Los noticieros de la noche cierran cada edición con una advertencia: el veranillo de San Miguel no solo ha llegado. Se instaló y pretende no irse. Lo que la pantalla muestra no es el pronóstico del tiempo, es una amenaza en ascenso: 32, 34, 35, 37. Las máximas son récord cada día en la península ibérica y el lugar en el que estás es el tope. Rojo es el color de la alerta y Sevilla lo ha superado, está bordó.
Y sin embargo la ciudad tiene ese no se qué andaluz que tracciona hacia ella. El primer fin de semana de octubre congrega el festival Bookstock y Ciencia Jot Down pero aún falta para eso, mientras tanto, la ciudad será la única protagonista. He llegado desde Argentina, más precisamente desde el corazón de la Pampa, donde las distancias se miden en miles y las ciudades son planos exactos y cuadriculados; es imposible perderse, no hay más que dejarse guiar por la sucesión de paralelas y perpendiculares en unas ciudades nuevas que, en comparación, resultan recién estrenadas. Aquí en cambio las callecitas van y vienen, se cortan y se abren en bifurfaciones estrechas, imposibles, con nombres de santos, jesuses y vírgenes.
La cita es en Madre de Dios 1, parece el nombre y la cifra de algo como un origen pero no es más que una dirección, la del Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla, más conocido aquí como CICUS. Me enteraré después, porque lo cuenta Juan Luis Arsuaga -un paleontólogo que arrastra miradas y ventas, que convoca a un público expectante que hace colas para escuchar su charla y hacer firmar sus libros-, que en este edificio renacentista funcionaba la antigua Facultad de Medicina. En el patio central con sus tres naranjos y sus pinos, con baldosones blancos y negros en diagonal, rodeado de una galería con arcos, se van disponiendo las mesas para las editoriales convocadas.
Durante el viernes 6, el sábado 7, y el domingo 8 la literatura y la ciencia son los protagonistas. El calendario dice que estamos en otoño y sin embargo Sevilla arde. Libros, música y ciencia. No es un mal plan al resguardo del sol.
Todo empieza con arte. En la Sala Casajús se inaugura la muestra fotográfica 180 grados del riojano Juan Barte, un proyecto en curso que el artista comparte con el público. Cuenta que esa serie de fotos actuales de los referentes más destacados de la cultura española en los años 60 y 70 es una respuesta contra el pesimismo acerca del futuro. Las imágenes difusas en blanco y negro no son representaciones de los retratados, dice, sino un señalamiento, metáforas que se mueven entre la realidad y la ficción. «Son fotos en las que no se puede confiar», nos advierte el artista, quién nos invita a recorrer el espacio y después, por supuesto, a beber unas cervezas. Porque así también es España, un país acogedor en el que compartes un trago de pie, te proteges del sol sin quejarte del calor, te abanicas y continúas.
Habrá que tomar decisiones, pedir recomendaciones, seguir la intuición y dejarse llevar porque son tres días con actividades hora tras hora: charlas, presentaciones de libros, talleres, música y también una premiación. He llegado hasta aquí porque, desde este año, formo parte del jurado de Ciencia Jot Down, el concurso que premia con mil euros para cada categoría a los mejores trabajos de ensayo, narrativa, poesía, ilustración y fotografía en divulgación científica.
Este concurso nació del convencimiento de que acercar la ciencia a los no expertos hace sociedades mejores, más informadas, definitivamente más libres y cuenta con importantes patrocinadores que comparten el criterio y la inquietud: Donostia International Physics Center, el Laboratorio Subterráneo de Canfranc, el Museo Laboratorium de Bergara, la Fundación Margarita Salas y la Universidad de Sevilla. También se suman las colaboraciones de la editorial Nextdoor Publisher, Bulebar café, la Revista Mercurio y Jot Down.
En su décimo año consecutivo, la temática que convocó a los participantes es algo que nos rodea, imperceptible a veces, de manera evidente otras: «orden y caos». Alrededor de este tema bifronte trabajaron los más de doscientos cincuenta concursantes en las cinco categorías y sobre él giró la evaluación de sus producciones, la elección de los finalistas y los ganadores. Pero todavía falta para el momento de la premiación, el evento está arrancando en la tarde del viernes, haciendo caso omiso del calor y la siesta.
