Música

El peor concierto de sus vidas (y 3)

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Mick Jagger en Gimme Shelter (1970). Imagen: Maysles Films.

Viene de «El peor concierto de sus vidas (2)»

Lo que va a ocurrir en estos artículos es rastrero e infame, pero históricamente curioso. Accidentes ante micrófonos, tensiones entre los músicos, playbacks humillantes, Ángeles del Infierno homicidas y un rapero con buen tránsito intestinal. Los peores conciertos de sus vidas.

Un público difícil

En mayo de 1968, la tropa de The Beach Boys decidieron rediseñar su espectáculo en directo tras una gira fallida, y optaron por hacerlo con la que podría ser la peor decisión posible tomada por una banda de rock: convertir sus conciertos en actos donde la banda se dedicaba tocar solo medio setlist, y dejar el resto show en manos del gurú indio Maharishi Mahesh Yogi para que ofreciera una charla espiritual a los asistentes. En los sesenta la peña era bastante hippie, pero todo tiene un límite y las turras sobre meditación del hombre fueron recibidas con abucheos, espantadas y, finalmente, la cancelación total de las funciones. Los chicos de la playa se lo tomaron fatal, pero qué se puede esperar de unos tíos cuyo disco más loado tiene una portada con la banda de visita a una granja escuela, y un repertorio de melodías ideal para pinchar en un entierro, por lo cerca que cabalgan de la muerte cerebral.

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The Beach Boys en The Ed Sullivan Show en 1964. Nunca te fíes de un grupo que lleva la camisa metida por debajo del pantalón. Imagen: Dominio público.

Andy Summers, miembro de The Police, explicaba que el peor concierto del grupo tuvo lugar durante los primeros años de rodaje, cuando sus directos tan solo acumulaban un centenar de personas. Ocurrió en una pequeña sala de Oxford en algún momento de 1978. Sting, Steward Copeland y Summers estaban tocando tranquilamente cuando «a mitad del repertorio, treinta skinheads se presentaron en la sala vestidos de cuero, con botas de suela gruesa y luciendo tatuajes de esvásticas. Y todos pensamos «Mierda». Los recién llegados se colocaron en primera fila y, tras unos minutos, comenzaron a corear un «¡Sieg heil, sieg heil, sieg heil!» dirigiéndose a nosotros. Ninguno sabíamos cómo iba a terminar aquello». Con el auditorio bastante tenso, y los músicos algo nerviosos, Sting decidió que para calmar el ambiente lo mejor era invitar a los adorables visitantes a subir al escenario. Los treinta rapados brincaron con ilusión sobre las tablas y comenzaron a hacer pogos y golpearse alrededor de una banda que no había dejado de tocar en ningún momento. De repente, el evento se había convertido en una actuación con obstáculos en forma de nazirulos gañanes. 

Los organizadores decidieron que aquello era un circo poco elegante y optaron por cerrar las cortinas del escenario, dejando al público de un lado y a los skins y The Police del otro. «Así que nos vimos encerrados en un pequeño espacio con ellos. Saltaban unos contra otros de manera bastante violenta, golpeando la batería y los amplificadores. La situación era bastante intensa, pero Sting, siendo de Newcastle, ya estaba curtido en esto. Él tomó el control, dejó que uno de ellos cantase un rato en el micrófono y luego los mandó a todos a tomar por el culo. Los skinheads le hicieron caso y se fueron del teatro». La anécdota incluía un epílogo feliz: «El promotor del evento era un tío duro del East End londinense. Así que a la semana siguiente se presentó en Oxford con unos amigos en busca de los skinheads para proporcionarles un castigo divino. «No me van a joder mis shows«, nos dijo».

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Portada del álbum Reggatta de Blanc de The Police.

