Este texto contiene un spoiler sobre un personaje de Indiana Jones y el dial del destino. La mala noticia es que este texto también ha cascado dicho spoiler en su propio título, con un descaro similar a lo que hicieron con la versión en castellano de La semilla del diablo. La buena noticia es que el spoiler en cuestión es algo que, por un lado, alegra a muchos fans de Indy y, por otra parte, no va sorprender a nadie.
Matar a Mutt
Mutt, nacido Henry Walton Jones III y rebautizado como Henry Williams, es uno de esos personajes de ficción que la audiencia recibió con rechazo instantáneo. En pantalla fue presentado durante la muy vapuleada Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, utilizando una de las tretas más viejas del manual de guionista perezoso, ser el hijo perdido del héroe de la aventura. En su caso concreto, Mutt era el vástago de la relación entre Indy (Harrison Ford) y Marion Ravenwood (Karen Allen), un dato que tanto padre como hijo desconocían inicialmente, pero que les era revelado por la progenitora cuando la trama ya andaba bien avanzada.
En el canon oficial de la saga Indiana Jones la historia de Mutt se asentaba así: En 1937, unos ennoviados Marion e Indy tenían bien fijada la fecha formal para su bodorrio. Y de repente, a una semana de las nupcias, el aventurero decidió abandonar a la querida para desaparecer, creyendo que no sería un buen marido por todo aquello de escaparse durante largas temporadas a saquear las tumbas de civilizaciones ajenas. Lo que no sabía Indiana cuando dejó a la moza en el altar es que ella se encontraba en aquel momento embarazada del arqueólogo. Tres meses después del nacimiento de la criatura, bautizada Henry Walton Jones III en recuerdo de su padre y su abuelo, Marion comenzó una relación con un piloto británico de la Royal Air Force llamado Colin Williams, un caballero con quien acabaría desposándose. Para evitarse complicaciones, la mujer renombró a su retoño como Henry Williams y le hizo creer que aquel inglés era su verdadero padre. Desgraciadamente, Colin fallecería en el campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial y el pequeño crecería sin padre a la vista, adoptando el nombre de Mutt, haciéndose el malote, siendo expulsado de numerosas escuelas, y convirtiéndose en un motero de los que llevan de la navaja junto al peine en el bolsillo de la chupa de cuero. En 1957, conoció a su verdadero padre cuando ambos se embarcaron en la búsqueda de Marion y la dichosa calavera de cristal.
Habría que apuntar, ya que estamos, que Mutt no es el único descendiente conocido de Indy, pues en Las aventuras del joven Indiana Jones se establecía que el hombre del látigo también tenía una hija llamada Sophie y un par de nietos. Pero como esa serie solo servía para echarse la siesta, nadie le ha prestado verdadera atención a lo que en ella se narraba, y menos las películas.
El caso es que la mentada biografía de Mutt era su trasfondo sobre el papel y en el Indycron, la base de datos interna y secreta de Lucasfilm donde se almacenan meticulosamente las vidas y milagros del universo indianesco para asegurar la continuidad en las entregas. Pero a la hora de presentarse en pantalla, el aterrizaje de Mutt fue desastroso. Porque, más allá del poco original cliché del hijo perdido, el chico resultaba antipático. Una versión de mercadillo del Marlon Brando del film Salvaje que ni tenía el carisma de aquel, ni estaba escrito con gracia, ni tampoco pegaba nada chuleándose con su moto y su tupé dentro de la franquicia aventurera. Un Poochie de manual, vamos.
El rechazo general también se agravaba por culpa del actor que lo interpretaba: Shia LaBeouf. Aquel chavalillo que correteó junto a Optimus Prime en Transformers y que ya parecía repelente en 2008, años antes de esforzarse muy fuerte en demostrar públicamente que no tiene mucho alumbrado en la sesera. Porque LaBeouf es ese individuo que ha basado su carrera reciente en llamar la atención con ocurrencias muy pochas, como creerse actor del método arrancándose un diente sano para un papel (en la cinta Corazones de acero) que no demandaba mutilación de piñata alguna. O realizar perfomances chorras pretendidamente artísticas que daban penita: llevar una bolsa de papel en la cabeza, emitir un streaming de su jeta mientras sufría la proyección cronológica de toda su filmografía en plan maratón, y protagonizar aquel monólogo motivacional que se convirtió en meme por intensito y memo. LaBeouf también es el tipo que se dedicaba a plagiar a otros sin pudores cuando se ponía tras la cámara, el ex al que FKA Twigs ha acusado de maltratador, la estrella que cada poco se peleaba en los bares con desconocidos y el artista al que echaron de No te preocupes querida por liarla en el set antes siquiera de que empezara el rodaje.
