Quizá fue el cambio de milenio lo que hizo tomar impulso a una serie de pensadores que buscaban redefinir una nueva sensibilidad palpable en las artes así como la metodología utilizada en estudios sobre las mismas. Enfoques metodológicos que obviamente venían a suplir las carencias de los campos más conservadores, como los estudios de literatura comparada, la hermenéutica, el deconstructivismo y el posmodernismo, que ya desde los años ochenta venían encajando recurrentes intentos de renovación metodológica y de ajuste a las necesidades del momento.
Las nuevas orientaciones metodológicas en el terreno cultural y artístico han supuesto un intento de enmarcar, desde un punto de vista teórico, las sensibilidades emergentes. A este respecto, el término «metamodernismo» cumple varios objetivos relacionados con el vacío ontológico de la era posmoderna. Según Robin van den Akker, Alison Gibbons y Timotheus Vermeulen, en el volumen Metamodernismo: Historicidad, afecto y profundidad después del posmodernismo publicado por Mutatis Mutandis Editorial, el metamodernismo surge cuando el dominio cultural del posmodernismo da paso a nuevas formas de estética, sentido de la importancia de la historia, profundidad, sinceridad, autenticidad y otras sensibilidades presentes en el cambio de milenio.
Como concepto, el metamodernismo se define más por lo que no es que por lo que es. Según los editores, «no es un manifiesto, ni un movimiento social, ni un registro estilístico o una filosofía», sino el «elemento de la cultura que lo circunscribe». El metamodernismo, proponen, es «una estructura de sentimiento que emerge de lo posmoderno y reacciona ante él con una lógica cultural que corresponde a la etapa actual del capitalismo global»; esto es, una sensibilidad que todos compartimos, de la que todos somos conscientes, pero que no es fácil de definir. Por ello, los autores de Metamodernismo comentan manifestaciones culturales que han superado lo posmoderno clasificándolas en tres grandes ejes que se corresponden con las tres dimensiones mencionadas en el título: historicidad, afecto y profundidad. El primer elemento intenta captar el movimiento entre lo viejo y lo nuevo; el segundo, entre ingenuidad y escepticismo; y el último, entre verdad y posverdad, o autenticidad subjetiva.
En la sección primera, titulada «Historicidad», el estudio de van den Akker desarrolla una idea meta modernista de historicidad fruto de eventos como el 11 de septiembre o la crisis financiera de 2007, sucesos que generaron respuestas artísticas sintomáticas. A partir de ahí, los colaboradores analizan textos, como, por ejemplo, Beloved, de Toni Morrison, para resaltar cuestiones de la nueva sensibilidad, es decir, conceptos que muestran un alejamiento de la concepción del mundo de décadas anteriores. Aunque siguen existiendo sentimientos posmodernos como la apatía, el desapego, la ironía, la concepción neoliberal del individuo y otras cuestiones clave de años anteriores, los autores yuxtaponen esa visión posmoderna del mundo, propugnada por teóricos como Fredric Jameson, con la nueva y más aterradora sensación de intensificación de todos los aspectos de nuestras vidas en una era posapocalíptica. Para los autores de este volumen, los sentimientos que reinan en esta nueva época son formas tan profundas que alcanzan una sinceridad surrealista, nuevos sentimientos nacionalistas y un intenso nihilismo.
En la segunda sección, titulada «Afecto», los autores se centran en el regreso de la literatura, el cine y la televisión a temas afectivos. Esta parte del libro es esencial para comprender el trabajo de la crítica y la teoría literaria metamodernista, centrada en comprender la evolución del individuo capitalista, neoliberal y posmoderno hacia uno de una subjetividad más comprometida e interesada (como en los casos del arte que busca el activismo político). Por ejemplo, el capítulo de Alison Gibbons sobre autoficción contemporánea propone tratar este enfoque como un género genuinamente metamoderno. Las autoficciones contemporáneas no solo hablan de uno mismo, sino que profundizan en las dimensiones sociológicas de la vida personal: cómo las identidades se relacionan con los roles sociales en un tiempo y espacio determinado, y cómo median la comunicación textual y digital. En este sentido, el afecto metamoderno es situacional: es irónico y escéptico, pero sincero; solipsista, pero deseoso de establecer conexiones con los otros.
En la sección tercera, «Profundidad», los autores se centran en cómo los enfoques en el arte, la literatura y la televisión después del postestructuralismo han supuesto cambios decisivos. Hay algunos términos clave: «profundidad», «reconstrucción» y «autenticidad curada», o «post verdad». Por ejemplo, el capítulo de Sam Browse analiza la idea del triunfo de la «veracidad» sobre la verdad y la relación entre sinceridad y autenticidad. En la era de la post verdad, las cosas que a uno le dice su instinto tienen una «verdad» que no se corresponde necesariamente con los hechos; así, la llamada política de la verdad representa el triunfo de la «veracidad» sobre lo real.
En el epílogo, James Elkins se centra en las deficiencias de la teoría tradicional que no cumple con las expectativas de un mundo político cambiante en el que todo se vive con mucha intensidad. Dicho enfoque está anticuado, sostiene Elkins, y por ello defiende la necesidad de desarrollar nuevas formas de discurso meta crítico que no beban de fundamentos post estructuralistas. Ahora estamos en un lugar y situación desde los cuales debemos imaginar nuevas formas de investigar y así crear una comunidad de pensadores capaz de articular un nuevo discurso.
En conjunto, más allá de explorar la metamodernidad proponiendo tres elementos principales —historicidad, afecto y profundidad—, la contribución más llamativa del volumen al discurso teórico actual consiste en identificar la necesidad de abordar ciertas cuestiones. Definitivamente, la falta de un lenguaje que contenga y explique las respuestas artísticas a una serie de eventos históricos y cambios sociopolíticos cada vez más radicales e impactantes en la vida cotidiana es quizás el problema más urgente en estos tiempos. Solo actualizando el lenguaje y revisando el discurso teórico aplicado al campo cultural se pueden entender mejor los nuevos medios de producir arte en el cambio de milenio.
Te has leído el libro entero entero
¿Esto lo ha escrito el Chat IA de Microsoft, modalidad creativa?
No, primero lo escribo a boli, y después a ordenador.
No entiendo que una revista que acepta el texto de un autor permite un comentario que dude de la propia autoría, no solo en detrimento del autor sino también de la propia revista.
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Alucinante: «la falta de un lenguaje que contenga y explique las respuestas artísticas a una serie de eventos históricos y cambios sociopolíticos cada vez más radicales e impactantes en la vida cotidiana es quizás el problema más urgente en estos tiempos». Será el problema más urgente pero no el mayor, en estos tiempos ni en ninguno. Me parece una frivolidad decir tan pocas cosas y encima querer un nuevo lenguaje, pero qué quiere decir un nuevo lenguaje? que poca vergüenza.