IBM 7090 – Music from Mathematics es el largo y explícito título de uno de los primeros discos de música electrónica de los que tenemos noticia. Pero electrónica de verdad, electrónica a palo seco. Se grabó en 1962 en el corazón insonorizado de los laboratorios Bell, donde la computadora IBM 7090, un bicharraco del tamaño de un satélite actual, procesó durante varios días temas como «Frère Jacques», «A Bicycle Made for Two» o composiciones de Orlando Gibbons, el Bee Gees del siglo XVII. El resultado fue un disco de gélida elegancia robótica, pura sincronía y ruido blanco que Decca editó ese mismo año con un bonus track de primera categoría: la portada era diseño de Alex Steinweiss.
Alex Steinweiss tenía poco más de veinte años cuando fue contratado por Columbia Records en 1939. Entonces los discos eran de laca, la grabación duraba apenas cinco minutos y se guardaban en fundas de papel color tabaco bastante anodinas. Recordemos que en los años cuarenta no existían tiendas de discos. Estos se comercializaban en las mismas tiendas de electrodomésticos donde se vendían los tocadiscos, discos de música clásica la mayoría, colocados amorosamente en el escaparate por dependientas de peinados enormes como un obús y manos enguantadas en algodón blanco. Estas fundas lisas en las que solo aparecía el nombre del compositor en dorado las llamaba Steinweiss «lápidas de cementerio» y no le faltaba razón. Así que un día se fue a un teatro de Broadway y, sin pensárselo dos veces, pidió al dueño del local que cambiara la iluminación de la marquesina un par de horas, alquilándola él mismo de su propio bolsillo. Colocó un luminoso nuevo: «Smash Song Hits by Rodgers and Hart». Lo hizo fotografiar. Lo imprimió, lo coloreó, lo reprodujo y de esta manera nació la primera portada ilustrada de un disco. Las ventas de Columbia, fueran de música clásica o de jazz, se multiplicaron hasta un 800 % en cuestión de meses. Todo lo que tocaba Steinweiss pareció resucitar de golpe y levantarse de las lápidas.
Pronto directores como Stokowski exigieron en sus contratos que únicamente Steinweiss diseñara las portadas de sus discos, carátulas que creaba a tinta y pincel, encaramado a la mesita de trabajo con su eterna corbata de pajarita, gafas sin montura y cara de empollón feliz. A Steinweiss no solo se le tuvo en cuenta en el departamento de arte. Poco después de la guerra se fabricó el primer vinilo, un material más ligero que permitió que las grabaciones fueran de mayor duración. Los discos se volvieron entonces más grandes y complicados de guardar sin que se rayaran, y fue el mismo Steinweiss quien encontró la solución al diseñar el álbum doble de cartón que aún hoy conocemos. Y fue a él a quien se le ocurrió el término «Long Play», LP, para llamar a los vinilos de 33 r. p. m. También diseñó la portada del primer disco que se grabó de Sinatra: The Voice of Frank Sinatra (aunque por alguna razón esta primera edición de 1946 resultó un fracaso). Steinweiss empezó a colaborar con Decca, con London, a diseñar carteles de cine, etiquetas de botellas de vino, carteles para la Marina. Hasta que abandonó Columbia Records. Por suerte en el 42 había tenido el buen ojo de contratar a Jim Flora.
Jim Flora en 1942 era un chaval de Cincinnatti que acababa de cerrar junto con el no menos desaforado Robert Lowry la mítica Little Man Press, aquella maravillosa revista independiente que en solo un par de años acabó por volverlos a los dos irremediablemente locos. Flora y Steinweiss compartían el mismo gusto por el cubismo y el color plano, pero donde Steinweiss era sobrio y contenido Flora resultaba dislocado, impredecible, irreverente, voraz. Es imposible ver una ilustración de Flora sin sonreír de oreja a oreja y guiñarle un ojo a sus personajes de cinco piernas. Mirar cualquiera de sus portadas de jazz es oír los compases de Benny Goodman, Gene Krupa, Kid Ory, imaginarlo a él mismo en una jam session rebotando disparado contra el techo y las paredes como un gato anfetamínico. No era nada dócil este Flora. Muy pronto se cansó de las reuniones de trabajo de la discográfica, los deadlines, los horarios incompatibles con sus salidas nocturnas, y dejó Columbia. Se hizo freelance, siguió a su propio ritmo, se fue a vivir a México donde conoció a una familia de fabricantes de, cómo no, fuegos artificiales, sobre los que luego ilustró un delicioso librito infantil. A su regreso a los Estados Unidos remató un buen puñado de hitazos para RCA Victor: Mambo for Cats y Hipsters, Flipsters and Finger Poppin’ Daddies Knock me Your Lobes de Lord Buckely entre otros. También hizo sus cosas para LIFE, como aquél «Fifty Ways to Steal from Your Store» del año 60. Ya muy mayor siguió dibujando trompetistas, chicas locas, una larga serie sobre parejas haciendo cochinadas en la cubierta de un yate. Murió en 1994, pero seguro que sigue bailando el mambo rodeado de gatos fumados donde quiera que esté.
