La entrada en el año dos mil resultó francamente decepcionante. Ni las máquinas se volvieron tarumbas por el efecto 2000 y sometieron a la humanidad, ni el fin del mundo tuvo lugar tras la nochevieja del 99. Para compensar, en el terreno musical estábamos a punto de padecer una nueva década repleta de catástrofes de todo tipo. Alejandro Sanz, una de nuestras grandes apuestas al trono de la década previa, se compró unas pulseritas en un puesto de hippies y durante seis minutos se volvió superurbano en tonos sepia. Creed continuó sacando cancioncillas genéricas sin que nadie los detuviera. Shakira abrazó la licantropía mucho antes de descubrir que los futbolistas son lo más perro que hay. El eurodance se hizo fuerte entre las discotecas con menos pudores. Las autoridades no arrestaron a Gwen Stefani cuando decidió introducir el canto tirolés en el mundo del pop. A M-Clan les suplicaron que dejasen de sacar versiones y los muy cabritos lanzaron «Sopa fría». Y el declive gradual de las otrora exitosas boybands provocó que los productores contraatacasen arrancándole un esqueje a un miembro de Backstreet Boys, para plantarlo en la industria y alumbrar al recientemente desaparecido Aaron Carter.
El National Recording Registry de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos es una colección de grabaciones sonoras seleccionadas cuidadosamente para su preservación por ser «cultural, histórica o estéticamente significativas». Un archivo donde se custodian registros sonoros, la mayoría musicales, que van desde el discurso de Martin Luther King Jr. en 1963 hasta canciones y álbumes legendarios como el Live at the Regal de B. B. King, el Nevermind de Nirvana o el tema «Cry Me a River» entonado en 1955 por Julie London. En abril de 2023, el National Recording Registry decidió añadir a su catálogo la «Gasolina» que Daddy Yankee miccionó en 2004, reconociendo con ello oficialmente al reguetón como un acontecimiento de importancia cultural e histórica en el terreno de la música. Y este hecho nos ha llevado a sentarnos muy serios para meditar sobre el asunto con los nervios templados. Propiciando que hoy planteemos una nueva encuesta, un sondeo que busca responder a la pregunta ¿cuál es la peor canción de la primera década de los dos mil? La competencia es dura, los seleccionados pisan fuerte, y la caja para votar se encuentra al final de esta ristra de atentados musicales dosmileros. También recordamos a los lectores y lectoras que, en caso de que su favorita no figure entre las aquí mentadas, disponemos de una hermosa sección de comentarios abierta para recibir aquellas sugerencias sobre horrores musicales que se nos hayan pasado por alto. O para preguntar por qué el pesado de Melendi no aparece en la lista.
Baha Men – «Who Let the Dogs Out»
El llanto de un bebé, un teléfono sonando y los ladridos de un perro. La santa trinidad de los sarpullidos sónicos, los tres soniquetes que proporcionan mayores estados de irritabilidad en el tímpano humano. Introducir alguno de esos elementos en una canción popular, que por su propia naturaleza ha de ser pegadiza, está universalmente considerado como terrorismo melódico. Y por extensión, imitar ladridos en un estribillo machacón se situaría a niveles similares de sadismo inhumano. Pero eso es exactamente lo que Jonathan King, productor y cantante, descubrió que había hecho en 1998 un señor llamado Anslem Douglas con el tema «Doggie (Who Let the Dogs Out)», una pieza que la civilización había decidido ignorar por completo para conservar los puntos de cordura. King decidió que aquella exquisita melodía tenía muchísimo potencial, y perpetró junto a su banda Fat Jakk and His Pack of Pets una nueva, y muy chillona, versión de la canción titulada simplemente «Who Let the Dogs Out».
Poco después, otro productor llamado Steve Greenberg escuchó la reinterpretación de King e intuyó que aquel era el tema perfecto para lanzar a la fama a unos muchachotes que tenía en su agenda, los Baha Men. Y en defensa de dicho grupo es justo apuntar que, al escuchar la cantinela, lo primero que espetaron aquellos chicos de las Bahamas fue, textualmente, un «Ni de coña vamos a cantar eso». Desgraciadamente, a la larga Greenberg los convenció, solo dios sabe cómo, para que grabaran su propia versión de la pieza perruna. Y así, tras saltar de una víctima a otra como el vídeo maldito de The Ring, «Who Let the Dogs Out» acabó convirtiéndose en el gran (y único) éxito de Baha Men. Las televisiones más insensatas emitieron sin parar el videoclip oficial, filmado con la siempre elegante lente de ojo de pez, y en cuestión de semanas la cancioncilla de los huevos ya era algo tan omnipresente como para colarse en películas infantiles (Rugrats en París), en prácticamente todos los eventos deportivos de Estados Unidos, y en las pesadillas de la humanidad. Guau.
