Por los largos pasillos del Hotel Royal Hideaway de Canfranc, los pasos de Anna Caballé (L’Hospitalet de Llobregat, 1954) tienen un aire juvenil que se mantiene al principio de la conversación. «¿Una entrevista larga? ¡Esto va a ser un desastre!», bromea. Sin embargo, apenas empieza la conversación en uno de los salones del establecimiento, completamente desierto a esa hora de la sobremesa, comparece al mismo tiempo la profesora veterana, la estudiosa concienzuda, la mujer comprometida y la curiosa impenitente. Especializada en el género biográfico, ha trabajado sobre figuras como Umbral, Castilla del Pino, Carmen Laforet o Concepción Arenal, haciendo importantes aportaciones en el campo del feminismo como su Breve historia de la misoginia o El feminismo en España.
La entrevista tiene lugar en el marco de las Converses del premio Formentor, en el que Caballé funge como miembro del jurado. Cuando esta entrevista estaba casi lista para ser publicada, ha saltado una polémica con el escritor y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, a cuenta de una reseña del libro de María Asunción Mateo, Mi vida con Alberti, firmada por Anna Caballé en las páginas de El País y a su réplica en Jot Down, Caballé ha accedido a responder a una pregunta más formulada a posteriori.
Usted cuenta que de niña, en lugar de libros infantiles, le regalaban o leía los de Stefan Zweig y Emil Ludwig. ¿Había ahí una especie de predestinación?
Claro, aunque hablar ahora, a toro pasado, es fácil, pero en aquel momento sí es verdad que los libros de Zweig que yo podía entender, como sus Momentos estelares de la humanidad, que me fascinó, y luego la biografía de María Antonieta, me marcaron muchísimo, aunque también leía otras cosas, como es lógico. Pero me mostraron que era posible escribir o explicar una existencia de un modo comprensible y ameno. Al principio de mi último libro, El saber biográfico, hago referencia a que yo he crecido y madurado lentamente, me ha costado entender qué es y qué no es la vida, cómo vivir, qué se puede esperar de ella. Las biografías sirven como aprendizaje, pudiendo acceder a tantas formas de entenderla e interpretarla. Si ahora tuviera que responder a la pregunta de cómo vivir diría que se resuelve en la práctica tomando decisiones, la mejor que se pueda en cada momento.
¿Por qué dice que ha madurado lentamente?
Hay personas que tienen las cosas muy claras muy pronto: aquello que quieren y lo que no. A mí me ha costado más saberlo porque mi curiosidad de joven era infinita y la inseguridad también. Por ejemplo, me costó mucho decidirme entre ciencias o letras, hasta el último momento no me decidí. Después, cuando ya estaba matriculada en Filosofía y Letras empecé Derecho y me gustó mucho al principio, tiene asignaturas preciosas, después con el Derecho Administrativo la cosa se puso más seria y en cuarto lo dejé. Lo mismo me ocurría con la política. Admiraba mucho a los compañeros de universidad que lideraban las asambleas y las manifestaciones, admiraba aquellas convicciones tan firmes. Aunque yo he sido siempre muy de sentir admiración por mucha gente. Me gusta sentirme envuelta por algo que considero superior, funciona como estímulo.
Eso quizá tenga que ver también con el hecho de entender las vidas, la nuestra y la de los demás, como biografías, exigiéndole una coherencia que la realidad no siempre tiene. ¿No es más normal que existan las dudas, los tropiezos, las idas y venidas? ¿Por qué admiramos las vidas que parecen tener una coherencia narrativa perfecta?
Efectivamente, tiene razón, quizás sea una deformación profesional por mi parte esperar siempre la coherencia que la vida no da ni puede dar, porque no la tiene. Eso lo planteó en los años 80 el sociólogo Pierre Bourdieu queriendo desacreditar los géneros biográficos apelando a que construyen a posteriori un sentido de la vida del personaje que en su momento no tuvo, porque no lo podía tener. Yo prefiero hablar de las inercias biográficas: como Fulanita de Tal es escritora, ya a los cuatro o cinco años mostraba un talento especial parar la escritura. Bueno, así hemos empezado, ¿verdad? Hablando de que empecé muy pronto a interesarme por las biografías y he acabado escribiendo alguna. Pero el artículo de Pierre Bourdieu causó un gran impacto porque venía a impugnar la legitimidad intelectual del género: lo consideraba un ejercicio de interpretación, casi de superchería. No lo creo así. Y aunque la vida es caos y tropiezo, también responde en cada uno de nosotros a unos parámetros o estándares de conducta que se repiten. Es decir, la vida también es regularidad, puede que en el desorden. Por ejemplo, yo he tenido varias mesas de trabajo a lo largo del tiempo, en todas el mismo desorden, pero lo que quiero decir es que la distribución que hago siempre es la misma, siendo mesas distintas. Espacios distintos pero el mismo comportamiento. La preocupación que tiene un biógrafo es precisamente encontrar las constantes de una vida y comprender su naturaleza.