El caso es que en El reino de la calavera de cristal, Mutt entró torcido y salió escaldado. No gustó al público, protagonizó una escena tarzanesca entre monos que daba vergüencilla, los fans lo apodaron «el Jar Jar Binks de Indiana Jones», y el odio generalizado hizo que George Lucas desestimase la idea (con la que solo había tonteado) de poner al personaje al frente de un film propio con Indy como secundario. Hasta la propia película hacía mofa, amable pero certera, del chaval en su escena final, cuando LaBeouf amagaba con colocarse el sombrero de Indiana pero Ford le arrebataba la fedora al ver las intenciones. Tras las cámaras, tampoco ayudó mucho el hecho de que, tras el estreno del film, el joven actor se dedicase a decir en entrevistas que la habían cagado bien con aquella película. Y que Steven Spielberg «no era un director, sino una puta empresa».
Con todo lo anterior, el anuncio de una quinta entrega de aventuras del arqueólogo (Indiana Jones y el dial del destino) inquietó un poco a la gente, porque quizás aquello supondría tener que volver a aguantar a Mutt. Pero el propio LaBeouf no tardó en calmar los miedos al explicar que a él nadie se había molestado en llamarle para la nueva película. Si el hijo de Jones no participaba en la próxima aventura, la lógica dictaba que los guionistas excusarían su ausencia con alguna treta, con alguna mención de soslayo sobre el destino del vástago. Antes del estreno, James Mangold, director del nuevo film después de que Spielberg se bajase del proyecto, comentó que el hecho de LaBeouf no formase parte de El dial del destino no tenía nada que ver (ja) con las recatadas declaraciones del actor sobre la cinta previa o su realizador. Al explayarse, Mangold justificaba que no podía hacer nada con aquella pieza vestida de chupa de cuero: «Es algo independiente de todas las intrigas políticas y de estudio de las producciones en las que yo no participé. O se hacía una película sobre ellos dos, Indiana y Mutt, o se encontraba la manera de no tener a Mutt cerca, porque era un elemento demasiado importante en el film previo como para fingir que no existía. Yo no creía que el personaje funcionase bien en la película anterior, así que simplemente fui hacia otra cosa que me interesaba más».
Al estrenarse Indiana Jones y el dial del destino se descubrió que esa «otra cosa» era una solución radical del guion: Matar a Mutt. Normalmente, cuando los responsables de una saga o serie deciden eliminar a un miembro del reparto porque resulta problemático, la jugada se realiza de manera poco sutil, enviándolo a algún destino incierto, mencionando su ausencia de rebote, o combinando las dos anteriores y matándolo fuera de pantalla a modo de escarnio público y faltoso. O lo que entiende por un «Poochie volvió a su planeta, pero tranquilos, porque murió por el camino».
Pero El dial del destino hacía algo curioso en el caso de Mutt porque no solo lo mataba, sino que aprovechaba su deceso para convertirlo en un punto importante de la trama. La presencia del hijo de Indy en el metraje se limitaba a una foto en la casa del padre, un detalle tan fugaz en pantalla como para que el espectador no se percatara de ello si parpadeaba rápido. Pero en el argumento la cosa tenía más peso: tras acompañar a Indiana en algunas tropelías, Mutt acabó encarándose con su padre y alistándose en el ejército solo para hacerle rabiar. Ese acto militar de rebeldía salió fatal, porque Mutt palmaría durante la guerra de Vietnam, Indy se culparía por ello y el matrimonio entre el arqueólogo y Marion acabaría agrietándose hasta desembocar en divorcio. Y convirtiendo de paso al héroe de En busca del arca perdida en un viejete agrio que se presenta en la puerta de sus jovenzuelos vecinos con un bate en la mano para protestar porque tienen la música demasiado alta. En el fondo, aquella manera de matar a Mutt era un movimiento inteligente, no solo se libraban de LaBeouf dando por el saco en el rodaje, sino que además tendrían contenta a la audiencia y de paso una excusa para llevar el guion por cierto camino interesante. Que luego la quinta película de Indy fuese una versión aguada de las primeras correrías del aventurero era, eso sí, un asunto aparte.