Las Ketchup – «Aserejé»
Es cierto que, de entrada, un grupo bautizado como lo primero que alguien ha visto al abrir la nevera causa cierto rechazo. Pero también es verdad que considerando dicho rango de opciones la cosa podría haber sido mucho peor, porque podríamos estar hablando ahora mismo de «Las Chimichurri», «Las Chopped Campofrío» o «Las Corazones Humanos en Formol». Sea como fuere, este trío/cuarteto de hermanas (Lola, Pilar y Lucía Muñoz inicialmente, con la reincorporación de Rocío más adelante) se presentaron el verano de 2002 con un «Aserejé» ideado para emular el bombazo de la «Macarena», coreografía a medida incluida. No llegaron a replicar el éxito del monstruo ensamblado por Los del Río, pero tampoco se quedaron demasiado lejos: «Aserejé» coronó los primeros puestos de las listas de éxitos en todo el mundo, a excepción de Estados Unidos y Croacia. Y lo logró con un estribillo ininteligible, que simulaba el modo erróneo en el que un rastafari afrogitano colocadísimo de farlopa canturreaba el «Rapper’s Delight» de Sugar Hill Gang. En su momento, la ubicuidad chiringuitera de «Aserejé» hizo que fuese fácil pillarle tirria al tema. Pero lo verdaderamente divertido ocurrió cuando en Latinoamérica comenzó a extenderse el rumor de que su letra indescifrable escondía una elegía a Satán, un asunto tan serio como para que algunas emisoras dejasen de emitir la canción por miedo a que a sus oyentes les crecieran cuernos. En Wikipedia, la entrada de «Aserejé» hasta tiene el detalle de incluir una sección sobre sus supuestas lecturas demoníacas. Al otro lado del charco, la gente sigue encontrando interpretaciones satánicas absolutamente delirantes a los versos. Y desde esta humilde redacción aplaudimos todo lo anterior mientras dudamos si realmente la criatura de Las Ketchup merece militar entre las peores canciones de la década. Porque hay pocas cosas más sinceras que una canción del verano que hace creer a la gente que al bailarla se está invocando al Maligno.
King África – «La bomba»
Hay que ser muy, pero que muy, cabrón y tener las gónadas del tamaño de dos pelotas de playa para rimar «bomba» con «bomba» durante tres minutos seguidos. Porque esto va más allá del pecado habitual de la rima de «coche» con «noche», como hacía Cristina y los Subterráneos, El Columpio Asesino y mil artistas más. E incluso adelanta al bochorno infinito que producía Raúl al engarzar «boca» con «loca». Esto está a un nivel superior, el de la pereza extrema, el de considerar que la asonancia se puede regatear a golpe de copypaste, cascando por el camino versos tan zonzos que ni siquiera lo intentan: «Todas las mujeres lo bailan / Todos los hombres lo bailan». Pero lo peor del asunto es que todo, absolutamente todo, era una gran mentira, la falacia musical definitiva: ni King África tenía sangre real, ni era africano, ni ese esperpento titulado «La bomba» era creación suya. En realidad, King África era una agrupación musical liderada por el argentino Alan Duffy. Y aquella «La bomba» era la versión de un tema con el que el grupo boliviano Azul Azul había torturado a latinoamérica dos años antes, un dato que a su vez funcionaba como prueba definitiva de la colosal dejadez de Duffy. Porque el tío, que tenía pinta de vestirse con la ropa que rechazaban en los circos, ni siquiera se molestó en extirpar de la letra el nombre del grupo original, esputando versos tan delatores como aquel «Y aquí se viene Azul Azul con este baile que es una bomba». Para rematar, todo ese despropósito lírico llegó acompañado de la melodía más desaborida posible, una que parecía estar ahí solo porque la lógica dicta que en una canción debería de sonar algo de fondo. Y envuelto en el irritante empaque de la voz del cantante, la única persona en este mundo que parece estar ahogándose y gritando al mismo tiempo.
Melody – «El baile del gorila»
En 2011, el vídeo de un joven gorila llamado Zola efectuando marchosos movimientos sobre un charco se convirtió en un éxito viral. Seis años después, el mismo Zola volvió a conquistar los corazones de internet con otro clip donde chapoteaba feliz en una bañera. Ante el consenso general, sin base alguna, de que aquel animal estaba bailando las melodías que resonaban en su cabeza, algunos le añadieron música al nuevo metraje y comenzaron a demandar un remake de Flashdance protagonizado por primates peludos. Pero todos aquellos sueños se habían construido sobre una mentira, porque Zola no estaba bailando, tan solo estaba haciendo el canelo con el agua. En algún momento de su vida, la psicóloga Adena Schachner decidió sentarse ante cinco mil vídeos de animales bailando en YouTube, para acotar cuántos de ellos representaban realmente a criaturas efectuando coreografías conscientes. Las conclusiones fueron devastadoras, de entre los millares de clips tan solo treinta y nueve mostraban a animales contoneándose a propósito al ritmo de la música, la mayoría de ellos eran loros o cacatúas, y el resto (cuatro para ser exactos) elefantes. Es decir, ni un solo gorila a vista en la pista de baile. Que no, Melody, que los gorilas no bailan, y menos así.
Nickelback – «Photograph»
Lo de la banda canadiense Nickelback es un fenómeno inexplicable. En teoría, estos tipos no deberían diferenciarse demasiado de cientos de miles de artistas similares dedicados a parir canciones formulaicas de rock tan potentes como un pedo de mosca. En la práctica, parecen haber sido moldeados por las deidades antiguas del Desprecio y la Indiferencia, porque esta tropa posee el curioso superpoder de hacer que todos y cada uno de sus singles resulten inanes y provoquen un rechazo inmediato. Unos Maná de Canadá que se presentaron irritando a medio mundo con «This Is How You Remind Me» en 2001 y acabaron, cuatro años más tarde, besando el techo de la (in)fam(i)a gracias al risible videoclip de «Photograph» que los convirtió oficialmente en un meme de ocho patas. Probablemente, cualquiera de sus canciones, y no solo la de la instantánea enmarcada, podría estar listada en este hueco. Porque las malas lenguas dicen que son todas la misma. Y los buenos oídos no se han molestado en comprobarlo.
James Blunt – «You Are Beautiful»
La firma de bebidas Lactofree realizó una encuesta en 2006 entre más de dos mil adultos del Reino Unido con el objetivo de acotar las cien cosas más irritantes de la vida cotidiana. Los resultados de dicho sondeo colocaron en un meritorio primer lugar a las llamadas telefónicas comerciales, en segunda posición a las caravanas, en tercera a la gente que se cuela en las colas de espera, y en la cuarta a James Blunt. Un guapete exoficial del ejército británico reciclado como cantante que por entonces se había acomodado en las listas de éxitos con el tema «You Are Beautiful». Aquella cancioncilla que todo el mundo interpretó como hermosa oda romántica, cuando en realidad narraba cómo un tío hasta el culo de drogas se comportaba de manera muy turbia en el transporte público: «’You Are Beautiful’ no es una de esas putas canciones románticas suavecitas», aclaraba el propio Blunt, «Trata de un tipo que está drogadísimo en el metro, acechando a la novia de otra persona que tiene enfrente. Alguien que debería ser arrestado por pervertido».