Me recuerda un ensayo de Stevenson, La casa ideal, que hablaba de eso, de la necesidad de distribuir el trabajo en una serie de mesas, una para cada proyecto…
Ah, eso que dice me encanta. Disponer de tantos espacios, uno para cada cosa. Lo ideal, sí. Vamos a ver, ahora que me jubilo, si pongo más orden en las mesas, que solo serán dos.
¿Y cómo lo vive? ¿Jubilación viene de júbilo, como decía aquel anuncio de la tele?
Sí, supongo que sí, y me sorprende porque todo el mundo me felicita. Yo no lo tengo tan claro. A mí me gusta trabajar. Si como dice la fenomenología no somos más que tiempo, lo que nos define es la manera que tenemos de usarlo: el trabajo me ha ayudado a disciplinar el tiempo. Y es también un desafío constante que te mantiene en forma. Supongo que seguiré trabajando, aunque de otra manera. Pero dentro de seis meses podría responder mejor a su pregunta…
Antes de entrar en más materia, un antiguo alumno suyo al que le comenté que iba a entrevistarla, me sugirió que le preguntara por cierto congreso de literatura Iberoamericana que organizó usted en la Universidad de Barcelona. ¿Puede recordarlo?
Claro que sí, fue en el 92, y bueno, fue un año muy especial porque el gobierno socialista invirtió mucho dinero para conmemorar los quinientos años de la llegada de Colón a América. Ahora sería imposible plantearlo como se planteó, es decir, como la celebración de un acontecimiento histórico. Yo fui la secretaria de organización de un macro Congreso de Literatura Iberoamericana que congregó a más de mil personas, entre ponentes y escritores. A excepción de Gabriel García Márquez, quien no quiso coincidir con Mario Vargas Llosa, acudió todo el mundo. Fue un importante empujón para los estudios iberoamericanistas en la Universidad española, y sobre todo para la Universidad de Barcelona.
García Márquez no quería respirar el mismo aire que el peruano…
Por lo visto no, y nos lo preguntó expresamente en una carta dirigida a Joaquín Marco. Al confirmarle su asistencia, él declinó la invitación.
¿A quién recuerda especialmente de aquella reunión?
En aquel momento no lo escribí, y ahora me sabe mal no haberlo hecho, porque los recuerdos se amontonan, pero también se pierden muchos de ellos. Me causó impresión Adolfo Bioy Casares, entonces era ya un hombre mayor y frágil. Había que acompañarlo a todas partes, pero guardo un gratísimo recuerdo de su enorme sentido de la cortesía, pero también de la inflexibilidad de sus costumbres. Lo recogí en el aeropuerto y, cuando íbamos camino del hotel, me preguntó, «y usted, ¿de qué da clases?», «de literatura hispanoamericana», le respondí. «¿Y eso qué es?». Como buen argentino negaba que existiera una materia que pudiera fundir la europeizada cultura argentina con el resto.
Se lo puedo decir: el alumno al que consulté es Javier Pérez Andújar, y también recordaba haber llevado del brazo a Bioy.
¡Hombre! Tengo un gran recuerdo de Javier, me parece que lo estoy viendo en mi clase de Crítica Literaria, solía llevar una chupa de cuero negro y se sentaba al final. Hay que fijarse bien en la posición de los alumnos en clase, y sobre todo en los que se colocan sistemáticamente al final: pueden ser los mejores. De alguna manera te indican que mantienen sus distancias respecto a ti, que no van a entregarse. He tenido muy buenos alumnos, son muchos años…
Además de Javier, ¿qué otros puede recordar, que acabaran escribiendo?
Varios, Jordi Amat es quien ha seguido más de cerca y de forma más brillante la cultura biográfica que yo intentaba transmitir a mis estudiantes. Pienso en Joana Bonet, también sentándose en la última fila. Su vocación se veía desde lejos. Emili Bayo, que acabó escribiendo novela negra, Nuria Perpinyà … O Sabino Méndez: me pasó los apuntes de un texto que estaba escribiendo, resultó ser Corre, rócker. Me encantó lo que escribía, desde el primer momento. Me pareció muy valiente desafiar la corriente entusiasta de la movida y hablar de la cara oscura de los años ochenta: entre las drogas y el sida se llevaron por delante a una generación. Y Sabino Méndez habla de todo esto en su libro, de la cara A (los conciertos de Loquillo y los Trogloditas, las groupies, las fiestas… ) y la cara B (la heroína). Yo siento que no hemos hecho el trabajo de duelo con aquella generación tan diezmada.
