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El primer diario espiritual de Europa 

diario espiritual de Europa
El rapto de Europa, Valentín Serov, 1910. diario

Es una vieja historia. La belleza de la joven princesa fenicia Europa atrajo la atención del dios Zeus, quien, para acercarse a ella sin levantar sospechas sobre sus intenciones, se transformó en un grandioso toro blanco. Así fue como el dios se aproximó a Europa y se tumbó a sus pies. Al principio, imaginamos a la joven temerosa, pero, poco a poco, debió de ganar confianza y acarició al animal, y, cuando se sentó sobre su lomo, este aprovechó para levantarse y adentrarse en el mar, llevándose consigo a la joven, asida a sus cuernos. A través del océano, ambos llegaron a la isla de Creta, donde el dios y la mortal tuvieron tres hijos: Minos, Sarpedón y Radamantis. Después, Zeus ordenó que Europa se casase con Asterión, rey de Creta, quien acogió a los hijos de ella. 

Un minotauro, mitad hombre y mitad toro, nació de la unión de Pasífae, esposa del rey Minos de Creta (hijo de Europa), y de un toro divino enviado por el dios Poseidón. Como resultado de su monstruoso aspecto, el minotauro fue encerrado en un laberinto, donde se alimentaba de jóvenes atenienses enviados cada año como tributo a Creta. El héroe griego Teseo se ofreció a acabar con el minotauro, y Ariadna, hija de Minos, le dio un ovillo de hilo para que no se perdiera por los caminos. Teseo logró matar al minotauro y, gracias al hilo de Ariadna, escapar del laberinto. 

Si existe una conciencia colectiva europea, los toros deben deambular por sus llanos; en España, incluso como isotipo de empresa de destilados. En griego, la palabra Europa (Εὐρώπη) se refería tanto al sol poniente como a la región geográfica al noroeste de Grecia, al vasto continente más allá de sus innumerables islas. Por mar se adentró Eneas rumbo al continente, ya que su padre le reveló, desde los Campos Elíseos, el glorioso destino del pueblo que debía fundar en la península itálica. Bajo la influencia de Roma, el bárbaro continente se fue civilizando. 

Escribió Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos que «todo escritor europeo es “esclavo de su bautismo”, si cabe parafrasear a Rimbaud; lo quiera o no, su decisión de escribir comporta cargar con una inmensa y casi pavorosa tradición; la acepte o luche contra ella, esa tradición lo habita, es su familiar o su íncubo». Al bautismo al que alude Cortázar se debía aferrar Menéndez Pelayo, quien, como otros filólogos coetáneos suyos, opinaba que el estudio de la literatura española debía comenzar por «la literatura hispanorromana, ya gentil, ya cristiana». Sentada esa base, parecía lógico considerar como integrantes del canon español a figuras como Séneca o Marcial. Pero ni a Menéndez Pelayo ni a otros filólogos se les ocurrió dilatar el ámbito de la literatura española tanto como para reclamar un puesto en ella para el más notable escritor romano en lengua griega de origen hispano.

Se trata del emperador Marco Aurelio (121-180 d. C.), ejemplo de la dificultad de reducir el estudio de la literatura a una historia de literaturas nacionales siguiendo únicamente criterios lingüísticos o geográficos. De este emperador sabemos que nació en Roma en el año 121 después de Cristo. Tenía un vínculo con Hispania de tipo familiar. Su abuelo paterno, Annio Vero, que llegó a Roma en tiempos de Vespasiano, había nacido en la Bética. Reconocido tanto por su virtud como por su sabiduría, Marco Aurelio se convirtió en emperador tras la muerte de Antonino Pío, en el año 161 d. C.

Más que cualquier otro emperador romano, Marco Aurelio evoca el arquetipo de gobernante sabio y virtuoso, hábil en el arte del juicio justo; un político serio, sensato; un hombre que fue a la guerra con coraje pero de mala gana, y siempre por el bien del imperio. Su pensamiento, enmarcado en la filosofía estoica, fue recogido en el libro que conocemos como Meditaciones y es considerado por muchos como el primer diario espiritual de Europa. Durante el estado de alarma de 2020 fue uno de los libros más vendidos en España.

Lo llamativo en Marco Aurelio es el hecho de que un emperador de Roma escribiese en griego un texto que contiene sus reflexiones y que no fue compuesto pensando en su divulgación. Que el emperador expresara sus pensamientos íntimos en griego se debe a la formación cultural que había recibido desde joven. De enseñarle retórica latina se ocupó Frontón, al que el emperador testimonia su gratitud en el libro primero de las Meditaciones. Como maestro de retórica griega tuvo a Herodes Ático, hombre de letras y prócer. Obviamente, también escribía en latín: ha llegado hasta nosotros, gracias a un descubrimiento accidental del siglo XIX, parte de la correspondencia intercambiada entre Frontón y diversos miembros de la familia imperial, como Lucio Vero, Antonino Pío y el mismo Marco Aurelio. 