Matar a Valerie
La muerte de Mutt resulta interesante por el modo en que la trama supo aprovecharla en un film donde el tupé del muchacho no hacía acto de presencia. Y más teniendo en cuenta que la jugarreta de enterrar a los personajes de quienes estorban en la producción no era para nada algo novedoso. Matar a Mutt siempre ha sido una constante en este negocio.
En 1986, la NBC estrenó un nuevo programa para el que nadie se rascó mucho la cabeza buscando nombres: estaba protagonizado por Valerie Harper en el papel de Valerie Hogan y se trataba de una telecomedia titulada Valerie. La serie, centrada en las desventuras de una atareada madre de tres hijos y esposa de un piloto ausente, arrancó de manera modesta pero no tardó en convertirse en un éxito de audiencia acompañando a ALF en la parrilla televisiva norteamericana de las tardes de los lunes. De manera paralela a su fama, tras las cámaras se fue gestando una gresca importante, una contienda donde Harper reclamaba a los productores un aumento de salario y cierto reconocimiento creativo sobre la serie. Para solucionarlo, desde la cadena de televisión optaron por actuar de la manera que consideran más civilizada los ejecutivos: le dieron la patada a la actriz y mataron al personaje estrella del show entre temporadas y fuera de cámara, en un accidente de coche.
Para cubrir la ausencia de Valerie se fichó a Sandy Duncan como Sandy Hogan, la hermana del viudo padre de familia, una mujer que se instalaba en la casa del piloto para cuidar de la chavalada y asumir el puesto vacante de liderazgo femenino. Los espectadores despistados se enteraron de todo esto en el primer capítulo de la tercera temporada de la serie, cuyos minutos iniciales presentaban a la familia bastante recompuesta seis meses después de la muerte de la matriarca. Durante aquella temporada, las tramas lidiaron tímidamente con las secuelas emocionales que la muerte de Valerie había dejado en los personajes, y la tropa Hogan incluso padeció un incendio, accidental pero muy oportuno, donde se destruyeron los recuerdos que la familia conservaba de la mujer. Pero el verdadero problema de haber asesinado vilmente a la señora Hogan era bastante evidente para la cadena: el propio nombre de la teleserie. No tenía mucho sentido seguir llamando a aquello Valerie cuando Valerie había doblado bien la servilleta y era oficialmente un vivero de malvas. A modo de remiendo, se retituló el show como Valerie’s Family: The Hogans durante la tercera temporada. Y a partir de la cuarta se renombró como The Hogan Family, el título con el que llegaría a España (La familia Hogan). Entretanto, y entre bambalinas, el equipo de rodaje y los guionistas rebautizaron en privado el show con otro nombre de retranca: Tira a mamá de la serie. En los tribunales, la cosa no tuvo tanta gracia para los responsables del programa cuando Harper los demandó y ganó la causa. Los juzgados condenaron a los productores a pagarle a la actriz un millón y medio de dólares por daños, y unos doscientos mil pavos por cada capítulo en el que ella hubiese participado o tuviese apalabrado por contrato para rodar. En nuestro planeta, era la primera vez que la víctima mortal de un accidente de tráfico cobraba personalmente la indemnización.