Usted fue haciendo su trayectoria, pero se dice siempre que fue el premio Contradiction que convocó la revista Marie Claire lo que cambió su rumbo, y que según dice le hizo tomarse el feminismo como deber moral. ¿Tan importante fue para usted?
Sí, por lo que le decía antes. Cuando yo estudiaba había muchas jóvenes muy combativas con el feminismo, yo menos. Tenía preocupaciones más inmediatas, como desear, con un punto de desesperación, salir adelante, tener un trabajo. O sea, no era mi preocupación fundamental. Y por otra parte, en la universidad no se tenía en cuenta a las escritoras, salvo a Emilia Pardo Bazán y poco más. Con el premio Contradiction de literatura personal las mujeres se volcaron respondiendo a la invitación que hacíamos, Joana Bonet y yo misma, de que nos hablaran de sus vidas en siete páginas. Recibimos miles de historias y ahí es donde cambió de verdad mi mentalidad. Me di cuenta de que había mucho sufrimiento, insatisfacción, mujeres que nos decían «a mí me da igual el premio, lo que me importa es que alguien me escuche». Necesitaban explicarse y eran muchas. Todo eso lo recibimos en torno al año 2000. Nunca he tenido una depresión, pero la rocé, y una de las cosas que aprendí es que no puedes hacer tuyo el sufrimiento ajeno. Pero entonces lo hice y me impliqué demasiado. Empecé a ver el mundo con otras gafas, las gafas violeta como las llamamos en Clásicas y Modernas. Es decir comprendí la legitimidad intelectual de la sensibilidad femenina, tan ridiculizada entonces. Y fue un aprendizaje autodidacta porque en la universidad, aparte de Emilia Pardo Bazán y muy tangencialmente no se estudiaba a las escritoras españolas. Leerlas y recuperarlas fue lo que me llevó a coordinar La vida escrita por las mujeres. Pero ¿lo ve? todo ha sido muy lento.
De hecho, hay todavía un tiempo en que su interés como investigadora se centra todavía en los varones, ¿no? Sarmiento, Castilla del Pino, Umbral…
Sí, es cierto. Pero después también he alternado los intereses. Para mí el feminismo no es un sacerdocio ni un ejercicio de sectarismo, y aunque mi punto de vista cambió, eso no quiere decir que la aportación masculina en la cultura haya dejado de interesarme. Soy profesora de literatura y no me están permitidas las exclusiones. Umbral, por una serie de razones que explico en El frío de una vida, me interesó muchísimo. Con Carlos Castilla del Pino la relación fue muy especial, porque de la amistad con él nació el libro de Conversaciones. Lo considero uno de mis maestros. Cuando empecé a tratarlo aprendí de él su exigencia intelectual. Nos conocimos a través de José Luis López Aranguren, quien fue el presidente del tribunal que juzgó mi tesis y por él supo que yo estudiaba la autobiografía. Castilla del Pino entonces, hablo de 1988 o del 89, ya estaba pensando en escribir la suya, que sería Pretérito imperfecto, y ahí empezamos a conversar sobre el tema. Pero me llamó la atención su forma de dirigirse a mí, como si fuera una igual, cuando yo estaba empezando. La verdad es que no estaba acostumbrada.
Cuando Castilla habló de sus memorias, ¿le impresionó aquella comparación entre no haber obtenido la cátedra y la muerte de sus hijos?
