Halloween ya se encuentra asomando la calabaza a la vuelta de la esquina, y eso significa que vuelven las sanas tradiciones de la farra que antecede al día de Todos los Santos: proclamar airados en redes sociales que participar en dicha fiesta es rendirse al sucio capitalismo norteamericano, replicar altivos que en realidad la celebración tiene su origen en una entrañable fiesta gaélica llamada Samhain, alimentar las caries devorando a paladas los packs de chucherías temáticas del supermercado de confianza, y planear sesiones interminables de películas con mucha tripa suelta para una noche de mantita y brincos. Y de esto último trata la encuesta que planteamos hoy, de miedos y cinefilia, de tratar de responder a una pregunta importantísima: ¿cuál es la saga de terror ideal para una maratón en Halloween?
Las opciones son abundantes, las franquicias eternas, los villanos tienen los cuchillos afilados y la caja para aportar el voto se encuentra instalada al final de todo este extenso repaso a los horrores cinematográficos. Como ocurre siempre que nos enfangamos en estos debates, aprovechamos para recordar a los lectores y lectoras que la sección de comentarios está abierta al público para señalar las ausencias notables, o las sugerencias impensables.
Pesadilla en Elm Street
La residencia de uno de los monstruos incombustibles de Halloween. Freddy Krueger (Robert Englund), psicópata sobrenatural fabulosamente ochentero con jeta a la parrilla, outfit tan invariable como el de un dibujo animado y un guante de cuchillas como herramienta de trabajo para trepanar carne lozana. El villano que destripaba adolescentes en el mejor campo de caza posible, el mundo de los sueños. Wes Craven ideó a Freddy escarbando en sus miedos, evocando las noticias sobre el síndrome de la muerte súbita nocturna que le aterraban, bautizando al personaje con el nombre del chico que lo acosaba en la escuela, y vistiéndolo con un jersey de rayas rojas y verdes porque había leído que aquella combinación era la que más le rechinaba al ojo humano. En 1984, New Line Cinema fue la única compañía que se ofreció a costear una Pesadilla en Elm Street dirigida por Craven. Y el éxito de la marca propició que en Hollywood dicho estudio acabase siendo popularmente conocido como «La casa que construyó Freddy». Una saga de nueve películas, donde la primera de ellas lucía horrores más serios y achuchaba tanto los tropos del género como para convertirse en clásico de videoclub.
La segunda parte fue de lo más simpática gracias a su, poco velado pero muy discutido, subtexto homoerótico y, a partir de ahí, las secuelas se sucedieron en conga. Pesadillas que aumentaron la guasa gradualmente, y que aprovecharon el mundo onírico para ofrecer todo tipo de muertes demenciales: jeringuillas, sesiones de gimnasio horribles que desembocan en mutaciones insectoides, enfrentamientos en el interior de un cómic, Johnny Depp convertido en una fontana de sangre, audífonos diabólicos, videojuegos o aquella chavala a la que Krueger chupaba hasta dejar como una pasa.
Tras filmar el capítulo inicial, Craven dejó a Freddy en manos de otros, firmó el guion de una Pesadilla en Elm Street 3: los guerreros del sueño que ha acumulado mucho culto, y volvió a colocarse tras las cámaras para rodar la curiosa La nueva pesadilla de Wes Craven. Una metahistoria donde Freddy Krueger acosaba a los mismísimos responsables de las películas de Pesadilla en Elm Street. El caballero de dedos afilados también protagonizó un crossover junto a Jason Voorhees (Freddy vs Jason), sufrió un remake (sin Englund) en 2010 que no vio ni dios, y presentó su propio programa televisivo de cuentos chungos (Las pesadillas de Freddy) al estilo de Historias de la cripta. En dicho show, el primer capítulo venía firmado por Tobe Hooper (La matanza de Texas) y recreaba el origen de Freddy, mostrando los acontecimientos que llevaron al villano a convertirse en ingrediente de barbacoa.
[Rec]
[Rec] fue una sorpresa. ¿Quién iba a pensar que los mayores sustos de Barcelona no se encontraban en los precios en las terrazas de la Rambla, sino en el interior del portal 34 de dicha calle? La primera entrega, firmada a cuatro manos por Jaume Balagueró y Paco Plaza, se presentó como un found footage que hermanaba Aquí no hay quien viva con el cine de zombis infectados. Una de no muertos runners liándola en la comunidad de vecinos. [Rec] gozó de una campaña promocional acertadísima, que mostraba al público pegando botes en la sala, y su fama la convirtió en semilla de franquicia, y objeto de un remake norteamericano.