Ed Sheeran explicaba que siendo adolescente ofreció un concierto en un local donde el único público presente eran los camareros y el dueño del bar. El patrón del pub acabó echándole del lugar, pero no por su nula capacidad para congregar gente, sino por hacer un estruendo insoportable. Lo gracioso es que el pobre chaval estaba dando un concierto acústico con una guitarra. En 2002, Will Young, tras ganar la primera edición de Pop Idol, firmar un contrato discográfico y participar en las fanfarrias del jubileo de la reina, se encontró, sin tener muy claro cómo, en un lugar extraño: actuando en un restaurante español de Suiza para treinta personas que estaban allí zampando alegremente. Una situación no demasiado alejada de ser contratado para animar bodas o comuniones. El drama no fue tanto el ambiente, aseguraría que todos fueron majísimos, como el saldar cuentas: al tío le pagaron con chorizo (bien) y cervezas San Miguel (mal). 

En 2006, la banda Stornoway ofreció un concierto en Oxford para exactamente dos personas. Aun así, decidieron darlo todo durante el par de horas que duró la empresa porque uno de aquellos espectadores era Tim Bearder, DJ de la radio local de la BBC. Los chicos dejaron una buena impronta, eso sí: a Bearder lo echarían de la radio poco después, tras pasarse una hora entera pinchando las demos de Stornoway en su programa mañanero. Scissor Sisters firmaron para tocar en una gala de moda en Italia, y se sintieron bastante ninguneados al descubrir que ninguno de los congregados en aquella reunión les prestaba la más mínima atención. Porque, como buenos italianos, los allí reunidos andaban más pendientes de lucir lo que llevaban puesto que de escuchar al grupo. «Toqué a un chico en el hombro mientras cantaba», recordaba Ana Matronic, «y me hizo el típico gesto de «Ahora no puedo, estoy ocupado, hablamos luego»».

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Stornoway. Imagen: CC.

Los desplantes del público a Nickelback la verdad es que dan un poco de pena, porque los pobres ya tienen bastante con, bueno, con ser Nickelback. En Portugal, en 2002, a estos canadienses se les ocurrió participar en un festival metalero, por lo que, de entrada, tampoco sería muy desacertado decir que ellos ya iban provocando. A la hora de tocar, la banda fue recibida sobre las tablas con una incesante lluvia de piedras por parte de un público que estaba allí para escuchar a otros grupos más cañeros. A la segunda canción del setlist, y ante tanto canto rodado contra el cantante, Chad Kroeger, no aguantó más. El líder de Nickelback soltó la guitarra cabreado y agarró el micrófono para preguntar si había algún fan de Nickelback presente o qué coño. Pero solo obtuvo una respuesta tibia por parte de la masa de espectadores, seguida del impacto contundente de una botella de plástico en la nuca. Y eso le hizo sospechar que a lo mejor no pintaban nada allí. Kroeger salió del escenario, junto al resto de sus compañeros, levantando el dedo corazón al queridísimo público portugués.

Amar el conflicto

Otro de los grandes momentos musicales de Saturday Night Live fue la extraña actuación en directo de los amigos de Red Hot Chili Peppers el 22 de febrero de 1992. Pero para entender lo que ocurrió allí hay que recapitular un poco. En aquella época la banda estaba formada por Anthony Kiedis, cantante, Flea, bajista, Chad Smith, batería, y John Frusciante, guitarrista. Este último era un chico que había sido reclutado por los Red Hot Chili Peppers en 1988, tras la muerte por sobredosis de heroína de Hillel Slovak, y que tenía muy endiosados a Kiedis y a Flea. Hasta el punto de considerar a ambos un ejemplo a seguir, y dedicarse a tratar de ganar su admiración y respeto. El problema es que no tuvo mucha fortuna al acercarse al cantante. Dentro de la formación, Kiedis fue estrechando lazos con Flea mientras dejaba al pobre Frusciante de lado. Y en algunas entrevistas ofrecidas por el grupo durante aquellos años resultaba evidente que el cantante le metía caña al sumiso guitarrista de manera injusta: bromeando sobre él, asegurando que el guitarra basaba la mitad de su vida en tratar de imitarlo, o incluso comentando a los periodistas que cuando lo ficharon el tío era poco más que «una cucaracha viviendo en un vertedero». Frusciante no solo comenzó a estar muy desencantado con aquel hombre al que admiraba, sino que además comenzó a cabalgar la heroína en secreto, y a sentir mucho asco por la tremenda popularidad que cosecharon los Red Hot Chili Peppers tras el éxito de Mother’s Milk (1989) y Blood Sugar Sex Magik (1991). 