El tema resulta fascinante porque, de entrada, no tendría que ser tan espantoso, pero en combinación con la voz de helio del cantante, y con lo mucho que lo hicieron sonar en las emisoras, se ha encumbrado universalmente como una de las tonadas más molestas del pop. En la mencionada encuesta sobre las cien cosas más irritantes, el pobre Blunt estaba situado por delante de las resacas, de cortarse con un papel, de la diarrea, de la gente que aparca en plazas para minusválidos, de los exfumadores, de pisar una caca de perro, de los testigos de Jehová, DE LA GENTE QUE ESCRIBE EN MAYÚSCULAS, de la cerveza caliente, de los mosquitos o de los vecinos ruidosos. Entretanto, en la emisora de radio Essex FM se vieron obligados a dejar de programar la canción tras recibir una cantidad inusual de llamadas de los oyentes suplicando que dejasen de pincharla. Para ser justos, habría que mencionar que Blunt en realidad mola bastante. En Twitter se dedica a trolear a los que le trolean, en la televisión se ha troleado a sí mismo canturreando tras inhalar helio, y en su momento, cuando contempló los resultados de aquel sondeo sobre cosas irritantes, declaró: «Estaba devastado cuando leí lo de la encuesta, pensaba que aquel cuarto lugar era realmente injusto. ¿Quién ha sido capaz de ganarme? Creo que merecía el primer puesto. El próximo año voy a hacerlo mejor, voy intentar quedar por lo menos entre los tres primeros».
The Black Eyed Peas – «My Humps»
The Black Eyed Peas, ese grupete que en los primeros dosmiles estaba compuesto por Fergie, un norteamericano y un filipino que no tienen claro cómo escribir sus nombres, y otro tío que baila raro e hizo de Vega en esa peli de Street Fighter II que no vio nadie. Unos cansinos de la radiofórmula que se encumbraron en 2005 con la vergonzosa «My Humps» por todos los motivos equivocados. Supuestamente ideada como parodia consciente de las canciones sexploitation chuscas y baratejas, «My Humps» apostaba tan fuerte en su empresa como para convertirse exactamente en aquello de lo que hacía burla. En el tema, Fergie se vanagloriaba de utilizar las tetas y el culete para conseguir lo que quería, encadenando símiles sexuales tan cutres que, por comparación, elevaban las pintadas del váter de cualquier instituto a estatus de literatura del Siglo de Oro. The New York Times sentenció que el single «viviría en la infamia» eternamente y «My Humps» se convirtió en el chiste que se volvía contra sí mismo, el equivalente musical a la gente que se autodefine como «irónica» en los perfiles de redes sociales sin ser consciente de la ironía implícita. Afortunadamente, internet todo lo arregla: la versión con Teletubbies que algún desinteresado ser de luz ha subido a YouTube no solo parece más digna, sino que además incluye más culos de felpa.
Coyote Dax – «No rompas más»
Es probable que el lector recuerde a Billy Ray Cyrus entonando «Achy Breaky Heart» en los noventa. Aunque también es cierto que el cerebro es un órgano extremadamente sabio que tiende a acordonar y eliminar aquellas experiencias traumáticas que puedan poner en peligro la estabilidad de sus neuronas. Sea como fuere, por estos lares sí que tenemos en mente a menudo al padre de Hannah Montana, y por eso mismo consideramos su ofensa como una eminente favorita al título de peor canción noventera. Desafortunadamente, en España tuvimos que lidiar en dos épocas diferentes con el contagio y propagación de aquella cancioncilla. Y eso es algo que erosiona el alma de cualquier sociedad, como salir de una pandemia para comprobar que viene otra idéntica detrás, como enfrentarse a un COVID II with a Vengeance, cuando creías que el peligro estaba lejos. La culpa la tuvo un venezolano bautizado artísticamente como Coyote Dax y disfrazado de cowboy de outlet. El hombre que nos hizo padecer «No rompas más», la perversión en castellano del tema «Achy Breaky Heart» que, por si no fuese suficiente maligna por sí sola, llegó acompañada de una coreografía para que todo el mundo pudiera sentir lo que se siente al ser camarero en el Ribbs.
Miguel Bosé – «Morenamía»
Miguel Bosé no siempre fue el carismático villano de dibujos animados al que todos hemos aprendido a amar, aquel que se ha ganado nuestro respeto hablando de sí mismo en tercera persona y recitando en voz alta las últimas conspiraciones pandémicas que ha leído en un blog de Los Pistoleros Solitarios y Librepensadores de Murcia. Porque, antes de moldear boinas de papel de plata, Bosé vivió épocas oscuras como adorador confeso de Satán, como el Indiana Jones de tu corazón y, sobre todo, consumando ese atentado contra la poesía erótica llamado «Morenamía». O una canción con síndrome de Barrio Sésamo emperrada en ensamblar en una cuenta del uno al diez una colección de ripios con sensualidad marca blanca, y mención a los infiernos incluida. Para avivar la ofensa, el tema era algo que el propio Bosé se tomaba muy en serio: «’Morenamía’ es posiblemente la canción con más carga erótica de todo mi repertorio», aseguraba el Bowie de rebajas, «diría incluso más. En varios momentos roza lo porno. Es porno. La sensualidad que desprende alcanza muchos grados Celsius, casi tantos como los que alcanza la lava en el corazón de un volcán. Es muy caliente, arde». Entretanto, quienes ardían eran los oyentes al comprobar que alguien podía atreverse con una alegoría lírica del nivel de «que nadie como tú me sabe hacer el café» a la altura de 2002.
