Política y Economía

Poco se okupa (para como están las cosas)

Poco se okupa
DP. okupa

«¡Alcalde! Todos somos contingentes, pero tú eres necesario»

La cuestión de lo irrealizable, a veces, se soslaya pasando por encima de un cordón de «Prohibido el paso» y abriendo las ventanas de par en par. 

La ciudad es una cosa a la que puede definirse con muchas acepciones. Todas ellas vienen a decir, más o menos, que una ciudad es un sitio donde vive un número considerable de personas. Añadiré, como alguien que ha de hacer como que entiende del tema, que una ciudad es un lugar donde vive mucha gente durante mucho tiempo. De otra forma, el camping del Viña Rock superaría por mucho la mayoría de capitales de provincia españolas. La ciudad es el sitio donde, en los juegos de rol, compras y vendes objetos y paras a descansar y coger misiones; en la vida real, son el sitio al que va, de vez en cuando, una señora de Nerpio al hospital, porque no hay uno rural que pueda atenderle.

De unos milenios a esta parte, las ciudades han sido el eje de desarrollo de las civilizaciones, que siempre andan detrás de esta u otra causa o capricho del sátrapa que las gobierna. También el de numerosas revoluciones y movimientos sindicales. Son puntos de cocción de ideas y conexiones entre personas. De atracción turística, empresarial y cultural. Un oasis en medio de lo frío y lo salvaje o un lugar idóneo para poner un Starbucks. La ciudad es, en todo caso, un caldo volátil del que puede salir cualquier cosa: desde esos bancos con reposabrazos, para que los vagabundos no puedan usarlos para dormir, a un grupo de jubilados poniendo en jaque al ayuntamiento de Berlín al okupar varios inmuebles de Pankow ante la gentrificación extrema del barrio. Competencia contra cooperación.

Es cierto que la solidaridad ha sufrido altibajos desde el día que alguien cogió el palo más grande que encontró y se autoproclamó jefe de la tribu. O peor: hasta que uno se comió unos frutos alucinógenos y se proclamó dios-sacerdote-rey. Desde entonces y hasta nuestros días, lo poco que ha cambiado es la sofisticación del palo. De la choza de adobe al piso de cuarenta metros, de la vara y el látigo a la visa y el pago a plazos. Yugos acordes al I+D+I del momento. Uno puede estar convencidísimo de que las personas estamos hechas para cooperar, hasta que está de pie plantón en una cabalgata de Reyes Magos y el padre de una criatura de ocho años te pega un codazo en el mentón para coger al vuelo una pelota de plástico de Electro-Recambios Martínez. El fascismo se cuece en esos mogollones de padres sedientos de sangre. 

Jorge Dioni ha publicado este año un ensayo, El malestar de las ciudades, en el que hace un diagnóstico de la nueva hostilidad de las ciudades; habla de cómo estas se proyectan siempre hacia afuera, dejando a sus habitantes a un lado progresivamente. Un movimiento constante, dice, necesario para generar valor: este no se extrae del producto, sino de la energía [sic] que produce al moverse como capital. Las ciudades nunca duermen. En España hay muchos ejemplos de barrios de muchas ciudades que han sido secuestrados por la actividad turística, en el centro de Barcelona o Madrid, o en Valencia, Málaga, Murcia y un enorme etcétera. El cartero ya no buzonea en algunos barrios, y se han dejado de escuchar los televisores pagados a plazos cayendo en cascada sobre las aceras. Estos sonidos se han desplazado a las afueras, en el mejor de los casos, y en el centro conviven los alojamientos turísticos, los negocios —normalmente orientados al turismo— y un sinfín de pisos vacíos. 

Por otra parte, Alexander Vasudevan, profesor asociado de Geografía Humana de la Universidad de Oxford, escribió hace unos pocos años un libro llamado The Autonomous City, que se ha traducido al castellano este 2023 bajo el sello de Alianza Editorial y que hace un recorrido histórico por el movimiento okupa en diferentes ciudades de los países desarrollados: Ámsterdam, Copenhague, Berlín, Nueva York… Y me ha parecido una lectura interesante para complementar con el trabajo de Dioni: él diagnostica los males de la ciudad al tiempo que Vasudevan muestra algunas soluciones dadas a varios de estos problemas que genera el sistema económico, basadas en la resistencia vecinal, la colectivización de los espacios públicos y la articulación de múltiples redes de apoyo en los barrios. Fortalecer las relaciones comunitarias es un factor clave.