Con [Rec]2 la pareja de directores le metió más acción al asunto, marcándose el equivalente a lo que fue Aliens con respecto a Alien, en una producción que es la mejor de la saga para el que esto firma. Aquella secuela adoptó nuevos puntos de vista, narrando la historia a través de las cámaras de un equipo de policías y de las grabaciones de un grupete de adolescentes gamberros. Y se atrevió a darle una vuelta maja al concepto: la trama revelaba que en lugar de zombis estábamos lidiando con poseídos, algo que cabreó bastante a los fanáticos del cine de muertos vivientes.
[Rec]3 llegó dirigida por Plaza en solitario, abandonó el estilo de metraje encontrado y ofreció una comedia gore simpática con Leticia Dolera muy encabronada con los zombis infectados poseídos que le habían jodido las celebraciones de su boda. Balagueró se hizo cargo de [Rec]4: apocalipsis y el resultado fue una entrega poco inspirada a bordo de un barco, donde lo único destacable era contemplar a unos monos zombis. A día de hoy seguimos esperando un cierre más digno para la serie, y desde aquí tenemos una sugerencia: aprovechar la era de los youtubers como excusa para recuperar el found footage con una [Rec]5 protagonizada por Zazza el italiano de excursión por el Raval. Y que se lo coman.
Saw
La franquicia donde el torture porn y Bricomanía se daban un abrazo nació de un éxito inesperado. Un australiano de origen malayo llamado James Wan, alguien que va a aparecer bastante en esta lista, rodó con presupuesto apretado y muchísima ilusión una ocurrencia que se presentaba en pantalla como una tarde chunga de cruising: en unos lavabos, con dos caballeros esposados y un tercero tumbado boca abajo. En el reparto figuraba un debutante Leigh Whannell que firmaba el guion junto a Wan, Cary Elwes (La princesa prometida), Danny «Estoy muy viejo para esta mierda» Glover, una Shawnee Smith reclutada por haber sido el crush adolescente de Whannell, y Tobin Bell como el villano Jigsaw.
Lo gracioso es que Wan pretendía filmar una obra hitchcockiana, pero por la falta de medios, las prisas y los atajos, el resultado viró hacía un terror sucio, de estética heredera de Seven, que se convertiría en sello de la saga. Saw tenía una premisa general muy divertida, una tropa de desgraciados padeciendo trampas grotescas. Y la buena recaudación de su estreno en el Halloween de 2004 provocó que durante cada uno de los seis años posteriores una nueva Saw saliera del horno a tiempo para alegrar la noche del 31 de octubre. Tras una entrega, Saw VI, que fue inexplicablemente calificada X en España, la saga anunció su capítulo final con Saw 3D. Pero en el cine de terror ese tipo de despedida se traduce por un «hasta luego» y, tras un parón, la serie retomó el ritmo con nuevas secuelas que, para hacerse las modernas, ocultaban el nombre original: Jigsaw (2017) y una Spiral (2021) impulsada por Chris Rock, un tío muy fan de la serie y del sadomasoquismo en público.
Este año, Saw X se ha presentado en sociedad encorbatada, con buenas críticas y ganas de poner en marcha de nuevo la numeración romana. El «pero» de todo esto es que la familia Saw siempre ha evidenciado ciertas taras evidentes. Por un lado porque, a pesar de prometer lo contrario, sus entregas van cortísimas de gore y charcutería para lo que es habitual en el género. Por otra parte, porque se trata de la saga cinematográfica con el ejercicio de contorsionismo onanista más recurrente de la historia. Una ristra de películas tan enamoradas de sí mismas como para chuparse el pito continuamente a base de giros sorpresa que solo se centran en reescribir las entregas previas. Poca sorpresa teniendo en cuenta que se trata de esa serie, con diez capítulos sobre el lomo, para la que siguen llamando a Tobin Bell a pesar de que habían matado a su personaje hace siete entregas.
Muñeco diabólico / Chucky
Chucky, el que fuese el muñeco más malrollero hasta que algún corazón oscuro concibió los bebés reborn, supuso la mejor encarnación cinematográfica del clásico juguete maldito de las historias de miedo. La excusa narrativa era un psicópata embotellando, justo antes de diñarla y tirando de ritual chungo, su espíritu en un muñeco para continuar causando el mal a medio metro de altura. Tras tres entregas, etiquetadas como Muñeco diabólico, de asesinatos crudos y cabrones, la saga se reinventó virando hacía la comedia en 1998 con la estupenda La novia de Chucky. Una cinta que introdujo a Jennifer Tilly en el lore de la franquicia, homenajeó a los clásicos del género con mucha gracia y lo revistió todo de un cachondeo general de lo más agradecido. Tras ella, La semilla de Chucky fue un festival de vergüenza ajena que presentó al hijo del muñeco como una versión muy yonqui de David Bowie con el carisma de un ficus. Las recientes La maldición de Chucky y Cult of Chucky recuperaron el rumbo del hijoputa pelirrojo mientras, paralelamente, Aubrey Plaza, la mejor persona del mundo, protagonizaba un reboot de la marca con un Chucky propulsado por la maléfica IA moderna. En la actualidad, el muñeco asesino disfruta de su propia serie, convenientemente titulada Chucky. Un show que ignora el reboot pero tiene a gente de todas las películas pretéritas por ahí danzando.
