La cultura, o es cultura bastarda o simplemente no es. La cultura nace de la mezcla, de la fusión, de la influencia, del mestizaje, de la contaminación, de la inspiración, de la copia, del reseteo, del ruido (artístico y cultural), de la tradición y de la traición a la tradición… Hay muchos cantos de sirenas que hablan de la pureza en el arte, el caso del flamenco es ejemplar, que reivindican un arte puro e inamovible, es decir, el no-arte, una foto fija conservada en formol que jamás, ni podrá ser, ni podrá cumplir con los objetivos de la creación. En definitiva, que nunca podrá ser útilmente inútil, siguiendo a Nuccio Ordine.
Amenazan hoy en día tiempos de pureza. Siempre han estado ahí las exclamaciones defendiendo y exigiendo una cultura de toda la vida pero ahora aún más. Entre otras razones quizás porque en estos tiempos la mezcla es más evidente, porque hoy en las obras culturales es más fácil ver los restos y rasgos de otras obras, de otros medios y de otras sensibilidades y banderas, y esto a algunos les molesta mucho. Otros piensan quizás que en lo de antes no había influencias. Pero la cabezona realidad es la que es y lo cierto es que la cultura siempre ha sido el resultado de una extraña y maravillosa alquimia, personal, social y creativa y siempre ha sido, es y será cambiante. Seguramente también influya que si miramos al pasado vemos la obra y no el proceso, vemos el resultado no el camino seguido ni el entorno, es decir, no vemos la cocina, no contemplamos cómo se van mezclando los ingredientes, no podemos asistir a esa mezcla, a esas influencias, a cómo la impureza ayuda a generar obras que hoy parecen puras. Vemos el oro, no la alquimia que ha transformado el plomo.
La cultura sufre muchos prejuicios, que si los videojuegos generan violencia, que si leer a Superman hace que los niños se tirano por el balcón, que si Lolita de Nabokov fomenta la pederastia, que El padrino blanqueó a la Mafia, etc… La exigencia de la pureza, el gesto agrio frente a la evidencia de influencias incorrectas es también uno de esos eternos prejuicios, insisto con el flamenco y no hay mejor ejemplo que las críticas que sufrió Camarón con La Leyenda del Tiempo. Esa visión de la pureza cultural que nace siempre de la mirada hacia atrás choca por definición con el propio proceso creativo que tiende a mirar hacia delante y que surge desde el presente, donde convive como se señalaba antes, con multitud de influjos, que se quiera o no, acaban influenciando y abriendo nuevos caminos, vías que después, con el tiempo, los nuevos puristas reclamarán como los únicos válidos, mostrándolos como ejemplos de la pureza del arte. Lo que hoy es transgresor mañana será puro. Lo curioso es como los puristas de hoy no se dan cuenta de esta realidad.
La mirada idílica hacia el pasado cultural puro esconde, a mi entender, una visión sociológica y política más amplia en la que se defiende el declive social, moral y cultural de nuestro presente, una visión conservadora o más bien retrógrada que encauza con las visiones idílicas del pasado glorioso (a la par que imperial en nuestro país).
Pese a estas exclamaciones de unos pocos la gran mayoría de usuarios, lectores, o espectadores asumen con una naturalidad pasmosa y agradecida (a veces, quizás la mayoría, inconscientemente) esa cultura bastarda.
Es cierto que hoy día se puede apreciar con mucha facilidad las mezclas. No es ya nada raro encontrar artistas flamencos en festivales de música pop, alternativa o como se prefiera denominar. Quizás sea una moda que con el efecto péndulo, en unos años lleve de nuevo a los festivales «puros» pero más allá de los carteles y las modas en la programación, las influencias seguirán ahí. Como decía antes, son consustanciales el propio hecho de la creación cultural.
Así pues se puede dividir el tipo de mezcla cultural en dos vertientes, la del público/lector/espectador y la del creador.