En cualquier caso, algo cambió radicalmente cuando Flora se encontraba en lo mejor de su carrera. A finales de los cincuenta la fotografía se había popularizado tanto que cualquier americano medio tenía una cámara. La impresión y reproducción se abarataron sustancialmente. Como era de esperar, los músicos exigieron aparecer retratados en las carátulas de sus LP y las discográficas ya no quisieron más portadas ilustradas. No más Jim Flora. No más color. Solo foto, foto en blanco y negro del pianista o del bajo tocando rodeado de humo en un antro mientras por la puerta de atrás se escapan, sinuosas y sonámbulas, las notas de un saxo tenor. Había nacido el bebop. Y con el bebop, o quizás gracias al bop, nació el sello Blue Note. Blue Note merece una película aparte, con su propia banda sonora y la imagen inconfundible de las portadas de sus discos, de los que nada menos que quinientas salieron de las manos del mismo autor.
Reid Miles, un exmarine nacido el 4 de julio, trabajaba para Esquire cuando Wolff, fundador de Blue Note junto con Lion, lo fichó para el sello. Wolff y Lion, como buenos apasionados del jazz, eran unos muertos de hambre. Disponían de un presupuesto mínimo para la portada de los discos, que eran a solo dos colores porque no podían permitirse más. Pagaban cincuenta dólares por carátula. Así que Miles se las ingenió para trabajar con lo poco que encontró a mano: las fotos que hacía Wolff en los ensayos de los músicos (había sido fotógrafo en Berlín) y la tipografía. «El tipo —decía— puede susurrar o gritar». Y estampar una exclamación de cincuenta centímetros en la historia del diseño, como hizo Miles. Sus portadas eran sobrias, provocadoras, inteligentes. Eran cool. Nadie había utilizado antes la tipografía así, como las notas de un pentagrama que se sacara de la manga. Recortaba y reencuadraba las fotos de Wolff, las usaba casi como otra forma de tipografía, añadía una nota plena de color y ya no necesitaba nada más. Así realizó más de quinientas portadas de jazz (sin haber ido nunca a un concierto, porque no le gustaba). Imágenes icónicas que asociamos inmediatamente a la historia del jazz y que cualquier aficionado reconoce como un compás de 5/4. Carátulas de Thelonious Monk, de Dexter Gordon. De John Coltrane. Hasta que en el 67 Liberty Records compró el sello y Blue Note desapareció. Miles se hizo fotógrafo profesional y siguió por su cuenta, con un estilo más desenfocado y sucio que el de Wolff. Le sustituyeron otros gigantes del diseño gráfico: Neil Fujita, Bob Cato. Llegaron los setenta. Y entonces entró el rock.
Aparte de que es poco original parafrasear la obra de U. Eco, tu artículo no está muy poco trabajado.
Conste que la mayoría de los ilustradores de portadas de jazz fueron tipos sin demasiado talento, propensos al kitsch. Algunos son recordados porque un día el azar favoreció su artisticidad. A bote pronto:
1. Jim Flora, al que citas, fue un ilustrador del montón, propenso más a la caricatura que al cubismo. Su portada más célebre ilustró el álbum “This in Benny Goodman and his Orchestra”. Como todos los tontos tienen seguidores a éste le salieron tres que fueron valorados en su momento. Por un lado, Neil Fujita, que tuvo la suerte de ilustrar un disco de jazz superventas: “Dave Brubeck Quartet: Time Out”. Por otro lado, Alvin Lustig, quien realmente no tiene ninguna portada que merezca la pena ser recordada. Y, en tercer lugar, Tom Hannan, un pintamonas que tuvo la fortuna de ilustrar al estilo de Reid Miles la portada de un Lp seminal para saxofonistas “Sonny Rollins: Saxophone Colossus”.
