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A propósito de Difuntos bajo los almendros en flor

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Ermita de Sant Joan de Joaquim Mir. Detalle de cubierta de Difuntos bajo los almendros en flor.

Recuerdo perfectamente el 22 de septiembre de 2019. Ese día, mi socia Mar cumplía años y me había llamado temprano para desahogarse por diversas razones. En el fondo, yo sabía que estaba algo rabiosa porque me encontraba en las Converses de Formentor, rodeado de escritores y editores en un ambiente de lujo. Mar, a causa de sus historias personales, había vuelto a declinar la invitación que tan amablemente le hacía cada año la Fundación Formentor, pero no podía evitar estar de mal humor y trasladarme a mí su pesar para fastidiarme. Tras una conversación bastante árida y larga, quedé apesadumbrado y, a duras penas, me acerqué a la carpa donde los ponentes invitados hablaban sobre una obra que, de alguna manera, les había impactado en el ámbito de la temática del evento, en este caso titulado “Monstruos, bestias y alienígenas”. Bajo el epígrafe de “Quimeras”, el periodista y escritor Sergi Vila-Sanjuán se disponía a contar por qué Las manzanas de oro de Baltasar Porcel era su libro elegido.

Era la primera vez que escuchaba aquel nombre: Baltasar Porcel. Sin embargo, tras escuchar a Sergi, sentí que ese autor, hasta entonces desconocido para mí, se iba a convertir en inspiración y objeto de deseo. En el mismo aeropuerto de Palma –ese domingo regresábamos a nuestras ciudades de origen–, me hice, por internet, con un ejemplar de Las manzanas de oro de segunda mano y esperé unos días, impaciente, a que me llegara para poder leerlo.

Empecé la novela con intriga y la premonición de que estaba a punto de leer algo trascendental. La novela superó mis expectativas. Tuve la misma sensación que cuando leí Tiempo para amar de Robert Heinlein en mi juventud y Las partículas elementales de Michael Houellebecq en la crisis de los treinta. Las manzanas de oro se convertía en la tercera obra maestra que me reventaba la cabeza. A altas horas de la mañana, tras acabar la lectura, me lancé frenéticamente a comprar en un “marketplace” de libros de segunda mano toda la narrativa que encontré de Porcel. Era la primera vez que adquiría libros usados y no me importaba en absoluto romper con el fetichismo, ya tan manido, del tacto y el olor de los libros nuevos, porque la experiencia lectora se presentaba como lo más alucinante que viviría en los siguientes meses.

Devoré Caballos hacia la noche, El corazón del jabalí, Los argonautas y El emperador o el ojo del ciclón, entre otras. Todas ellas me fascinaron y me animaron a conocer a este autor tan increíble que, por alguna razón, había caído en el olvido. Desde entonces he visitado Andratx, la tierra donde nació Porcel, en varias ocasiones. He recorrido los lugares que aparecen en Solnegro, La luna y el Cala Llamp o Los alacranes. También he visitado Sa Dragonera, epicentro de algunas de sus historias, y el campanario donde «un año quedó Melción Terrassa ahorcado de una lazada que se hizo en la cuerda». También he leído a sus contemporáneos, con los que compartió cama y fantasías, a los que dio vida y defraudó como Concha Alós o Lorenzo Villalonga, este último con cuya correspondencia editó Rosa Cabré en el imprescindible epistolario Les passions ocultes.

Después de comentar con amigos del sector editorial sobre mi “descubrimiento” de Porcel y admitir que se había convertido en una obsesión para mí, decidí que tenía que reeditar sus libros en castellano. Intuía y ahora sé que es una empresa a pérdidas. Sin embargo, trabajar con la obra de Baltasar Porcel, como editor, no tiene parangón.

Cada generación recibe un legado literario, y cada obra, a medida que pasa el tiempo, encuentra nuevos significados, nuevos lectores, y también, nuevas traducciones. En esta ocasión, con Difuntos bajo los almendros en flor nos encontramos una vez más ante la maestría narrativa de Baltasar Porcel, que nos deleita con un conjunto de relatos engarzados por un pueblo: Andratx y la voz de un narrador (el propio autor) que describe las peripecias de sus paisanos como prefacio –o postfacio– a la muerte de los mismos, logrando plasmar un universo rico y complejo que trasciende los límites de la mera narración.

Porcel, con una ambición literaria sin parangón, siempre buscó la verdad ideal, aquella que va más allá de las apariencias y se adentra en lo profundo del alma humana. Esta obra, en particular, es el mejor testimonio de su capacidad para mezclar con destreza lo trágico y lo grotesco, lo poético y lo crudo, en un baile literario que deja sin aliento al lector. A través de estos relatos encadenados, el autor no sólo muestra su ingenio en el estudio psicológico de sus personajes, sino también su habilidad para evocar imágenes tan vivas y genuinas que se graban en la memoria del lector.

Decía Aranguren, –en el prólogo de la versión reeditada tras recibir el Premio Josep Pla de 1969– que «hay muchos muertos en la obra novelística de Baltasar Porcel» y yo añado: «más en esta que en ninguna otra». Es una verdad ineludible desde el precioso título que encabeza esta obra. Porcel, con su pluma, nos lleva de la mano por los paisajes y costumbres de su tierra natal, dándonos un retrato que combina el lirismo naturalista con una crítica aguda a las peculiaridades de su sociedad. En cada página, Andratx, su pueblo, se siente, se respira, se vive.

En sus primeras etapas, Porcel traducía sus propias novelas, tal vez con ayuda de alguien que luego no aparecía en los créditos. Este método de publicación implicaba que el autor no respetara los textos originales, realizando cambios, adiciones o eliminaciones de párrafos entre las versiones catalana y española de sus novelas. Por lo tanto, esta nueva traducción, realizada brillantemente por Teresa Galarza Ballester, no busca únicamente acercar la obra a un público contemporáneo, sino también fusionar de la manera más fiel posible las dos versiones de esta novela, resaltando las sutilezas y matices que, en su momento, consagraron a Porcel como uno de los grandes literatos de su tiempo. Difuntos bajo los almendros en flor representa el punto más alto de expresión en su vasta producción novelística relativa a su tierra, donde lo barroco y lo sensual se entrelazan con la cruda realidad, ofreciendo una visión única del ser humano.

A medida que avances en la lectura, te encontrarás inmerso en un microcosmo donde la fantasía distorsiona la realidad, ofreciendo un reflejo tanto esforzado como derrotado de la humanidad. Porcel, con su visión al mismo tiempo cáustica y vitalista, nos invita a reflexionar sobre la condición humana, nuestras pasiones y miedos, y nuestras victorias y derrotas. Que esta nueva traducción sirva de puente para acercar a las nuevas generaciones a la mágica obra de Porcel y para que aquellos que ya están familiarizados con ella redescubran en su prosa las razones que lo mantienen como un referente indiscutible de la literatura contemporánea.

Este texto constituye el prólogo a la nueva traducción de Difuntos bajo los almendros en flor que Jot Down Books publica dentro de su «Los libros rescatados» dirigida por Basilio Baltasar y que incluye las primeras siete novelas de Porcel.

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6 Comments

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  2. joaquinillo

    Recuerdo, hace muchos años, que Terenci Moix (o era Juan Marsé, o los dos) hacía constante burla de este autor por ser, supuestamente, escritor de cámara del todopoderoso pujolismo. Mucho después leí que Harold Bloom (El canon occidental) lo mencionaba elogiosamente. Corrí a comprarme uno de sus libros, pero luego ni lo leí ni se donde está. En fin… Lo intentaré de nuevo.

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