Este artículo es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 44 «Distopías»
Las visiones negativas sobre el futuro son tan antiguas como las positivas: el nacimiento de la utopía trae consigo la distopía, como explicaba Jill Lepore hace años en un artículo en The New Yorker, donde trazaba una breve historia de las distopías, y situaba la semilla primigenia en Utopía, de Tomás Moro. Lo explica, de otra manera, Milan Kundera en la entrevista que le hizo Philip Roth, síntesis de dos conversaciones, y que aparece en El oficio: «El totalitarismo no es únicamente el infierno sino también el sueño del paraíso, el sueño milenario de un mundo en el que todos los hombres vivan en armonía unidos por una voluntad común y una fe sin secretos entre ellos. André Breton también soñaba con este paraíso cuando hablaba de la casa de cristal en la que le gustaría vivir. Si el totalitarismo no explotara estos arquetipos que se hallan en lo más recóndito de todos nosotros y que están profundamente arraigados en las religiones, no podría atraer a tanta gente, sobre todo durante las fases tempranas de su existencia. Pero una vez que el sueño del paraíso empieza a convertirse en realidad, las gentes que tratan de interferir en ese camino aparecen por doquier, y por esta razón los soberanos del paraíso deben construir un pequeño gulag a un lado del Edén. Con el correr de los años, el gulag va haciéndose mayor y más perfecto mientras que el paraíso contiguo pasa a ser cada vez más pobre y pequeño». Es decir, el sueño del paraíso (utopía) contiene su contrario (distopía).
Hay distopías para todos los gustos y temores, cuyas ventas, en el caso de los libros, se disparan en función de la reacción: durante el primer año de Barack Obama como presidente de Estados Unidos, La rebelión de Atlas, de Ayn Rand (1957), vendió medio millón de ejemplares, y, en el primer mes de Trump en la Casa Blanca, 1984, de George Orwell (1949), fue uno de los libros más vendidos en Amazon, según explicaba Lepore. Están las distopías con robot, y el rey es Philip K. Dick; las distopías sobre el consumo, Bienvenidos a Metro-Centre (2006), de Ballard, las distopías inspiradas en el totalitarismo —Orwell, my old friend—, las anestésicas a lo Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932); El cuento de la criada (1985), novela de Margaret Atwood inspirada en dictaduras militares, las tres parábolas políticas. El triunfo de la distopía en el mercado editorial responde a la incapacidad para imaginar un futuro mejor y, en parte, contra esa sensación escribió Layla Martínez su Utopía no es una isla (Episkaia, 2020), que lleva ya siete ediciones. Lo que tal vez quiera decir que necesitamos pensar en el futuro, aunque, debido al movimiento pendular de la historia de las ideas y tendencias, a veces nos decantemos más por el pesimismo que por el optimismo. Un sketch de Muchachada Nui dirigido por Nacho Vigalondo es la mejor síntesis de esa inquietud humana por el futuro. Marty McFly en el año 2040, en un bar de Malasaña, se da cuenta de que no hay coches voladores y piensa que no estamos en el futuro que nos corresponde. Elliot, el niño de E. T., los Bicivoladores y un Cazafantasmas le explican, coreografía grupal mediante, que «El futuro no está bien, pero tampoco es lo peor; no es para echarse a llorar, pero tampoco es ciencia ficción […] El futuro no es futurista, pero tampoco es el Armagedón, parece una peli barata, parece cine español».
Hace quince años del estreno de WALL-E (Pixar), película para todos los públicos que cuenta la historia de amor de dos robots de distintas generaciones robóticas, el amasijo de hierros WALL-E (Waste Allocation Load Lifter: Earth class, en castellano: Levantadores de carga de residuos, clase terrestre) y la sofisticadísima EVA (Evaluador de Vegetación Alienígena), en un escenario distópico: la Tierra se ha convertido en un vertedero inhabitable, donde, además de WALL-E comprimiendo basura, hay una cucaracha, mientras que lo que queda de la humanidad (hombres, mujeres y niños obesos, siempre sentados en sillas voladoras) se comunica entre sí a través de pantallas. Presuntamente están esperando en esa nave espacial crucero a que la Tierra vuelva a ser habitable —la misión de EVA es buscar signos de vida, de ahí la plantita—. La espera comenzó hace siglos, impulsada por la compañía Buy n Large, una supercorporación que se encargó de la evacuación del planeta bajo la promesa de la felicidad. WALL-E rescata tesoros en el vertedero que es ahora el planeta Tierra, cuida de la cucaracha como de una mascota y disfruta del musical Hello, Dolly!, cuya grabación guarda en una cinta de VHS que proyecta antes de acostarse. Quiero decir que es un robot humano y un poco romántico.
