Literatura Arte y Letras

Viaje en el tiempo a la estación de Canfranc, confluencia del lujo, la historia y el pensamiento

CANFRANC ESTACION Manolo Yllera 03

No se va al hotel Canfranc Estación como se va a cualquier sitio. El trayecto hasta el lugar es un ascenso suave y tranquilo en un entorno inmejorable y eso puede llevarnos a un error, hacernos creer que las apariencias son la realidad y que se trata de un viaje como los otros. Pero no es solo un desplazamiento por el espacio, es un viaje en el tiempo. Como los del cine, sí, pero esencialmente como los que nacen de la imaginación literaria.

—Hace mucho tiempo tuve la idea de una máquina.
—¡Para viajar en el tiempo!
—Y podría viajar absolutamente en cualquier dirección en el tiempo y en el espacio, dependiendo del gusto del piloto.

En 1895 se publicó en Londres La máquina del tiempo, una novela de ciencia ficción en la que H. G. Wells puso en palabras el viejo deseo humano, milenario tal vez, de movernos por el tiempo del mismo modo en que lo hacemos por el espacio. Y hay algo de aturdimiento temporal en lo que experimentamos cuando llegamos a Canfranc Estación. Es un hotel de lujo con cinco estrellas emplazado en el Pirineo aragonés, pero es mucho más. Es la síntesis perfecta entre lo mejor de estos tiempos y lo mejor de un pasado glorioso, algo que parece que se ha ido y sin embargo sigue aquí.

Fue una vieja estación de trenes, un enclave fronterizo cargado de la mística y la historia del siglo que quedó atrás y hoy, casi cien años después de su surgimiento, se ha convertido en Canfranc Estación, Royal Hideaway Hotel 5 estrellas Gran Lujo del Grupo Barceló, un paraje fascinante que entre el 22 y el 24 de septiembre se llenó de literatura como continuidad de una saludable tradición que lleva adelante la Fundación Formentor: la organización del Prix Formentor y las Conversaciones literarias. Sin forzar demasiado la imaginación, durante tres días únicos, el viejo traqueteo del ferrocarril pudo sentirse como una presencia ubicua para recibir al otoño y a las letras, para compartir libros y lecturas.

Escritores, profesores, críticos, editores, periodistas y traductores responden cada año a la convocatoria y se dan cita en un encuentro que es una celebración a las letras universales y este no ha sido la excepción. El primer día fue dedicado por completo al escritor francés Pascal Quignard, ganador del Premio Formentor de las Letras 2023 de acuerdo a lo resuelto por los miembros del jurado Basilio Baltasar, Ramón Andrés, Anna Caballé, Juan Luis Cebrián y Víctor Gómez Pin. Durante las dos jornadas siguientes los profesionales se abocaron al arte de conversar sobre literatura. El tema convocante de esta edición fue Cíborgs, androides y humanoides. Ciencia, paciencia y deficiencia, un tópico que retoma la antigua fascinación de la humanidad por los autómatas. Toda la imaginación técnico literaria colmó el aire, el vestíbulo y los pasillos del lugar; desde la Antigua Grecia hasta la actualidad, desde los Argonautas hasta la creación del doctor Frankestein, desde los primeros robots hasta los temores y posibilidades de la Inteligencia artificial. ¿Tienen alma los autómatas? ¿Reemplazará la inteligencia artificial la capacidad de razonamiento humano? ¿Puede haber ética y conciencia en un ser nacido de la conjunción entre ciencia e imaginación? ¿Acaso no somos todos cíborgs con nuestras prótesis e implantes, con las extensiones mecánicas y electrónicas de nuestros cuerpos? ¿Hasta dónde llegará la experimentación, qué hay por delante? ¿Vivimos ya en alguna de las distopía fantaseadas por la literatura?

Quizás en ninguna de las conversaciones —que se hacen desde 2008— se habló tanto del futuro como en estas, pero el tiempo no es una línea recta, mucho menos aquí. El tiempo se expande y contrae, va y viene sin fronteras entre las paredes del hotel y más allá, en las vías sin trenes, en el museo al aire libre enmarcado por las cumbres, en el intercambio de ideas, relatos y ensoñaciones. La experiencia es, definitivamente, un viaje en el tiempo.

Más que un hotel

Al llegar, la imagen es imponente. La simetría de sus formas recuerda los planos cuidados en el cine de Wes Anderson, pero esto no es una película y el hotel no es una maqueta. Es de verdad, aunque cierto vértigo irreal se apodere del visitante cuando mira a uno y otro lado desde la fachada de acceso, aunque los espejos se multipliquen en tres plantas, aunque los largos pasillos vuelvan a arrojarnos al interior de un film. Es que este hotel no está hecho solo de cemento, hierro, cristales; ya se ha dicho: está hecho de tiempo y el tiempo es infinito.

Allí no más está Francia, siguiendo el paso que se ha usado desde la Antigüedad para conectar pueblos a pesar de la resistencia que ponían las fronteras naturales o políticas, también para batallar. Hombres y mujeres lo han recorrido a pie y con bestias de carga durante siglos hasta que llegó el ferrocarril, esa maquinaria fabulosa. El proyecto fue faraónico e incluyó el desvío de cauce de un río, la apertura de un túnel en la roca a fuerza de brazos, picos y palas, la plantación de pinos para detener futuros aludes, el tendido de vías, la construcción de un edificio central de más de 200 metros de largo, con 150 puertas para acceder y 350 ventanas desde donde disfrutar el entorno. Lo que hoy es un hotel fue la gran estación ferroviaria que se inauguró un día de julio de 1928, cuando se vivían aquellos años dorados en los que la Gran Guerra había sido olvidada y la siguiente no era siquiera intuida.

Desde su apertura pasaron por la estación hombres y mujeres, cartas y mercancías, historias y secretos, durante la guerra fue punto de paso de los perseguidos y después para el botín con el que se alzaron los nazis. Cuando en 1970, tras un derrumbe y descarrilamiento, se clausuró el lado francés de la línea, se abrió un período de desasosiego con cierres y aperturas. El ritmo que había sido vertiginoso se volvió intermitente y se apagó por fin en 1992 con el cierre definitivo. La hierba, la lluvia, la nieve y, sobre todo, el olvido, parecían el único destino posible hasta que pusieron sus ojos en ella y la declararon Bien de Interés Cultural. Y de a poco, con una inversión millonaria, llegó la reconstrucción: limpiar, sanear, desescombrar, reforzar, restaurar, ganar la partida contra el paso del tiempo.

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5 Comments

  1. miguel Angel

    Pensar en lo grande es lo que ha evolucionado este país, gran articulo

  2. Parece irreal por tanta beleza y perfecccion.hemps visto de paso pero es para visitarl de espacio y com tiempo..todo es peculiar.tbm qdo hay mercadillo frances..parece de ensueño..con todo cuidado y beleza de un nercadillo a la antigua..volveremos

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  5. Sebastián García Garrido

    Me alegra que este edificio y en este espacio se haya recuperado al menos para hotel.
    Porque debía haber seguido siendo el paso principal a Europa, en uno y otro sentido, el paso de España. Pero ha sido expoliado y arruinado por los gobiernos correspondientes para abrir dos nuevos acceso por el oeste y este del Pirineo… que lo acaparan siempre todo y además siguen estando molestos porque no se les regala mucho más todavía… han aprendido que quejarse les da mucho rédito y mucho más cuando lo hacen impunemente en el mismo corazón y desde los sillones que les pone España.

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