Escribe Dioni: 

Las ciudades se conectaron masivamente, así como sus zonas industriales, comerciales o residenciales. Las infraestructuras son adictivas. Siempre hacen falta más. El cielo y el mar también se llenaron de Magical Motorways que trasladaban materias primeras, productos y personas, que comenzaban a desplazarse por ocio de forma masiva. Más movimiento, más infraestructuras para facilitarlo. Varias ciudades estadounidenses derribaron barrios enteros para dar paso a autopistas urbanas que enlazaban los polos económicos de las ciudades con los suburbios. Áreas urbanas de cien kilómetros, como Los Ángeles o Houston. Movimiento, aunque fuera para sacar a la gente de las ciudades y dejarlas sin vida. Es algo que tiene consecuencias políticas. La ciudad es el espacio de diálogo, el encuentro y la negociación con los otros. Si la ciudad pierde relevancia, es lógico que aparezca la incomunicación social. Esa era la idea.

Para Dioni, el papel de la administración es el de facilitar, mediante incentivos fiscales, la recalificación y las infraestructuras, el movimiento o flujo de inversión que hace crecer el valor de los activos urbanos. El rol que describe Vasudevan en La Ciudad Autónoma es el de garante y guardián de la propiedad privada. El escudo que protege el progreso™ —el modelo de propiedad privada— de la barbarie™ —la colectivización del espacio—. Hace unos meses, el profesor Vasudevan me contaba que los centros sociales okupados autogestionados, los CSOA, son un reflejo de las redes de apoyo que se establecen en los barrios, a través de las infraestructuras de conexión urbana alternativas que proponen, y son indispensables en la creación de un tejido social que preserve la cohesión. 

La respuesta estatal a este tipo de iniciativas, casi siempre de forma represiva, ha sido brutal. En La ciudad autónoma, se narran las graves represalias tomadas por la policía danesa en el desalojo del Ungdomshuset en Copenhague y este fenómeno sirve de explicación para poner el foco en las prioridades de la administración pública. No debería sorprender, explica el profesor canadiense, porque en la relación entre el Estado y el capital está implícita la salvaguarda de la propiedad privada. 

El sistema está pensado para ser propietario. Es por ello que, movimientos como el de la okupación son, además de inevitables, respuestas lógicas de segmentos de la población que han quedado marginados en su propia ciudad. Y escribe en La Ciudad Autónoma:

A principios de abril de 2015, un grupo de artistas, activistas y académicos viajó acompañado por seis pensionistas de Berlín a Londres, donde se reunieron con el estudio de arquitectura británico Assemble. Los pensionistas formaban parte de un grupo de personas mayores que, en 2012, habían okupado un centro comunitario en el distrito berlinés de Pankow, después de que el ayuntamiento local declarara que el centro iba a convertirse en una promoción inmobiliaria de lujo. Los «okupas», con edades comprendidas entre los 63 y los 96 años, pagaban una cuota mensual de un euro a cambio de poder utilizar el espacio para distintas actividades. El lugar se había convertido en un refugio y un centro de reunión para muchas personas mayores de la antigua Alemania Oriental que no encontraron empleo después del Wende3. Los pensionistas okuparon el centro durante más de 111 días y, durante el proceso, consiguieron crear una extensa red de apoyo en Berlín y en otras partes de Alemania. Incluso adoptaron algunas tácticas del repertorio de acciones utilizadas por la antigua escena okupa de Berlín. Por ejemplo, cubrieron el centro con pancartas que mostraban lemas conocidos, como «esta casa está okupada» (dieses Haus ist besetzt) y «nos quedaremos» (wir bleiben alle). El grupo pronto pasó a formar parte de una red más amplia de protestas contra la gentrificación y la escasez de viviendas en Berlín.

¿Sabes qué tienen en común un astrofísico y un geógrafo marxista? Ambos te dirán que la clave está en el espacio. Casi treinta años tengo.

