según la autora madrileña no es decidir quién llegó primero, sino dilucidar «cómo una artista en la situación de Af Klint (que era relativamente marginal, tanto geográfica como personalmente) pudo desarrollar un nuevo estilo visual». En tal sentido, Morales define como salto de fe sobre el artista ruso la voluntad de la pintora sueca de plasmar en el lienzo no ya sus fundamentos intelectuales, sino su propia vivencia como vehículo espiritual, a veces en pleno trance. Como en su corpus abstracto esencial, las fascinantes Pinturas para el Templo (1906-1915), que Hilma creó bajo las directrices de seres superiores.
Mundos sutiles, hombres obtusos
Se ha publicado también de forma reciente La belleza de lo oculto (Eolas Ediciones, 2023), de Daniel V. Villamediana, una síntesis de la historia misteriosa y esotérica de los investigadores de la ciencia y del alma, que acabarían dando forma en buena medida a la cultura occidental. Curiosamente comparte con este libro de Grace Morales la misma cita inicial del Catálogo descriptivo de cuadros de William Blake: «Quien no imagina rasgos más fuertes y mejores, y bajo una luz más fuerte y mejor que la de su ojo perecedero, no imagina en absoluto». Lo que en Hilma af Klint. La pintora con la visión sagrada se reivindica es la trascendencia artística de su obra: más allá del contexto en que surge y su componente espiritual, parece emergida de otro mundo. Sus pinturas de geometría orgánica traducían símbolos e imágenes, interpretaban recuerdos y sueños. Un enfoque del arte plástico solo comprometido con recrear lo que el pintor, crítico y escritor Michel Seuphor, citado por Clarice Lispector (citada por Morales), denomina «los reinos incomunicables del espíritu». No es difícil interpretar ese impulso como una reacción al materialismo y la industrialización de su época, sugiere la autora de este ensayo biográfico, y añadimos: también en eso se vincula al presente, a la incertidumbre, el caos y la falta de esperanza, o de fe. Tema central de las ficciones que mejor han sabido leer el mundo de hoy, como la obra maestra televisiva The Leftovers, de Damon Lindelof.
«Vosotras observáis todo como sin forma y habéis olvidado que eso es una señal de vida», leemos en las notas de lo transmitido por los espíritus en las sesiones de De Fem, y ese como sin forma nos suena a pura abstracción. En una de esas sesiones Af Klint recibió el mensaje de que «había sido elegida para traer imágenes del mundo sutil hacia el plano físico», ¿hay una descripción mejor de la mirada del artista? Especialmente interesante en el libro de Morales resulta la exposición de las condiciones exactas en que operaba el gesto creativo en estado de trance: la mano dirigida que plasmaba sin filtros lo que su interior dictaba, adelantándose al automatismo de los surrealistas. A ella le llegó la encomendación de su obra magna en 1906, a los cuarenta y tres años, la edad aproximada en que se abre el ojo del entendimiento, la que Jung señaló para la metanoia o conversión, la de quien escribe esto. En esa coyuntura compuso un impresionante ciclo de ciento noventa y tres obras abstractas, complejas y diversas, de las que por suerte aquí no se desentraña todo su contenido iconográfico, conservando intacto el misterio, aunque sí se ofrecen algunas pistas temáticas.
Explica Morales que, aunque sus pinturas a menudo reflejan la unión de los principios de lo masculino y lo femenino (la tiniebla y la luz, lo plano y lo tridimensional), la condición de interlocutora con el más allá de Af Klint le hizo «volverse más autoconsciente de su feminidad frente al patriarcado». Algunas hermanas, como la sufragista Anna Cassel, la siguieron cuando afrontó su misión de las Pinturas para el Templo, y parecen claras las influencias de escritoras-pensadoras como las teósofas Helena Blavatsky o Annie Besant. Aunque la autora madrileña no pretende hacer una lectura de género de ese episodio, lo cierto es que Hilma tuvo que interrumpir su descomunal proceso creativo para atender durante cuatro años a su madre enferma; ni ella se libró del rol de cuidadora. Y si queremos seguir tirando del hilo de la opresión patriarcal, llegó a dejar de pintar durante todo un año por el severo juicio del mencionado Steiner. Pero aquello también la llevaría a la decisión de posponer la exhibición de su obra. Al fin y al cabo, quizá debamos agradecer a aquel hombre su obtusidad.