Paranormal Activity
En esta casa seguimos diciendo que Paranormal Activity era un documental sobre una puerta, Paranormal Activity 2 un reportaje sobre una piscina y Paranormal Activity 4 un anuncio de aquella tontería de la Xbox llamada Kinect. Aunque lo importante es que Oren Peli filmó con quince mil pavos una cinta casera que a la larga se convertiría en una saga de siete largometrajes oficiales, el último de ellos centrado en una comunidad amish y estrenado en 2021, capaces de recaudar buenos millones de dólares en taquilla. Es verdad que las pelis tienen aciertos puntuales, como la cámara en movimiento de Paranormal Activity 3. Y también que Paranormal Activity: los señalados no estaba tan mal, sobre todo si la comparamos con aquella Paranormal Activity: la dimensión fantasma que se presentó como un cajón de sastre poco inspirado. Pero, en general, una maratón de esto quizás sea algo que solo pueden encontrar emocionante los vigilantes de seguridad. Ojo, porque también existe otra Paranormal Activity 2 subtitulada como Tokyo Night que nadie tiene muy claro si es legítima o no. Una cinta donde la acción se trasladaba a Japón y que, por si el lector se lo andaba preguntando, aquí siempre la hemos considerado bastante innovadora por ser un documental sobre dos puertas.
Halloween
Con Halloween, nuestro adorado John Carpenter de Marte no rodó el primer slasher de la historia, los italianos y gente como Tobe Hooper llegaron antes, pero sí que ayudó a popularizar bastante el subgénero, convirtiéndolo en producto de consumo masivo entre los aficionados al susto y las parejas dispuestas a buscar excusas para abrazarse en la oscuridad del cine.
Un psicópata con cuchillo de cocina gordo llamado Michael Myers, una máscara lechosa fabricada a partir de una careta del capitán Kirk (William Shatner) bañada en lejía, Jamie Lee Curtis como una de las scream queens seminales y una letanía de trece entregas en total. O esa colección de películas cuyo mayor problema es que para enfrentarse a ellas es necesario tener a mano un mapa de ruta, porque la saga ha sufrido tantos reseteos y alumbrado tantas líneas temporales como para que resulte difícil saber donde coño se ubica cada largometraje.
Por un lado, tenemos el itinerario trazado por La noche de Halloween (1978) + Halloween 2: sanguinario + Halloween 4: el regreso de Michael Myers + Halloween 5: la venganza de Michael Myers + Halloween 6: la maldición de Michael Myer. O el trayecto que arranca con un tarado intentado trinchar a una canguro, continúa con una secuela donde se revela que el psychokiller y la víctima en potencia son hermanitos, y desemboca en una trama sobrenatural con secta utilizando al asesino para salvar a la humanidad, o alguna pollada así.
Al margen, existe una solitaria Halloween III: el día de la bruja que versa sobre máscaras malditas, una cinta por donde Myers no se pasa ni a saludar. Otra opción viable es la ruta La noche de Halloween + Halloween 2 + Halloween H20 + Halloween resurrection. Una senda de slasher clásico y perezoso, que acaba desembocando en aquella infumable Resurrection donde los protagonistas participaban en un reality internetero en casa del loco del cuchillo.
Entretanto, el combo Halloween (2007) + Halloween II (2009) ofrece una nueva versión del personaje, remakeado por un Rob Zombie con el piloto automático puesto.
Y, por último, la antología compuesta por La noche de Halloween (1978) + La noche de Halloween (2018) + Halloween kills (2020) + Halloween: el final ofreció una nueva variante de la historia que eliminaba el vínculo familiar instaurado en Halloween 2: sanguinario. Desgraciadamente, aunque esta cuatrilogía moderna comenzó prometiendo mucho, al final la cosa derivó en chufla. Desde aquí, y frente a todo este maravilloso cacao, nuestra recomendación más sincera es ver las películas de manera completamente aleatoria (porque, total, os van a aportar lo mismo). Y aplaudiendo cuando toque la de Carpenter.