La carrera profesional de la comediante de stand-up Roseanne Barr guarda bastantes paralelismos con los tejemanejes ocurridos en La familia Hogan. En 1988, el año en el que Harper ganó el juicio contra la NBC, Barr comenzó a hacerse popular en Estados Unidos protagonizando una serie para la cadena ABC a la que ella misma, en un ejercicio de humildad, le había cambiado el título original (Life and Stuff) para renombrarla como Roseanne. El show se convirtió en un éxito potente con rapidez, mientras Barr mantenía una pelea bastante tensa por el control de la serie contra el cocreador de la misma, Matt Williams. Antes siquiera de finalizar la primera temporada de Roseanne, Williams se vio obligado a apearse del proyecto porque la cadena no quería prescindir de Barr como protagonista. La cómica bromearía poco después sobre el tema sustituyendo la placa con su nombre en la puerta del camerino por el otra que rezaba «Sandy Duncan» en referencia a la sustituta de emergencia utilizada en la sitcom de los Hogan.
Pero el verdadero drama para Roseanne llegaría muchos años después. La serie original gozó de nueve temporadas entre 1988 y 1997, y a la altura de 2018 fue resucitada por sorpresa con bastante bombo y mucha atención por parte del público. La alegría no duró demasiado, porque ese mismo 2018 a Roseanne Barr se le ocurrió publicar en la red social anteriormente conocida como Twitter un comentario bastante racista sobre Valerie Jarret, quien por entonces ejercía como consejera superior de Barack Obama. Ante la tremenda polémica generada, los productores optaron por cancelar Roseanne por completo. Pero, unos pocos meses después, contraatacaron con una secuela de la serie donde figuraba todo el reparto original excepto Roseanne, a quienes los guionistas habían matado de una sobredosis accidental de opioides. La nueva sitcom se bautizó, al estilo Hogan, como Los Conners, y a Barr no le hizo ni puta gracia: consideraba que matar a su personaje con drogas era muy bajonero, «cínico y horrible». Las similitudes entre Valerie Harper y Roseanne Barr terminan aquí, la primera parecía buena gente e incluso llegó a donar a la beneficencia los dineros del juicio contra la NBC, la segunda se dedica en la actualidad a contar chistes racistas, homófobos y transfóbicos en el club de comedia de Joe Rogan.
Los rifirrafes por salarios en el mundillo del espectáculo han sido históricamente causa común de muerte en la ficción. Robert Duvall recibió una nominación al Óscar por interpretar a Tom Hagen en El padrino, y repitió el papel en El padrino parte II. Pero durante la preproducción de la tercera entrega demandó un aumento de sus honorarios que no le fue concedido. Como resultado, el hombre decidió abandonar el film y el guion de El padrino parte III se cargó a Hogan en algún momento indeterminado entre la segunda y la tercera cinta. Aunque el propio Duvall reconocía que el problema no era tanto su caché como que a otros actores les iban a pagar bastante más. Eso, y que por lo visto tampoco veía al director especialmente ilusionado con el retorno del actor: «Francis Ford Coppola vino a mi granja en Virginia para pedirme que participara en la película. Y yo le invité a unos crabcakes de Maryland cocinados según la receta de mi madre», apuntaba el actor, «un par de días después me llamó, y me dio la impresión de que estaba más interesado en la receta de los crabcakes que en ficharme para el papel».
Bruce Willis aceptó participar en Los mercenarios 3 a cambio de rodar sus escenas en tan solo cuatro días y cobrar tres millones de dólares por ello. Pero al actor se le ocurrió ajustar las cuentas a milloncejo por jornada, y solicitó un kilo extra de pasta. Sylvester Stallone, ideólogo de la franquicia, lo etiquetó públicamente como «avaricioso y vago» y acabó sustituyéndolo por un Harrison Ford, nuestro Indy, que entraría en escena anunciando que el personaje de Willis se encontraba fuera de juego. Cuando una segunda parte de Independence Day comenzó a fraguarse en 2011, Will Smith pidió un cheque de cincuenta millones de dólares para volver a patear culos de aliens en las botas del militar Steven Hiller durante lo que se proyectaba (inicialmente) como un par de nuevas entregas. Pero el estudio decidió que el amigo de partir rocas a mano abierta era demasiado caro y no contó con él para una Independence Day: contraataque estrenada en 2016 de la que hoy no se acuerdan ni los que la rodaron. En la película se presentó al hijo de Hiller como parte de un reparto de nuevos héroes. Y se explicó cómo el personaje de Smith había muerto unos cuantos años antes, de manera heroica y desgraciada al mismo tiempo: probando un prototipo de nave basada en la tecnología alienígena.
