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Esta ambición desmedida o La pasión del rey Midas

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Foto de Oscar Gonzalez/Sipa USA. Cordon Press

A Antón Álvarez Alfaro le encanta ir a la contra. Esto es un hecho fácilmente contrastable en su trayectoria musical, en las polémicas que ha protagonizado y en los sucesivos cambios de nombre o estética. Por eso no puede sorprender a nadie que, en un tiempo de Narcisos, él haya decidido personificar al rey Midas, siguiendo religiosamente aquel mito que, en palabras del filósofo mexicano Héctor Zagal Arreguín, «exhibe cómo la ambición desmedida puede resultar contraproducente». ¿Casualidad que su película tenga por título Esta ambición desmedida? Permítannos la duda, porque C. Tangana, o El Madrileño, o Puchito, o el antiguo Crema, o el miembro del colectivo Agorazein, no da puntada sin hilo. De ahí su fama de ser uno de los tíos más listos de la industria musical, y su enfado, manifestado en los primeros minutos del documental, porque, según dice, «el discurso siempre es el de “es muy inteligente, sabe muy bien lo que quiere”. Sí, y escribo unos barrotes y se me ocurren unas ideas de producción increíbles y soy un puto artista como la copa de un pino».

De alguna forma, ese ejercicio de autoafirmación dirigida indirectamente a la cámara en 2020 funciona como presagio de la trama que llenará los 135 minutos del largometraje estrenado en 2023, protagonizado por él mismo y dirigido por Santos Bacana, Cristina Trenas y Rogelio González (en conjunto, Little Spain). De alguna forma, decimos, porque no se trata de reconfortarle en su postura, ni de construirle una hagiografía, hacerlo bueno, mostrarlo virtuoso como nunca… En lugar de eso, tenemos a un Pucho cantando bastante regulinchi a capela, repitiendo los mismos errores por los que pidió perdón meses antes, siendo reconocido por su madre como un genio, sí, y también como un vago, y por su crew como un manipulador o un hijo de puta, llevándolos a todos al borde de la quiebra —o de un ataque de nervios, cuanto menos— por esas grandes ideas de producción, por ser tan artista y saber tan bien lo que (no) quiere. La cita anterior es un presagio en otro sentido, en el de la dinámica que atraviesa y articula los tres actos (o futuros capítulos, cuando pase a Movistar+ en formato serie) a saber, la tensión constante, jamás equilibrada, entre arte y finanzas, entre el creador y el empresario, entre el que farda en las canciones de ganar dinero a espuertas, pero aparece en la pantalla perdiéndolo.

Este es el punto de partida, incluso el nudo de la película, pero ojo con confundir el film con la realidad traslúcida. O no, si son de aquellos que prefieren pensar que el clan Kardashian/Jenner no actúan, solo viven delante de las cámaras, y que los influencers no se levantan con legañas. Para el resto, las señales están ahí: las oficinas de Little Spain inauguradas para montar miles de horas de grabación, los filtros granulados de algunas escenas, esa otras, bien cuidadas, para añadir un toque humorístico o lacrimógeno y, sobre todo, la doble negación, seguida de una afirmación, con la que se promociona: «no es un documental. No es una gira. Es una tragedia.» Esto, más que una reverberación de la cansina pipa de Magritte, es una verdad a medias, de esas necesarias para dar verosimilitud a un relato, como lo es enseñarnos al rockstar recién levantado tomándose un zumito de jengibre o con el hocico lleno de mayonesa y patatas del Burger King tras habernos saturado los ojos de oros y lujos.

Lo que está claro es que se trata de una extensión muy digna y esperada de los videoclips publicados con El Madrileño, igual que la gira lo fue del Tiny Desk. Los tipos de planos, los colores, las secuencias cortas, los códigos estéticos de lo castizo y la arquitectura racionalista, los destellos metafóricos de vez en cuando, los guiños para los fieles… todo eso estaba ya gravitando en torno a C. Tangana. Todavía más, forma parte del imaginario que tenemos de quién ha sido el rapero en estos últimos años. De hecho, quizá ese sea uno de los mayores problemas que enfrenta el documental. Nos explicamos: implícita y explícitamente se insiste en la importancia de lo que está más allá de Antón, sea la familia, el equipo, el resto de artistas detrás de las canciones y encima del escenario, porque se ha cansado de la exposición, porque ha recordado aquello que cantaba en “Por lo nuestro”, cuando todavía era Crema («solo serás algo cuando no te creas nada»), ahora reformulado en «la trascendencia pasa por ser insignificante» en pos de la comunidad, pero no lo consigue. Que el rey Midas convierta en oro todo lo que toca significa que deja su impresión en lo que le rodea y, por tanto, remite infatigablemente a él, quiéralo o no.