Sí, lo recuerdo perfectamente. Fue una entrevista de Arcadi Espada en El País al poco de publicarse Pretérito imperfecto y a él aquella entrevista le perjudicó muchísimo porque, claro, quedó como una especie de hombre frío e implacable con los sentimientos. Sus amigos le dijimos que debía matizar sus palabras, porque entiendo que él lo que quería decir era que no ganar la cátedra de Psiquiatría cuando era joven le partió por el eje. Su espacio era la universidad y hubiera hecho grandes cosas. Después escribió Casa del Olivo refiriéndose a la muerte de sus hijos, pero no pudo contrarrestar la oleada de rechazo que produjeron sus declaraciones. Por otra parte, quizás no debió de tener hijos…
Bueno, la inmensa mayoría de los escritores de aquella generación se ocupaban poco o nada de los hijos, ¿no? Hablas con éstos y tienen una memoria muy, muy desleída de sus padres…
Es cierto, sí. Recuerdo a mi padre con una actitud distante en relación a nosotros, sus hijos, nada que ver con la implicación actual de los padres. En el caso de Castilla del Pino, digamos que su vocación como hombre de ciencia, el querer emular a Santiago Ramón y Cajal, era una ambición de tal magnitud que, como hombre de familia, probablemente cometió muchos errores. El no poder acceder a la Universidad, la frustración y el deseo de demostrar que podía hacer una carrera intelectual fuera de los circuitos académicos… No es lo mismo ser un médico en el dispensario psiquiátrico de Córdoba que estar en la Universidad, dar clases, poder desarrollar tu investigación… Si pensamos cómo hubiera podido desarrollarse la labor de Castilla del Pino en un centro de investigación con recursos, en una universidad extranjera con medios, pues estoy convencida de que hubiera llegado lejos. No pudo ser.
Otra figura con sus luces y sus sombras fue Umbral. No estoy seguro, pero me comentaron que su libro sobre el escritor fue revisado por usted, matizando algunas cosas que escribió en la primera versión. ¿Fue así?
Sí, así es, la nueva edición la publiqué el año pasado en Debate y revisé algunas cosas, fundamentalmente de estilo. Sobre todo, revisé el capítulo dedicado a la relación de Umbral con las mujeres. Leer la obra y los artículos de Umbral uno tras otro, reparando en el trato que daba a las mujeres, a las protagonistas de sus novelas, se me hizo de difícil digestión. Piense que acababa de publicar Mi vida es mía y estaba muy sensibilizada con el feminismo. Ahora he revisado algunas frases que quedaron demasiado severas y añadí un epílogo sobre los últimos años de Umbral y el hecho de saber quién fue su padre. Yo me quedé a las puertas de saberlo.
Dijo que era el escritor más talentoso del panorama literario español. ¿Esa admiración, la ha mantenido?
Sí, por supuesto que la mantengo. Pocas veces la escritura autobiográfica en España había llegado tan hondo en la introspección. Umbral tiene páginas deslumbrantes, lo que no tenía era la paciencia suficiente para mantener la tensión narrativa a lo largo de un libro. Pero cuando Umbral se pregunta quién es y de dónde viene me parece muy bueno y muy hondo. El espacio literario de Umbral que más me interesa es el que tiene que ver con su propia infancia. Pensemos que la escritura de la infancia es uno de los grandes temas de la literatura contemporánea. Antes de Freud se consideraba una etapa de trámite, de mera transición o aprendizaje al estado adulto. Tampoco la biografía le prestaba demasiada atención a la infancia. Con Freud se abre un mundo interpretativo hasta entonces inexplorado. Él focaliza en la infancia la estructuración de la personalidad, ahí está todo: los miedos, las inseguridades, los resentimientos. Umbral tuvo una infancia traumática y eso le marcó y marcó su literatura.
¿Le gustó el documental que hicieron sobre él?
No lo he visto. Me han dicho que es muy bueno, pero tengo sentimientos encontrados. Me duele que, con todo el esfuerzo que hice para preparar el libro que, sin falsa modestia, creo que cambió la visión que se tenía del escritor, se me mantuviera apartada, utilizando sin embargo, y apropiándose tanto de la información como sobre todo de la interpretación que yo proporciono. No me parece justo ni ético. Lo mismo o algo parecido me ha pasado con la familia de Carmen Laforet, también tiran del hilo de la biografía, Una mujer en fuga, pero sin contar conmigo para nada. En fin, gajes del oficio. Cuando escribes una biografía asumes muchos riesgos, también haces oficio de la invisibilidad.
¿Lo trató mucho, personalmente?
Bueno, traté a Umbral durante un tiempo, cuando nos conocimos él se mostró muy interesado en que escribiera su biografía, pero la condición era convertirla en un ejercicio de estilo. Recurrir a la palabra sin revelar nada que él no quisiera. Pero este no podía ser mi objetivo, porque para estilo ya estaba el suyo y mucho mejor. Yo lo que quería era encontrar explicaciones a una obra que no entendía bien y que me formulaba muchas cuestiones. Mi trabajo como biógrafa, creo que ya se lo he dicho, es descubrir las líneas de fuerza de una vida, cuáles son las huellas que verdaderamente han podido marcarla y que no suelen ser las convencionales. Empecé a investigar por mí misma y eso no le gustó. Aquí acabó nuestra relación. Pero seguí adelante sin contar con él ni con su entorno más inmediato.