Amityville
Mucho cuidado con la marca Amityville, porque ahí donde la veis, a la chita callando, supone la estirpe de películas más abultada de la historia: un éxito de taquilla en 1979, seguido de cuarenta y dos secuelas entre productos oficiales, ocurrencias no oficiales y producciones directamente demenciales. Una colosal cifra de vástagos que tiene truco, claro: cualquiera puede poner un «Amityville» en el título de su película sin temor a demandas, siempre y cuando dicha palabra no vaya acompañada de «horror». Porque el título original de la primera entrega era The Amityville Horror y esa es la única combinación de vocablos que está protegida por los derechos de autor. Terror en Amityville (The Amityville Horror) supuso un bombazo a finales de los setenta. Una peliculilla independiente con casa encantada, basada en supuestos hechos reales, y que fue publicitada por la productora y la prensa como un rodaje repleto de sucesos paranormales chungos.
Años más tarde, Margot Kidder, protagonista de la cinta, aclaró que todo aquello fue una patraña promocional: «Los productores nos recomendaron decir que en el set sucedieron un montón de cosas horribles. Eran todo gilipolleces. No pasó nada, pero fue divertido». Lo cierto es que sentarse ante la colección Amityville es un suplicio, porque ni siquiera las cintas oficiales son gran cosa. Pero quizás supone la experiencia más cercana al auténtico espíritu del videoclub, especialmente si tenemos en cuenta lo delirante de las secuelas: existe la típica entrega para ver con gafas de tres dimensiones (El pozo del infierno 3-D, alias Amityville 3-D), otra ubicada en un barrio gangsta de negros con escenas de rap vergonzosas (Amityville in the Hood), una donde el mal habita una bombilla gorda (Amityville IV: la fuga del diablo), otra donde la mansión es teletransportada al espacio exterior porque patatas (Amityville in Space), una que plagia las cámaras de vigilancia de Paranormal Activity (Amityville Haunting), otra que fusila a El proyecto de la bruja de Blair (Amityville: No Escape), una protagonizada por Jennifer Jason Leigh (Amityville: el despertar), algunas con vampiros y espantapájaros asesinos, otra con nudismo gratuito (el Terror en Amityville de 2016), una donde la vivienda encantada es una mansión de juguete (Amityville 8: la casa de muñecas), otra con hombres-lobo (The Amityville Moon), e incluso una entrega con sexo explícito y un consolador poseído por demonios (Amityville Vibrator). Citando al Mads Mikkelsen fumador: «Joder, esto sí es cine».
Viernes 13
Jason Voorhees, la competencia directa de Freddy Krueger como principal causa de mortalidad adolescente en los ochenta, y el segundo psycho killer más rentable tras Michael Myers. O el contrapunto redneck en forma de bestia parda en el cine slasher. El debut de Viernes 13 se presentó en los cines de 1980 con la idea de hacer caja en el género popularizado por Halloween pero, como bien apuntaba el prólogo de Scream, en aquella película Jason ni pinchaba ni cortaba carne alguna. En realidad, spoiler, en la primera entrega el tío tan solo hacía acto de presencia en forma de tumor humano chapoteando en charca. Y era su candorosa madre la que se dedicaba a despachar a los libertinos muchachos y muchachas.
La criatura comenzó a currárselo por su cuenta en Viernes 13 2a parte ataviado, eso sí, con un muy poco aterrador saco con agujero en la cabeza. Porque el bueno de Jason no optaría por la máscara de hockey como complemento estilístico definitivo hasta Viernes 13 parte 3. En conjunto, el entrañable mastuerzo protagonizó doce películas en las que se pudieron ver muchas tetas, secuencias para las gafas 3D de la época con mierda variada volando hacia la pantalla, un Voorhees remuerto y resucitado, una entrega de título tramposo que prometía tomate en Nueva York (Viernes 13 VIII: Jason toma Manhattan) pero acontecía en su mayor parte en un barco, un remake, un enfrentamiento con Freddy Krueger que había sido anunciado con poca sutileza años atrás, e incluso un capítulo (Jason X) que tenía lugar en el espacio durante el año 2455. Una ida de pelota futurista donde se presentó a un Voorhees cibernético al que los fans apodaron cariñosamente como «Uber Jason».