2. Reid Miles era un buen fotógrafo para carteles. Firmó un puñado de portadas ahora icónicas entre las que destacan las de los Lps de dos trompetistas punteros “Lee Morgan: Lee-Way” y “Freddie Hubbard: Hub-Tones”. Imitaba a su vez a John Hermansader, un ilustrador que combinaba gráficos y fotos (cuya mejor portada quizás fue “Lou Donaldson Sextet vol.2”), quien a su vez inspiró a Paul Bacon (cuya portada memorable fue “The Other Side of Benny Golson”).
3. Bob Cato era un imitador de William Morris. Ilustró sin originalidad alguna las portadas de un montón de discos clásicos (como la de las sonatas de Scarlatti interpretadas por Ralph Kirkpatrick). Dio el campanazo con una foto que tiró a Thelonious Monk y que aparece en el Lp del citado pianistas titulado “Monk”.
4. David Stone Martin era otro ilustrador del montón que tuvo la fortuna de tener como amiguete al productor musical Norman Granz. Se le recuerda por la portada inspirada por el porno de la época “Hank Jones: Urbanity”.
5. Alex Steinweiss era el tipo que los demás deseaban ser, pero no porque fuera un gran ilustrador, sino porque era el encargado de la portadas de los discos de música clásica del sello Columbia. De jazz ilustró popular en su momento: “Louis Armstrong & Earl Hines: Louis and Earl”.
6. Mizue Kawamura sí tiene talento y originalidad. Ilustró la serie danesa de cubiertas de Kenny Drew. Su serie de acuarelas han sido muy apreciadas. Allá por los años 90 sus láminas Christie’s vendía sus láminas por unos 20000$ cada una. Su arte recuerda a los pasteles de Degas y su trabajo merece la pena ser recordado.
A ver si buscas más información.
Hola, cuando dices «tu artículo no está muy poco trabajado» quieres decir que está muy trabajado, ¿verdad?
Según este «experto» (supongo que serás un gran artista), los ilustradores y fotógrafos de portadas de jazz eran «tipos sin demasiado talento», «del montón», «pintamonas» o «tontos con seguidores».
Y su éxito de entonces se debe a que «el azar favoreció su artisticidad», a «que todos los tontos tienen seguidores» o a que «era amiguete de un productor musical».
Para no gustarte nada, no entiendo como conoces tanto sobre sus autores y sus obras.
Para acabar, comparas a unos grandes artistas de los años 50-60 con un artista —conocido en Japón— que ilustró un puñado de portadas en los años 80 bastante mediocres.
Y tu aportación, ¿cuál es?
Yo me he currado el post citando ilustradores y portadas bastante más allá de las mencionadas por artículo, explicando por qué si vas al google images te van a decepcionar, pero tu aportación, ¿cuál ha sido?
Nula. Y si Kawamura te parece un mediocre… que estás bien lejos del negocio.
Como portada de John Coltrane a mi me gusta la de «Olé» en su simplicidad, pero es tal la dimensión de su música, que no hay manera de que ninguna portada se acerque artisticamente a su calidad musical. Sus grabaciones en el sello Atlantic, son la cumbre de la musica del siglo XX. Su legado es el Everest de la creación artistica. Yo soy de rock y de Heavy Metal, ya saben, Iron Maiden, Black Sabbath, Led Zepelin, Deep Purple, Judas Priest etc, pero tengo claro que no hay nadie por encima de Coltrane, es otro nivel, otro lenguaje, esta muy lejos… muy lejos y muy arriba respecto a los demas, sea cual sea el genero al que nos refiramos. Miles Davis y el Paco de Lucia de «Zyriab» y «Sirocco», son otras cumbres musicales, pero aun con lo grandes que son, lo de Coltrane es una locura, un universo propio.