Cualquiera de Operación triunfo – «Canción random»
Habrá quien argumente que resulta injusto agrupar en un cajón de sastre a las camadas de artistas alumbrados en las ediciones de Operación Triunfo. Habrá quien opine que los subproductos surgidos de aquellos platós cultivaban diferentes estilos y deberían de ser juzgados individualmente. Pero en el fondo, los triunfitos son tan indistinguibles entre sí como los miembros de esas exóticas razas de color amarillo y altura escasa: los minions y los petisos carambanales. Porque los participantes de OT forman un colectivo que funciona como la Aldea Pitufa, con cada individuo definiéndose por sus características básicas: el de los ricitos y las cabriolas que saluda a los máquinas, el obrero de la construcción que no es Superman, la que quedó penúltima en Eurovisión, la que está de vuelta cuando tú vas, el de Triana de los ojitos azules, o la que ha cantado en inglés pero necesitaba subtítulos cuando hablaba en español. Operación Triunfo se convirtió en la cosa más aburrida e insoportable que le pudo ocurrir a la industria musical, una churrería de voces prefabricadas cuyos aceites guarrearon el panorama musical de los dos mil con baladas, ese maléfico subgénero que ya olía a caducado veinte años antes, y canciones pop perezosas. En el fondo, meter todo OT en un mismo saco es como hacerles un favor, porque esta encuesta se supone que va de músicos y no de cantantes de karaoke.
El Canto del Loco – «La madre de José»
Dani Martín, el exlíder de dos de las formaciones más temidas de nuestro país, la Banda del Bate y El Canto del Loco, ya no nos cae mal después de haberse disculpado públicamente por lo de doblar Escuela de rock y de haber colaborado con Ginebras. Pero incluso tras su redención, nos resulta difícil no señalar que dedicarle un tema a explicar cómo le das mambo a la madre de un colega fue algo que estuvo, así en general, bastante feo. Aunque lo cierto es que ni siquiera el propio cantante defiende aquella oda a la milf casquivana: «Es una gilipollez de canción, lo reconozco». Dani, hemos aprendido a quererte.
Sisqó – «Thong Song»
Habría que partir de la base de que alguien que se tiñe el pelo con un espray de pintura metalizada para coches no puede ser de fiar. Pero lo de Sisqó iba más allá de una estética capilar cuestionable. Porque estamos hablando de un artista que, a finales de los noventa, se arrimó a los talentosos productores Tim & Bob en busca de bases instrumentales con ecos a Michael Jackson y fichó al violinista Bruce Dukov para elaborar una sección de cuerda, inspirada por la versión que Wes Montgomery hizo del «Eleanor Rigby» de The Beatles. Alguien que decidió combinar toda esa interesante amalgama de talentos y musas para terminar dedicándole una canción a los tangas, las bragas tirachinas, el indispensable de la estirpe choni. «Thong Song» iba a culo descubierto desde su propio título, sabiéndose babosa y rastrera, pero eso no aligeraba el dolor de tener que escuchar cosas como «Let me see that thong, c’mon / Baby, girl, I know you wanna show, da na da na / That thong th-thong, thong, thong». Lo fascinante es que la canción resulta innecesariamente dramática, e incluso suena a R&B tierno si uno no tiene ni papa de inglés. Lo terrible es que Sisqó explicaba que la pieza nació para evocar la primera vez que su cerebro se reseteó al ver un tanga, un hecho que, según el cantante había provocado que el pelo se le volviera blanco de golpe, «como a Charlton Heston en Los diez mandamientos».
Crazy Town – «Butterfly»
En 2017, el magazine musical Spin elaboró una lista de las mejores canciones de nu metal, presuntamente asumiendo que algún porcentaje de sus lectores serían hombres blancos de mediana edad que aún vestían de chándal. En dicha clasificación, «Butterfly» apareció acomodada en decimotercera posición, y etiquetada como la «power balada del nu metal», una frase donde cada palabra ya causaba escalofríos. «Butterfly», el único éxito de Crazy Town, fue el más certero y espantoso resumen de la ñoñez musical de principios del milenio. Un logro alcanzado gracias a un vídeoclip de colorinchis con FX patateros, una letra escrita con mermelada, y los espasmos de unas vainas humanas que hospedaban todos los tópicos del adolescente californiano genérico: tintes de pelopollo, joyería chatarrera, perillas optimistas, gomina, piercings aleatorios y esos tatuajes de estrellitas que se estamparon todos los chavales de la West Coast para sentirse únicos e inimitables. Por si fuera poco, lo único salvable de la canción ni siquiera era una creación propia, sino un hurto acordado: el pegajoso punteo que caracterizaba a «Butterfly» había sido sisado (con permiso) del «Pretty Little Ditty» de Red Hot Chili Peppers. En la actualidad, Crazy Town todavía son noticia de tanto en tanto por protagonizar otro tipo de hits con menos mariposas y buen rollito, pero con más pajaritos y nudillos.
Carlos Baute y Marta Sánchez – «Colgando en tus manos»
«Colgando en tus manos» es el equivalente musical al villano de slasher de serie B. La confirmación de que el mal jamás muere definitivamente y siempre acecha latente. Carlos Baute, el venezolano que declamaba amores desde el quicio de la ventana de una vivienda okupa, y Marta Sánchez, estrella del Blade Runner patrio que fue Supernova, ya deberían de haber sido recuerdos allá por el 2008, meras reliquias pop de eras más oscuras. Pero ambos no solo se negaron a morir, sino que reaparecieron exudando más saña, cantando a dúo sobre misivas pastelosas que prometían arrumacos. Su «Colgando en tus manos» también daba la impresión de ser un pernicioso artefacto inmortal al reaparecer una y otra vez, hasta en siete ocasiones diferentes a lo largo de 2009, en la primera posición de esa lista de crímenes contra la humanidad llamada Los 40 principales. Veintinueve semanas estuvo el mamoneo de Baute y Sánchez encabezando el número uno de iTunes en España, es decir, doscientos dos días más de los que una mente sana puede soportar exponerse a ello.
