La fama de Roald Dahl como autor de narraciones infantiles ha eclipsado su otra faceta, la de cuentista para adultos, en la que fue un auténtico rupturista. Conectando tan bien con la psicología humana, que muchas de sus historias se han repetido y difundido sin saber siquiera que fue él quien las ideó. Como asesinar a tu marido con una pierna de cordero congelada y servírsela después al policía que investiga el crimen para eliminar el arma. O que cierto restaurante sirve un plato exquisito de cordero solo muy de vez en cuando, coincidiendo con la desaparición de uno de sus clientes habituales, siempre soltero y sin familia. Podríamos citar decenas de ejemplos, pero merece la pena detenerse en uno de ellos, que Wes Anderson acaba de devolver a la actualidad. Demostrando la fascinación que aún ejerce Dahl sobre todos nosotros, directa o indirectamente. Pero demostrando también la presencia en la sociedad de un factor muy británico, el juego, a quien los casinos internacionales online han vuelto otra vez ubicuos. La maravillosa historia de Henry Sugar tiene la magia y el juego como temas centrales, y tranquilidad que este será el único spoiler sobre estos inclasificables 39 minutos de los que no despegarás los ojos para mirar el teléfono, algo cada vez más difícil de conseguir. Incluso con la seductora forma de hacer cine de Anderson. O ese elenco increíble, que incluye al Dr. Strange, perdón, a Benedict Cumberbatch, y a Lord Voldemort, quiero decir Ralph Fiennes, y también a Ben Kingley.
A Roal Dahl le gustaba el juego, como a tantos otros autores británicos de su tiempo, considerándolo una actividad lúdica más, pero teniéndolo además como referente de la posibilidad de escapar. Cuando los españoles, por traerlo a nuestra cultura, soñaban con ganar la lotería, los ingleses pensaban más en hacer saltar la banca, y ahí están todos los libros de Ian Fleming y su personaje 007 para demostrarlo. Los casinos del continente eran el equivalente actual de los casinos online de Europa, y la idea de recrear a los personajes que los frecuentaban, que no eran los propios escritores, sino lo que creaban con sus narraciones, estaba presente en ellos de forma natural. Lo mismo que entre el público en general la convicción de que existía algún método para salir de allí rico. Así ocurre en el relato sobre Henry Sugar, tan bien construido que te hace preguntarte si acaso está basado en una persona real. Dahl tenía esa maestría, hacer pasar lo increíble por razonable, pero no, no hubo que sepamos ningún caballero británico dotado de una especial habilidad que aplicó a las mesas de juego.
Quien sí existió fue un mago llamado Kuda Bux, que se presentaba como un místico hindú y un faquir, dotado de capacidades especiales gracias al yoga y a los conocimientos ancestrales de la India. Uno de sus números más populares fue pasar descalzo por un camino de brasas ardientes sin sufrir ningún daño. La temperatura se midió, y tenía suficiente poder calorífico para fundir el metal. Con ese numerito se ganó su primer apodo, Dare Devil. ¿Nos suena de algo? ¿Y las prácticas similares en fiestas populares de pueblos en todo el mundo, que se defienden como fiesta ancestral de época romana o celta? Se popularizaron desde la década de los años treinta en Europa, a raíz del espectáculo de Bux. No hay nada mágico en ello, como han demostrado los físicos. La fuerza de impacto del pie -hay que dar pistones- y el peso del propio cuerpo ayudan a que la corriente de aire en torno a la planta del pie impida que el calor se transmita a la piel. Pero lo que hizo que la historia del faquir llegara a Dahl no fueron estas actuaciones, sino la televisión en los años cincuenta. La dificultad de llevar grandes hogueras a los platós desplazó en interés a la otra capacidad de Bux, ver con los ojos cerrados. Disparando con una venda sobre ellos y acertando en el blanco, o leyendo un libro encerrado dentro de un barril logró su segundo apodo, El hombre que puede ver sin ojos. Es la característica que el escritor aprovecha para construir la historia de Henry Sugar.
Pero si la capacidad de ver con los ojos cerrados es el disparador de la historia, es la personalidad de Sugar lo que hace a esta película, y por supuesto al libro de relatos que contiene el original de Dahl, The Wonderful Story of Henry Sugar and Six More, un relato de nosotros mismos. Porque el tal Sugar es un millonario, y su forma de ser y comportarse tiene cierto parecido con esos tipos a los que vemos continuamente en las noticias, con su legión de seguidores fandom, y sus absurdos comportamientos excusados bajo el pretexto de que tienen dinero de sobra para permitírselo. La diferencia es que ahora gestionan empresas o desarrollan inventos, y en la época en que el escritor inglés escribía el ideal del rico era dedicarse al «dolce far niente», al menos en la imaginación del público. Ser un Gran Lebowski, pero con dinero. Y eso, en un escritor británico posterior a la Segunda Guerra Mundial, es inseparable de los casinos, insisto, no tanto como espacio de juego sino como espacio de encuentro de una élite y lugar donde puede demostrar su poderío económico. Cómo podía un millonario en los sesenta reconocerse en un entorno exclusivo de lujo y exceso y a la par contar al mundo que tenía suficiente dinero como para perderlo. Pues en Montecarlo, Mónaco o Las Vegas. Ahora te puedes comprar Twitter porque tu hija trans es comunista, -lo ha dicho él-, que es otro modo de resarcirse y de demostrar al mundo que ese gasto tuyo es lo de menos, que te lo puedes permitir. Entonces podías viajar en avión a una ciudad remota de riqueza y lujo. En el fondo, lo admitamos o no, nos gustaría ser como ellos, aunque nos juremos que si fuera el caso no nos comportaríamos de forma tan ridícula. Y ese ansia es lo que tan magistralmente explota Dahl y que Anderson lleva a la pantalla con tanto acierto.
Pero la película de Anderson, con ser estupenda, no puede compararse al libro, porque al usar recursos visuales para reflejar algunos de los matices que Roal Dahl puso en su relato hace que algunos matices pasen desapercibidos para el espectador. Porqué nos encontramos, por ejemplo, a Cumberbatch desfilando con diferentes disfraces -atención al de señora mayor preparada para ir a tomar el té, qué ganas de verlo en un papel así-. Para entenderlo, es mejor complementar la peli leyendo el relato. En ambos encontraremos que Sugar es un rico de los de antes, a quien se le ocurre la idea de cambiar el mundo sin usar su propio dinero, alguien que explota al máximo las características de los casinos. Lo que ahora los casinos online llaman las cinco características de un buen servicio al cliente, pero sobre todo el sueño de hacernos ricos y hacer que la realidad sea como nosotros queremos que sea. Un sueño, una ficción, que solo la buena literatura convierte en un placer. Y que la valentía de algunos cineastas como Anderson llevan a la pantalla, sin preocuparles que el autor inglés hiciera alusiones al peso, a la raza, al género, o al juego mismo, hoy consideradas inaceptables. Qué relatos no habría escrito riéndose de lo woke y la cultura de la cancelación es algo con lo que solo podemos soñar. Desde la caseta del jardín, y tal como le vemos encarnado en Ralph Fiennes.
Pues los 3 capitulos de Wes Anderson sobre relatos de Roal Dahl que ha estrenado NETFLIX en los 3 dias siguientes al estreno de «La maravillosa historia de Henry Sugar» , aún siendo cortometrajes de 17 minutos me han parecido tan buenos o más incluso que la película. Se llaman , por si alguien le interesa buscarlos : «El desratizador», «El cisne» y «Veneno».