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Kiedis y Flea, de Red Hot Chili Peppers, en 1989. Imagen: CC.

Y llegamos a la noche de la participación en el Saturday Night Live. Ante las cámaras tenemos a un John Frusciante con serios problemas de drogas, renegando del mundo de la fama y muy cabreado con su ídolo y compañero de grupo. Minutos antes de ser presentados en antena, el hombre se había encarado con Kiedis, y aquel le había propinado una patada que al guitarrista le sentó especialmente mal. Cuando los presentadores les dieron paso, Frusciante decidió vengarse en directo y comenzó a tocar «Under the Bridge» a un ritmo más lento, salpicando la melodía con improvisaciones marcianas a las cuerdas. Kiedis contempló el percal durante unos instantes y le quedó claro que su compañero estaba intentando sabotear el número el directo. Pero el cantante decidió tirar para adelante e interpretar el tema a la extraña velocidad marcada por la guitarra. Entretanto, Smith y Flea se subieron al tren en marcha al mismo ritmo que marcaban las notas enajenadas de Frusciante. El resultado no fue tan solo una versión de «Under the Bridge» muy poco memorable, sino algo mucho más interesante de lo que los espectadores no eran conscientes en aquel momento: una batalla, un duelo de egos televisado.

A principios de los dos miles, Creed, la segunda agrupación rockera con más haters después de Nickelback, andaba saboreando la fama tras tres discos superventas y montando unos shows competentes ante el público. Pero, entre las bambalinas, los chicos andaban muy peleados y los ánimos se encontraban especialmente tensos. Hasta el punto de que el guitarrista Mark Tremonti hizo reinstalar sus enseres sobre el escenario solamente para estar más lejos del cantante, Scott Stapp, durante los directos. El asunto reventó del todo en diciembre de 2002, con un recital en Chicago donde Stapp se presentó bastante intoxicado por culpa de un bonito combo de medicamentos y alcohol. A media función, el caballero comenzó a despotricar sobre sus compañeros, ausentarse durante varios minutos de su puesto, rodar por el suelo, croar las letras de los temas, y pasar tanto de cantar como para que existan testigos que afirman que el tío llegó a echarse una siesta allí mismo. Tras el lamentable show, un grupo de fans demandó a la banda por fraude, y aunque aquello no llegó a nada, los de Creed emitieron un comunicado oficial para disculparse con los demandantes. Y de paso comentarles que esperaban que al menos «os consuele el hecho de que definitivamente experimentasteis el más singular de todos los espectáculos de Creed, aquel que podría convertiros en parte de la historia más inusual del mundo del rock and roll».

Bubba Spraxxx, el rapero de Georgia cuyo apellido artístico es una de esas cosas que sabes cómo empezar a escribir pero no cuándo dejar de hacerlo, ya tenía fama de ser un ser humano bastante abyecto antes de presentarse oficialmente en las salas del Reino Unido. Pero en 2006 decidió dejar las cosas claras con su primera actuación en tierras inglesas en el Astoria de Londres. Se presentó en el lugar cuarenta minutos tarde, ante una audiencia de hipsters londinenses curiosos por contemplar al tío que la prensa vendía como la respuesta macarra a Eminem. Tras escupir tres temas, decidió hacer una pausa en el concierto enunciando la única frase que jamás ha sido replicada o debatida en toda la historia de la humanidad: «Me voy a cagar». Y para calmar los ánimos ante la solemne declaración de urgencia intestinal, Sparxxx añadió un «Será rápido, ni siquiera me limpiaré». Tras abrir su corazón a los presentes con tanta ternura, el rapero se ausentó durante unos minutos para abrir otros órganos en el trono de cerámica del backstage. Al volver a escena, presuntamente más delgado, tuvo a bien compartir otro momento íntimo con los congregados bajándose los pantalones y exponiendo orgulloso su voluptuosas nalgas. Pero a esas alturas, el público presente ya comenzaba a mostrarse, vete tú a saber por qué, algo menos entusiasmado por el espectáculo. Sparxxx cantó dos piezas más y dio por finiquitado el concierto tras veinte minutos y un receso para hacer caca. Abandonó el escenario entre una lluvia de vasos y latas de cerveza, y más o menos desde ese momento los ingleses lo ignoraron con elegancia.