Avril Lavigne – «Girlfriend (Spanish Version)»
A finales de los noventa el punk no estaba muerto, peor aún, estaba zombificado. Extirpadas todas las implicaciones políticas, el mainstream punki ya no era el campo de batalla de alimañas humanas antitodo que moldeaban sus crestas con alquitrán y bebían litronas de pis, sino la etiqueta que utilizaba como refugio el adolescente al que sus padres le habían prohibido ver la Cartoon Network de noche y se compraba las pulseras de pinchitos en el H&M. La industria musical recicló la estética punkarra, que por entonces era un colorido folclore, para producir un nuevo estilo chicle-punk, popero pero inofensivo. En 2007, Avril Lavigne, la punki de centro comercial por excelencia, se pilló una tarde una buena chuza y escribió en diez minutos «Girlfriend» a modo de chiste, según reconoció ella misma. Aquella cogorza resultó más que rentable, con el single convirtiéndose en un tremendo superventas en Estados Unidos. Lo enternecedor es que para el mercado internacional, Lavigne tuvo el detallazo de grabar nuevas versiones cantando en diferentes idiomas, desde el francés hasta el portugués, pasando por el japonés y el chino mandarín. Y, por supuesto, una embriagadora versión en español que es nuestra verdadera propuesta a mejor peor canción de su década: esa «Girlfriend (Spanish Version)» que entonada por la canadiense con el acento de Aznar cuando visita USA, convierte el chicle-punk en una verdadera caricia para los oídos y el alma.
Tata Golosa – «Micromanía»
Romina Contiero. Los micrófonos. Cosas aleatorias. Los micrófonos. Base chusca. Los micrófonos. Muerte cerebral. Los micrófonos. Sexo cutre. Los micrófonos. One hit paja. Los micrófonos. Disco dance. Los micrófonos. Garrafón sonoro. Los micrófonos. La vergüenza. Los micrófonos. Gemiditos. Los micrófonos. Y ahora, los tambores.
Counting Crows – «Big Yellow Taxi»
Counting Crows, la tropa de californianos que cantaron «Mr. Jones» en los noventa y cuyo frontman no sabe qué coño hacer con su pelo, decidieron que sería buena idea estrenar milenio destrozando un clásico setentero de Joni Mitchell y llevaron a cabo el crimen sin remordimiento alguno. En 2002, el magazine cultural The Village Voice publicó una exquisita reseña de la canción, un texto que la propia página oficial de Joni Mitchell conservó orgullosa en sus archivos durante unos cuantos años. Una crítica muy reposada que rezaba tal que así: «Adam, no sabemos si malinterpretaste el mensaje antiglobalización, antiindustrialización y anticorporativo de la canción original, o si simplemente elegiste ignorarlo para tener frappucinos gratis de por vida. Pero queremos mostrarte la dura realidad: ¿te suena el verso del tema que dice «Pavimentaron el paraíso y pusieron en su lugar un parking»? ¿Te suena esa línea que se pregunta cómo reemplazaron algo hermoso con algo tan frío, cruel y comercial? Pues ese eres tú. Tú eres el parking, hijo de puta».
Crazy Frog – «Axel F»
Los teléfonos móviles no siempre han sido la maravilla tecnológica actual que nos permite tanto quedar con desconocidos para una sanísima tarde de picnic y cruising como asquearnos leyendo las políticamente incorrectasTM opiniones de conocidos en redes sociales de muchimillonarios divorciados. Porque, tiempo atrás, los móviles eran los portadores del principal dolor y sufrimiento de nuestra sociedad, los politonos. Y Crazy Frog nació por culpa de ellos, con premeditación y alevosía: durante los últimos coletazos de los noventa, un adolescente se grabó imitando el sonido de un motor arrancando y el audio se volvió bastante popular en aquella internet prehistórica que se fascinaba con cualquier pollada. Años después, un sueco ocioso, Erik Wernquist, rescató el molesto sonido para incorporarlo a un bichejo CGI que había moldeado en su ordenador y bautizado como The Annoying Thing (La cosa irritante). El resultado, un vídeo del bichejo vocalizando el ruido del motor mientras arrancaba un vehículo invisible, llamó la atención de una compañía de politonos que adquirió los derechos del muñecajo, renombrándolo como Crazy Frog para disgusto de Wernquist: «Si hubiese sabido que iba a tener tanto éxito no les hubiese dejado ponerle ese estúpido nombre. Ni es una rana ni está especialmente loca», apuntaba muy serio su creador.
Y es que Crazy Frog no solo arrasó como tono de móvil, sino que levantó toda una franquicia a su alrededor con merchandising propio, un par de videojuegos esperpénticos y unos discos donde se combinaban sus gorgoritos motorizados con versiones eurodance de éxitos populares. «Axel F», el corte que utilizaba como gancho la pegadiza banda sonora de Superdetective en Hollywood, fue el que más atormentó desde aquellos canales de radio y televisión que carecían de ética o de sistemas morales. Y a la hora de ilustrar el nivel de vileza al que jugaba la no-rana de los huevos, bastaría con apuntar que entre su setlist de horrores se encontraba una versión del «Who Let the Dogs Out» de Baha Men, retitulada como «Who Let the Frog Out», porque el mal siempre ha sabido retroalimentarse. En abril del 2022, el gobierno de Ucrania subió a su cuenta de Facebook oficial un vídeo donde se puede ver a los tanques rusos siendo reventados por la artillería ucraniana mientras el «Axel F» de Crazy Frog suena de fondo. Y quizás ese sea el único lugar en el que la música de la cansina criatura tenga sentido: rodeada de devastación y sufrimiento inexplicable.