Hay punk en el asunto. En español, decimos «okupar». Es decir, cambiamos la c por la k y la anarquía se sobreentiende. Los ingleses utilizan «squatting» y no implica ocupar un espacio de forma física, va más allá. Vasudevan hablaba de resignificar los espacios. La importancia de las acciones del movimiento okupa van mucho más allá de su limitado impacto, que suele reducirse al ámbito local: da ejemplo. La solidaridad es un salario indirecto. Servicios comunitarios que desaparecen de los barrios porque, sencillamente, dejan de ser rentables, reaparecen convertidos en pequeños talleres, bibliotecas y cafeterías, que proveen de servicios asequibles y, sobre todo, promueven una cohesión vecinal con un potencial transformador tremendo. 

El movimiento okupa propone un cambio en el sistema de producción de valor de la ciudad. Sin la especulación con el espacio habitable, ese movimiento que describe Jorge Dioni se vuelve estático, y la creación de riqueza se invierte, de fuera hacia dentro. Hugo Chávez tiene un vídeo bastante conocido en el que reclama al alcalde de Caracas la expropiación de diversos inmuebles y locales de la ciudad: «Exprópiese, señor alcalde. Exprópiese. Esos apartamentos de ahí, me los va expropiando también». Como el que pide cuarto y mitad de gouda en la charcutería. Podrá decirse que no es justo quitarle a alguien lo que es suyo, pero es que el movimiento okupa es un movimiento antisistema. 

La criminalidad se ha malinterpretado. Cuando el tejido social es suficiente, los barrios están habitados y existe una infraestructura adecuada que solvente las necesidades de sus gentes, la tasa de criminalidad desciende de manera proporcional. El sentido de pertenencia disuade de delinquir —al menos, en tu propio barrio— y fomenta un mecanismo de control social basado en la identidad. Esto lo cuenta el escritor Iñaki Domínguez en Macarras interseculares. Un barrio sin vecinos es un sandbox para la delincuencia. Decía Julio Anguita que no es lo mismo una utopía que una quimera: la segunda es un imposible, la primera es el final de un camino. La revolución se complica con la sociedad industrial y su complejo entramado productivo; los luditas no quisieron calentarse la cabeza —tampoco es que los culpe—. La auténtica quimera es pretender ciudades funcionales habitadas por gente de paso. La cuestión de lo irrealizable, a veces, se soslaya pasando por encima de un cordón de «Prohibido el paso» y abriendo las ventanas de par en par. 

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15 Comentarios

  1. Una loa a la okupación en estos tiempos de des-información patrocinada por Securitas Direct me parece algo muy reseñable (plas plas, aplausos)

    • joaquinillo

      Respuesta tópica lo sé, pero irresistible: «pues que empiecen por tú casa y luego ya me cuentas»

      • Okupar es, por definición, habitar un inmueble vacío. No es tu morada ni la de nadie. Nadie va a okupar tu casa, como mucho la allanarán, pero eso es otra cosa.

      • Abruptus

        Está claro que tú eres de los que ven el programa de Ana Rosa

        • Incluso siendo una repuesta de panfleto, que recurre al ataque personal, el exabrupto de contrarréplica me parece excesivo. Yo he tenido que convivir con algo que me dicen que es imposible, y que hubiese deseado que efectivamente lo fuera: la ocupación durante años de la primera (y única) vivienda de una persona mayor. Fue una pesadilla en la que Kafka y Berlanga se turnaban. El tema acabó con la completa impunidad de la “okupa” y la destrucción psicológica, económica y emocional del propietario, que murió sin recuperar su vivienda. Cuando les relataba la peripecia a gentes diversas me decían que aquello no era posible (después de haber estado vinculado al problema durante años). Tenía que mostrar las pruebas documentales (abrumadoras hasta el absurdo). También me ha tocado la experiencia de tener en el barrio el caso de unas personas mayores a los que unos ocupas han destruido metódicamente su edificio (sin duda, un encargo: ahora hay viviendas de lujo). En resumidas cuentas, no todo son fantasmas ni elucubraciones de Ana Rosa. Y sí, una ocupación puede ser un crimen aberrante.