Coda: ¡Es la visión, estúpido!
Morales compara su primera contemplación de la obra de Af Klint con la que le provocaron artistas como Rothko, Munch o Bacon. En ese altar, como mínimo a la misma altura (y quién sabe si más elevada por cosa del espíritu), coloca la talla de proporciones inmensurables de la artista sueca, quien sabiendo que el tiempo en que existió no entendería su obra, expresó su deseo de que no fuese revelada hasta veinte años después de su muerte. Cuando finalmente se empezó a difundir en la década de 1970, el viento soplaba a favor de la abstracción espiritual, por lo que puede decirse que tanto su pasión por las ciencias ocultas como su voluntad de ocultamiento resultaron clave en el reconocimiento del sector, aunque fuese tardío y aunque no fuese unánime: ya al inicio de estas páginas la autora recuerda, con encomiable vehemencia, cómo la exposición del MoMA en 2012 sobre el origen de la pintura abstracta, Inventing Abstraction. 1910-1925, ignoró por completo su legado: «Tener esa obra oculta [la cursiva es nuestra] de forma deliberada al público y al comercio es algo totalmente incomprensible para cualquiera, no ya que pertenezca a este mundo, donde todos nos matamos por publicar nuestras ocurrencias, sino al de antes del 2.500 a. C». Esa naturalidad y desinhibición de la escritura de Grace, la plasmación de su arrebatado juicio crítico que es, en el fondo, devoción por la pintura de Hilma, representa uno de los puntos fuertes de este libro. Su ágil narración sortea los peligros del ensayo plano o la biografía exhaustiva combinando semblanza y crónica; lejos, en cualquier caso, de los clichés estilísticos de la no ficción. Ya puestos, si a algo se parece es a una hagiografía, en el mejor de los sentidos, y no en vano, las vidas de santos apócrifos han sido una de las proverbiales especialidades de Morales.
Hablábamos de la autenticidad y el exotismo de la escritora madrileña, y es que en un presente reñido con lo auténtico, cualquier muestra de ello puede ser vista como exótica. Quizá es ahí donde la escritora conecta con lo que representa Hilma Af Klint, y donde la figura de la artista sueca cobra vigencia. Porque este mundo de hoy, más cínico y descreído aún que el que ella conoció, parece sin embargo dispuesto a comprar cualquier falacia con un envoltorio guay, a seguir al precipicio a cualquier gurú o vendedor de crecepelo, a idolatrar a los que nos animan a ganar la batalla a nuestras enfermedades, armados de optimismo y frases de taza. Y a pasar por caja, claro.
Escribió en sus Diarios íntimos el maldito Baudelaire, a quien la escasez de dinero asedió hasta sus últimos días, que «lo creado por el espíritu es más vivo que la materia», y no le faltaba razón, ni pasión. Hilma creó su arte sin presiones económicas, pues su inspiración y sus fines no eran terrenales, y tal vez por eso instituciones como el MoMA la despreciaron, como una especie de castigo por su falta de ambiciones materiales. Gracias a su decisión, la posteridad —literalmente— se opuso al mercado, le plantó cara, movida por una voluntad muy potente. Af Klint se sabía visionaria. Y al pensar en ello podemos plantearnos si no será mejor pasarse un poco de pretenciosos y escribir para el futuro en vez de escribir para el presente. Estar dispuestos, como ella, a sacrificarlo todo; a aniquilar el yo, que dirían las místicas, para darnos ojos.
Recientemente se acaba de publicar también una excelente obra monográfica magníficamente ilustrada y editada por Ediciones Atalanta titulada «Hilma af Klint, visionaria», absolutamente recomendable.
¿Hilma af Klint se hizo célebre por ser la primer mujer del siglo XIX en pintar con la técnica de un alumno de parvulario?
Como se cuenta en el libro, y en la reseña, Af Klint se formó en Bellas Artes y entró en la Real Academia Sueca, algo muy poco frecuente para las artistas (mujeres) de aquella época. Es decir: tenía sobrada técnica. No se hizo célebre, de eso justo habla el libro y este artículo, a diferencia de Kandinsky, por ejemplo; su obra ha sido descubierta mucho después. Cosa distinta es considerar que el arte abstracto, como el de ambos, se puede equiparar a los dibujos de un niño. Yo no lo creo, aunque seguramente muchos artistas considerarían un logro enorme reproducir esa pureza de la imaginación y la expresión.
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