Sabemos que pronto prefirió la filosofía a la retórica. En el libro primero de su obra expresa su agradecimiento hacia personalidades como Junio Rústico, Apolonio de Calcedonia, Catulo o Claudio Máximo, todos ellos pensadores griegos y romanos vinculados con el estoicismo. Esta corriente de pensamiento impregna, de manera no sistemática, las Meditaciones; el mismo libro primero cuenta que conoció la obra del estoico Epicteto a través de Junio Rústico.

Los doce libros de las Meditaciones probablemente fueron compuestos entre 168 y 180 d. C., año de la muerte del autor. Se sabe, porque así lo indica el propio texto, que la obra fue escrita en los campamentos militares desde los que el emperador hacía la guerra contra las tribus bárbaras. Esa guerra, evidentemente, lo animaba a reflexionar sobre su compromiso con la virtud y la verdad; tanto es así que la mayoría de las Meditaciones son una exhortación dirigida a sí mismo, la reafirmación de los valores en los que fundamenta el significado de la existencia y el coraje para vivir. 

El principal valor es la aceptación del impersonal destino que determina gran parte de nuestra vida y muerte. «Todas y cada una de las cosas llegan a su término de acuerdo con la naturaleza del conjunto, y no según otra naturaleza que abarque el mundo exteriormente, o esté incluida en su interior, o esté desvinculada en el exterior». También es esencial la afirmación del discurso honesto y la acción correcta. «Trata de vivir la vida de un buen hombre —escribe—, un hombre satisfecho con la suerte que le ha asignado el universo y satisfecho con la justicia de sus actos y la bondad de su carácter».

El texto está tañido de certezas. Marco Aurelio confía en que la bondad se puede percibir y alcanzar; que podemos elegir la virtud y evitar el vicio con cada decisión que tomamos; que algunos hombres son nobles y buenos mientras que otros, quizá demasiados, son mentirosos y envidiosos. También la mayoría actúa por impulso, o por falta de sabiduría, pero no sabemos por qué la gente hace lo que hace, y todos cometemos errores, por lo que no debemos juzgar, ni ser engreídos. Lo inteligente es ser, «en el buen sentido de la palabra, bueno» (parafraseando a Machado). 

Rara vez tenemos la sensación de que el texto está escrito por un hombre desde la elevada posición de un trono imperial. No tiene interés en su propia riqueza y poder, cosas que son indiferentes en términos estoicos. «Cuanto acontece a cada uno importa al conjunto. Esto debería bastar. Pero, además, en general, verás, si te has fijado atentamente, que lo que es útil a un hombre lo es también a otros hombres». Cree que todas las cosas de este mundo son transitorias y efímeras, y está seguro de que sus logros, así como su propia existencia, pronto serán olvidados. «Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y actos útiles a la comunidad».

Las últimas entradas del texto parecen un presagio de su muerte. El sombrío telón de fondo de la frontera del Danubio, con la muerte acechando, es el escenario perfecto para los pensamientos que componen el final de las Meditaciones, muchas de las cuales se refieren a la defensa de la fortaleza del alma, la «ciudadela interior».

Desde Platón, los pensadores habían anhelado un emperador filósofo, un gobernante capaz de ejercer un gran poder manteniendo un fuerte núcleo moral. Marco Aurelio parece aproximarse a ese ideal. Le tocó vivir tiempos violentos, y el final de su vida estuvo marcado por la guerra. Vologases, el rey de Partia, se había propuesto expulsar a los romanos de Armenia e invadir la provincia romana de Siria. El momento crítico y de debilitamiento de Roma no pasó desapercibido en la frontera del Danubio, donde se estaba produciendo un profundo cambio en el equilibrio entre el Imperio y los pueblos que vivían al otro lado de su territorio. Las tribus del norte, desconocidas todavía para Roma, empujaron a sus vecinos del sur y los forzaron a atravesar el limes romano. Por primera vez en siglos llegaron a Roma noticias de bárbaros que atravesaban el Danubio con sus familias para instalarse en territorio romano. Había comenzado la gran migración bárbara.

Cuando Dante intentó definir Europa, recurrió al linaje de las naciones, a las lenguas de sus regiones. «En toda la región que se extiende desde la desembocadura del Danubio (o pantano de Meotide) hasta las costas occidentales de Inglaterra —escribió en De vulgari eloquentia—, que está definida por las fronteras de los italianos y los franceses, y por el océano, prevaleció una sola lengua, aunque después se dividió en muchas lenguas vernáculas por los eslavos, los húngaros, los teutones, los sajones, los ingleses y varias otras naciones. Solo queda un rastro de su origen común en casi todas ellas, a saber, que en casi todas las naciones enumeradas, para responder afirmativamente, se dice ».

