Como si de una irreductible aldea gala se tratase, el festival portugués Amplifest está a punto de cumplir diez ediciones manteniendo su esencia casi intacta. Creciendo sin buscar la masificación, ciñéndose a lo que hace bien: organizar el mejor cartel y una de las mejores experiencias musicales que, probablemente, haya en toda la península en cuanto a música dura, extrema, experimental, o como queramos llamarle.
No es un festival, dice su lema, sino una experiencia. Y es bien cierto. Empezando por el emplazamiento, el Hard Club de Porto, el antiguo mercado Ferreira Borges con dos excelentes salas de conciertos (una con capacidad para mil personas, otra para trescientas cincuenta; en familia, vamos) que vale la pena visitar incluso como turista. En este festival no hay polvaredas, ni tiendas de campaña, ni probablemente tengas que hacer cola ni para ir al baño. Para los gallegos es como nuestra segunda casa. Una vez canjeas la entrada por tu pulsera, te entregan unos tapones y te dan una palmadita en la espalda: nos vemos al otro lado.
Durante un fin de semana de finales de septiembre o principios de octubre, este lugar se llena de color negro y gente muy dispuesta a dejarse impresionar. Aquí no hay cabezas de cartel. De hecho, los nombres de los grupos aparecen por orden alfabético. Evidentemente siempre hay algunos que, a efectos de horario y multitud, ejercen como cabezas de cartel. Pero en general todo está muy distribuido para que se llenen ambas salas tanto a las dos de la tarde como a la una de la mañana.
En la edición de este año, celebrada el 23 y 24 de septiembre (con un show especial de apertura el viernes 22 en el museo de Serralves y un concierto en el Bar Ferro), el plato fuerte era, sin duda alguna, Sunn O))). Con este primer y único grupo anunciado durante bastantes meses, ya fuimos muchos los que nos lanzamos a por la entrada. El sold out no tardó en llegar: llevábamos mucho tiempo esperándolos aquí.
Los eventos del viernes adelantaban lo que estaba por llegar. En el museo de Serralves estaba programada la actuación del escultor Rui Chafes con Candura: From Ruin. Sí, has oído bien: escultura y música. Un diálogo entre lo físico y lo sonoro que sienta las bases de cómo nos llegaremos a sentir durante el fin de semana. Más tarde, ya de nuevo en el centro de la ciudad, Ferro Bar acogía un concierto de Mat Ball, guitarrista de Big | Brave cuyo drone ya nos subió en la nube de humo sobre la que nos íbamos a desplazar durante todo el fin de semana.
El sábado, ya con el Hard Club ya colonizado, daban comienzo los dos días principales de festival, incluyendo los correspondientes puestos de merch, discos, arte, cervezas artesanas y hasta pedales de guitarra distribuidos por la nave central del mercado. Enlazando directamente con la actuación de su guitarrista la noche anterior, Big | Brave abría inauguraba la sala más grande (Bürostage) para dar un señor concierto a pesar de ser nada más que las dos de la tarde. Una vez entrabas en el post-metal de los canadienses, daba igual si fuera hacía un sol de justicia (que lo hacía) o todo lo contrario. Tremendo concierto de apertura no hizo más que establecer un listón allá arriba que no ayudó demasiado al rock melancólico de Ellereve en nuestra primera visita a la sala pequeña (Beerfreaks).
Una hora después (la puntualidad extrema se mantuvo durante todo el fin de semana), de vuelta a la Bürostage, otra voladura de cabeza. Me alegré de no tener mucha idea de qué me iba a encontrar porque la energía y el carisma de Ashenspire me tuvo con una sonrisa de oreja a oreja durante todo su concierto. ¿Una banda diversa, de metal progresivo/avant-garde (whatever that is) con canciones anticapitalistas sobre arquitectura y los problemas del urbanismo actual? No sabía que necesitaba eso, pero se ve que sí, porque lo compré allí mismo.
Todavía despeinados volvemos al Beerfreak Stage sin saber que los portugueses Hetta iban a darnos otro buen meneo cambiando de tercio totalmente con su post-hardcore/noise y un frontman hiperactivo que un segundo estaba haciendo frenéticas sentadillas en el escenario y al siguiente había sido llevado en volandas hasta el fondo de la sala. Después de eso los veteranos Mutoid Man, uno de los nombres grandes del festival, supieron a poco, no lo voy a negar. Lo mismo sucedió con Sir Richard Bishop. Cuando empiezas tan arriba a las dos de la tarde y la intensidad no hace sino crecer, un concierto de guitarra experimental a las ocho de la tarde se queda corto, convirtiéndose a menudo en el momento perfecto para salir a tomar el aire. Algo necesario antes de volver al Bürostage, donde los frontales rojos entre la humareda blanca y negra de Celeste nos guiaban a través de su black metal moderno. Y allí nos metimos, de lleno entre la oscuridad y esos puntos rojos como únicos faros.