Insidious
Tras Saw, James Wan quiso demostrar que sabía dar mal rollo haciendo algo más que sentar a los actores en un lavabo con pinta de albergar nuevas variantes del sida en la mugre de las juntas de los azulejos. Y se embarcó en Insidious, el relato de una familia padeciendo una casa encantada y con uno de sus hijos en coma transitando por una dimensión alternativa chunga. O esa peli de sustos que, como apuntaba Ricardo Jonás G., tiene a Darth Maul como villano. Tras recaudar unos buenos fajos por todo el mundo, las desgracias familiares con demonios y poltergeists continuaron en Insidious: capítulo 2, ahondaron en el personaje de la vidente Elise (Lin Shaye) con las precuelas Insidious: capítulo 3 e Insidious: la última llave, y volvieron a centrarse en el chaval protagonista, ya crecidito, en Insidious: la puerta roja. Un último episodio dirigido por el propio Patrick Wilson que protagonizaba las pelis.
Evil Dead
Las quedadas en casas rurales siempre degeneran en cosas terribles y espantosas. Ahí tenéis Cabin Fever, Zombis nazis, La cabaña en el bosque o «20 de abril» de Celtas Cortos. A finales de los setenta, Sam Raimi rodó sin pasta pero con Bruce Campbell y una pandilla de amigos una simpática Terroríficamente muertos que suplía las carencias presupuestarias a base de imaginación y cubos de entrañas. Un grupo de colegas en una cabaña del bosque se tropiezan con el Necronomicón y la cosa se lía. Así, en lo rural y entre lo sobrenatural, nació un nuevo héroe con carisma: Ash Williams (Campbell).
La secuela, Posesión infernal, le metió comedia slapstick de dibujo animado al guateque de vísceras y endemoniados. Y la tercera parte (El ejército de las tinieblas) incluyó viajes en el tiempo hacia épocas medievales y afianzó las frases molonas de Ash como historia del cine.
Tras dos décadas, la marca Evil Dead resucitó con una serie muy disfrutable, y muy heredera del espíritu Raimi, llamada Ash vs Evil Dead, y con dos películas, Evil Dead y Evil Dead Rises, sin Williams (solo se asomó en modo cameo tras los créditos de la primera) pero con mucha víscera alegre. Campbell había anunciado hace cierto tiempo su decisión de abandonar el personaje definitivamente, pero ahora dice que se lo está pensando. Es normal, es difícil molar más que interpretando a un manco cazademonios con una motosierra acoplada en el muñón.
El proyecto de la bruja de Blair
Una fabulosa campaña de marketing, propulsada en una internet que aún vestía pañales, fue la culpable de convertir El proyecto de la bruja de Blair en fenómeno mundial. Y aquello tenía mucho mérito para una pequeñísima película indie experimental que había sido rodada a modo de gymkana, con los directores (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez) soltando al reparto en medio del bosque para que improvisaran ante las penurias ficticias a las que serían sometidos. La idea era maravillosa, aunque en la pantalla el resultado cinematográfico era el equivalente a atarle una cámara a un perro y ponerle un petardo en el recto.
Para El libro de las sombras: Blair witch 2, el estudio fichó a un director de true crimes televisivos (Joe Berlinger) que intentó darle empaque de documental al asunto, hasta que los productores agarraron el metraje y lo convirtieron en una blandurria película de terror comercial de su época. En 2016, tras un rodaje en secreto, el prometedor Adam Wingard (Tú eres el siguiente y The Guest) se encargó de ofrecer una secuela que en realidad parecía un remake flojete. La leyenda de la bruja de Blair en realidad nunca ha pasado de anécdota, pero vamos, que las pelis están ahí para aquellos a los que les parezca aterrador un monigote hecho con palitos.
Candyman
En 1992, una historia corta de Clive Barker sirvió de punto de partida para moldear a otra silueta ilustre del terror, Candyman. Trasladando la acción del texto original de Liverpool a Chicago, el director Bernard Rose facturó Candyman, el despertar de la mente como un cuento de horror y prejuicios. Un clásico noventero donde la estrella era el vengativo fantasma de un esclavo que fue asesinado en el siglo XIX por haber ligado con la hija de un ricachón blanco.
Candyman lucía el rostro de Tony Todd, portaba gancho acoplado a un muñón, tenía una historia rara con las abejas, y era invocado a nuestro mundo por los cauces habituales, repitiendo su nombre ante un espejo. Candyman 2 y Candyman 3, el día de los muertos se presentaron con modales de producto para videoclub y en 2022 nos llegó una nueva Candyman. Una secuela directa de la primera película dirigida por Nia DaCosta, con guion y producción de Jordan Peele, que estaba estupendamente rodada y tomaba una buena idea como cimiento, el fenómeno de la gentrificación, pero que cometía un pecado imperdonable en este género: olvidarse de dar miedo.