Lo de Tanque en Matrix es un caso bastante extravagante. Marcus Chong, el actor que daba vida a aquel secundario en la película original, se vino arriba al ver que la cinta lo petaba en salas y reclamó un millón de dólares para reinterpretar al personaje en las dos secuelas en marcha. Las hermanas Wachowski le contestaron señalándole amablemente la ubicación de la puerta, pero el tío no se dio por vencido: envió una carta a través de su abogado diciendo al mismo tiempo que estaba dispuesto a aceptar el papel por medio millón de dólares, o a trabajar gratis porque creía mucho en el proyecto (¿?). Y tras recibir un nuevo rechazo, el hombre entró en modo berserker: comenzó a bramar que se sentía amenazado de muerte por la existencia de una conspiración Hollywoodiense oculta; fue arrestado por realizar llamadas ligeramente inapropiadas a las directoras («Les dejé un mensaje en el contestador diciendo «Mirad, si enviáis a alguien a mi casa para joderme y hacerme daño, iré a buscaros y os mataré»»); demandó, sin éxito alguno, a Warner Bros y a las Wachowski por fraude y difamación; y acabó publicando un vergonzoso, y horriblemente editado, documental en YouTube titulado The Marcus Chong Story. O cuarenta y cinco minutos de vergüenza ajena donde, entre muchos otros delirios, el actor se colocaba en un altar a sí mismo, hablaba de un Matrixgate, se reía de la transición de género de las directoras y aseguraba que Keanu Reeves se había dedicado a robar dinero de la hucha de la película. Para sorpresa de nadie, Chong no volvió a trabajar en ningún otro proyecto con verdadero renombre y, visto lo visto, probablemente no lo contratarán ni para editar vídeos de bodas y comuniones. En Matrix Reloaded el destino del personaje se sentenció mencionando de rebote que Tanque la había diñado, y todos se quedaron muy contentos de haberse quitado a aquel puto loco de encima.
Matar a muchos
En 1991, Jean-Claude Van Damme estaba muy concentrado en afianzar una carrera respetable como héroe de acción, distanciándose del cine de artes marciales y de las películas con pinta chusca para evitar que lo etiquetasen. Por eso mismo, rechazó participar en una secuela de Kickboxer que ya de entrada olía a subproducto de la última balda del videoclub. Tras negarse a darle vida de nuevo a Kurt Sloane, los responsables de Kickboxer II: la venganza decidieron devolverle el desplante dándole muerte al personaje. Y lo hicieron de la peor manera posible: haciendo que fuera asesinado, de un disparo y sin honor alguno, por el villano del primer film (Tong Po) durante los primeros minutos de Kickboxer II. Y mostrando su cadáver en pantalla tirando de un doble cutre de Van Damme con un agujero maquillado en la frente. Shannen Doherty siempre ha tenido fama de ser bastante agría con sus compañeros de reparto, ya desde aquella Beverly Hills 90212 en donde le dieron la patada metafórica porque ella andaba dándose de puñetazos no metafóricos constantemente con Jennie Garth. Tiempo después, el fichar por Embrujadas no le mejoró demasiado las actitudes sociales. En los platós del programa, su continuo mal rollo con la compañera de reparto Alyssa Milano hizo que la actriz intuyese que la despedirían más tarde o más temprano, y decidió irse por su propia cuenta antes de que aquello ocurriera. Eso sí, durante la retirada llevó la batuta de una manera inusual y autoconsciente, porque ella misma dirigió el episodio, el último de la tercera temporada, en la que su personaje la palmaría.