No obstante, yo aquí decidí reservar fuerzas para Amenra, un favorito personal, me vais a perdonar. El conjunto belga estuvo ya el año pasado (aquel mastodóntico evento que compensó las cancelaciones por covid del año anterior alargándose a dos fines de semana y el que, probablemente, fuese el mejor cartel hasta ahora del festival), pero tuvo que resignarse a un show acústico por la baja de última hora de su bajista. Aquello no sentó bien a todo el mundo, aunque he de confesar que yo disfruté muchísimo de aquel formato y de poder escuchar en directo sus versiones de Townes van Zandt. Ahora, la banda volvía al completo para resarcirse: salió, tocó, nos reventó, y se marchó. Y todo ello sin hola ni adiós, como siempre. Qué más queremos.
Todavía quedaba algo de noche para quienes tuviesen energía, con la electrónica de Necro y el DJ set que cerraba esta primera jornada. Lo cierto es que yo ya di el día por terminado, pensando en descansar para la que se nos venía encima el domingo.
Las más madrugadoras tuvieron el domingo por la mañana una cita en el cine con el documental Earth, Even Hell Has its Heroes, de Clyde Petersen, que repasa la trayectoria de los míticos Earth. Confieso que, a esas horas, yo estaba todavía en fase REM, aunque me quedaron ganas de verlo.
Sí estaba lista para volver al Hard Club, a primerísima hora, con Aeviterne y David Eugene Edwards para abrir el apetito (o hacer la digestión, más bien). Para mí el reverendo era uno de los eventos destacados del festival. Poco importó que fuesen las tres de la tarde: en cuanto pudimos ver perfilada sobre el escenario esa reconocible silueta, del sombrero a las botas, se detuvo el tiempo. DEE llegaba a Oporto para presentar su nuevo disco, Hyacinth, que saldría tan solo unos días después (y que no he dejado de escuchar a diario desde que llegó a mi Spotify).
Aunque el setlist se compuso casi por completo de canciones nuevas que no conocíamos (salvo los dos singles que ya había adelantado), eso no desmereció la experiencia. Acompañado de unos hipnóticos visuales y unas bases rítmicas y atmósferas más que a la altura, el de Colorado nos sintonizó con el altísimo a través de la música y sus palabras, a veces incomprensibles. Nos cogió de la mano con «Hutterite Mile» nada más empezar, algo familiar para iniciarnos y recordarnos su origen (16 Horsepower), y no nos soltó a través de todos los temas nuevos que escuchábamos allí por primera vez y que nos dejaron en el sitio, meciéndonos a través del sonido de su guitarra y las imágenes que nos envolvían en la pantalla del fondo del escenario.
Cerca del final, como si de otro regalo amable se tratase, volvió a terreno conocido con «All Your Waves» (Wovenhand), para terminar con una brillante «Outlaw Song» antes de decir simplemente «thank you» y desaparecer de nuevo atravesando la oscuridad por la que había salido hacía una hora.
Después de esto, para mí el día se volvía cuesta arriba. Hilary Woods me sirvió para intentar aterrizar y coger aire, confieso que disfruto más de sus grabaciones de lo que lo hice del directo. Decidí entonces subir al restaurante a ver qué estaban contando Greg Anderson y Stephen O’Malley en su Amplitalk (por si os lo preguntáis: batallitas, estaban contando batallitas), cuando algo me llamó la atención.
En Bürostage estaban haciendo la prueba de sonido Divide & Dissolve, un grupo que no tenía nada controlado. Otra de las apuestas del Amplifest que demuestran que hay gente con propuestas increíbles que, por las razones que sean, no siempre nos llegan. Pero están ahí, solo hay que hacer un pequeño esfuerzo para encontrarlas. Se está haciendo música increíble todo el tiempo.
El nivel de volumen me atrajo como si del flautista de Hamelín se tratase (tuve que ponerme los tapones, y solo estaban probando con algunos acordes sueltos). Y allí me encontré, plantada ante cuatro torres de amplificadores, dudando de si por alguna razón se había adelantado el concierto de Sunn O))). Pero no, sobre el escenario estaba Takiaya Reed con su Fender y ahí mismo pensé: la que se nos viene encima. Y efectivamente, el dúo formado entre Reed y la batería Scarlett Shred, llegado desde Australia para hacer algunas fechas en Europa, fue una de las grandes sorpresas de esta edición, al menos para mí.