En su Breve historia de la misoginia hay citas de Umbral tremendas…
… Sí, ahora serían impensables, por no decir delictivas.
Eso quería preguntarle. Muchos opinan que no podemos juzgar las opiniones de antaño con los criterios de ahora, una España más evolucionada y consciente. ¿Qué opina, debemos ser lo más objetivos posible desde el presente, o debemos ser indulgentes con ciertas actitudes «de época»?
Es un tema apasionante, uno de los grandes temas de nuestro tiempo. ¿Qué hacemos con el pasado? ¿Por qué nos creemos moralmente superiores? Es posible que lo seamos, porque hemos alcanzado logros trascendentales como la democracia o la conciencia de la equidad. Pero el pasado es inmodificable, intentar manipularlo de la forma que sea es un inmenso error. Lo que hay que hacer es, aceptándolo, porque no hay otra, entenderlo con la mirada crítica de hoy y por tanto observar sus deficiencias, sus enormes imperfecciones. Pero nuestra época tiene las suyas porque lo humano es la imperfección. Entonces la dialéctica entre construcción y destrucción del pasado en todos los ámbitos de la vida y de la cultura es una larga historia, pero la idea que se extiende ahora es de acabar de una vez por todas con una pésima praxis histórica por opresora, blanca y elitista. Como le digo, esto me parece un error. Estoy leyendo un libro del historiador mexicano Mauricio Tenorio, La historia en ruinas donde precisamente analiza la tremenda beligerancia actual con el pasado. Siglos de racismo, colonialismo, homofobia, misoginia y explotación capitalista, sin duda, pero también siglos de avances increíbles en el conocimiento, de superación, de solidaridad, de épica. Venimos de todo eso, un tejido muy difícil de deshacer sin cargárselo todo. Volviendo a Umbral, su literatura es un buen ejemplo de lo que digo, porque es expresión de un tiempo, de una ideología y de un machismo que entonces no se leía como tal, porque Umbral solo pensaba en el lector masculino, alguien como él. La irrupción masiva de las mujeres como lectoras ha tenido muchas consecuencias. En todo caso, cancelar el pasado que no nos gusta o que nos ofende no es una solución. En la vida tampoco ocurre así, no podemos hacer desaparecer todo lo que nos disgusta de nuestro alrededor, del mundo. Tenemos que convivir con el Otro. El pasado es una de las formas del Otro, es decir de lo que no soy yo.
Uno de los argumentos de la Conferencia Episcopal es precisamente que no podemos juzgar los casos de pederastia «con los valores de ahora»…
Y tienen razón, pero es que en su momento ya eran delitos muy graves, esta es la diferencia. Y la obligación de la Iglesia, entonces y ahora, es una y la misma: cortar de raíz los abusos sexuales. Porque si la Iglesia que ha hecho de la rectitud moral el eje de su razón de ser no cumple con su predicado no puede aconsejarla a nadie. Aunque el tema es muy complicado y para mí tiene su origen en dos cosas: la exclusión de la mujer del sacerdocio y en el celibato.
Otra de las cosas que llamaba la atención de su Breve historia de la misoginia era el hecho de que las mujeres pudieran ser también fieles guardianas del machismo. ¿Por qué nos parece ahora tan extraño?
Este fue un libro doloroso que salió de una obra anterior, La vida escrita por las mujeres. Ya hemos hablado de él. Cuando preparaba las semblanzas biográficas que debían acompañar la antología de las escritoras que figuraban, más de un centenar, reparé en los comentarios abiertamente despreciativos que se vertían sobre ellas, algunos eran terribles, ni las sillas donde se sentaban las mujeres las podían soportar. Empecé a reunirlos en una carpeta y cuando empezaron a desbordarla comprendí que tenía un libro. Que había que reunirlos para mostrar de qué nivel de rechazo intelectual y moral veníamos las mujeres. Y entonces se me planteó el problema de las mujeres que participaban de esa ideología machista. ¿Qué hacer con ellas? Incluirlas era una muestra de insolidaridad, pero no hacerlo era una falta de justicia. Opté por incluirlas. Aunque doloroso e incómodo, me pareció necesario reflexionar sobre el hecho de que nosotras podemos caer en patrones muy insolidarios con otras mujeres. Y este para mí es el avance más importante que ha hecho el feminismo español: construir una sólida solidaridad femenina. Me parece una cosa preciosa.
¿Comparte la alarma de algunas voces que advierten del movimiento queer como elemento de división en el seno del feminismo, justo ahora que parecía más unido que nunca?