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Lo más bonito que se puede decir de Bubba Sparxxx es que tiene toda la cara de llamarse Bubba. Imagen: CC.

Tragedia

El Altamont Speedway Free Festival de 1969. O lo que inicialmente se planteó como el Woodstock de la Costa Oeste y acabó pasando a la historia como el momento en el que el amor libre y el buen rolllito hippie murieron definitivamente. Ideado por los Grateful Dead como un macroevento gratuito, el Altamont se presentó con un cartelazo donde, además de los californianos, figuraban Santana, Jefferson Airplane, The Flying Burrito Brothers, Crosby, Still, Nash & Young y los Rolling Stones como gran fin de fiesta. Estos últimos se habían subido al carro para limpiar su satánica imagen tras recibir muchísimas críticas sobre lo caras y elitistas que resultaban las entradas a sus conciertos. Mick Jagger y compañía dedujeron que participar en un espectáculo gratuito los reconciliaría con las gentes.

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Grateful Dead. Imagen: Dominio público.

Las cosas ya salieron mal desde el principio. El festival pretendía celebrarse en el Golden Gate Park de San Francisco, pero la policía lo impidió alegando que ya estaba harta de pelearse contra los flower powers y de recoger lo que iban dejando tirado por ahí los hippies tras sus farras, es decir, basura, flores y a otros hippies colocados. Se decidió entonces reubicar el tinglado en el Sears Point Raceway de Sonoma, a cuarenta y cinco kilómetros de San Francisco. Y cuando estaba casi todo listo, los dueños de las instalaciones subieron el precio y los artistas decidieron irse con las melodías a otra parte. En el último momento, el propietario del Altamont Speedway apareció ofreciendo sus instalaciones y el evento se recolocó con muchas prisas: llevando al lugar un escenario diseñado y construido para el Sears Point, que tenía una orografía distinta a la del Alamont, y sin tiempo para instalar la cantidad necesaria de lavabos y tiendas de primeros auxilios. Ante tanto apuro, Paul Kantne y Grace Slick, ambos de Jefferson Airplane, no las tenían todas consigo. El primero declararía que no existió supervisión, orden o control alguno al haberse organizado todo a la carrera. La segunda reconocería que al llegar a Alamont ya sentía interferencias en el aura: «Las vibras eran malas. Algo era muy peculiar, no particularmente malo, simplemente muy peculiar. Una especie de día brumoso, abrasivo e inseguro. Esperaba las vibraciones amorosas de Woodstock, pero no me llegaban. Esto era una cosa completamente diferente».

Pero el verdadero derrape de la organización fue la ocurrencia, por parte de Grateful Dead o del mánager de los Stones, dependiendo de a quién se pregunte, de contratar como equipo de seguridad a los moteros de los Ángeles del Infierno. En principio no era algo tan descabellado, porque algunas pandillas de Ángeles del Infierno ya habían ejercido con bastante eficiencia como improvisados seguratas en otros conciertos, incluso para los propios Grateful Dead. El problema es que quienes habían sido fichados anteriormente era la facción de Ángeles de San Francisco, y en este caso se recurrió a la tropa de motoristas de Oakland. Un grupete de cabestros que eran mucho más violentos, y mucho menos amigos de la música, que sus hermanos de ruedas de SanFran. El trato al que se llegó con los Ángeles no tenía mucha letra pequeña: se les comentó que todo lo que tenían que hacer era sentarse en el borde del escenario, que al haber sido diseñado para otro emplazamiento estaba peligrosamente colocado muy muy cerca del público, y evitar que nadie se subiera a él. Y el pago acordado por los servicios de vigilancia ya olía a catástrofe empapada en cebada: los Ángeles del Infierno cobrarían el trabajo en cervezas, que tendrían permitido beber mientras trabajaban conteniendo a las masas. Visto desde la distancia, y si nos ponemos tiquismiquis, se podría apuntar que a lo mejor no sonaba tan estupendo lo de contratar a cien putos cafres ebrios como equipo de seguridad para controlar a trescientas mil personas.