          • jose garcía

            lo que describes no es okupación. no hay objetivo político. solo supervivencia me atrevo a decir.

  2. “La ciudad autónoma” me pareció una recopilación histórica de cierto interés, aunque la forma en la que describe ciertos asuntos (ej: los movimientos del derecho a la vivienda frente al carácter contracultural y más ambicioso de la ocupación, mostrándose siempre partidario de la opción más radical) la veo algo parcial. Por otra parte, creo que no describe el fenómeno hoy, y menos en España. Por ejemplo, no aborda el papel de la ocupación al servicio de ciertos agentes inescrupulosos del mercado inmobiliario, como recurso de deterioro de edificios y aún de barrios enteros, en orden a crear oportunidades. Tampoco explora las dimensiones étnicas y culturales del fenómeno.

    Describir la luchas de los 70, 80 y 90 hoy día, sobre las que ya hay alguna literatura, no nos resuelve la papeleta interpretativa hoy; da un marco de referencia, sí, pero nada más.

  3. «Podrá decirse que no es justo quitarle a alguien lo que es suyo, pero es que el movimiento okupa es un movimiento antisistema»
    Muy antisistema no será cuando se aprovecha bien de todos los recursos legales que gobiernos como el nuestro ponen a su disposición. Y usan las instituciones cubiertas, como por ejemplo la justicia, por ese dinero público al cual no contribuyen con un solo euro.
    Muy antisistemas no serán, ya digo.

    Además, si yo le pego un tiro a quien ocupe mi casa, lo cual si que me parece justo (bravo por los USA) estos pelicañas usarán a todo el Estado contra mi. Injusto
    ¿No hay algo más antisistema que un acto anti antisistema?

    • Es curioso, pero algunos de los procesos de ocupación masiva más incontenibles se han desarrollado en los USA. Busque usted, si el tema le interesa, referencias sobre la anacrónica ley del Estado de Nevada (no sé si sigue vigente, pero lo estuvo durante una gran parte de la gran crisis inmobiliaria). He visto también algunos ejemplos flagrantes de ocupaciones, en este caso de viviendas habitadas, en California. Los USA no parecen un ejemplo de buenas prácticas para la contención del fenómeno.

    • Antisistema significa ir contra el sistema, no *dejar de usar el sistema», aunque sea para luchar contra el sistema. ¿Lo entiendes o te hago un croquis?

      • Lo que ocurre es que ir contra el sistema a veces no es tan lineal, y las presuntas acciones contra el sistema acaban siendo acciones a favor del sistema , o fácilmente utilizables por el sistema. No es fácil jugar contra profesionales de la conspiración y la mentira, amén de la utilización de la violencia, en su propio terreno.

  4. Simplicísimo

    Okupar es algo que apesta a anarquismo o libertarismo. No todo lo antisistema tiene que pasar por ahí.
    Estamos, desde hace tiempo, demasiado acostumbrados a identificar lo radical, lo emancipatorio o lo rupturista con esa familia de la izquierda, que más bien abona el presente social y económico.

    • La ocupación es un fenómeno típico socialista ya que los socialistas niegan el derecho natural y positivan jurídicamente lo que les sea menester.
      Mete medio millón de inmigrantes cada año en España, que en algún zulo tendrán que vivir, restringe la construcción de vivienda, crea inseguridad jurídica, concentra la actividad laboral en 4 o 5 ciudades y échale la culpa de la escasez de vivienda a loh ricoh. Puro socialismo.

      • Derecho natural a la propiedad….menudo oxímoron para designar una ficción jurídica de tener bienes de los que no disfrutas ni usas. Si la tierra es para el que la trabaja, principio liberal desde Locke, la vivienda debería ser para quien la habita. Propietarios como Blackrock son un problema, 10 billones de dolares dan para interferir en cualquier intento democrático de arreglar un problema que afecta a millones de personas.

  5. La necesidad humana de buscar un hogar, una guarida, un refugio es un universal. Lo antihumano es negarlo e impedirlo al convertir la vivienda en un bien con el que especular. Lo antisistémico, revolucionario y por tanto un peligro social es el capitalismo.

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