Sí, la verdad es que ha sido una especie de caballo de Troya que ha desembarcado en el seno del feminismo que, por otra parte, apoyó desde el principio el movimiento queer a través de los estudios de género. El problema es la división que ha creado entre nosotras porque al defender el movimiento trans la ruptura del binarismo sexual ha creado un enorme desconcierto epistemológico. Si la estructuración de la sociedad, en su inmensa mayoría, deja de plantearse como una sociedad conformada por hombres y mujeres, las legítimas reivindicaciones de estas últimas quedan diluidas, sepultadas en un universo reivindicativo indiscriminado. Acabo de leer el último ensayo de Paul Preciado, Dysphoria mundi, y su propuesta es inquietante. Hemos llegado tan lejos en la argumentación que por el hecho de ser un sujeto binario, hombre o mujer, ya formas parte de un sistema patriarcal, clasista, dominante y envejecido. Un hecho biológico como la disforia de género pasa a ser un acto político y revolucionario. Lógicamente al feminismo este planteamiento le fuerza a reflexionar mucho sobre su propio futuro. La idea de que el sexo es potestativo, que queda a la libre elección de los individuos y que esta elección se proyecte como una bandera política sin duda puede atraer a muchos jóvenes. Para mi generación es difícil asimilarla porque pensamos en todas las consecuencias traumáticas que puede llevar consigo. Pero no soy partidaria del alarmismo y la campaña del borrado de las mujeres me pareció una exageración. Yo intento ser positiva, porque creo que estamos obligados a enfrentarnos a los desafíos de todo tipo que nos van saliendo en la vida. De algún modo hay que incorporarlos y compensar su influencia con mucha educación de los riesgos que se contraen. Como digo soy positiva y me encanta observar cómo ha evolucionado la sociedad española, cómo habéis cambiado los hombres en vuestra relación con las mujeres. Hablo en general, claro, pero esto ha sido un trabajo conjunto y maravilloso que no siempre las mujeres reconocemos como es debido.
¿No ponen de manifiesto todas esas controversias las complejidades que conlleva el avance del feminismo? Me refiero a que, una vez estamos todos de acuerdo en la necesidad de luchar por la igualdad, por el camino podemos encontrar terrenos muy problemáticos.
Exacto. Y por mi parte entiendo el feminismo como un pensamiento político que lucha por encontrar nuevos equilibrios en el mundo y que necesariamente debe ampliar su agenda, porque muchas de sus reivindicaciones de hace unas décadas ya se lograron en el mundo occidental. Incluso se puede hablar de una nueva civilización feminista, como defiende Amelia Valcárcel, con nuevas formas de resolver los problemas que nos acucian. Angela Merkel fue una inspiración en este sentido. Llevó a cabo un liderazgo discreto, eficaz y humanitario.
Por otro lado, estuve leyendo en Francia sobre un fenómeno curioso, una tendencia entre chicas jóvenes a pensar que la solución de sus problemas pasaba por masculinizarse o incluso transicionar.
Así es. Paul Preciado recomienda desde hace años en sus libros la ingestión de testosterona como un ejercicio de liberación para las mujeres. Es un gran riesgo pensar que tus problemas o desarreglos emocionales pueden desaparecer recurriendo a intervenciones quirúrgicas o a una medicación importante. Especialmente si esos problemas se producen, como se producen, a edades tempranas y que en general son situaciones derivadas del brutal crecimiento que experimentamos en la adolescencia. A lo largo de la vida no hay un crecimiento del ser humano tan drástico como este. Es una etapa difícil y delicada. Para mí el movimiento trans no es un proyecto político, es una cuestión identitaria. Fundir el cuerpo con las ideas no acabo de entenderlo. Otra cosa es que sea una situación que haya generado mucho sufrimiento en el pasado por la castración que ha supuesto para las personas trans. Ni siquiera tenían la oportunidad de saber que lo eran. Terrible.
También le leí una idea interesante sobre el feminismo, y era la necesidad de «abandonar la trinchera». ¿Puede explicarla?