—Yo a esta hora duermo religiosamente los 365 días del año— proclama con calma resignada un sevillano de ley— excepto este, en que serán 364.
El termómetro marca 38 grados pero se está muy bien en el Auditorio. Raquel Sastre es quien lleva el hilo de las conversaciones sobre ciencia y la elección es un acierto: a diferencia de las teorías científicas y la evidencia, el humor es irrefutable. Te ríes o no te ríes. La anfitriona pasa sin solemnidad por la salud mental, el insomnio, las matemáticas, el cuerpo, el suicidio o las noticias. Entonces ya estamos en tema, oscilando entre el orden y el caos alternativa y simultáneamente, los expertos exponen y la conversación fluye, las preguntas se multiplican: ¿por qué a la matemática le interesan los nudos?, ¿para qué sirve distinguirlos?, ¿cómo se trabaja la prevención en salud mental adolescente?, ¿cómo se usan las redes sociales y los nuevos lenguajes?, ¿cómo llega la información?, ¿qué hace la prensa con los temas científicos?, ¿por qué algunas personas no son capaces de dormir?, ¿en qué psicotrampas estamos envueltos?, ¿cuánto conocemos de nuestro cuerpo?
Mientras tanto, en cada una de las salas, se sigue hablando de libros y afuera, en el patio, los lectores pasan, miran y compran, a la espera del momento de la lectura que llegará después, silencioso y solitario. Sobre el fin del día se afina una guitarra, se alistan los micrófonos y se comparte otra cerveza.
Lo mínimo que se le puede pedir a una ceremonia de premiación es que cumpla con su cometido, pero si además es cálida y breve, los asistentes saldrán reconfortados y agradecidos.
Juan José Gómez Cadenas entrega el primer premio en nombre del Donostia International Physics Center (-en inglés suena mucho más prestigioso-, dice) y es para Equilibrios complejos, considerado por el jurado como el mejor ensayo de divulgación científica en torno al orden y al caos. Ignacio Ignacio Amigo es el autor, un nombre conocido en el certamen, ya que ha sido tres veces finalista en ediciones anteriores hasta que la cuarta fue la vencida, es decir, la ganadora.
Para la entrega del premio a mejor texto narrativo sube al escenario Carlos Peña Garay, director del Laboratorio Subterráneo de Canfranc y, cuando se anuncia el nombre del ganador parece una confusión: Juan José Gómez Cadenas otra vez. Es que el hombre no es solo uno de los físicos más respetados de España, también es un novelista, un contador de historias que hace más de veinte años que se presenta a certámenes literarios y acaba de ser reconocido por su relato Fermi en Los Álamos.
En representación de la Fundación Margarita Salas, Lucía Viñuela Salas entrega el premio a la mejor poesía científica: Mutación, escrita por Kiko Plou, científico del CSIC y también escritor de novelas y obras de teatro, siempre en torno a la ciencia. ¿Cómo se escribe un poema científico? No dice cómo, no es un experto y es la primera vez que lo hace, lo que sí cuenta Kiko es el origen de su idea que nació de un pensamiento en la playa: «qué bien se está cuando se está bien».
Para la categoría ilustración el fallo arrojó un empate entre dos jóvenes: Manex San Sebastián con Armonía invisible y Marta Lanuza con Cuando el caos se ordena y sucede la magia y el premio fue entregado por Rosa Errazkin del Laboratorium Museo de Bergara, del País Vasco.
Y finalmente llegó el turno de la fotografía; En representación de la Universidad de Sevilla, Alberto Márquez entregó el premio a Manuel González Luján por su obra El pensador y aprovechó el momento para hacer un repaso breve del origen de los premios Ciencia Jot Down y su recorrido y ampliación a lo largo de estos diez años.
Por delante quedaba la mañana del domingo con más libros y más calor pero también con la promesa de una siesta a la vuelta del almuerzo.
La siesta la trajeron la gente del desierto. Hasta en la guerra, en el desierto, se hacía el ataque de la mañana, o el ataque del atardecer. Eso hace pensar que un ataque a la hora del calor sería por sorpresa y cualquier bando obtendría la victoria: pues no, no había ataques a esa hora.