WALL-E es un muy buen pastiche distópico: contiene la distopía ecologista, pero también la de la rebelión de las IA, también están presente la deshumanización, la felicidad como aplanamiento espiritual, la pérdida del contacto real, etc. Hasta el piloto automático de la nave Axiom recuerda un poco a HAL 9000, con su luz roja amenazante. Por supuesto, planea el aura del Gran Hermano que vigila y el despliegue de robots recuerda al de los bomberos quemalibros de Fahrenheit 451 (novela escrita por Ray Bradbury en 1953 que Truffaut adaptó al cine en 1966). La mezcla y el acople de todos estos elementos es equilibrada, aparecen sin enfatizarse y sin caer en la orgía nostálgica de Stranger Things.
Pero hay otro aspecto que la película de Pixar comparte con otras distopías: las profecías autocumplidas. Regreso al futuro no era una distopía, quizá por eso aún no hay patines voladores. La ciencia ficción, en general, y la distopía, en particular, lanzan predicciones sobre el futuro. (En 2014, Andy Hunter diseñó una infografía para Electric Literature: «Prediction or Influence? A History of Books that Forecast the Future», donde enumera elementos que aparecen en libros del género y que luego acabaron sucediendo. Por ejemplo, en 2001: Una odisea en el espacio, novela de Arthur C. Clarke de 1951, aparece la comunicación por satélite y, en 1965, se lanzó el primer satélite al espacio). En eso, WALL-E se parece al género: se anticipa a la comunicación vía pantalla y a una especie de existencia virtual. La película es de 2008, anterior a WhatsApp, todavía se utilizaban los SMS y las cámaras de los teléfonos hacían fotos con una calidad que seguramente daría para imprimirlas en tamaño sello. En un artículo en Xataca, Albert Sanchis recoge los temas que adelantó la película de Pixar: «coches autónomos, humanos pegados a las pantallas de sus dispositivos, basura por todas partes, una empresa que gobierna a todo el mundo». Recoge también unas declaraciones del director, Andrew Stanton, en Bloomberg: «Por lo general, disfruto de tener razón, pero no en este caso. No quería tener razón en tantas cosas en esta película».
WALL-E tiene un final esperanzador: suponemos que el ser humano ha aprendido la lección y va a obrar en consecuencia. Hay chistes: nada más aterrizar, en el paisaje desolador en el que se ha convertido la Tierra, el capitán anima a los niños: «¡Aquí pondremos semillas de plantas y de pizza!». En cuanto a la historia de amor, tiene un final feliz que replica la escena de Hello, Dolly!, el musical que WALL-E siempre proyecta antes de dormir.
No recuerdo un final feliz en esa película. Recuerdo un final donde el hombre recibe la nueva oportunidad para redimirse pero no sabemos si la aprovechara. Son esos titulos de credito donde podemos soñar con un mundo mejor… aunque yo, lo dudo.
Una película sobre la esperanza. Pero para tenerla ¿tenemos antes que cargarnos la Tierra?
Hay un pequeño desliz en el texto. ‘2001: Una odisea en el espacio’, la novela de Arthur C. Clarke, no es de 1951, sino del mismo año que la película de Kubrick, 1968; de hecho, se trata de la narración en off del guión, escrito por ambos, que finalmente se eliminó de la cinta (quien iba a ser el narrador obtuvo el papel de HAL 9000, otro detallazo), convirtiéndose así la película en algo muy abstracto. Sí hay un relato de Clark en el que se basaron para el guión (y el libro): ‘El Centinela’ (escrito en 1948 para un concurso de la BBC al que finalmente no se presentó y publicado en 1951 bajo el título ‘Centinela de la eternidad’). Es recomendable leer la novela antes de ver la película, aunque para la mayoría sea demasiado tarde.
Discrepo respetuosamente. No se molesten en leer la novela. La película es mucho mejor y su «abstracción» la hace casi perfecta.
Respetuosamente discrepo la discrepación. Para mí la novela es bastante interesante, mientras que la película va de lo interesante a lo fumado pasando por lo sorprendentemente aburrido…
Yo cordialmente discrepo del discrepante discrepador: 2001 es la mejor película de ciencia ficción de la historia, una ópera espacial que 55 años después no ha perdido vigencia ni ha sido superada por ninguna otra.
Literatura y cine se cruzan, pero sondos artes distintas como es obvio. A algunos les «cae2 mejor la literatrura y a otros el cine.
De la manera más atenta, yo discrepo del discrepante discrepador del discrepante discrepador, la mejor película de ciencia ficción que supera por mucho a 2001: odisea del espacio es la película «la mataviejitas».
Gracias!!!
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Discrepo de todas las discrepancias!!
Lo unico que puedo decir es que el mundo es un poco mejor con obras de Clark y Kubrick danzando por ahi.
Bastante triste es el mundo hoy, como para discutir sobre algo tan trivial
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