Los muertos pisaos de George A. Romero
Sí, lo de los zombis hace tiempo que se nos ha ido de las manos. Ya hemos tenido guerras globales con zombis castellers, Jane Austen combinada con cadáveres andantes, comedias británicas de vagos y no muertos, series eternas con mucho walking dead, y vaqueros de videojuego rellenando de plomo a aquellos que han abierto la tapa del ataúd desde dentro. En la actualidad, hemos llegado a un punto en el que los zombis están tan integrados en la sociedad como para protagonizar musicales ñoños en Disney channel, que ya es decir.
Pero aun así, una maratón de las pelis dirigidas por George A. Romero sigue siendo la opción más aceptable para disfrutar de una agradable tarde-noche de tomate gratuito y degustación de sesos. Porque aquel caballero de gruesas gafas de pasta y dos metros de alto es el padre de toda la movida zombi, el culpable del subgénero de terror más prolífico e infeccioso. La noche de los muertos vivientes, Zombi y El amanecer de los muertos conforman esa espaciada trinidad capaz de amenizar cualquier fiesta de guardar. La tierra de los muertos vivientes llegó en los confusos dosmiles pero aún mantenía el nivel. El diario de los muertos y La resistencia de los muertos salieron tontorronas, pero hemos aprendido a perdonarlas por ser hijas del creador de los apocalipsis zombis. De hecho, el propio Romero estaba desencantado con ambas y andaba maquinando un cierre más digno para su desfile de cadáveres andantes, una película titulada Twilight of the Dead, pero el pobre hombre la palmó antes de poder llevar la empresa a cabo. Y, por ahora, él no tiene mucha pinta de querer volver de la tumba.
Expediente Warren
En el mundo real, Edward Warren Miney y Lorraine Rita Warren fueron un matrimonio de investigadores de lo paranormal con caras compuestas por cemento bien fraguado. Un hombre que se había autoasignado el título de demonólogo, y una mujer que aseguraba ser una médium con buen rango de conexión wireless. Durante años, la parejita se dedicó a sacar pasta supervisando supuestos eventos paranormales, desde la casa de Amityville hasta la maldad latente en la muñeca Annabelle (que tenía esta pinta tan cándida en el mundo real), pasando por posesiones demoníacas o emplazamientos con mucho poltergeist donde los Warren se presentaban sin ser invitados.
En la ficción, sus tropelías sirvieron como base para un guion que durante tres lustros nadie quiso rodar, hasta que llegó James Wan y lo convirtió en Expediente Warren: The Conjuring. Una película basada en (comillas) hechos reales (comillas), donde Vera Farmigo y Patrick Wilson interpretaban al matrimonio de cazafantasmas freelance, que además contó con la supervisión de la verdadera Lorraine Warren cuando aquella señora todavía coleaba. El buen hacer de Wan hizo que los sustos, exorcismos y fantasmas de The Conjuring salieran muy rentables. Y los Warren de celuloide protagonizaron dos aventuras más con nuevos marrones paranormales (Expediente Warren: el caso Einfeld y Expediente Warren: obligado por el demonio), pero también establecieron un Warrenverso fílmico que serviría de nido para un rosario de spin-offs: tres paseitos de una muñeca chunga (Annabelle, Annabelle: Creation y Annabelle vuelve a casa), dos aventuras de una devota con mala hostia (La monja y La monja 2), y una cinta sobre una leyenda mexicana (La llorona) que su director jura y perjura que no forma parte del universo de los Warren, pese a que comparte un personaje y una muñeca con el mismo.
Destino final
Un grupo de chavales esquiva un accidente horrible gracias a la visión premonitoria de uno de ellos. La muerte se toma fatal el desplante, anota los nombres de los chicos en su wishlist, y se dedica a perseguirlos para eliminarlos ordenadamente, ejecutando truculentos accidentes que adoptan la forma de máquinas de Rube Goldberg compuestas por objetos cotidianos.
La gente de bien sabe que la saga Destino final siempre ha dado aquello que prometían, pero no cumplían, las cintas de Saw: muertes pasadísimas de rosca, repletas de casquería gratuita, vísceras y hectolitros de sangre. La primera Destino final era estupenda, una cinta malrollera, ocurrente, con Devon Sawa como protagonista, cameo de Tony Todd (Candyman), y un accidentado arranque en el vuelo 180 de Volée Airlines tan efectivo como para que los fans del terror se suban desde entonces a los aviones vistiendo las gónadas a modo de corbata.
Sus cuatro secuelas salieron más flojas, pero aquello daba completamente igual porque a esas alturas la gracia estaba en festejar los gamberros malabarismos ideados por los guionistas para triturar al casting. Eso sí, el plot twist que Destino final 5 incluía en su cierre tenía bastante gracia. Tras una década sin nuevos accidentes aparatosos, la sexta entrega está anunciada para el futuro cercano.