Sí, fue en una reseña reciente y lo que decía es que en algún momento las mujeres tendremos que poner el punto final al discurso victimizador y aceptar que los parámetros de reivindicación que eran válidos hace treinta años no lo son ahora y nuestros desafíos son distintos. Ya no podemos sostener que no hay mujeres en la cultura o que no se lee a las escritoras. Irene Vallejo es un ejemplo espectacular, lleva un millón de libros vendidos de El infinito en un junco. Y me parece un dato fantástico de ese punto de inflexión que en el mundo de las letras ya se ha producido o se está produciendo. Entonces, como decía, hay que plantearse una nueva agenda si no queremos convertir nuestras reivindicaciones en la estatua de Lot. Por ejemplo, se hace necesario reintegrar la labor de artistas y creadoras en el lugar que les corresponde en la historia de la cultura, resignificar la historiografía en lugar de incorporar a las mujeres en un apéndice final de un tema en un libro de texto: las escritoras modernistas, las sin sombrero… Lo que hay que hacer es poner a dialogar a Rubén Darío con Delmira Agustini o a Rosa Chacel con Ortega y Gasset. Y ver qué sale.
Bueno, pero todavía hay un desequilibrio estadístico, ¿no?, que se va corrigiendo poco a poco. Hace algún tiempo, cuando arrancaba esta nueva ola feminista, me pregunté si el éxito del feminismo no pasaba por entrar en el sistema de mercado, frente a cierto purismo que lo rechazaba. ¿Usted cómo lo ve?
Comprendo el purismo porque la incorporación del feminismo al mercado es un tema complicado, puede ofrecer una imagen que no se corresponde con la realidad. Las marcas han incorporado leyendas feministas en sus bolsas y camisetas, el día de la mujer se hacen descuentos del 10 % a las mujeres en las tiendas y cosas así dan la impresión de que las reivindicaciones del movimiento se han integrado plenamente en el sistema capitalista en el que vivimos. Pero luego en un consejo de administración las mujeres siguen siendo muy pocas. Los cambios siempre corren el peligro de convertirse en una operación de maquillaje, mucha apariencia pero poco contenido. El mundo del fútbol también sería un buen ejemplo: hasta ahora el fútbol femenino no había jugado ningún papel significativo, no atraía demasiado la atención y por tanto no generaba ingresos. No había mercado para él. Ahora la atracción que despierta es máxima, eso cambiará la relación de las futbolistas con el mercado y cambiará el mercado.
Ya que lo menciona, ¿cómo vivió ese final del verano con Rubiales y su famoso beso en el ojo del huracán? ¿Qué conclusiones saca desde su óptica?
A mí me ha sorprendido la dimensión y la cantidad de capas, las aristas que ha ido adquiriendo aquel episodio, porque ha puesto de manifiesto un problema estructural en el fútbol femenino del que yo, por ejemplo, no tenía ni idea. Y lo que han hecho las futbolistas es darnos una lección de solidaridad y de trabajo en equipo a la hora de lograr una serie de mejoras imprescindibles yendo todas a una. Es decir, que lo que al principio parecía solo el comportamiento de un patán se ha convertido en una reivindicación feminista muy importante que ha conseguido reformar la estructura de la Federación de Fútbol. Casi nada. Es un ejemplo de que el feminismo puede aportar mucho a la gestión del mundo. Y creo que de todo eso las mujeres tomamos conciencia con la crisis económica de 2008. Queremos intervenir en la forma de gestionar el poder y eso va a cambiar, poco a poco.
¿Por qué todo el feminismo moderno y no tan moderno en España cita sin parar a Simone de Beauvoir, Angela Davis, Audre Lorde, Monique Wittig, Andrea Dworkin, Betty Friedan, Kate Millet y Gerda Lerner… pero casi nunca a Clara Campoamor y muchísimo menos a María Cambrils? ¿Necesitamos nombres anglosajones o franceses para demostrar que es un ideario importante? ¿No corremos el peligro de derivar el feminismo español hacia una versión victoriana-hollywoodense?
Es una gran pregunta, porque tiene que ver con la colonización cultural, especialmente la anglosajona. Dificilísimo sustraerse al hechizo. Y en este sentido la pregunta es ¿hasta qué punto nuestros parámetros culturales no se mueven en función de los parámetros culturales que dicta el mundo anglosajón? Los cultural studies, el pensamiento woke, la cultura de la cancelación… Nada de todo esto ha salido de nuestras universidades, sino que vamos importando lo que se desarrolla en los campus estadounidenses. Por poner un ejemplo, el otro día leía que una profesora de secundaria ponía a sus alumnos como lectura El color púrpura, de Alice Walker, y pensé que como lectura formativa para los estudiantes estadounidenses es perfecta, les habla de su problema histórico, de la discriminación racial largamente sufrida. Pero tal vez para un estudiante de aquí otros libros podrían ayudarle mejor a entender su mundo, sus propios conflictos, por ejemplo, leer a Najat el Hachmi. Dicho esto, la cultura española ha sido muy poco partidaria de la teoría, centrándose como disciplina intelectual y formativa en la historia de una materia antes que en la elaboración de nuevas ideas sobre ella. La tradición historiográfica ha pesado mucho, muchísimo, en la universidad española y eso nos hace muy vulnerables a la incorporación de pensamiento que tiene su razón de ser prioritaria en otros ámbitos, con otras problemáticas.