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Mick Taylor acababa de debutar con The Rolling Stones ese mismo 1969. Imagen: CC.

El arranque del festival no defraudó las expectativas. El público se presentó en masa en el lugar con mucha ilusión, pero también con muchas drogas y alcoholes en el cuerpo. Los Ángeles del Infierno se instalaron, birras en mano, en la frontera del escenario. Tras la actuación de Santana, las cosas se complicaron rápidamente, y lo que debía de ser una alegre fiesta degeneró en una batalla continua entre todos los presentes. En cierto momento, alguien volcó una de las motos de los Ángeles por accidente, y la situación, que ya era bastante preocupante, se tensó un poquillo más. Los testigos de las primeras filas afirmaron que los moteros se esforzaron mucho en repartir puñetazos, arrastrar a los colgados del pelo, e ignorar estoicamente a todo aquel que solicitaba auxilio. La cosa se relajó ligeramente durante el concierto de Flying Burrito Brothers, porque eso es lo que tiene el rock country, que agilipolla a cualquiera. Para cuando el barullo comenzó a desatarse de nuevo, los Ángeles optaron por armarse con unas cadenas, unos cuchillos y unos palos de billar serrados que en su mente estaban considerados como el instrumental reglamentario para cumplir las labores de vigilancia. Denise Kaufman, de Ace of Cups, se encontraba entre el público, embarazadísima y junto a su marido, cuando recibió un botellazo en la cabeza que le produjo una fractura importante en el cráneo. A Stephen Stills, un ángel muy drogado lo apuñaló en la pierna con el radio de una moto. Marty Balin, de Jefferson Airplane, trató de evitar una pelea entre la audiencia y fue noqueado de un puñetazo por otro motero del averno. Su compañero Kantne agarró el micrófono para agradecer sarcásticamente a los Ángeles que hubiesen dejado KO al cantante de su banda, y acabó discutiendo a gritos con otro motociclista borracho. Los Grateful Dead, al contemplar el desmadre general decidieron no salir a tocar, y se largaron de su propio evento.

The Rolling Stones conformaban el acto final del festival. Pero Mick Jagger ya comenzó a albergar la ligera sospecha de que algo no iba bien cuando, segundos después de bajarse del helicóptero que le había acercado a la zona, un asistente random del festival le dio la bienvenida al evento propinándole un puñetazo en la cabeza. Los Stones esperaron hasta el atardecer para empezar a tocar, y cuando iban por la tercera canción de su repertorio, «Sympathy for the Devil», se vieron obligados a detener la ceremonia por completo ante la tremenda colección de hostias que se estaban repartiendo los espectadores entre sí. Tras esperar un rato, llamar a la calma y reanudar la actuación, la cosa continuó más o menos bien hasta que, cuando comenzaron a sonar los acordes de «Under My Thumb», un chico de dieciocho años llamado Meredith Curly Hunter Jr trató de escalar al escenario puesto hasta arriba de metanfetaminas y acabó siendo golpeado de manera bastante violenta por uno de los Ángeles del Infierno. Tras esconderse entre la multitud durante unos instantes, Hunter reapareció en la primera fila y sacó de su chaqueta un revólver de cañón largo y calibre 22. Al verlo, otro ángel llamado Alan Passaro se abalanzó sobre el muchacho y lo apuñaló varias veces con una navaja. 

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Gimme Shelter (1970). Imagen: Maysles Films.