En la creación la influencia es continua, el proceso de creación necesita de ese alimento que es la obra anterior, la otra obra, desde la que se bebe, ya sea para seguir la estela o para evitarla, ya sea de forma consciente o inconsciente. El creador va asimilando, digiriendo otras propuestas culturales distintas a la suya desde antes de plantearse el camino creativo. Se elige ser escritor de novela porque hay novelas que una vez leídas le han llevado a ese deseo, igual que el ser cineasta o historietista o pintor o músico. Y lo mismo se podría decir de los géneros, un creador se acerca a la ciencia ficción porque ha leído o visto obras de ese género que le han atraído al mismo. Pero no se trata de compartimentos estancos ni mucho menos. En cultura esos compartimentos nunca lo son. Un novelista recibe influencias del cine, del cómic, de la música, etc. Y un autor de género también se nutre de otros géneros. Se trata de una amalgama de intereses e influencias, una mezcolanza donde todo es permeable. Pero esto último no significa que todo influya igual. Unas obras dejan más poso que otras, incluso partes de creaciones pueden dejar más huellas que otras completas. Aquí entra la oportunidad y la psicología. No impacta de la misma forma leer El guardián rntre el centeno con quince años en la década de los 50 en los Estados Unidos que leerlo con sesenta y dos en la Francia actual.
En el caso del público esa mezcolanza es menos intensa y continua, dependiendo mucho más de las modas. Como señalaba anteriormente, si en los festivales de música empieza a sonar flamenco, se va a escuchar más flamenco, seguramente no jondo y sí más contemporáneo pero va a aumentar la escucha. Si se ponen de moda las series de ciencia ficción pues lo mismo. Y todo ello en una realidad cultural donde cada vez más conviven medios, géneros y estilos, donde cada persona salta de uno a otro sin pudor ni pausa. Una mañana de Domingo de Ramos se puede asistir a un concierto de La Pasión según san Mateo de Bach, por la tarde leer un ensayo sobre el conflicto armado en Irlanda del Norte y acostarse viendo una serie de ciencia ficción sobre una galaxia muy muy lejana.
No ha de olvidarse que los autores son al mismo tiempo público, por lo que las modas también marcan el proceso creativo, no de forma inmediata sino sobre todo a medio plazo e incluso, aunque creo que en menor medida, en periodos más largos. Permítanme un vaticinio: en no muchos años podremos ver en la literatura, el cine, por supuesto el cómic, incluso en la poesía el influjo del manga. El cómic japonés continúa de forma imparable una positiva invasión cultural que va desde los mismísimos Estados Unidos donde la edición de estos cómics se ha cuadruplicado desde 2019, hasta nuestro propio país pasando por la meca del cómic europeo, el mercado franco belga.
De entre todos esos lectores, en continuo aumento, saldrán futuros creadores en los que la impronta de la historieta japonesa será visible, por supuesto eso sí, en unos más que en otros. Será un ejercicio interesante poder rastrear la huella, o mejor dicho las huellas, ya que el manga no es un único estilo, ni gráfico ni argumental, más bien todo lo contrario. Uso con toda la intención el ejemplo del cómic japonés porque soy consciente de que aún hoy en día y pese a la existencia de Otomo, Taniguchi o Tezuka entre muchos, se sigue viendo como algo menor, de bajo nivel cultural, un producto de consumo rápido sin interés artístico e incluso como una mala influencia para nuestros altamente influenciables y delicados jóvenes. Por ello pienso que a algunos les puede dar un poco de urticaria pensar que hasta en la poesía se podrá ver en unos años la influencia artística del manga. Honestamente, creo que es para bien y por dos motivos: uno, porque el manga es como el cine o la literatura japonesa (o la americana, o la francesa, o la española) hay de todo, y al final lo bueno es lo que acaba calando y segundo porque las influencias que puedan llegar por esta vía van a refrescar los otros medios, abrir nuevos caminos y dar pie a nuevas ideas.
La mezcolanza cultural, tanto para creadores como para el público, es una de las señas de identidad del propio proceso creativo y por tanto del uso y disfrute de la cultura, de las artes sean grandes o pequeñas, mayores o menores, altas o bajas, zurdas o diestras, blancas o negras o tengan el adjetivo que tengan, por útil o inútil que sea. Lo que para algunos pueda parecer un peligro o algo negativo puede revelarse, de hecho se suele revelar, finalmente como algo positivo. No debe olvidarse que gracias al boom de los relatos de caballerías hoy tenemos El Quijote. Sin las primeras no tendríamos la magna obra de Cervantes y encima, muchas de esas historias siguen siendo leídas y disfrutadas hoy día.