O-Zone – «Dragostea din tei»
Esto nos pilló con la guardia baja. Nadie prestaba atención a Moldavia y desde allí aprovecharon para arrojarnos a O-Zone a traición. Ese trío de papanatas que logró que el planeta entero cantase en rumano las bondades del «Amor bajo el tilo» («Dragostea din tei»). El videoclip oficial del tema se presentó mostrando una cabalgata de todos los horrores estéticos del eurodance, conformando una de esas cosas dantescas de las que es imposible apartar la vista aún a sabiendas de que lo que está ocurriendo es espantoso, como los accidentes de tráfico o los musicales de Nacho Cano. En la pantalla, una letra pegajosa, en lugar de pegadiza, era aullada por tres chavales que compraban la ropa en New Yorker y tenían pintas de ser el camello del after, el yonki del after, y el tío al que sus colegas han arrastrado a un after por primera vez en su vida. En España los Morancos parodiaron el tema con una versión, «Marica tú», que a golpe de «Fiesta, fiesta y pluma pluma gay» se convirtió en himno gay reivindicativo en varios países de latinoamérica. Lo de defender la pluma es algo estupendo, pero lo de exportar a los Morancos es, como poco, un asunto espinoso. Bastantes desgracias les hemos hecho padecer ya a los del otro lado del charco.
Daddy Yankee – «Gasolina»
El mal siempre tiene una historia de orígenes detrás. Y ser el pionero en algo no siempre supone una buena noticia. En 2004, al portorriqueño Daddy Yankee se le ocurrió dedicarle una canción a los combustibles fósiles y aquello supuso la puerta de entrada del reguetón en nuestra, hasta entonces, civilizada existencia. «Gasolina» popularizó mundialmente el trasvase de los ritos de reproducción caninos a la pista de baile, las metáforas sexuales baratas y el abuso de la puñetera misma base de percusión que utilizarían todos los temas de reguetón de ahí en adelante. Y desde entonces no hemos tenido más que disgustos en las listas de éxitos. Eso sí, lo que verdaderamente da vértigo es asimilar que «Gasolina» lleva dos décadas perreando entre nosotros. Y que haya indeseables en Spotify con el valor suficiente para crear listas de «Reguetón vintage». Reguetón. Vintage. Vamos a morir todos. Y a ella le gusta la gasolina.
Otro atentado musical
Una década da para muchos dolores, y por eso mismo cualquier enumeración de aberraciones sonoras de la época siempre será una empresa incompleta. Sirva este espacio para que el lector o lectora mencione a esas otras grandes obras que, a pesar de no aparecer en nuestra lista, se lo curraron muy fuerte para optar al galardón de peor canción dosmilera. Y, por si fuese necesario, arrojamos aquí unas cuantas sugerencias: los uruguayos Chocolate batiendo «Mayonesa», el «Bad Day» de Daniel Powter y su pianito a lo Coldplay, «Duele el amor» de Ana Torroja y Aleks Syntek, «Hey Baby» de Dj Ötzi, cualquier cosa de La Quinta Estación o La Oreja de Van Gogh, la desgracia que hizo Limp Bizkit mancillando el «Behind Blue Eyes» de The Who, el «Let Me Out» de cuando los de Dover creyeron que era buena idea pasar del calimocho al electropop, «Dale Don dale» de Don Omar, «Me muero por conocerte» de Álex Ubago, el cutrísimo chiste de instituto que fue «Because I Got High» de Afroman, «Stars Are Blind» de Paris Hilton, «She Hates Me» de Puddle of Mudd, esa «Te entiendo» que en Pignoise parecía que cantaban dormidos, «She Bangs» de Ricky Martin, «Que la detengan» de un David Civera al que nadie detuvo a tiempo, lo de Ozzy y Kelly Osbourne despedazando el «Changes» de Black Sabbath en familia, o el «Cheekah Bow Bow» de Vengaboys protagonizado por el robot más Poochie de la historia de los videoclips cantando la letra más vergonzosa de la historia del eurodance, que ya es decir.
Tío, saca Thong Song de la lista. Es un temazo lo mires por donde lo mires
Los 00s han sido tanto, y a veces tan malo, que hay que mirarlos año a año para determinar las atrocidades que se cometieron!
Yo he votado por Blunt porque es el único que se alegrará sinceramente de ganar, y se lo merece.
Pues yo dividiría las canciones malas en tres grupos:
A) Aquellas que ya eran una porquería desde el minuto uno (la mayoría de las que salen en esta lista).
B) Las que quizás no eran tan malas pero que llegamos a cogerle tirria de las veces que las machacaron en la radio y la televisión.
C) las que en su día pensamos que eran buenas pero a las que el paso del tiempo les ha sentado fatal y hoy ni de coña las escuchariamos (le pasa casi al 100% de la gente que en su día fueron fans de Dover y La oreja de Van Gogh)
Como ex fan de Dover y de la Oreja de Van Gogh solo puedo decir… ¿En qué momento pasó de «pues no están mal» a «¿cómo podía soportar esto».
La de Ana Torroja es dolor. Es como unas agujas de calcetar ardiendo que atraviesan mis tímpanos
Rectifica: Excelentísima Señora Marquesa de Torroja.
Falta el Papi Chulo, que fue anterior a La Gasolina, un olvido imperdonable en esta lista. Estas dos y alguna más abrieron las puertas de Mordor a lo que vino después.
Esa y «El gato volador», pero tal vez es de los 90.
Hola
Yo pondría aparte los temas que son «aportaciones originales» de las que son «derivados». Porcierto incluiría la del Canto del Loco como variación de «Stacy’s Mom» de Fountains of Wayne (cualquier momento es bueno para escuchar a FoW (homenajeando a The Cars) -y para ver el vídeo-).