La novia del agredido, Patty Bredehoft, y otros espectadores trataron de auxiliar a Hunter. Pero, por culpa del caos reinante y de la actitud de los moteros, fueron incapaces de sacarle a tiempo del lugar, o tan siquiera de alertar a unos Stones que continuaron tocando sin saber lo que había ocurrido. Hunter falleció como consecuencia de las cuchilladas y el testimonio de uno de los testigos que trató de ayudar al chico no solo es bastante aterrador, sino que además contradice ligeramente a la versión oficial. Passaro fue juzgado por asesinato, pero se libró de la condenado al considerarse que, a la vista del arma, había actuado en defensa propia. Una de las pruebas del juicio fue el metraje del documental Gimme Shelter (1970) que Charlotte Zwerin y los hermanos Albert y David Maysles se encontraban rodando en aquel momento. O la película que nació como reportaje musical pero acabaría convirtiéndose en testimonio de una horrible tragedia. Hunter ni siquiera fuera la única víctima mortal de aquella jornada de conciertos: dos personas más murieron atropelladas por un conductor que se dio a la fuga, y otro muchacho se ahogó en una zanja de riego tras caerse en ella colocadísimo de LSD. El Altamont Speedway Free Festival fue uno de los mayores desastres de la historia de la música. Una reunión multitudinaria que intentó convertirse en el contenedor de una época, pero que solo sirvió para demostrar que quien iba a acabar con el sentimiento contracultural de los sesenta sería la propia contracultura sesentera.

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12 Comentarios

  1. El peor concierto de mi vida fue uno en el que me empezaron a doler las muelas del juicio. Peor le fue al líder del grupo, que se tiró en plancha del escenario y nadie del público lo sujetó. Tenía cita en el Hospital de Ciudad Real para que me quitasen las muelas el día siguiente, y allí en maxilofacial estaba el famoso. Lo de la mandíbula no salió en la prensa porque fue lo de menos. Menudo guarrazo que se pegó. También vino la Electric Light Orchesta a la Royal City en un concierto gratuito y nos juntamos 26 personas incluyendo la orquesta, los de sonido y los dos del ayuntamiento. Eso fue peor.

  2. ¿Alamont, Cuebas? ¿No será Altamont? Es que tie una questar entodo leches!!

  3. Ambituerto

    Me sobran las pullas gratuitas hacia algunos de los grupos que protagonizan estos «divertidos» sucesos, y probablemente sea el más flojo de los tres artículos, pero sigue siendo una lectura entretenida.

    Merci.

  4. José Antonio

    En noviembre de 2015 actuó en la sala Malandar de Sevilla la magnífica Dayna Kurtz. Ya fuera por la mala promoción previa del concierto o porque sigue siendo bastante desconocida por estas tierras, no seríamos más de ocho o diez en personas en la sala, que aunque no es muy grande, lo cierto es que era bastante desolador ver como una artista de su talla no era capaz de llenarla como sí había hecho Micah P. Hinson poco antes, haciendo la similitud de artista tampoco demasiado conocido y underground. La buena de Dayna -y su acompañante a la guitarra, Robert Maché- dio un concierto como si fuera ante dos mil personas, nos hicimos fotos luego, firmo los discos que compramos y admiramos su belleza y altura codo con codo.

  5. En spain recuerdo como nos descojonabamos del ridiculo de Nacho Cano con los ventiladores, tocando como si estuviese asistiendo a la creacion del universo, solo que la musica «era una mierda como el sombrero un picaor».

    Si llega a tocar como Jon Lord de los Purple, a ver quien se le acerca.

    Esto no viene muy a cuento pero tenia ganas de dejar por escrito lo malos que eran los Mecago, no digamos ya sus seguidores. Para muestra segun un documental reciente, el nº 6 del club de fans de Mecago, era Mario Vaquerizo. Eso explica muchas cosas. El tipo era ridiculo ya desde la primera adolescencia. La de hostias merecidas que se hubiese llevado en mi barrio un tipo que con 14 años es fan de Mecago. Hay que ser pocasangre y ridiculo.

  6. Errefejota

    Recuerdo con horror un concierto de Morticia y los Decrépitos en el Pub 13 Cotinos sito el Barrio en Alicante, aún me chirrían los oídos. Y otro de Alaska y los Pegamoides o los Trogloditas en Murcia en los 80. Cómo desafinaba la metro y medio. Telita.

  7. «…qué se puede esperar de unos tíos cuyo disco más loado tiene una portada con la banda de visita a una granja escuela, y un repertorio de melodías ideal para pinchar en un entierro, por lo cerca que cabalgan de la muerte cerebral.» En fin…. Y es Paul KantneR no Paul Kantne.

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