El drone experimental no solo nos dejó clavadas en el sitio, sino que también nos hartamos a aplaudir el discurso anticolonialista y antisupremacista que acompañaba a estas canciones instrumentales de guitarra y batería salpicados de unos bellísimos loops de clarinete («Anyone is capable of so much change, and some is necessary for us to leave», y nos dejamos las manos aplaudiendo). Y, más sorprendente aún: el outro para cerrar el concierto fue «Obsesión», de Aventura, que coreamos to-das. Metaleras, sí, pero un poco mamarrachas también. 10/10.
Con la difícil tarea de seguir a D&D, Ken Mode abarrotaron de nuevo el Bürostage en lo que también fue uno de los mejores conciertos de todo el festival (quedándome con ganas de verlos en solitario para tener la energía suficiente como para hacerlo desde primera fila y disfrutar de lo que está siendo el mejor momento de esta banda canadiense), el escenario pequeño del Beerfreak Stage ya lucía vacío para Hide, con una mesa de mezclas a la izquierda y el espacio despejado. El dúo industrial salió a matar, previa advertencia de no utilizar móviles ni cámaras de fotos. Lo que allí iba a pasar, entre ritmos machacones y luces estroboscópicas, se quedaba entre nosotras.
Aunque lo estaba disfrutando, decidí salir con tiempo para encontrar un sitio cómodo desde el que ver a Sunn O))). No solo porque era la primera vez viendo a un grupo del que soy fan desde hace muchos años, sino también porque las historias que corren sobre las consecuencias de sus directos (desde sangrados de nariz hasta diarreas explosivas; buscadlo, no exagero) me hacían estar un poco nerviosa. Decidí subir al palco y situarme en el centro, tapones listos, para estar en primera fila pero sin riesgo a que mis intestinos sufrieran consecuencias desagradables por las vibraciones de las diez torres de amplificadores Sunn ya colocados ocupando el escenario de lado a lado. Y ahora descubriréis por qué esto fue todo un acierto.
Un rato después, con la Bürostage llena, el escenario se llenaba de un humo denso que no desaparecería hasta dos horas después, un humo por momentos atravesado por brazos envueltos en túnicas, una guitarra en el aire, o la visión de un O’Malley encapuchado haciendo los cuernos entre las luces verticales que encerraban el escenario. Para verse tan «poco», Sunn O))) han logrado una experiencia sonora y visual de primer nivel. Es café para muy cafeteros, sí, pero allí estábamos nosotras para dejarnos abducir por el sonido, la distorsión y los acordes eternos que te acunan y envuelven suavemente. ¿Que por qué fue un acierto lo de quedarme en el palco? Después de los primeros cuarenta y cinco minutos, las piernas empezaban a resentirse. Justo cuando pensaba en darme un descanso, miro hacia atrás y veo que la mayor parte de la gente que también estaba en el palco estaba sentada o acostada en el suelo. Qué extraño, pensé. Pero hice lo mismo. Y, dejadme deciros, la experiencia mejoró exponencialmente. No solo por descansar las piernas después de casi dos días de directos sin descanso, sino porque una vez ahí abajo, en el suelo, las vibraciones toman otro cariz: te entran por todo el cuerpo, por la espalda, por la cabeza, las piernas. Había gente con pinta de estar echando una siesta, pero mucha otra a la que casi veías elevarse, atravesar el plano actual y tocar con las puntas de los dedos otro alternativo formado únicamente por frecuencias y distorsión.
Y allí me quedé, a ras de suelo, en lo que se convirtieron en las dos horas más rápidas de mi vida hasta que, de golpe, Greg Anderson cortó el eco del último acorde. Y nos trajo de vuelta al Hard Club, un Hard Club de pronto completamente en silencio. Y me invadieron al mismo tiempo la tristeza y la felicidad: tristeza por tener que salir de ese útero de distorsión a la fuerza; felicidad por lo mucho que había disfrutado, contra todo pronóstico, de esa experiencia tan diferente a todo lo anterior.
Con un breve respiro en la terraza, ya al aire fresco de la noche portuguesa, volvimos a entrar una última vez al Beerfreak Stage donde los portugueses Maquina ya habían aumentado los bpms peligrosamente para un merecido fin de fiesta, rematado una hora después antes de una nueva sesión de DJ para los valientes que todavía aguantaban en pie.
Apenas acabábamos de llegar a casa el lunes, las redes del Amplifest se teñían de rojo. Un nuevo color. Una nueva edición. Salían las entradas para 2024. Siempre nos quedará Portugal.
¡Genial artículo! Quitando que sí disfruté del concierto del ex-Sun City Girls, Richard Bishop, firmo el artículo punto por punto.
Mucha banda que no vi por solapes en este último Roadburn y el por fin ver a Sunn O)))
A ver qué nos tienen preparado con ese cambio de fechas para el año que viene.
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