A la pregunta «¿quién es el monstruo?» (y en el contexto que nos ocupa) se le pueden dar distintas utilidades: por un lado, esa es la expresión que los niños repiten a modo de juego en el último trabajo de Hirokazu Koreeda; por otro, sirve para plantear el interrogante sobre el que se identifica la propia película. Sin salir del terreno cinematográfico, en cierta tradición del cine japonés la referencia podría ser incluso algo más fantástica: lo monstruoso (encarnado de forma icónica y extendida en la figura de Godzilla y el género nipón de kaijus) es lo que permite representar el miedo, una forma de reducir a un símbolo aquello que atenta a lo grande contra la naturaleza humana, y la pone en peligro a escalas descomunales. Pero que esto no lleve a confusión: no hay nada más antagónico a los kaijus que las películas de Koreeda. Al menos en lo que a estilo y tono se refiere. Y sin embargo… Monstruo.
Hacia el final del film, una imagen condensa lo que en realidad pretende hacer la cinta; esto es, responder a tan aterradora pregunta. Esa imagen es la del cristal de una ventana a modo de escotilla que ha quedado totalmente cubierta de barro. Una fuerte tormenta ha devastado y removido la tierra a su paso, sepultándola. La cámara filma esta ventana desde dentro, captando las gotas de lluvia mientras impactan sobre el cristal, abriendo pequeños puntos de luz que rápidamente desaparecen por la cantidad de barro que soporta. Hay cierto lirismo en esa imagen con la que el cineasta parece estar filmando una especie de constelación, de estrellas que parpadean, que aparecen y desaparecen, haciéndose visibles e invisibles a placer. Desde fuera, dos personas intentan destapar esa ventana pasando sus manos por ella, moviendo el barro de un lado a otro, creando surcos de luz que también terminan por borrarse una y otra vez bajo la capa de lodo: un acto titánico que a pesar de todo resulta necesario para quienes lo ejecutan. Mientras filma esa ventana, Koreeda no revela si hay alguien dentro, esa no es su prioridad. Los que están fuera actúan motivados por la esperanza de encontrar respuestas y para el cineasta, que ha sabido configurar su cine en torno al vacío, dotando de significado a las ausencias, más importante que despejar incógnitas es preservar la esperanza en el corazón de los hombres.
Monstruo es una de esas películas construidas a partir de múltiples capas, de distintas historias que se complementan. Poco a poco, mientras unas se amontonan sobre otras, se repiten, se retuercen o se esquivan, van abriéndose pequeños puntos de luz en su desarrollo, como hacían las gotas en esa ventana, dejando pasar cierta claridad que permite entender mejor el conjunto, pero también constatando que intentar alumbrar completamente el interior (o el trasfondo) puede ser una tarea imposible. La forma en que se cruzan o avanzan en paralelo estos relatos es un mecanismo narrativo para llegar a la verdad, como si esta fuese el final de un camino en el que todos ellos tienen que desembocar.
Y es que Koreeda busca la verdad con cada una de sus películas. Una verdad que, sin embargo, no es única ni indiscutible, sino individual y personal. En El tercer asesinato, uno de sus trabajos más recientes, esta búsqueda ocupaba el centro de la trama: el thriller cuestionaba los mecanismos judiciales y legales de un sistema que más que averiguar la verdad se empeña en buscar culpables, poniendo en entredicho la naturaleza de este concepto tan subjetivo. En La verdad de nuevo surge aquí esta cuestión, elevada a su mismo título, esta vez apelando a la subjetividad y la memoria como refugio de lo real. Para Koreeda la verdad depende del punto de vista, de la persona y del momento. Así lo ha definido en múltiples entrevistas y así lo reafirma su cine. Ya sea a través de una ardua y emocionante investigación policial, o escarvando en la memoria de una actriz sin recuerdos, perseguir tan esquivo concepto es una acción inevitable del ser humano que, incapaz de aceptar imposiciones, compone relatos para encontrarla. Al fin y al cabo, es lo que define cualquier tipo de manifestación artística: la creación como mecanismo de búsqueda de lo verdadero. Escritores, novelistas, cineastas… todos ellos crean historias que parten en mayor o menor medida de lo real para erigir mundos fantásticos, imaginarios o realistas con los que representar la verdad del hombre. Monstruo se sirve de estos mismos mecanismos, los de la creación, para contar tres historias y llegar así a definir lo que es verídico en todas ellas. Cierto es que el cineasta no inventa nada nuevo: en Rashomon, Akira Kurosawa volvía sobre un mismo suceso tres veces pero adoptando una perspectiva distinta en cada uno para poder esclarecerlo. Pero mientras que en la cinta de 1950 la repetición era parte de la trama, en Monstruo es parte de su estructura narrativa, abriendo las distintas perspectivas al espectador pero no a sus personajes. Koreeda sitúa así la verdad en un equidistante punto entre las tres perspectivas y dejándola en un lugar al que solo tiene acceso el espectador, que tiene un asiento preferente ante lo sucedido.
Pero no es cualquier verdad la que le interesa al cineasta nipón. Porque la pregunta está clara: ¿Quién es el monstruo? Una y otra vez, Koreeda bucea hasta las profundidades del individuo para entender la naturaleza humana. Quizá este sea el principio fundamental que recorre toda su obra, un corpus fílmico que podría entenderse como un tratado filosófico sobre el sentido de la existencia. La paternidad, los vínculos familiares o el sentido de pertenencia son algunos de los temas que explora en sus filmes, haciendo un acercamiento muy minucioso a estas cuestiones y derivando en otras de mayor alcance como la justicia, el amor o la raíz del mal, como en este caso. Otro cineasta japonés, Ryusuke Hamaguchi, se plantea en su último largometraje El mal no existe (2023) una cuestión similar a la que Koreeda aborda en Monstruo. A pesar de la rotundidad de su título, el film de Hamaguchi deja la puerta abierta a distintas interpretaciones sin imponer ningún tipo de tesis a favor o en contra. Koreeda, sin embargo, parte de un lugar distinto que lleva implícita una postura a favor de su existencia: una vez producido el mal, ¿quién es el responsable? Y aquí es cuando comienza el fuego cruzado, el encuentro de miradas, la intersección narrativa, la pluralidad de puntos de vista. Pero si algo nos enseña el cine (y la vida) es que el camino que lleva a la verdad está muy transitado. Así, múltiples subtramas van surgiendo y haciéndose visibles: subtextos que definen una realidad condicionada por la masculinidad tóxica, el bullying o la homofobia. La vulnerabilidad infantil o la soledad en el entorno familiar son algunos de los destellos (o fogonazos) que delatan ese fondo en el que bullen el odio o el miedo. Pero decíamos que este no es un cine de kaijus. Al contrario, Koreeda es el maestro de las segundas oportunidades. Renacer o reinventarse es el privilegio del ser humano y la condición propia de los niños. Por eso siempre hay un después de la tormenta en su cine, porque la lluvia cesará en algún momento, el barro terminará por desvanecerse dejando espacio para empezar de nuevo. Puede que incluso la tempestad sea tan fuerte que pueda arrastrar a los monstruos con ella. En cualquier caso, habrá que seguir buscando la verdad para poder identificar bien en el universo de cada uno quién es el auténtico monstruo.
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