Hablando de vídeo; es aceptado -como pulpo- que uno de los mejores vídeos de la década es «Call on Me» de Eric Prydz. Tampoco queda mal el temita en esta lista.
Porultimo, viendo su inexistente evolución sacaría de la lista a los BlackEyedPeas porque sus siguientes discos fueron aún peores. Mismo caso que Coldplay. Viva la Vida.
Buen trabajo, confío en su pronta recuperación y que no le deje secuelas.
Como canción MALA, la madre de José claramente. El canto del loco fue algo terrible (y Dani Martín sigue ese «legado»…)
Pero lo peor de ahí es la gasolina de Daddy Yankee, precisamente porque supone el pistoletazo de salida al movimiento cultural más degradante, infecto y devastador de la historia: el reggaeton y sus derivados. El mundo es un lugar peor desde entonces.
Totalmente de acuerdo
Las canciones malas que no crean escuela, son anécdotas graciosas y nos reímos de ellas
El reggeaton y derivados son algo dañino y venenoso para la música
La de Ana Torroja, III marquesa de Torroja, merece estar en la lista como la que mas.
De los post que más me ha costado terminar en mi vida. La sensación de asco y mal cuerpo no se si se irán alguna vez
Si es lo que yo digo: ¿Para qué revolcarse en la mierda como gorrinos? Pues ahí tenéis a gente que nunca escribe por aquí, matándose para ser los primeros (el artículo es de ayer, día 17) en opinar sobre insustancialidades.
Pues porque si está bien escrito, es ameno y para colmo es hiriente para con el terrorismo musical perpetrado por sujetos que deberían comparecer en La Haya, alimenta el espíritu.
Son todos unos temazos, un playlist de lujo.
Recuerdo hace relativamente poco como Ed Sheeran tuvo que salir ante un jurado, guitarra en manos a defenderse de plagio de los herederos de Marvin Gaye. El tipo empezó a tocar su canción y al mismo tiempo iba metiendo otras canciones similares de otros tiempos.
Dejaba claro claro que a estas alturas de la película, estaba ya, casi todo el pescado vendido. Y que le parecía injusto que sólo le crujieran a él, cuando muchos otros habían utilizado ritmos similares.
Lo primero que se me cruzó por la cabeza fue: «Ostia. Entonces los del reggaeton y su «puñetera misma base de percusión que utilizarían todos los temas», podrían ponerse finos entre ellos a demandas.
Si alguien sabe en que realidad alternativa ha pasado esto, que me lo diga.
Gracias de antemano.
Entre un genero musical compuesto casi enteramente de basura como es el reggaeton, es difícil destacar un tema. Sin embargo, creo que la sima mas profunda de la calidad esta habitada por un tema de 2006 llamado «Chacarron» de un artista llamado «El Chombo». Tiene como curiosidad que la letra es deliberadamente una especie de balbuceo gangoso que da una grima tremenda.
Admito que las letras del reggaeton en general son mas dañinas, por lo ofensivo y sexista. Pero esta letra en un idioma infra desarrollado es un insulto a la inteligencia, es una ominosa letanía venida de un universo lovecraftiano.
Todas son canciones buenas en uno u otro sentido, no siempre se trata de revolucionar la música ni de realizar composiciones súper complejas, sino The Beatles o Led Zeppelin no serían tan especiales. Creo que precisamente son canciones que han llegado y gustan a millones de personas, en mi opinión eso tiene tanto mérito como cualquier solo de Joe Satriani.
En definitiva, ninguna de estas canciones pertenece a un género que yo escuche o me interese, pero todas tienen algo que hacen que estén muy, muy lejos de ser la peor canción.
La del chihuahua.
¿Cómo se puede comparar a Daddy Yankee, una de las carreras mejor labradas de la música latina reciente, con el resto de bodrios solamente por el hecho de ser reggaeton? Ah, sí, llamándote Diego Cuevas y no teniendo ni puta idea. El reggaeton es uno de los géneros musicales con las propuestas más interesantes de las dos últimas décadas. A ver si vamos abandonando el mal gusto y el haterio de 2005, panda de toys.
Espero que tu mensaje sea irónico, aunque me da que no. En tal caso, te compadezco desde la superioridad moral que me otorga el catalogar el reguetón como una auténtica basura sin paliativos, eximentes ni adversativas.
«panda de toys»…. nada más que decir de tu comentario de ser superior de luz divina. Los que defendéis el reaggeton a capa y espada sois digno de estudio. Basura musical aupada por el capitalismo más rancio y chusco.
Hablamos de canciones , en las que algunas de ellas hemos bailado , hemos tatareado y nos hemos reídos,incluso están dentro de buenos recuerdos de nuestra vida…pues entonces ni tan malas a nivel personal.
Son discutibles algunas de las canciones, máxime cuando ahora mismo cualquier cosa de la «andaluza de palo» choni de verdad de La Rosalía, sus amigos los reggetoneros y el Trap están de moda y cualquiera de sus canciones es peor, con mucho, que las de esta lista.
Otros vendrán que buenos te harán reza el dicho, y en este caso está claro que ha sido así, estando en estos momentos en una de las etapas musicales mas asquerosas y repugnantes en cuanto a contenido y calidad, de toda la historia moderna de la música.
Golosa de Impacto MC
Mesa que más aplauda de Grupo Climax
«la madre de josé», clarísimamente. odio más «zapatillas» pero es no le va a la zaga en cuanto a capacidad de irritarme.
pero debo romper una lanza, la camisita que traigo y mi carnet de boomer hipster para defender «colgando en tus manos»… odio la sonrisa profiden del baute y marta sánchez me parece lo más kitsch del mundo musical patrio, PERO en la música pop a veces gente lamentabilísima se marca un temazo y este lo es sin lugar a dudas, la instrumentación es contenida y bastante sugerente, está cantada con cierta delicadeza para ser este par de tunantes.