Sin embargo, si somos capaces de mirar más allá de su cegadora figura, apreciamos un cambio notable: la proyección cinematográfica, al contrario que el concepto de la gira, no está diseñada para hacer historia, sino para contar unas cuantas de ellas. Por ejemplo, cuestiona el relato meritocrático dejándonos ver que el esfuerzo no se traduce indefectiblemente en recompensas, o que se puede gozar de aquello que hemos consensuado en llamar éxito (meter a quince mil setecientas veintitrés personas en un recinto para verte, por poner) y sentirte insatisfecho; que la fama consiste en vivir saltando de un no lugar a otro, de aeropuertos a estadios, a escenarios, a ferias/festivales, a bares de carretera o de polígonos; que la voluntad a menudo se choca de bruces con la naturaleza, en un doble aspecto incontrolable: en los fenómenos meteorológicos y en el paso del tiempo; pero que merece la pena el esfuerzo si, al final, uno no está solo, si sigue con los de siempre.

Ya, ya, súper cursi, pero ¿qué quieren? Es el mensaje final de Esta ambición desmedida. A lo mejor lo de «el último romántico» que escuchamos en “Ateo” no era ironía, y tendría sentido, por lo que les comentábamos de ir a la contra, en esta ocasión, de la rabia y el individualismo generalizados. Empatizamos, aun así, con quienes han señalado en el tercer acto un intento demasiado forzado de optimismo, resolviendo los problemas por omisión, haciéndole, esta vez sí, bueno, venerable, y dejando a la anunciada tragedia en un simple drama que acaba igual que empezó la gira —aunque dicha escena se presente fuera de su contexto temporal, para ponérselo fácil a los espectadores menos atentos—, con Pucho regalando anillos a su equipo. Los símbolos aquí son importantes, y nosotros también le hemos contado una verdad a medias en el principio de este párrafo.

La historia no termina con el alegato pseudo hippie de amor en todas sus vertientes, porque luego hay un fundido a negro, y la pantalla se divide en dos: a un lado, los créditos, a otro, un videoclip de un tema inédito. C. Tangana, chulo y presumido, con el traje de chaqueta cruzada y doble botonadura que le ha acompañado durante esta etapa, comiéndose un plato de pasta con queso [dos términos usados frecuentemente en sus canciones para referirse al dinero], como hiciera en “Un veneno”, la primera colaboración audiovisual con Santos Bacana y el pistoletazo de salida de su alter ego. El Madrileño, como José Bergamín, vuelve a su génesis «sin volver atrás de nada», solo para darle sepultura a una época marcada por el funeral de “Demasiadas mujeres”, con esa intro, marcha de Semana Santa compuesta por Sergio Larrinaga, que nos acecha a lo largo de Esta ambición desmedida (por cierto, el uso y resignificación de las canciones como banda sonora es *chef kiss*). Y, como Jesucristo, resucita al tercer día [tercer acto], tras haber exhibido su pasión particular (en clave capitalista, por supuesto) delante de las cámaras, cumpliendo con el Evangelio según san Alizzz y san Tangana, capítulo 23, versículo 20: «Voy a construir una leyenda y luego voy a morir».

Una época, en fin, que ya pasó mientras todos seguimos ahí, mirando, en silencio, escuchándolo escupir barras y esperando resolver el misterio de lo que vendrá después.

 

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2 Comentarios

  1. Pingback: Esta ambición desmedida o La pasión del rey Midas - Multiplode6.com

  2. Paco de Torres

    Escribí algo sobre el tipo sin conocerlo, lo hago mucho esto: juzgar, medir, sopesar, sin en realidad saber.
    Sin duda soy una muestra de la cultura contemporánea.
    https://pacodetorresapuntesdelnatural.blogspot.com/2023/08/desde-nueva-york-sol-colmenares.html?m=1

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