Community, una serie a la que tenemos cierto cariño por aquí porque todos somos Abed, asesinó a Pierce Hawthorne (Chevy Chase) de un ataque al corazón porque por lo visto el hombre no se diferenciaba demasiado de su antipático y odioso personaje. Anatomía de Grey sorprendió al público cuando decidió que un camión se llevaría por delante al Doctor Macizo (Derek Shepherd, interpretado por Patrick Dempsey). Pero aquella colisión tenía bastante salseo detrás: el rumor generalizado es que Dempsey, casado por entonces, fue despedido por la showrunner Shonda Rhimes cuando comenzó a encamarse con otra mujer más joven del equipo de rodaje, provocando que el ambiente en el estudio fuera demasiado incómodo para los presentes. Mandy Patinkin, el muy recordado Íñigo Montoya de La princesa prometida, abandonó su puesto como el cabecilla Jason Gideon en Mentes criminales tras la segunda temporada por iniciativa propia, alegando dilemas morales. El actor consideraba que el programa era demasiado violento y turbio y reconoció que participar en él fue un error porque «esas historias de asesinatos y violaciones no son las cosas con las que la gente debería de irse a la cama». En Mentes criminales decidieron matar a su personaje, más por el efecto dramático que por rencor, pero ejecutaron el homicidio con bastante lag: lo convirtieron en víctima de uno de los casos de la décima temporada.
Gemma Arterton interpretó a una Io en Furia de titanes que sería resucitada, en la escena final de la película, para volver de nuevo a la vera del querido, Perseo. Un par de años más tarde, Arterton rechazó participar en la secuela, Ira de titanes, y los guionistas no tuvieron más remedio que volver a meterla en el hoyo, en la escena inicial de la película. En la pequeña pantalla, allá por 2011, la que lio ese ser de luz que es Charlie Sheen en Dos hombres y medio se convirtió en un espectáculo más divertido que la propia serie, algo que tampoco era muy difícil. Sheen, protagonista principal del show interpretando a Charlie Harper, se enredó en un beef bien gordo con el productor de la telecomedia, Chuck Lorre, a quien llamaría lindezas como «payaso» o «gusano» y le comentaría que «no le deseaba nada más que sufrimiento en sus estúpidos viajes, especialmente si terminan cerca mío». La sosegada bronca propiciaría que Charlie Harper fuese fulminado de la serie mediante el clásico recurso de morir aplastado por un piano caído del cielo. Dos hombres y medio regresó a la televisión, con la incorporación de un mucho menos problemático Ashton Kutcher cubriendo el agujero en el reparto, pero el resquemor con Sheen siguió vivo hasta el final: el último capítulo reveló que Harper en realidad no había estado muerto durante años, sino secuestrado por una vecina tarada. La escena con la que la teleserie se despidió definitivamente mostró a un supuesto Charlie Sheen de espaldas, llamando a la puerta de su antigua residencia, y siendo aplastado por un piano caído del cielo mientras el mismísimo Chuck Lorre se dirigía a la cámara para decir que él había ganado, antes de morir también chafado por otro piano en caída libre.
A finales de los ochenta, el actor Jay Thomas militaba como secundario en la popular Cheers interpretando a Eddie LeBec, un jugador de hockey franco canadiense que se emparejaba con la camarera Carla Tortelli (Rhea Perlman). En la ficción, la parejita tendría descendencia e incluso bodorrio, pero mala suerte en general: la trama degradaría a LeBec de su puesto como portero en un equipo profesional a enrolarse en un espectáculo de patinaje sobre hielo, donde actuaba disfrazado de pingüino. Eddie no funcionaba como una constante en la barra de aquel bar, apareció en nueve episodios entre 1987 y 1989, pero su existencia sí que era aprovechada por los guionistas para darle trasfondo a la vida de Carla. La camarera hablaba a menudo sobre él, y en ocasiones directamente con él a través del teléfono. El problema es que Thomas, el actor, en su vida real era un bocachancla, un faltoso y también el presentador de un programa de radio (Morning Zoo en la cadena Power 106) en el que demostraría todo lo anterior. Durante una de sus emisiones mañaneras, un oyente llamó a Morning Zoo para preguntarle a Thomas cómo era el trabajar en Cheers. Y Thomas respondió con guasa de la manera más chabacana posible: «Es brutal, estoy obligado a besar a Rhea Perlman». Ocurrió que algunos de sus compañeros de Cheers, entre ellos la propia Perlman, escucharon el poco elegante comentario y aquello supuso la desaparición de LeBec de la cantina para siempre. Un movimiento que los guionistas ejecutaron a propósito del modo más ridículo posible: LeBec la palmó fuera de pantalla, tras sufrir un absurdo accidente con una pulidora de hielo en el episodio «Death Takes a Holiday on Ice». Durante el funeral de LeBec se descubrió que además el tipo había sido un auténtico cabrón desde el principio, llevando a escondidas una doble vida junto a otra mujer con quien también se había casado y tenido críos. La revelación facilitaba que una desairada Carla recuperase su apellido de soltera y no sintiese mucha pena por el finado. James Burrows, creador de Cheers, resumía todo el jaleo tal que así: «Insultó a Rhea, y eso significa que también nos insultó a todos nosotros. Se había metido con la familia. Jay fue despedido sin contemplaciones y como ya no estaba en el programa, Eddie también debía irse. En nuestro mundo no terminas durmiendo entre los peces, aquí mueres de una manera violenta pero cómica».