Hellraiser
En 1986, desencantado con las adaptaciones cinematográficas previas de su obra, el popular escritor Clive Barker decidió ocupar personalmente la silla de director para trasladar al cine su novela El corazón condenado. Era una decisión arriesgada, porque Barker no tenía ni pajolera idea del oficio de dirigir y nunca intentó aparentar lo contrario: «Ni siquiera sabía qué diferencia existía entre las lentes de 10 mm y las de 25 mm», explicaba el hombre, «si me hubieses puesto delante un plato de espaguetis y me hubieses dicho que aquello era una lente a lo mejor te habría creído».
El resultado de aquellos riesgos fue Hellraiser, un relato con una caja-puzle molona capaz de establecer conexión directa con el infierno, una tropa de monstruos (los cenobitas) aficionados al BDSM y un villano icónico de cabeza claveteada interpretado por Doug Bradley y bautizado Pinhead en posteriores entregas. El éxito de la peli y el carisma del malote propiciaron el advenimiento de nueve secuelas. Obras muy meritorias por ser cada una más pocha que la anterior y porque, en algunos casos, fueron rodadas con el presupuesto justo para comprar en la ferretería los clavos que embellecen el melón del maloso. En 2022, un reboot competente filmado por David Bruckner logró encauzar algo el asunto para los que aún albergan esperanzas en las fechorías cenobitas.
La matanza de Texas
En 1974, un documentalista treintañero llamado Tobe Hooper estrenó en cines estadounidenses La matanza de Texas presentándola en sociedad como la recreación fiel de una serie de atrocidades reales. En la pantalla, un grupete de jovenzuelos se convertían en embutido para la nevera de una familia de caníbales zumbados.
Pero en realidad toda aquella carnicería texana no pasaba de ser una ocurrencia de ficción. Una diablura que Hooper había imaginado inspirado por las noticias locales de Texas, y por los hobbies personales de Ed Gein. Lo de venderla como una recreación basada en hechos reales fue un cebo para el público setentero, aunque el director se excusaría más adelante asegurando que con la trola pretendía reflejar el clima político de incertidumbre ante las fake news de la época.
Filmada con un presupuesto tan exiguo como para que sus responsables tuviese que utilizar una grúa de madera y fabricación casera, o pagar al narrador (John Larroquette) con marihuana, La matanza de Texas arrastró a más de dieciséis millones de personas a los cines, convirtiendo en icono del terror a su villano más llamativo, Leatherface. Un tarado que utilizaba un rostro ajeno a modo de máscara, vestía traje y corbata en medio del Texas más campestre, y gustaba de trocear a la juventud con una motosierra.
La película supuso un impacto importante en la audiencia, celebridades de los miedos incluidas: Stephen King afirmó «Testificaría con gusto sobre su mérito social redentor en cualquier tribunal del país», y Wes Craven reconoció que al contemplarla en el cine no podía dejar de preguntarse qué coño tendría en la cabeza «el fanático de Charles Manson que había creado aquello». Lo más gracioso es que, pese al revuelo montado, la cinta es muchísimo menos sangrienta de lo que recuerda el subconsciente colectivo.
La matanza de Texas 2 tardó doce años en fraguarse y descolocó por completo a todo el mundo al presentarse como una comedia cafre donde ni siquiera el póster oficial se tomaba en serio el asunto. Tras ella llegaría una tercera parte con Viggo Mortensen (La matanza de Texas III), una supuesta secuela de la original del 74 con Reneé Zellweger y Matthew McConaughey que incluía a los Illuminati porque ya daba igual todo (La matanza de Texas: la nueva generación), un remake producido por Michael Bay (La matanza de Texas), una precuela del remake (La matanza de Texas: el origen), otra secuela más de la cinta original pero ahora rodada en 3D (La matanza de Texas 3D), una precuela de la original setentera y de la versión tridimensional (Leatherface) y, finalmente, un reboot moderno (La matanza de Texas). Un reinicio cuya mayor virtud era mostrar al caracuero desmenuzando a miembros de la generación Z mientras aquellos filmaban al psicópata para los stories de sus redes sociales.
Scream
A mediados de los noventa, Wes Craven y el guionista Kevin Williamson perpetraron una ocurrencia tremendamente ingeniosa: Scream. Un slasher donde el asesino utilizaba las reglas de los slashers para despachar a sus víctimas. Y, de paso, un bonito homenaje de Craven tanto al giallo italiano, reempaquetado en el contexto estadounidense, como a los clásicos populares del género.