Termino con un par de preguntas sobre la literatura memorialística, los diarios, las autobiografías. ¿Podemos aceptarlo todo como género de ficción?
Bueno, yo defiendo que la literatura ofrece muchas dimensiones y no todas tienen que ver con la ficción, aunque sí con la creación. Ya sé que mi posición es minoritaria, pero tengo la impresión de que tenemos la palabra ficción demasiado interiorizada, todo nos conduce a ella. Todo tiene que ser ficción y si toda la literatura, la historia o la filosofía es ficción el subtexto es que es inútil preocuparse por la verdad, la sinceridad o la exactitud de un texto, por ejemplo memorialístico. Entiendo que es un terreno resbaladizo y como docente de literatura he tenido la obligación de aprender y enseñar a respetar las diferencias de perspectiva sin identificarlas con el error. Era necesario en su momento dinamitar el estatuto del enunciado, como hizo Nietzsche cuando dijo que no hay hechos, solo interpretaciones. A partir de aquí la naturaleza de la verdad cambió radicalmente hasta llegar a la actualidad cuando parecemos convencidos de que nuestro conocimiento de las cosas es solo una versión, una más, entre muchas. Todo son versiones, ficciones y espejismos. ¿Entonces, dónde queda la seriedad? Porque vivir es algo muy serio. En todo caso, creo que hay un punto que podría ser de encuentro entre posiciones intelectuales contrarias sobre el imperio de la ficción y es considerar que cuando se nos presenta un problema, cuando tenemos que decidir sobre una cuestión esta se presenta con sus propias normas. Los géneros autobiográficos se presentan ante el lector con sus propias normas: lo que cuento tiene que ver conmigo y sobre mí.
Sobre el prestigio de la ficción. Estaba leyendo la última entrega de los Diarios de Chirbes, por ejemplo, y pensaba que tal vez sea su gran obra. Pero eso le suena a sacrilegio a los admiradores de sus novelas, ¿por qué?
Absolutamente de acuerdo. Yo también creo que Rafael Chirbes pasará a la historia de la literatura por sus diarios, porque el nivel de sinceridad, de franqueza, de honestidad consigo mismo y el esfuerzo de escritura ha sido una gran sorpresa. Pero es que la literatura no es una carrera de saltos donde solo puede haber un vencedor, el que salte más lejos. La novela y el diario no están en conflicto, puede que Chirbes pase a la historia de la literatura por las dos cosas. Mejor.
Siempre se ha dicho que aquí en España no teníamos tradición de biógrafos, que todo el trabajo se lo dejábamos a Ian Gibson… ¿Podemos certificar ya que eso ha cambiado?
Sin duda. Yo creo que hay una escuela biográfica ahora en España que desde diferentes perspectivas está intentando paliar un déficit evidente que veníamos sufriendo y era la falta de credibilidad. El franquismo impuso un modo de conocimiento cargado de censura y de limitaciones. Pensemos que en los años 50 se desarrolla la biografía académica en Europa como consecuencia de los avances conseguidos por los grandes biógrafos de los años 20. La cultura española queda al margen de este desarrollo intelectual. Con el estructuralismo la situación parecía definitivamente extinta. Ahora es muy distinto, por fortuna.
¿Para terminar y en relación a su réplica a Luis García Montero, publicada en Jot Down. Es cierto que El País no le permitió publicar una respuesta?
Por lo visto el libro de estilo de El País no contempla la contrarréplica. Entonces, cuando Jot Down me ofreció un espacio para ella lo acepté.
No conocía a Anna y me ha parecido una persona sumamente cabal, culta e inteligente. Aunque discrepe en alguno de sus argumentos, personas como ella son más necesarias ahora que nunca.
Creo sinceramente que alguien como Anna podría ser una excelente directora del Instituto Cervantes.
Qué maravilla son las entrevista largas, con ese flujo del pensamiento y el hilado de la conversación como un río con afluentes. Y esas frases de Caballé, que conjugan la sensibilidad y el vigor, siempre admirable.
imbricar las reflexiones de Anna Caballé en el expositorio de Ana Rosa Gómez Rosal, leído inmediatamente antes, ha sido un bálsamo reconfortante al fermento de pesadumbre inconfortable, que derivaban en mala leche mis lágrimas masculinas. Gracias, Anna.
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