En el kilómetro 326 de la autovía del Sur, a la entrada del poblado de colonización Llanos del Sotillo, se encuentra el hotel de carretera El Soto, actualmente abandonado y con un enorme cartel de «Se vende» en su fachada.
—¿Por qué cerró? —pregunto.
María, antigua vecina de Llanos del Sotillo, dice que eso le gustaría saber a ella, por qué cerró El Soto con lo bien que estaba. Dice que en su última visita al pueblo se encontró a un hombre merodeando en la entrada del hotel con un metro en la mano que le dijo que estaba pensando en comprarlo para montar ahí una residencia de ancianos.
—¿Qué crees que pasó entonces? ¿No funcionaba bien?
María se queda pensativa y dice que sí funcionaba bien, que está segura de que ahí se hacían muy buenos dineros, que se celebraban bodas y comuniones y que venía gente de todo tipo, camioneros, toreros, monteros, ministros, prostitutas, cantantes, de todo.
El hotel no tiene página web, pero en internet aparece el siguiente texto:
Hotel El Soto cuenta con 40 habitaciones equipadas con aire acondicionado, baño, teléfono, calefacción central y televisión. Además, el Hotel El Soto dispone de un magnífico restaurante, bar, terraza y varios salones con capacidad para 300 personas, preparados para la celebración de cualquier tipo de evento. Hotel El Soto, su lugar de descanso cuando visite Andalucía.
Juani, vecina de la calle Rosas de Llanos del Sotillo, corrobora lo que dice María:
—Este hotel estaba muy bien. Tenía solo una estrella, pero aquí venía gente muy importante. Felipe González se reunía ahí dentro con Juan Conde, que era el alcalde de Andújar y vivía aquí en el Sotillo. Te hablo de cuando ya era presidente. Y de toreros, todos los que te sepas han parado en El Soto. Se vestían de luces y se iban a torear a Andújar. El Cordobés, Finito de Córdoba. Todos. Y Sara Montiel también ha estado ahí, con un vestido blanco ibicenco y un turbante en la cabeza.
—¿Y cantantes?
—Todos. Todos los cantantes que te puedas imaginar han estado en el Soto. Joaquín Sabina, Betty Missiego… A ella le pusieron una manta en el suelo, porque era muy rara y no dormía en camas. Y ministros, un montón. Cacerías por aquí, las que quieras.
—Pero Juani, ¿cómo sabes tanto? —le pregunto por teléfono.
Juani lo sabe todo. Su padre trabajó como oficial en la construcción del hotel en el año 1969 y su madre formó parte de la primera tanda de limpiadoras de habitaciones.
—Tres o cuatro años estuvo ahí mi madre.
—O cinco o seis o siete —dice alguien de fondo con una voz débil.
Es su madre, Purificación Gómez Expósito, a punto de cumplir noventa años.
—Mi madre fue la primera persona en subir las escaleras del hotel El Soto, ¿verdad, mamá? —dice Juani, orgullosa—. Mi padre le dijo que en cuanto pusieran el último escalón se iría a buscarla para que fuera ella la primera en subir las escaleras. Y vaya si lo hizo, el Cheques. Estaba muy enamorado de mi madre, ¿verdad, mamá?
—Vaya —dice Pura.
—Mi madre tenía entonces treinta y seis años y estaba embarazada de mi hermano pequeño. Y empezó a trabajar allí y hasta rompió aguas dentro del hotel, mientras fregaba platos en una boda.
—¿Qué es eso del Cheques?
—El Cheques es mi padre. Lo llamaban así porque un día le pidió a su jefe que le pagara lo que le correspondía, que «menos mandar y más cheques». Se lo dijo mientras construían el hotel y se quedó con el Cheques para toda su vida. Y yo soy Juani la Checa, la hija del Cheques. Y mi madre es Pura la del Cheques.
—¿Y por qué cerró entonces el hotel? ¿No será que dejó de funcionar tan bien?
María dice que es verdad que llegó un momento en el que los camioneros preferían aparcar en la explanada delantera del hotel y quedarse a dormir en sus propios camiones, que estaban cada vez mejor equipados.
—A lo mejor eso pudo influir.
Un vecino del pueblo, que prefiere permanecer en el anonimato, dice que el hotel terminó cerrando por una pésima gestión. Que un negocio ahí, con salida a la autovía, al lado del Sotillo y de Andújar, podría funcionar perfectísimamente. Que la clave hay que buscarla en las personas que lo gestionaban.
—¿Quién es el propietario?
Una vecina, que también prefiere permanecer en el anonimato («pon que me llamo Olga»), dice que el hotel ha tenido unos cuantos dueños y unos cuantos gerentes y que los últimos en encargarse del hotel estaban metidos hasta el cuello en casos de corrupción y que será mejor que no pregunte ya más.
—Tú no preguntes ya más.
—¿Qué?
—Que no preguntes ya más.
Juani cuenta que ella tuvo un bar en su propia casa durante doce años. El único bar de Llanos del Sotillo. Que le fue muy bien. Que gracias al bar pudo pagar los estudios de sus hijos. Que sus especialidades eran el pollo asado, las patatas revolconas y las zapatillas. Que ahora tienen en el pueblo el hogar del pensionista con raciones a tres euros.
—Un día vamos, está lleno de gente joven.
—¿Y si el hotel cerró porque no pudo soportar la competencia de tu bar, Juani?
Al otro lado del teléfono, José Luis, uno de los actuales propietarios del hotel El Soto, me dice que el hotel está parcialmente embargado, pero que llevan tiempo trabajando en una posible solución y que tiene algún proyecto interesante sobre la mesa.
—No será una residencia de ancianos —me asegura.
Durante la conversación con el propietario, lleno tres folios con los datos de los diferentes dueños que se han ido sucediendo desde 1969 hasta hoy. Me cuenta los nombres, los apellidos, los porcentajes de participación de unos y de otros, los juicios ganados, los juicios perdidos y los embargos. Abrumada por los datos, me rindo y le digo que quizás sería más interesante que alguien realizara un documental sobre el hotel y que yo me dedicara a hablar con la Juani sobre la vida en general. Su tono, de repente, cambia y me confiesa emocionado que no hace mucho le propusieron rodar una película ahí.
—Solo faltan los monstruos —dice.
Ojalá reabran el hotel algún día pero con el mismo espíritu de motel-de-carretera-bodas-bautizos-comuniones-cafe-copa-y-puro-y-todo-lo-demas. El «cheques» es un hombre sabio y un filosofo. Me ha encantado el articulo.
Felicidades por el artículo. Qué ganas de saber más. Entrar ahí debe ser como un viaje al pasado.
I loved the story about El Soto and I’m already thinking about it for my next novel.
En el Soto paraban durante los años setenta y ochenta los autobuses piratas que nos llevaban de vacaciones a los andaluces desde Catalunya y Valencia a los pueblos de Los Pedroches. Te dejaban que si pedías algo de bebida, llevaras tu propia comida: mucho pollo frito, tortilla de patatas y poco más. Íbamos por carreteras secundarias casi siempre, para evitar a la Guardia Civil. Mareos de los niños y manzanilla para recuperarse. Sin aire acondicionado, asientos de escay, carreteras con muchos tramos todavía adoquinados…
Pingback: Jot Down News #33 2023 - Jot Down Cultural Magazine