«canciones buenísimas de músicos infames» podría dar para un artículo en sí mismo. «when you’re gone» de brian adams, «indiana» de los hombres g… a veces pasa.
j
No estoy de acuerdo acerca de esta canción, pero me parece muy interesante el concepto «canciones buenísimas de músicos infames», creo que Jotdown debería hacer un artículo. Saludos.
El cerebro humano es algo maravilloso. Durante un largo tiempo mi mente había escondido esta galería de horrores, como un absceso enquistado y encapsulado por tejido cicatricial en una zona profunda, evitando (ya que no su existencia) su recuerdo. Y este artículo ha hecho que emerja y explote con todo ese contenido purulento y ese olor repugnante a putrefacción, trayendo de vuelta todos esos recuerdos asociados.
La repetición torturadora de «La Madre de José», con ese punto gilipollesco de «José es un buen tío, mi amigo, espero que entienda que me follé a su madre», noche tras noche en diversos antros y garitos, provocó en mi una reacción enfebrecida propia de aquella mente enferma por la repetición del horror que era la mía, y que se plasmó en la composición de otra canción. No era realmente una composición, ya que la música era la misma que la del mentado tema, pero la letra era relativamente original, siendo la repuesta del tal José a su amigo y titulada «La Madre de Daniel». Y en ella, José le comentaba a Daniel (¿Martín?) que no se preocupase, que efectivamente él lo entendía, entre otras cosas porque él había pasado por lo mismo en repetidas ocasiones con la madre del cantante, y se deleitaba repitiendo y detallando las múltiples acciones de felaciones, sodomía y posturas varias culminadas por ese «ha sido tu madre que quería mi grumo dentro» y la revelación de que Daniel tenía un hermanastro en el horno fruto de la hiperactividad sexual de su señora madre con nuestro protagonista, tocayo del padre putativo de Jesús. Aderezado el tema con jadeos, gemidos y bramidos varios. Aún me da vergüenza ese producto de (repito) mi mente enferma temporalmente.
En cuanto a la «Gasolina» de Daddy Yankee, el infame recuerdo asociado procede de unas fiestas de Huesca, el Sol ya alto, y una horda de fiesteros entre los que me incluía buscando un lugar abierto para desayunar el tradicional almuerzo laurentino de huevos fritos con patatas y longaniza de Graus. Mi cántico amenizando (o más bien aumentando el nivel de tortura) aquella trabajosa búsqueda consistía en la repetición de dicha canción sustituyendo la gasolina del mantra por longaniza (a ella le gusta la longaniza, dame más longaniza). Tengo buenos amigos y ninguno me agredió como merecía (aunque alguno sí que devolvió).
Cualquiera de Rosalía.
No puedo votar. Son tantas las que me parecen las peores que no soy capaz de decidir.
Me sorprende mucho saber que alguien más piensa lo mismo de Maná y Nikelback. Añado «Uka Shaka» y «Gelatina» de Los Nietos del Futuro (al parecer es el complemento de «Mayonesa»…) y «Chica de TV» de ¿Chocolate?.
Coincido con varios comentaristas: «Gasolina» es un error imperdonable que jamás debió concebirse.
Y pido disculpas por ser uruguayo, país donde fue concebida esa otra basura titulada «Mayonesa», un sufrimiento profundo, como para arrancarse las uñas a los balazos.
Me siento afortunado. Podía reconocer sin problemas las peores canciones de los 80 y 90 en los correspondientes artículos de esta santa revista. Pero en esta ocasión no conozco a algunos de los artistas ni a un buen número de las canciones. Y el motivo es que, ya en los primeros dos mil, empecé a darle duro al Audiogalaxy, al Kazaa y, más tarde, al Soukseek (llegué tarde a Napster). De tal modo, comencé el nuevo milenio siendo muy selectivo con lo que escuchaba, y disponiendo de mi propio, variado y abundante menú musical gracias a la ingente cantidad de información que el floreciente Internet ponía a mi disposición. En esa década comprendí que la música ya no era lo que te ofrecían los medios, sino lo que tú eras capaz de encontrar manejando la información adecuada. Un poco como el algoritmo de Spotify pero usando tu criterio y un rato frente al ordenador en lugar del algoritmo.
Sospecho que para el artículo sobre la siguiente década no voy a conocer prácticamente nada. Bueno, ya se que estará el Despacito que, por desgracia, no hubo manera de evitar enterarme de su existencia. No obstante, quiero dejar algo de los dos mil que tuvo la desgracia se suceder como fue la banda The Calling, uno de esos subproductos del Post-Grunge que competía con Nickelback y Creed en dar más asco por minuto, con ese monumento al pastel caducado llamado «Wherever you will go». Tenían a un cantante con pintas oxigenadas de treintañero interpretando a adolescente repetidor en serie de instituto. Trataba de emular la voz grave arquetípica de los 90, pero sonaba como si se hubiera pasado la vida consumiendo whisky del Mercadona en botijo, por el lado ancho. Les dejo el videoclip para su disfrute.
https://youtu.be/iAP9AF6DCu4?si=yz1rjAP_nQ6Mt-En
Se quedó por ahí el Koala o Antonio Orozco con Devuélveme mi visa. O el Hey ya de Outkast. O alguna mierda de Bob Dylan, porque todo lo que ha hecho en los último 40 años ha sido eso. Yo he votado por OT porque pulverizaron todo lo que se estaba haciendo antes, bueno o malo, para convertirlo todo en un hilo musical.
A ver, muy entretenido el artículo, pero el nombre de Las Ketchup nombre viene de ser hijas del Tomate (se non è vero, è ben trovato…)
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