Más tarde, al mismo tiempo que el filósofo Montesquieu especulaba sobre una Europa compuesta por varias nacionalidades, los pueblos europeos hallarían su linaje en el mito. Una leyenda habría de representar el conjunto de naciones, pero Atenea ofreciendo el olivo a la ciudad de Atenas, el hijo de Venus concibiendo los planos de la futura ciudad de Roma o Ulises fundando la ciudad de Lisboa eran todos mitos que otorgaban implícitamente privilegios a los atenienses, a los romanos y a los portugueses, respectivamente. El mito de Europa raptada por el toro, interpretado como alegoría de la unión de los pueblos de Europa, contribuía a definir el Estado colectivo que después hemos aceptado. Unos Estados unidos que existen bajo la égida de una figura fundadora, Europa, elegida por el dios supremo del Olimpo. 

«Asia, Europa, rincones del mundo; el mar entero, una gota de agua; el Atos, un pequeño terrón del mundo; todo el tiempo presente, un instante de la eternidad; todo es pequeño, mutable, caduco».

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3 Comments

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  2. E.Roberto

    Antes que nada me alegra que una escritora como usted adopte el vocablo “íncubo” rescatándolo del pantanal religioso a donde fue a terminar en español en vez de pesadilla, que según nuestro Borges es una reducción, pues las “pesadillas” no tendría que pesar tanto sobre nuestro pecho o estómago al dormir cuando sabemos que es todo lo contrario; la evocación verbal de un “cubo” bien pesado sobre nuestra actividad física-onírica creo que es lo correcto. Y por supuesto que no podemos no reflexionar sobre su extensión lingüistica familiar y digamos opuesta, “súcubo o súcube” que define aquel que está debajo de un “cubo”, o sea aquellos que proceden sin criterio propio, o por temor o por superstición debido al cubo omnipotente que tienen encima. Goebbels era súcube sin reservas de Hitler. Con respecto a la génesis de esa Europa peculiar que surgió a partir del colapso de Roma, durante el cual los pueblos bárbaros tuvieron participación decisiva, todavía sigo pensando en un capítulo de la Historia de Roma titulado “Y China creó el occidente” y cuanto sea digno de atención. El extracto es simple: los pueblos mongoles de las estepas, viendo lo difícil que era conquistar la China de aquellos tiempos cambiaron de rumbo y embistieron el Oeste, “arreando” infinidad de pueblos que se agolparon sobre las fronteras de Roma causando el desmoramiento final junto al eterno conflicto entre Occidente y Medio Oriente. Y esto me lleva a pensar lo poco que sabía y sabe Europa de más allá de los Urales. Confieso que literatura sobre China antigua leí poco, pero me llamó la atención una expedición naval que realizaron llegando a las costas de África, y volvieron por lo visto satisfechos, sin otra intención que no fuese aquella de conocer, diametralmente opuesto a la mentalidad europea para quien lo primero era conquistar poseer y despojar, y luego conocer si había tiempo y gracias a una minoria iluminada. Europa para los europeos es una epopeya, y me parece bien, pero sobre todo militar y luego cultural, pero no para los americanos desde Alaska hasta Usuhaia. Comienza a ser un incubo por una atracción irresitible que está a miles de kilómetros y sería justo no querer continuar a ser súcubes de una cultura que, confieso articula mis pensamientos y mi forma de ser. Como siempre excelentes sus contribuciones, señora. Gracias.

  3. Francisco Clavero Farré

    Las Meditaciones son un libro muy duro para la mayoría; hay que tener mucha fuerza de espíritu. Los cristianos con su diálogo más o menos teatrero y compungido con dios son más fáciles. Desgraciadamente Las Confesiones de San Agustín hicieron más Europa que Las Meditaciones.
    Muy interesante lo que dice un forero sobre los Hunos, Europa y China. Algo leí sobre los viajes exploratorios náuticos chinos: verosímilmente no llegaron al Atlántico. Fueron promovidos por una minoría cosmopolita, muchos musulmanes; cuando el etnocentrismo Han retomó las riendas, se cancelaron las expediciones por costosas e inútiles: China se bastaba y sobraba.
    Europa tenía consciencia de ser un pequeño cabo de tierra arrinconado por la poderosa cultura islámica, cuyo último avatar, el imperio otomano, se la estaba literalmente comiendo. Convenía buscar por el único lado libre, el Atlántico. Los europeos más bien se menospreciaban, no se bastaban ni sobraban. Además, de hecho, Europa no existía, existían los reinos y ciudades. empezó Portugal, siguió Castilla y se apuntaron directamente todas las atlánticas e indirectamente todas. Había tesoros y riquezas muy apetecibles para esos pobres reinos. Europa al principio de su aventura era casi del todo desconocida para las demás culturas; ello le fue ventajoso, no la esperaban. Tenía armas de fuego, instrumentos ópticos, técnica marítima y militar, fanatismo religioso, cultura letrada y era enormemente competitiva. Cuando la conocieron, fue tarde para la mayoría

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