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Roma para adultos (1)

Roma para adultos

Pasolini dijo en alguna ocasión que Roma olía a pis, y que el problema era juzgar eso como algo malo, feo y asqueroso cuando en realidad respiraba a humanidad, a nosotros. En definitiva, era algo inherente al ser humano, a la vida. Él, fanático de la vida, del vivir sin los yugos de la conciencia, la moral o la ética, amaba cualquier tipo de experimento escatológico. Amaba el instinto y repudiaba la razón de Alberto Moravia. «Retaba a la muerte», llegó a decir de él su amiga Dacia Maraini, otrora pareja del propio Moravia. 

Pier Paolo Pasolini, además de sus vivencias por la ciudad capitolina, probablemente habría leído entonces al poeta Marco Valerio Marcial (nacido en lo que hoy sería Calatayud). Y es que en el siglo I d. C. ya notaba una Roma que apestaba y era insalubre. «Si bebes el vino de la colina Vaticana, bebes veneno», llegó a escribir en sus famosos epigramas latinos. «No vayan. Es un lugar pérfido. Está lleno de mosquitos», alertaba por su parte Plinio el Joven. Ambos se ofrecieron, en más de una ocasión, para dar un manual de supervivencia a los ciudadanos de Roma, especialmente los que acudieran al otro lado del Tíber, donde las culebras se comían a los niños. 

Lo curioso es que justo ahí Constantino mandó construir la primera basílica de San Pedro en el siglo IV. Una iglesia que sirvió de sostén a la actual, para cuya fachada Carlo Maderno usó el mármol expoliado del Coliseo, y Bernini —ordenado por Urbano VIII Barberini en el siglo XVII— realizó el baldaquino y la cátedra con el bronce extraído del Panteón. Había un dicho popular en aquella época: lo que no hicieron los bárbaros hicieron los Barberini. En su heráldica aparecían tres abejas, una de ellas por la dulzura y sensibilidad por el arte. Una sátira grotesca.

El Coliseo merece mención especial en este festival del sarcasmo. Para alzarlo se destruyó la piscina —con olas— de Nerón. ¡La maldita Damnatio Memoriae! Se financió con un ingente botín tras la toma de Jerusalén, azotada por las hordas de Tito. Se exterminó a un pueblo, una etnia, una religión; se hizo una maravilla del mundo moderno. Así reza en las revistas que secundaron, como acólitos, a la empresa privada New Open World Corporation. Hasta Fendi o Tod’s invierten en él diciendo que financian sus heridas altruistamente. No termina ahí el show: gente de todas partes viene a visitar el Anfiteatro Flavio, a hacerse un selfi delante de este icono que el sistema etiqueta como sublime belleza. Una nomenclatura cuanto menos banal… Porque como dice el arquitecto Renzo Piano: «el problema de la belleza es que es inaccesible, incomprensible. Ha sido, además, robada por la publicidad, por el consumo, que la ha desvirtuado reduciéndola solo a estética. Lo bello también es bueno, pero hay dificultad para combinar estos términos, y es que a menudo la dimensión se queda solo en superficie, y todo es más profundo». Exacto. Más profundo. No hay que olvidar, según el historiador y arqueólogo Alessandro Bertolino, que durante su inauguración murieron más de novecientos animales en los cien días de fiesta. «Con Antonio Pio (año 148) fueron sacrificados elefantes, hienas, leones, tigres, rinocerontes e hipopótamos». 

Cosa de poetas

Roma está llena de distracciones que no hacen sino evitar su comprensión, y por ende su aceptación. Esta ardua tarea de ahondar en las cloacas del alma solo lo hacen los poetas. No los políticos, ni siquiera los periodistas, filósofos, psicólogos, sociólogos o antropólogos. Solo los poetas. Quizás por eso Rafael Alberti, durante su periodo la urbe (1964-77), dejó su inmortal libro: Peligro para caminantes. En él dibujaba con palabras un lugar ruidoso, ingrato, inundado de gatos, cúpulas, campanas y basura. Con olor a orina de curas y monjas. No era una crítica; era un deseo de subvertir los códigos que comulgan con las modas. Alberti estaba enamorado de todo esto, así como a Sordi —en la película Il Marchese del Grillo— le excitaba mear en la calle y el hecho que se pudiera fornicar en los templos paganos de los Foros. No en la cama sino allí. «Sordi somos todos», recitan los romanos como una cantinela, y aunque son indolentes ninguno es indulgente con su ciudad. 