Un psicópata con careta fantasmal molona al estilo del cuadro más famoso de Edvard Munch, cuchillos ensangrentados, Randy Meeks como colega-wikipedia, y Drew Barrymore encabezando los pósteres oficiales pero siendo acuchillada a los diez minutos de película, en una secuencia que se convirtió en clásica de manera instantánea.
Con Scream 2 el combo director/guionista se demostraría muy listo al convertir en mecanismo los tópicos de las secuelas. Scream 3 salió tan tonta como para incluir un cameo de Jay y el Silencioso Bob y, tras unos años de reposo, Craven volvió con una Scream 4 mucho más meritoria.
Lamentablemente, la franquicia continuó adoptando la forma de una muy desaborida serie para televisión, que en sus primeras temporadas ni siquiera se atrevía a utilizar la careta de Ghostface. Tras la muerte de Wes Craven, los realizadores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett se hicieron cargo de la saga en cines, subiéndole las revoluciones al gore y pariendo unas disfrutables Scream y Scream 6. En la actualidad, Christopher Landon (Feliz día de tu muerte y Este cuerpo me sienta de muerte) ha firmado para darle forma a la futura séptima entrega.
Tiburón
Al buen ritmo que llevamos con lo del cambio climático ya no resulta extraño asociar la playita y los chapuzones en agua salada con el arranque de noviembre. Y la verdad es que hay pocas cosas más terroríficas en este mundo que las playas llenas de domingueros, la peste a protector solar y la arena invadiendo los sitios más recónditos de nuestros rollizos cuerpos. Aun así, plantear la colección Tiburón como un ejercicio digno de maratón para Halloween suena raro, pero supone una experiencia curiosísima. Porque se trata de la única franquicia en las que una de las mejores películas de la historia (Tiburón de Steven Spielberg) cohabita con una secuela entretenidilla (Tiburón 2 de un francés que pasaba por ahí), con un ñordo en tres dimensiones cochambrosas (Jaws 3-D, el gran tiburón), con un plagio italiano que en España se estrenó con dos cojones como Tiburón 3 pese a que el título original era L’ultimo squalo, y con una cuarta entrega (Tiburón, la venganza) en la que participó un Michael Caine que afirmaría «No he visto Tiburón, la venganza pero todos dicen que es terrible. En cambio, sí he visto la casa que me construí gracias a ella, y es estupenda».
Las películas familiares de Santiago Segura
Veréis, esta opción no es tan descabellada, porque hemos llegado a un punto en el que las palabras «Santiago Segura», «comedia familiar», y «niños» producen un escalofrío instantáneo cuando son enunciadas en la misma frase. Tras presentarse en sociedad con los muy family friendly cortos de Evilio, Segura le dedicó una pentalogía al Club de Pajas Entre Amigos disfrazada como las desventuras de un poli del Atleti, tanteó la comedia más formal con un remake (Sin rodeos) de una cinta chilena (Sin filtro) y descubrió que la pasta gansa se encontraba en otro tipo de remakes, los de las películas europeas con infantes. Y así nació el Seguraverso, con una terrorífica línea principal de entregas de Padre no hay más que uno acompañada de las variantes paralelas (A todo tren y Vacaciones de verano) que el amiguete dirigía, o apadrinaba (A todo tren 2), cuando en la productora le decían que echase un poco el freno con las correrías paternas. Y todas con niños dando por el saco. En el fondo, hay pocas cosas más cercanas al horror que Leo Harlem haciendo chistes con doble sentido en una película familiar.
Fantástico artículo, Diego.
De las que nombras, me encantaron Hellraiser, Shaun Of The Dead, las 2 primeras de Rec y por supuesto Tiburón. Las sagas que empiezan a desvariar y bajar el nivel me dan una pereza…………
Podrías haber añadido la saga de Alien (la primera me aterrorizó durante eones), y El Exorcista (https://www.infobae.com/malditos-nerds/2023/10/04/las-olvidables-secuelas-de-el-exorcista/)
Saludos desde el más acá, mantita y sofá.
Primero fue Posesión Infernal y la primera secuela Terrorícamente muertos. La segunda se llamaría El ejército de las tinieblas. Es la que he escogido porque es a la que le tengo más cariño cinéfilo.
He votado por otras; Como no volver a ver El Exorcista o El resplandor. Cristine o Terror en Amitiville. Se entiende que tengamos que actualizar las listas de peliculas de terror, gore o de zombies, pero las originales, las que dieron el paso (Gracias por la reverencia a G. A. Romero) tienen su peso en escalofrios para una noche como la de este dia. Y no olvidar Alien, Sify y terror intercomunicados, la mejor combinación.
Disfrutar de una larga y oscura noche.
¡Me faltó Phantasma!
Hellraiser es una de mis películas de terror de cabecera.