John Rhys-Davies, nuestro Sallah en la saga de Indiana Jones, fue uno de los pocos que abrazó el féretro en la ficción con alegría y la cabeza bien alta. El hombre era parte del reparto principal de Sliders, una serie algo chufa con multiuniversos donde también participaba Jerry O’Connell. Pero lo cierto es que el pobre no soportaba trabajar en Sliders, porque los guiones de cada episodio eran de lo más mierderos. A Rhys-Davies le dolía ver como una trama con mucho potencial estaba siendo escrita por gente que no tenía ni idea de cómo tratar la ciencia ficción, ni conocimientos previos sobre el género, ni gracia alguna. «Los textos eran un absoluto galimatías [… ] Yo solía ir a ver a los guionistas y quejarme. Pero ellos solo me decían «John ¿por qué no te limitas a recitar las palabras tal y cómo están escritas?». A lo que yo les respondía «comenzaré a recitar las palabras tal y como están escritas cuando vosotros seáis capaces de empezar a escribir frases inteligentes»». El encaramiento con los responsables de los textos acabaría llevando a Rhys-Davies a morir en pantalla, pero de manera heroica, recibiendo una bala que iba destinada a otro personaje. A día de hoy, nadie ha aclarado si el actor fue despedido por las malas o acordó personalmente su fusilamiento por las buenas, aunque lo bonito de ese funeral es que en él realmente todos salieron ganando.
Recordemos que en Friends vimos cómo el personaje de Joey en una serie de médicos fue espichado por asignarse méritos creativos en una entrevista.
Hay una errata en el párrafo en el que hablas de Robert Duvall y su personaje en El Padrino, Tom Hagen. La segunda vez que lo nombras le llamas Hogan y no Hagen. Culpo a la familia Hogan.
El artículo, por lo demás, en tu línea. O sea, muy bien.
Falta la famosa Paloma Cuesta en «Aquí no hay quien viva» aunque esta, murió después de un accidente «en directo» al caerse por el patio.
Todo ello sin olvidar la obra maestra de las obras maestras de las muertes de personajes en las series: el Bobby de «Dallas», a quien mataron porque el actor que lo interpretaba se atrevió a pedir una subida de sueldo, pero que, tras la bajada de audiencia, se vieron obligados a «resucitarlo» unos capítulos más tarde con la excusa cutre de que su muerte sólo había sido un sueño.
Me parece que a Terrence Howard le pasó algo similar cuando pidió un aumento para la película Iron Man 2, argumentando que su personaje era imprenscindible. El personaje tal vez, pero el actor fue sustituido por Don Cheadle, que ha seguido apareciendo en toda la retahíla de películas y series posteriores.
El personaje Frankie Pentangeli no estaba pensado para aparecer en la segunda película de la saga del Padrino. Era el gordo Clemenza quien debía salir en ella para lograr un impacto mayor; sin embargo, el actor Richard Castellano, quien lo interpretaba, pidió que le aumentaran el sueldo, pero al ser rechazada esta petición lo eliminaron de la cinta justificándolo con una muerte por causas naturales. Curiosamente el actor Michael V. Gazzo, que interpretaba a Pentangeli, ganó el Oscar por esa actuación.
Me ha hecho gracia que el nombre de co-creador de Rosseane y el que da el título a este artículo sean tan parecidos. Así de simple soy.