De hecho, la famosa canción de Gabriela FerriBarcarolo romano») es un elogio a la melancolía: «quien aquí sueña y espera es un desgraciado». Otro romano ad hoc fue el poeta Belli, quien dedicó a principios del XIX unos sonetos en romanesco a la basura. En aquella época, Roma se llenó de carteles, placas y edictos para que no se ensuciara… Y se rehusó el latín, ya que lo comprendía solo la iglesia. Lógicamente, y aunque el transgresor estaba en casa, nunca faltó la ironía ni el gusto por convertir el infierno en el paraíso. Ni siquiera hoy, donde se puede comer el tradicional plato pasta allá guarrona ( un mix brutal de carbonara y amatriciana a la vez) y se despacha por arte un monte creado con residuos: monte Testaccio. Todo un amasijo de ánforas hechas pedazos que llegaban cargadas de aceite de España. 

No es hermosa ni está sucia

¡La Roma de Caravaggio era asquerosa, muy violenta y estaba llena de prostíbulos! Es fácil seguir enjuiciando taxativamente, aunque hoy la amalgama de improperios ha virado a un sutil «Roma es hermosa, aunque está sucia». Parecen tópicos de Goethe o Stendhal sacados del dañino Grand Tour. Legitimados por el siempre amigo americano: «Si lo dice el New York Times…».

Lo cierto es que varios expertos hacen coincidir su degradación definitiva con el cierre del vertedero de Malagrotta hace diez años. Lejos de la realidad, las crónicas de 1860 (año de unificación del país con Garibaldi al frente) ya hablaban de una ciudad que «hedía coliflor hervida». No terminaba ahí el asunto: tras Nápoles, era la urbe más sucia de toda Europa. Faltaba poco para que los Saboya la modificaran topográficamente (crearon Parioli o Via Nazionale) volcando los escombros a cielo abierto para que se achicharraran allí. También para que Piazza Vittorio se creara triturando una amalgama de huesos cristianos extraídos ignominiosamente de las catacumbas que atravesaban la Via Appia y llegaban hasta las mazmorras de la Caffarella, el parque de Roma donde se pueden ver dos mil ovejas y comprar leche recién ordeñada. Esos huesos, mezclados con la puzolana y la piedra volcánica toba, formaban la argamasa necesaria para construir el barrio donde hoy viven los directores Paolo Sorrentino, Abel Ferrara y Matteo Garrone. La gran Belleza, exacto.

Hay más sobre la dichosa basura: en los ochenta varias estrellas de la Roma de Liedholm (Bruno Conti o Falcao) protagonizaron anuncios de publicidad arengando al romano que fuera más limpio. Tampoco faltó a la cita el actor Nino Manfredi, en este caso tirando de su clásico humor ácido diciendo que la calle en Roma parecía un collage lleno de colillas y cristales. «Seguro que luego le echamos la culpa a los suizos», ironizaba. Anda el vídeo por YouTube. 

Las fuentes son para los periodistas

Este artículo podría y debería trufarse, acicalarse para sostenerlo, con declaraciones de expertos como la profesora Boni (docente de la Sapienza; experta en ingeniería civil y de medio ambiente) o Francesco Mattioli, padre de la sociología visual. 

Bien, ella exclama que el romano no quiere vertederos porque contaminan soltando dioxinas. «No les entra que el residuo genere como recurso el gas metano»; él evoca una Roma que, tras haber conocido todas las esferas de poder y ausencia de él, ha desarrollado la supervivencia individual, el famoso lema: «Vive y deja vivir». Podríamos hablar también de la infiltración mafiosa (verídica en ocasiones) o chantajes de partidos, pero es mejor no tirar por ahí ni incurrir en las superficialidades del diario romano Il Messaggero, cuyos periodistas parecen sacados del Tribunal Constitucional. Así pues, con reporteros jugando a los jueces, con este artículo no es necesario perder tiempo intentado cimentarlo con fuentes. Caerá sí o sí como lo hace la basura de un contenedor. 

El puzle de esta aparente incomunicación, sacada de una película de Antonioni, lo completa la empresa de limpieza urbanística en la capital, llamada Ama Roma. La última noticia según algunos diarios es que ahora no se recoge la basura porque emitió los recibos TARI con retraso, y el romano no los pagó aún. Así pues, el personal no trabaja, se ha dejado llevar por la molicie sureña. ¿Y qué decir de los nuevos implantes, como el de Rocca Cencia? Están abiertos sin que lleguen las toneladas de basura que inundan Roma asiduamente, afirman fuentes de allí. Además, los medios de recogida están obsoletos. Distracciones, lo de siempre. 

Ama del verbo amar

Mientras lees esto puede que estén recogiendo la basura, y que todo quede en papel mojado. Lo que es eterno es que Ama Roma es un adversario fácil. Estuvo muchos meses pensando si donarle o no a un artista español un contenedor para garantizarse su tutela legal. Por suerte, y tras meses de burocracia infinita, el contenedor-holograma, enmarcado con un marco de madera de dos metros por dos, se expuso en el MAAM de la Via Prenestina, un museo de arte contemporáneo donde viven doscientas personas. El espacio, decorado exteriormente con grafitis de Borondo o Solo, es una exfábrica de embutidos: Fiorucci. En la inauguración de la obra no fue nadie. Un año después, el marco ha desaparecido y el fantasma descontextualizado ha vuelto a ser precisamente eso: un contenedor en su casa (está en el patio). Lleno hasta rebosar en espera aún de teles estropeadas, preservativos amarillos, colchones recauchutados o sofás adosados a su alrededor, como una postal, un collage del barrio Alessandrino, San Basilio o Tor Bella Monaca. 

Roma para adultos

Una vez más, en Roma, el arte superfluo ha vuelto a ganar. Lo ha hecho en mitad de la Vía Prenestina, donde crece hierbabuena salvaje. También hay cabras y monjas, porque por ahí pasa el tranvía 19, ese que atraviesa Centocelle y llega hasta el Vaticano. Huele a meado, pero es fantástico. 

Quizás no es demasiado tarde para montarse en él y ver que, en pleno verano, la basura incrementa y pide nuevamente la vez. Hay cabezas de pescado, cedés rotos de Franco Califano y, dependiendo el barrio, periódicos de una u otra ideología. En Parioli, por ejemplo, se acumulan cientos de ejemplares del Corriere della Sera. Dicen los psicólogos que lo que se mantiene durante siglos (en Roma son la basura, el catolicismo y el arte) tiene siempre una utilidad que no debería estar sometida a juicios ni ser tergiversada. En Roma el arte sirve para presumir y la basura para canalizar la ira. No hay niños que osen jugar a las casitas delante de los contenedores, y no por la falta de materiales: últimamente afuera hay muchas alfombras y felpudos. No. Solo juegan los perros, quizás los más listos porque su máxima aspiración es aferrarse a su cotidianidad y al olor potente. Disfrutan por allí olfateándolo todo como si fuera una auténtica obra de arte o una vestimenta sacra realizada por el sastre Filippo Sorcinelli para el papa Francesco.

Roma para adultos

Fellini, otro gran conocedor de Roma precisamente por no haber nacido allí (como Marcial, Pasolini o Alberti), dejó una frase en clave para la posteridad. No apta, quizás, para periodistas, antropólogos, sociólogos ni demás ólogos. No comprenderían la metáfora. Estaba atendiendo en un hotel de New York a una entrevista que le hacía Oriana Fallaci. El cineasta estaba en América para presentar Las noches de Cabiria. Era, creo, principios de los sesenta. Él la interrumpe para decirle que le dolía la rodilla. Se atrevió, arrogante como era, a pedirle un consejo. Ella, intrépida, le instó a visitar un fisioterapeuta o un osteópata. «Nada, tonterías, es la primera vez en catorce años que no estoy con mi mujer (Giulietta Masina) el día de nuestro aniversario». Entonces detuvo la entrevista, cabreado e incomprendido. 

En Roma hay una asociación de urbanismo nómada. Se llama Stalker y se dedica a hacer la autopsia a la ciudad de manera psicoantropológica. En sus tours rompen alambradas, esquivan cabras montesas y visitan lugares de naturaleza violenta, como granjas de hongos en alcantarillados suburbanos. Se plantean ciertas preguntas de peso: ¿qué es ser hermoso? ¿Y estar sucio? Roma es y basta… Y tú no. 

(Continúa aquí)

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